viernes, 19 de octubre de 2007

INCOMPATIBLES

Me preguntó porqué se nos hacía tan difícil la convivencia y no supe que responderle. Supuse que simplemente hay personas capaces de lograrlo y otras que no.

- Somos dos egoístas – le contesté
- Yo no soy egoísta
- Sí, y yo también. Los dos somos egoístas
- Yo no soy egoísta
- Bueno
- Te lo digo en serio. No me contestes como a una loca
- No ves? Eso es ser egoísta. Ser incapaz de permitir que las cosas no sean como vos decís que son. No te considerás egoísta, entonces la mirada del otro no vale nada, por más que vea lo que vos no ves en vos.
- Y vos? ¿Porqué sos egoísta?
- Porque soy incapaz de serte fiel. Quiero cojerme a todas las minas que me cruzo y con la mayoría lo hago. Pienso en mi, en mi deseo y me cago en vos y en hacerte mal. Y no es que no te quiera, porque te amo, pero soy así; primero yo y después yo.
- Yo nunca me cogí a nadie
- Está bien
- Está bien?
- Qué querés que te diga? Gracias!
- No sé, pero “está bien”.
- Cris, yo me tengo que ir. Si querés a la noche la seguimos, no sé, ahora no puedo.

La besé en la mejilla húmeda, me di media vuelta y desaparecí. Estaba harto, de responder preguntas. Todos los días eran lo mismo, en plan de tratar de salvar la pareja y la verdad era que a mi ya no me importaba. Qué sentido tiene salvar algo que ya no tiene salvación. Esas cosas nunca resultan. Cuando una pareja está podrida uno puede maquillarla, pero bajo la superficie siempre prevalecerá la podredumbre. Por otro lado yo ya había comenzado a ser cruel con Cristina y sinceramente no se lo merecía, a pesar de que aquella crueldad me llenaba de placer. Verla llorar y suplicar lejos de conmoverme, me regocijaba. Sabía que le estaba haciendo daño, pero no podía evitarlo. El gran error había sido irnos a vivir juntos. A partir de ese momento todo había cambiado. Empeorado, mejor dicho. Por empezar dejamos de encamarnos todos los días, aniquilando el deseo. Antes, cada vez que nos veíamos nos echábamos un polvo. Un polvo al que habíamos estado esperando durante días y frente al cuál ninguna excusa tenía probabilidades de éxito. Conviviendo la cosa había cambiado. Cualquier pretexto era válido para apiadarse del otro y dejarlo para otro momento. Total ¿qué podía pasar? El problema es que cuando uno puede hacer algo teóricamente en cualquier momento, inmediatamente deja de hacerlo con frecuencia. Y así fue que de a poco fuimos cogiendo cada vez menos. Sin embargo yo, necesitaba mantener el deseo vivo y fue así que comencé a rodearme de amigas, compañeras y amantes capaces de motivarme constantemente. Ahora “esperaba” estar con ellas y no con Cristina. Cristina se había convertido en mi mucama, o más bien en mi esclava.

Subí al auto y marqué el número de Flavia, una pendeja millonaria que vivía en un tres ambientes en plena Recoleta. La mina estaba peleada con toda su familia, pero no se hacía problemas por nada. Tenía guita en el banco y todos los meses su papi, le depositaba una mensualidad que le permitía no tocar su dinero y hasta podía ahorrar unos cuantos mangos. Flavia iba al mismo gimnasio que yo y nos habíamos conocido en una clase de aeróbic. Tenía 28 años y era una máquina de coger.

- Qué estás haciendo?
- Nada, vení – me ordenó
- Estoy yendo
- Pero es tarde
- Se me complicó un poquito
- Otra vez esa boluda no?
- Fla…
- Qué pasa? Si es una boluda. Sabe que te venís para acá cada vez que podés y sigue rompiéndote las pelotas. Es una boluda o no?
- Un poquito – me reí
- Apurate Pablo, me estoy metiendo en la ducha. Te espero.

Aceleré como un condenado. Qué putas son las minas, pensé. Pensar que Cristina había sido igual. Adónde se había ido aquella Cristina? Adónde se había ido aquel Pablo? Ya no existían. Dejé el auto en la cochera de Flavia y subí. Cuando entré al departamento pude escuchar la ducha y la voz de Flavia cantando. Me desnudé. Ví un plato con varias líneas de cocaína servido en la mesita ratona y me metí una raya. Aleluya. Abrí la puerta del baño ahí estaba bajo la ducha, enjabonada, como una diosa escurridiza. La agarré de las tetas y comencé a besarla.

