jueves, 10 de febrero de 2011

MARINA, MARINA, MARINA

Ayer a la noche, TODOS, estaban hablando de política. ¿Ganará Cristina? ¿Se presentará el manquito? ¿Tendrá Alfonsín huevos suficientes como para gobernar? ¿Macri transará con Reuteman? y ese tipo de cosas de las que uno habla cuando empieza a envejecer irremediablemente. Sin embargo yo no fui capaz de decir demasiado. Por un lado, odio a los políticos y a toda su mierda, y por el otro, tenía a Marina y a su enorme par de tetas sentada frente a mi. Las tetas me inhiben. Lo juro por Dios. Los escotes y las tetas logran lobotomizarme y dejarme prácticamente en estado vegetativo. No puedo pensar en otra cosa. No puedo mirar otra cosa. No puedo desear otra cosa. Y ayer, no fue la excepción. Y cada vez que la miraba, se me paraba. Y cuando dejaba de mirarla, se me paraba más porque me las imaginaba ahí, asomando blancas y sabrosas poniendo en peligro la contención de aquellos pequeñísimos botones blancos. Era como si me estuvieran gritando “dale, sacate las ganas, miranos y cagate en todos los boludos que tenés alrededor”. Pero en realidad, no necesitaba que nada ni nadie me arengara. Aquello era lo único que podía hacer. En un momento alguien me preguntó algo y no pude articular ni una mísera palabra. Me quedé ahí callado, en medio de la nada combinando vocales “aaaeeeoooaaaoooaaa”, o algo por el estilo, mientras el resto de la gente me observaba incrédula. “Es idiota”, habrán pensado. Sin embargo la idiotez tiene sus recompensas…

- ¿Te pasa algo Manu? – me preguntó Marina
- Un ACV – le dije sonriendo antes de darle un sorbo al vino, para intentar resucitar.
- ¡No seas tarado! – me retó divertida
- La verdad es que la política no me interesa demasiado. Me aburre. Es medio inmaduro de mi parte, pero prefiero estar más al tanto de lo que pasa en el mundo de la música, que de lo que pasa en el de la política.

Sonrió de nuevo. (Gloria Hermanos)

- No sé si es inmadurez. No a todo el mundo le tiene que interesar lo mismo. Qué se yo, a mi la política me interesa hasta ahí, pero no me quita el sueño. Prefiero leer un buen libro antes que la sección de política de algún diario.
- Sos una inmadura…
- ¿Qué estás escuchando? – me preguntó al mismo tiempo que yo le preguntaba “¿Qué estás leyendo?”

Ahora los dos estábamos sonriendo en medio de aquel funeral gastronómico.

- Vos primero – me ordenó
- Ok. Estoy escuchando mucho de lo nuevo que está saliendo en música country americana. Zac Brown, Darius Rucker, Brad Paisley, ese tipo de cosas. Es súper interesante. Está muy bien hecho. Hay mucha buena música dentro de ese estilo. Para mi es lo que más está creciendo, no sé, me encanta.
- Música country… te hacía más con el rock.
- El rock me gusta mucho también. Desde siempre.
- Ya lo sé, por eso te decía que no te hacía escuchando country
- Así es. Los fines de semana me disfrazo de vaquero y voy a bailar a salones de música country.
- Noooo! Me estás cargando – dijo llevándose la servilleta a la boca para disimular su risa
- Es verdad. Antes de empezar a bailar catamos el himno americano y después se larga el baile. El problema es dónde estacionar el caballo.
- Ja, ja, ja, ja – rió incontenible haciendo vibrar aquellos dos manjares – me hiciste reír. ¡Qué maldito!
- Bueno, y vos ¿qué estás leyendo? No me digas “autoayuda” porque me levanto y me voy.
- Autoayuda – dijo inmutable
- Mirá, solamente voy a quedarme porque necesito comer el postre para evitar que me dé una hipoglucemia.
- No es broma.
- No sé qué decirte…
- Alguna vez leíste algo de autoayuda?
- ¿Quién se ha robado mi queso?, que me pareció una estupidez. Pero después leí otro que me pareció mucho mejor. Te diría que hasta me pareció muy bueno.
- ¿Cuál?
- ¿Quién se ha tomado todo el vino? – mi carcajada retumbó como un trueno e inmediatamente se me sumó Marina. Estuvimos un buen rato tratando de calmarnos haciéndonos gestos a través de los cuáles nos prometíamos no tentarnos, hasta que por fin lo logramos. - En serio ¿Qué estás leyendo?
- Ahora nada, pero lo último que leí fue un libro de Paul Auster que tenía Franco en su mesita de luz, pero no me enganché demasiado, no encuentro nada que me den ganas de seguir leyendo hasta el final.

