martes, 29 de enero de 2008

MARÍA

Había una vez una mujer que se llamaba María. Como la Virgen y como la Puta.
Vivía frente a mi casa, en Berazategui y la tipa estaba loca de remate. Caminaba por el barrio maldiciendo y escupiendo a todo el que se le cruzaba en su errático camino, hablando en checoeslovaco y mirando siempre al cielo.

Pero resulta que la loca estaba buenísima. Morocha, alta, con buenas tetas y buen culo, siempre impecable, como recién bañada. En verano salía a caminar vistiendo solamente una pollera cortísima, que dejaba ver sus piernas talladas y perfectas, y una musculosa blanca bien ajustada a sus pechos redondos y carnosos.

El hermano de María, era un hijo de puta que nunca había trabajado y simplemente se dedicó a esperar. Dejó pasar el tiempo hasta que sus padres murieron, y cuando los pobres viejos creparon, hizo su negocio. Encerró a María en una de las piecitas de la casa y la mantuvo dopada haciéndola coger con todo aquel que estuviera dispuesto a pagar el precio justo.

Todos en el barrio debutamos con la loca María o con lo que quedaba de ella. Una especie de boba sin voluntad, despatarrada sobre un viejo colchón, ya no tan limpia ni impecable.

Decían por ahí, que cada tanto el hermano también le daba y aparentemente fue así que la loca aprovechó para degollarlo. Después, ensangrentada y desnuda, se sentó en el cordón de la vereda sosteniendo un pedazo de vidrio. Uno a uno los habitantes del barrio se fueron acercando a María hasta rodearla conmovidos. Pero María estaba re loca y como siempre, comenzó a escupir y a maldecir en checoeslovaco.

Cuando llegó la policía, ella estaba trepada a un árbol tajeándose los brazos con el pedazo de vidrio. Entonces vinieron los bomberos que con mucho empeño lograron hacerla volver a la tierra hecha un enchastre descomunal.

A los pocos meses, María volvió a su casa, pero ya no se dejó ver por el barrio. Algunos, por las noches, iban a espiarla, pero nunca nadie logró ver nada. María vivía en total oscuridad, en absoluto silencio, recluida. Quizás, tratando de comprender porqué Dios le había reservado un destino tan tremendo y macabro. Quizás, mirando el cielo inalcanzable, negro y oscuro. O quizás, sencillamente se quedaba por ahí sentada, sin entender nada de nada.