- Al fin llegaste hijo de puta. Viste lo que te preparé?
- Sí…estuviste cocinando….muy rico todo
- Ya le diste?
- Obvio negra
- No me esperaste, sos un choto
- En todo caso vos tampoco me esperaste a mi

Se rió y me metió la lengua hasta la garganta. Nos estuvimos toqueteando un rato, calentándonos pero los dos sabíamos que ni en pedo nos echaríamos un polvo en la bañadera. Demasiado dura e incómoda. Demasiado agresiva. Nos secamos y en pelotas fuimos hasta el living. Flavia se metió un par de líneas y yo terminé lo que quedaba. Pasamos los dedos por el plato, nos llenamos la boca de merca y nos besamos entumecidos lengueteándonos mutuamente, buscando restos de coca uno en la boca del otro. Fui al baño y cagué rápido. Cuando volví, Flavia estaba cocinando de nuevo.

- Ya está Fla…
- Un poquito más y listo
- Sos tremenda
- A vos también te encanta
- Justamente por eso. Aflojemos
- Vení

Y fui y nos quedamos ahí enroscados frente al plato, cortando líneas de distintos largos y grosores, con dedicación adicta y compulsiva. La merca tiene eso. Aunque trates de evitarlo, si la tenés cerca termina enredándote, acaparando toda la atención. Cuando quisimos acordarnos estábamos tan duros que nos costaba hablar. Serví dos whiskys con hielo para bajar un poco y al minuto tuve que servir dos más. Después nos tiramos en el sillón y pusimos la tele. Flavia quería seguir con la merca pero la frené a pijazos. Si había algo que le gustaba más que la cocaína, eso era la pija. La cogí fuerte, casi con bronca y ella gritó también con fuerza. Y mientras la cogía arrodillado sentí ella agarró un hielo y comenzó a pasármelo por el culo. Al principio sentí un poco de vergüenza pero no dije nada. Menos mal. Cuando finalmente logró meterme el hielo en el agujero conocí una nueva dimensión de placer. A los pocos segundos acabamos juntos, fuera de control. Me paré y fui hasta el baño a buscar una toalla goteando agua por el ojete. Me senté en el inodoro, hice fuerza y largué lo que quedaba del hielito. Hija de puta, pensé.

- Tomá, te llegó un mensaje – me dijo Flavia alcanzándome el teléfono - ¿querés un poquito más?
- No, a mi servime un whiskicito

El mensaje era de Cristina. “Me voy” leí en la pantalla. El estomago se me estremeció.

- Qué te pasa?
- Se va Cristina
- Y? Tan mal te hace? Si es una boluda
- Qué sabés vos?
- Tomá – me alcanzó el whisky

Flavia volvió sobre el plato y yo me quedé ahí tirado tomando lentamente tratando de entender algo de lo que estaba sucediendo. En la televisión estaban pasando una vieja película de John Wayne y me acordé de los Sábados de Súper Acción, de mi niñez en Berazategui y supuse que en esa época nadie me hubiera imaginado en pelotas, con el culo congelado y junto a una millonaria adicta a la cocaína a la que, a esta altura, le daba lo mismo estar conmigo o con un osito de peluche de Taiwán. Me paré y comencé a vestirme.

- Qué puto sos, ya te vas
- Me tengo que ir
- Te vas a ir a buscarla a esa forra no? Hija de puta de mierda
- Flavia, pará un poco…mirá cómo estás. Te está sangrando la nariz.

Le dejé mi pañuelo y me fui. Mientras bajaba me miré en el espejo del ascensor. Estaba cansado, ojeroso y con la barba crecida. ¿Qué estaba haciendo? Cristina me estaba liberando y sin embargo… Llegué al subsuelo y volví a tocar el octavo. A la mierda con Cristina. Era el pasado, un mal habito, una costumbre moribunda.
Abrí la puerta y ví a Flavia cortando unas líneas.

- Haceme dos. Gruesas y largas. Y después la cortamos
- Te quiero mucho

Flavia trabajó unos minutos y me dio paso. Me puse en cuclillas y esnifé las dos líneas, una por cada fosa nasal. Después me dejé caer otra vez en el sillón. Quedaba un poco de whisky así que lo tomé. Flavia terminó lo que quedaba en el plato y se vino conmigo. La película seguía ahí, prácticamente donde la había dejado.