“Franco” (Hermanos, no subestimeis jamás la presencia del Demonio. Siempre está rondando, siempre).

- Yo cuando no sé qué leer vuelvo a Carver. Eso me da tiempo y me relaja.
- Carver es bueno.
- Excelente. ¿Y Franco? ¿Porqué no vino?
- Está en París
- ¿Por la nueva colección?
- Por la nueva colección
- ¿Y vos qué hacés acá? Entre estar acá o en París viendo lo último de la moda, no hay mucho que pensar.
- Al contrario. Yo tengo mucho que pensar.

Tragué saliva y me quedé callado tratando de adivinar cómo seguir adelante. La gente parloteaba a nuestro alrededor convirtiendo aquel momento insólito en una trampa imperceptible camuflada por el bullicio. Tomé agua para ganar algunos segundos. ¿Acaso el destino me estaba acercando sigilosamente a las cumbres de mi desvelo?

- Ahí traen el postre – anunció
Después del postre, trajeron unas copas de champagne, brindamos y esperamos el café sin decir demasiado. Todos estaban bastante borrachos y gritones y ya nadie sabía muy bien cuál era el motivo que nos había amontonado en aquel restorán. Sabíamos que éramos todos empleados de la misma editorial pero no mucho más. Las editoriales son lugares extraños. Básicamente son espacios de sufrimiento y desprecio. La gente cada vez lee menos, entonces las editoriales cada vez publican menos. Los escritores establecidos las detestan porque suponen que las editoriales los estafan y los potenciales escritores las aborrecen porque les es prácticamente imposible editar con ellas. Pero anoche estábamos festejando nuestra fusión, con otra editorial, cosa que me resultaba bastante incomprensible y deprimente, porque nadie estaba completamente seguro de no estar alzando la copa alegremente, por nuestra futura desaparición. Las fusiones son iguales a las guerras: inevitablemente habrá víctimas. Pero al fin de cuentas una cena gratis bien valía semejante desquicio. Comer, tomar, no pagar. Quizás una buena mujer cada tanto. Pero no se puede pedir mucho más en la vida. Y yo estaba por tener todo aquello en una misma noche. Me pellizqué la mano y pegué un salto.

- ¿Qué hacés? – me preguntó Marina
- Nada, me pica. ¿Esto ya fue no?
- Me parece que sí
- ¿Vamos?
- Viniste con el auto
- Sí
- Bueno, vamos

Cumplimos con la interminable ronda de saludos y salimos a la calle. No voy a describir a la noche, porque es una boludez. Para el que nunca vio una noche, la cosa es simple: generalmente la noche es oscura. Igual a la de anoche. Caminamos unos pasos y me dijo:

- ¿Dónde tenés el auto?
- Acá a la vuelta ¿querés que te lleve a upa?
- No podrías, así que no te hagas el canchero. Comí de más, estoy que reviento
- No comiste nada. Estás perfecta
- Tengo que cuidarme, a veces me siento vieja. Miráme las manos – dijo extendiéndome su mano izquierda.

Me detuve. Agarré su mano y comencé a escrutarla pasando suavemente mi pulgar por su piel. ¿A quién le interesaba si se estaba poniendo vieja? Pude sentir su respiración apresurada dejando huellas en el ir y venir de su pecho insipiente. “Marina” – pensé.

- ¿Qué? – me preguntó
- ¿Qué, qué? – le pregunté
- Dijiste Marina – me dijo soltando mi mano
- ¿Yo? – “la puta que me parió”, pensé
- Sí. Marina, dijiste. Despacito, pero lo dijiste. Como susurrando.
- No sé, ni me di cuenta. Tenés las manos perfectas. No tenés ni una manchita.
- Pero tampoco están tersas. Estoy preocupada por el paso del tiempo.
- Estás loca Marina. Miráte. Estás, estás, ¿vos viste lo que son las minas de la oficina?
- ¡Pero tienen todas más de sesenta años!
- Bueno, pero no tiene nada que ver. Los llevan para el culo. Vos la edad que tenés la llevás increíble. Además Mónica no tiene sesenta.
- Sesenta y uno
- No te puedo creer. Sesenta y uno…no parece.
- ¡Ves! Yo no voy a llegar así a los sesenta y uno.
- Marina – le dije
- ¿Qué?
- Estás divina – le dije tomándola de los hombros y llevándola contra la pared.
- ¡Qué hacés! ¡Te volviste loco! ¡Pará! ¡Pará!
- Bueno, bueno, esperá, disculpame, disculpame
- ¿¡Pero qué te pasa!? Estás loco – me dijo empujándome - ¿Cómo vas a hacer algo así? Vos lo conocés a Franco…
- Ya lo sé, ya lo sé, pero no sé qué me pasó. Estás tan linda hoy, y en un momento cuando salió el tema de Franco me dijiste que necesitabas pensar, y no sé, pensé que…
- Manu…
- Ya sé, ya sé, perdoname. Te lo pido por favor, perdoname. Vos y yo trabajamos juntos desde siempre y esto, no sé, no sé en qué estaba pensando, soy una bestia.
- Manu escuchame.
- Te escucho, pero perdoname
- Escuchame. Cuando te dije que necesitaba pensar no me refería a lo que vos crees. Con Franco está todo bien. Mejor que nunca. Por eso no me fui a París. Me quedé para hacerme unos estudios para ver si puedo quedar embarazada sin problemas. ¿Entendés porqué me preocupa el paso del tiempo? – me preguntó posando su mano en mi mejilla
- Marina, perdoname. Me siento un pelotudo.
- Todos hacemos pelotudeces. No te vuelvas loco. Vamos que hace frío.

No pude decir nada más. Sentía náuseas y mareos repentinos. “Y esta boluda quiere quedar embarazada”, pensé. La noche se hizo más oscura que cualquier otra noche que yo recuerde y solo se iluminó cuando encendí las luces del auto. Manejé callado y ella no me habló. No había mucho más que discutir. Cosas como estas solo las arregla el tiempo. Cuando se bajó nos dijimos “chau” y ella me dijo “gracias”. Sin besos de despedida ni sonrisas relajadas. Esperé a que entrara en el edificio y arranqué despacio, como con vergüenza. Después de unas cuadras me animé a sonreír. “¡Qué boludo!”, pensé y apreté el acelerador. Cuando llegué a casa me serví un whisky, agarré los cigarrillos y me tiré en el sillón a fumar, a tomar y a pensar en lo que había pasado. Pero la verdad es que en lo único que podía pensar era en las tetas de Marina. Así que me levanté, me encerré en baño y pensando en ella, me hice una buena paja. Al principio, mientras jugueteaba, ahí sentado en el inodoro, el patetismo de mi imagen me hizo entender que siempre se puede llegar más y más abajo. Pero después, como siempre pasa con las pajas, no me importó más nada y me dediqué a disfrutar, a soñar. La idea de Marina y sus tetotas todavía estaba fresca en mi memoria y no iba a dejarla escapar así nomás. Me revolqué con ella, rasgué su ropa y marqué su piel. Besé, acaricié, chupé, mordí, hurgué y grité mientras acabábamos abrazados, cómplices y desesperados como dos esclavos romanos antes de ser arrojados a los leones. Fui feliz y ajeno a la vergüenza entre aquellos fríos azulejos testigos de mi soledad. Mi mano empapada de tibio semen siguió autómata, pulsando y agitando hasta que nada de mí quedó por salir. Estaba seco y agitado. Un ermitaño sin nadie con quien poder hacer realidad aquella fantasía. Cuarenta años de vida para acabar prisionero de la histeria y de la frustración. Cuarenta años de vida sin el deseo de ver un nuevo amanecer atormentado por el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. Me lavé, pero no fue suficiente, así que abrí la ducha y me arrojé bajo la lluvia. El agua hizo lo mejor que pudo intentando barrer los desperdicios de una noche antipática, sin embargo algunas partículas estaban demasiado aferradas a mí y ahí se quedaron.
¿Cómo sería el día de mañana?, me pregunté hace un rat? ¿Cómo sería hoy? ¿Hoy? ¿Ya es HOY? No sé cómo voy a mirarla a los ojos, no sé cómo voy a saludarla, no sé cómo voy a lograr que deje de pensar las cosas que piensa de mí, no sé. Probablemente las cosas vayan cediendo una por una a su debido tiempo. Quizás la invite a tomar un café, para intentar explicarle que en realidad…
No voy a explicarle nada.
No hay nada que explicar.
Ya fue.
Así que decidí ponerme a escribir para ver si podía llegar a alguna conclusión, pero por lo visto esta tampoco es la solución. La cagada ya está hecha y ahora hay que ver cómo remonto la cosa. Por lo pronto, voy a parar acá, voy a servirme otro whisky y mañana será otro día. Quién te dice que después de lo que pasó, termino ganando terreno. Después de todo, a todas las minas les gusta que un tipo se fije en ellas, o en sus tetas. Y tal vez, mientras yo me estoy dando manija cargado de culpa, Marina está soñando conmigo para despertar mojada. ¡Eso sí que es optimismo!