- Qué buena que está esta merca – me dijo
- No empecés. Está buenísima pero basta. Vine a verte y lo único que hicimos fue tomar.
- No fue lo único que hicimos
- Ya sé, pero casi. A ver si entendés, estoy mal, ando raro y con esta mierda dando vueltas me voy a sentir peor
- Por el bajón
- Por el bajón, ya sé que va a ser terrible, me voy a querer tomar hasta el jabón en polvo
- Hagamos un porrito, para ir bajando. Yo también estoy re zarpada. No puedo quedarme quieta.

Fuimos hasta la habitación, nos tiramos en la cama y armé un fasito gordo, para compartir. Encendimos el aire acondicionado y lo fumamos con calma.

- El mes que viene me voy a Europa ¿querés venir?
- No puedo, yo “tengo” que laburar
- Me voy dos meses. Veníte, no seas tonto
- Fla, la gente normal trabaja. Yo sé que es un concepto que no dominás demasiado, pero te juro que es cierto.
- Qué pelotudo que sos! Yo sé lo que es trabajar. Yo trabajé con papá
- Bueno no te calentés. Te estoy molestando.
- Vení, por favor…vos sabés que yo te puedo bancar todo. Yo con vos la paso bien.
- Yo también la paso bien con vos, pero no puedo.
- Pensálo.

El porro nos ayudó a bajar y descansamos un buen rato metidos en la cama, tapados hasta el cuello. Ese aire acondicionado te ponía los pelos de punta. El teléfono nos conectó ferozmente con la realidad. Era Cristina.

- Te mandé un mensaje ¿lo viste?
- Sí
- Y cómo no me llamaste?
- Cortále – dijo Flavia
- Con quién estás? Con esa pendeja, ¿no?
- Cris
- Cómo no me vas a llamar, después del mensaje que te mandé? Cómo podés ser tan frío?
- Cris, ¿para qué me mandaste el mensaje? ¿para que te llamara o para avisarme que te ibas?
- Por las dos cosas!
- Bueno, ¿dónde estás?
- En casa
- En “tu” casa?
- No. No dije en “mi” casa. Dije en casa.
- Yo no entiendo más nada
- No puedo irme así nomás. Vos sabés que no puedo. Tenemos que hablar…
- Hace meses que venimos hablando..
- Jajajajaja, es una boluda – dijo Flavia
- ¿Qué dijo?
- Nada
- Que soy una boluda
- No dijo nada
- Yo la escuché
- Y si la escuchaste ¿para qué preguntas?
- Boluda! Te dije boluda!
- Pará Flavia!
- Boluda!
- Pará!
- ….
- Cris?....Cris?
- ….
- Sos una estúpida. Cortó
- Qué hacés?
- Me voy Flavia, me voy. La mina está mal y vos la bardeás como un animal. Al pedo
- No tenés que ir
- Tengo que ir, me siento para el orto.

Antes de llegar a casa compré un par de cervezas heladas. A Cris le gustaba la cerveza. A pesar de que el departamento estaba en penumbras, pude verla acurrucada en el sillón del living. Me acerqué y me senté junto a ella. Al lado del sillón había dos bolsos con algunas de sus cosas.

- Cris trae cervecita ¿querés?
- Sí – dijo sin levantar la cabeza
- Mirame Cris
- No. Estoy desfigurada. Estuve llorando desde que te fuiste.
- No vale la pena Cris. Mirá lo que somos. Somos un desastre.
- Yo te quiero
- Yo también te quiero, pero no alcanza
- Tiene que alcanzar
- No. Seguramente nos vamos a querer toda la vida, pero eso no quiere decir que podamos estar juntos.

Levantó la cabeza y me miró. Estaba desfigurada. Hinchada. Colorada. La besé y fui hasta la cocina a buscar un par de vasos y el destapador. Volví, serví la cerveza y le alcancé un vaso a Cristina. Tomó un buen sorbo. Lo necesitaba. Después se dejó caer sobre mi hombro y apoyó su mano en mi pierna.