viernes, 4 de febrero de 2011

GRANOS!

Alejandra se bajó la bombacha, se acostó y abrió las piernas. “Mirá” – me dijo.

- ¿Y qué mierda es eso? – le pregunté
- No sé, por eso quiero que mires.

Así que me arrodillé y fui acercando mi cara lentamente, con cuidado, intriga y preocupación. Tenía algo raro justo en la parte superior de uno de sus labios. Como si le hubiera crecido un segundo clítoris. No hubiese estado mal después de todo. Si con uno gozaba como gozaba, con dos la cosa sería de antología. En fin. Despacio me fui haciendo lugar entre los pendejos para poder ver mejor, sin embargo la tarea era imposible. Simplemente no paraba de moverse y de lloriquear.

- ¿¡Qué hacés, qué hacés, pará, me duele!?
- Pero si apenas te estoy tocando
- Igual me duele
- No te quejes. Está claro que no te bañaste y yo no digo nada
- Boludo
- ¿Te bañaste?
- Boludo! No entendés que no me puedo ni tocar ¡ME DUELE!
- Ok, esperá
- ¿Dónde vas?
- Esperá

Salí de la habitación, fui hasta la cocina y me puse a revolver los cajones hasta encontrar lo que había ido a buscar. Una lupa. Eso debía vastar para observar mejor aquella repentina malformación. “¿Cuánto estaríamos sin coger?”, pensé. Me la había cogido hacía tres días y por lo que había visto me animaba a diagnosticar una veda no menor a los siete días… Diez días sin ponerla… De ninguna manera. Cuando uno empieza a coger con cierta periodicidad, el organismo se revela ante la posibilidad de la abstinencia. El amor y el cariño son cosas distintas que nada pueden hacer frente a la rebelión del orgasmo reprimido. Por eso es imprescindible buscarse mujeres saludables, que siempre estén dispuestas a echarse un polvo sin que ninguna dolencia se los impida. La salud y la fidelidad son dos caras de una misma moneda. No lo habrá dicho Mahoma, pero es verdad.

- ¿Qué estabas haciendo? – espetó
- Estaba buscando esto. Abrí – le ordené
- Me duele mucho Manu
- Abrí, haceme caso
- No me toques
- No te voy a tocar
- Jurámelo
- ¿Porqué en lugar de romperme las pelotas, no te sentás y mirás lo que hago?
- No puedo, me da impresión
- Bueno, entonces calláte y dejame mirar

Acerqué la lupa tratando de hacer foco. Era un lupa vieja, pero confiable. Sonreí. Menos mal que lo que estaba viendo era producto del aumento. De otra manera mi modesto compañero hubiera sido incapaz de llenar aquel pozo gigantesco. Cosa rara la concha. Peluda, olorosa, arrugada, irresistible. Aún herida, la concha de Alejandra me excitaba irremediablemente. Podría decirse que ya no era “su” concha. Era mía. Me gustaba estar ahí adentro bombeando como un caniche, observando sus expresiones, tratando de adivinar el secreto que desencadenaba semejante placer, en aquel cuerpito diminuto.

- La verdad, no sé qué decirte. Un pelo encarnado no es. Un forúnculo tampoco, o sea, no veo punta de pus, ni nada.
- Pero algo tiene que ser.
- Es un bulto, un bultito, como cuando te pica un mosquito. ¿No te habrá picado un mosquito en la cajeta? – me reí
- No seas idiota ¿querés?
- ¿Y qué sabés? Ayer estuviste tomando sol en la terraza.
- ¿Y justo ahí me va a picar un mosquito?
- Si yo fuera mosquito, me tiro de cabeza, no tengas dudas
- ¿Porqué no te tomás nada en serio? Me estoy volviendo loca. Me pica, me duele. No puedo ni caminar. Camino como si me hubieran roto el culo.
- Imposible
- Manu!
- Ale!

Volví a inclinarme con mi lupa en la mano y observé con más cuidado. Acerqué la lupa lo más que pude casi hasta chocarme con la inflamación, e instintivamente largué la lengua como un sapo hambriento.

- ¡Ayyyyyyyyyyyy!
- Perdoname, perdoname, perdoname, por favor, me tenté.
- ¡Estás enfermo! Salí! ¿¡Cómo me vas a hacer una cosa así!?
- ¡Pará, pará, pará! Mirá!
- ¡Salí, te dije!
- Mirá cómo se pone cuando gritás

Ale estiró la cabeza pero no pudo ver nada, entonces muy despacio fue acomodando su cuerpo sobre la cama hasta quedar sentada.

- No veo nada. Está igual.
- Tenés que gritar
- Me tocás y te mato
- No voy a tocarte, pero tenés que gritar. Al menos hace fuerza
- Si hago fuerza me duele
- Y claro, porque se hincha todo
- No me asustes
- No seas cagona, es un grano
- Y qué sabés?
- Y qué va a ser? Un tumor de concha?
- Puede ser cualquier cosa, un, un, un, no sé
- Un grano
- Pero me duele mucho
- Ya lo sé, pero es un grano y para mi hay que apretarlo
- Ni se te ocurra!
- Ale, no podés estar así. Estás histérica. Si haces fuerza y yo aprieto lo más probable es que salga todo.
- Me da miedo
- Prometeme que no me vas a pegar una patada
- No dije que te iba a dejar apretar
- Voy a apretar
- No
- Ok, entonces vamos a una guardia. Primero que nada, te van a toquetear todo el asunto. Los doctores tocan. Y después lo más probable es que aprieten. Pero antes de apretar te van a clavar una aguja en ese coso que tenés ahí para anestesiarte. Así que vos dirás. ¿Aprieto yo o te descuartizan los doctores?
- Vos porque no me querés llevar a esta hora a una guardia.
- Elegí
- No voy a elegir
- Listo

Agarré el control remoto y me tiré en la cama. Encendí la tele y empecé a cambiar de canal.

- No podés ser tan cruel
- Y vos no podés ser tan cagona. Además no quiero hablar más del tema. Cuando hay un problema se resuelve, y si no, se acabó. Se deja ahí. Así que dejáme en paz con ese grano de mierda.
- Vas a tener cuidado?
- Sabés que sí – apagué la tele, la besé en la mejilla y salté de la cama.
- Qué hacés?
- Voy a buscar alcohol y algodón

Fui hasta el baño y encontré todo sin problemas. Estaba ansioso y quería terminar con el maldito grano de una buena vez. Necesitaba reparar con urgencia a mi orgasmatrón si pretendía que todo volviese a la normalidad. Sin dudas aquello iba a doler como la mierda, pero era eso o pasar la noche en una guardia…
Volví a la habitación y ahí estaba Ale, sentada y con la cara colorada e hinchada, con las mejillas empapadas y un círculo de color amarillo sanguinolento entre las piernas.

- ¿¡Qué hiciste loca de mierda!?
- Ni en pedo te iba a dejar apretar a vos!
- Tomá - le dije estirando el brazo

Ella mojó el algodón en alcohol y sin dudarlo lo apoyó con fuerza. Los ojos parecieron salirse de sus órbitas y las lágrimas eran borbotones incontenibles. Se mordió los labios y respiró hondo. Repitió el procedimiento dos veces más hasta que la cosa dejó de sangrar. Cuando terminó, volví a acercarme y todo había cambiado. Ahora simplemente le quedaba un clítoris, y el otro se había transformado en un pequeño cráter vencido imprevistamente.

- ¿Te duele mucho?
- Me late, pero no me duele – suspiró aliviada
- Porqué no te pegás una ducha? Qué se yo, por las dudas, para que no se te infecte. ¿Podés caminar?
- Sí. Mirá – me dijo abriendo y cerrando las piernas sin problemas.

Después se paró y se encerró en el baño mientras yo me quedé recostado en la cama mirando incrédulo aquel manchón imperfecto de pus y sangre. Abrió la ducha y me la imaginé en pelotas bañándose. Inmediatamente un cosquilleo me invadió los huevos y sonreí embriagado de felicidad. Me empecé a tocar hasta que se me puso bien dura pero me detuve. Estaba cantando bajo la ducha y eso era una buena señal. Me desvestí y entré al baño.

- ¿Qué hacés? – me preguntó cuando me vio
- Vos seguí cantando

Me metí en la bañadera y la abracé. Cuando me sintió, bajó su mano y empezó a acariciarme. La agarré del culo y la traje hacia mi mientras ella no paraba de frotarme.

- No sé qué hacer – le confesé
- Y si no sabías qué hacer ¿para qué te metiste en esto?
- Porque estoy recaliente
- Yo también – me dijo antes de besarme y arrodillarse

La imaginación de las mujeres no para de sorprenderme. Apoyé mis brazos en la pared y puse mi cabeza bajo el agua. Estaba tibia y me sentí en el paraíso. Cerré los ojos y dejé que Ale trabajara a su ritmo, acariciándole la cabeza de vez en cuando. Le gustaba ir hasta el límite de su capacidad y una vez que la tenía bien adentro, hacía girar su lengua en círculos, deteniéndose solo para aplicarme pequeños mordiscones. No soy lo que se dice un “hombre de chupada”, pero dadas las circunstancias, no tenía demasiadas opciones. Al cabo de unos minutos no aguanté más y le llené la boca como a ella le gustaba. Se quedó ahí prendida amamantándose como un pequeño animalito y esperó a que saliera hasta la última gota. Después se incorporó lentamente, me besó y me largó un tibio chorrito de leche mirándome a los ojos. Tragué y seguí besándola. Aquel gusto amargo invadía su boca y su aliento. Traté de no pensar demasiado en eso y dejé que el agua de la ducha se filtrara entre nosotros para barrer con todo. Pronto volvieron los sabores de siempre.

- ¿Y vos? – le pregunté
- Yo estoy bien. Acabé con vos.
- ¡Cómo te gusta!
- Me encanta. Como Mc Donald´s. ¡Me encanta!
- Sigo con ganas de cogerte
- Quizás mañana
- Por favor
- Esperemos a ver cómo amanece la cosa
- Okey
- Ahora me gustaría pedir algo y comer en la cama mirando la tele

Nos secamos besándonos y toqueteándonos como dos chicos y pedimos unas empanadas. La revisé con la lupa una vez más antes de que se vistiera y todo parecía en orden. Esta vez, cuando le besé la herida, no hubo ni pataleos, ni gritos. De a poco todo estaba volviendo a la normalidad. Hermosa y saludable rutina.