- Yo ya no sé vivir sin vos Pablo. No puedo irme
- Cris, si no te vas vos me voy a tener que ir yo
- Pablo por favor, no me dejes. Todas las parejas pasan por este tipo de cosas. Todo el mundo tiene crisis.
- Es que yo no quiero crisis, negra. Quiero pasarla bien. Hacer lo que se me dé la gana sin dar explicaciones
- No podés vivir así
- Sí que puedo. Y no solo puedo. Quiero vivir así. No me interesa que puedan pensar que soy un desastre o un inmaduro. Me chupa un huevo. No quiero casarme, no quiero hijos, no quiero demasiadas responsabilidades en el laburo, no quiero estar todo el tiempo con una misma persona. No quiero nada de todo eso que seguramente querés vos.
- Pero qué tiene de malo amar a alguien y querer formar una familia? Tener un proyecto en común
- No tiene nada de malo y probablemente el anormal sea yo. Pero esta anormalidad me encanta. Me da libertad.
- No te entiendo
- Ya lo sé. Somos incompatibles.
- Hoy me dijiste que éramos egoístas. Acá el egoísta sos vos.
- No tengas dudas. Yo soy egoísta porque quiero todo para mí. Pero vos también sos egoísta porque me querés todo para vos. Y eso no puede ser.
- Vos la querés a esa pendeja?
- Me la paso por el culo Cristina. Por el medio del culo.

Después no dijimos nada más. Los dos estábamos cansados. Ella de llorar y de pedir explicaciones y yo de verla llorar y de dar explicaciones. Se lavó la cara y la ayudé con los bolsos. Quedamos en que durante la semana volvería a buscar el resto de sus cosas. Paramos un taxi y se fue. Antes de volver a mi departamento me quedé mirando como se alejaba el auto durante unos segundos. Cristina finalmente se había ido. Me duché y me tiré en la cama. No quería saber más nada de nadie. El teléfono sonó un par de veces pero no atendí. Era Flavia. Seguramente seguía enroscada en el plato, caminando de un lado al otro y hablando sola, construyendo cada vez líneas más finas y cortas, raspando con más fuerza el papel, pasándose los dedos por la encía y tratando de detener la hemorragia de su nariz inútilmente.

De alguna manera tenía que encontrarle la vuelta a ese viaje a Europa. Decidí dormir, descansar y volver sobre el tema al otro día. Pero en ese momento puse mi cerebro en off.

jueves, 4 de octubre de 2007

“I can feel it coming in the air tonite….”

Marta tenía las mejores piernas de la división. Y sin dudas las mejores tetas. Yo prefería sus tetas a sus piernas, pero ella mostraba más sus piernas. Las camisas blancas del uniforme, siempre estaban a punto de reventar para dar paso a un acto de exhibicionismo involuntario, sin embargo, aquellos pequeños botones, aunque cansados y abrumados por la presión, nunca fallaron en su tarea contenedora.

Conocimos a Marta cuando, quién sabe porqué motivo, en tercer año la pasaron a nuestro curso, y como era de esperar, inmediatamente todos comenzamos a revolotear a su alrededor. Marta tenía mejor sentido del humor que cualquiera de nuestras “viejas” compañeras, y daba la impresión de no temerle a nada. Ni siquiera al sexo. Y eso, a mediados de los 80 era algo atípico y maravilloso.

Llevaba el pelo corto y a pesar de no ser muy bonita, su aspecto era interesante, inquietante y hasta abrumador. Marta era una mina de contacto. No dudaba en agarrarte la mano, en abrazarte, en darte un masaje o en besarte tiernamente la mejilla por alguna razón que ella considerara valedera. Marta prefería siempre estar rodeada de hombres y los hombres preferían siempre rodear a Marta.

Por aquel entonces yo estaba saliendo con Irene, una petisa fuertona que cursaba primer año, también en el Pellegrini. Irene estaba buenísima. Buen culo y unas tetas hermosas, no muy grandes pero perfectas, producto de alguna matriz divina reservada solo para unas pocas privilegiadas. Irene sabía que yo era hambre para mañana y conocía mi reputación con las mujeres a través de una amiga en común que en su momento nos había presentado, pero igualmente no podía evitar adorarme en forma incondicional. Después de todo, yo era su primer amor y eso me hacía correr con cierta ventaja.

Nos habíamos puesto de novios un nueve de enero en Mar del Plata mientras escuchábamos “In the air tonight” de Phil Collins, que, como no podía ser de otra manera, terminó transformándose en nuestra canción. A los pocos días ella tuvo que volver a Buenos Aires y durante el siguiente mes y medio sólo nos mantuvimos en contacto por cartas. Volvimos a encontrarnos en Marzo y a los pocos días su padre falleció repentinamente en frente suyo en manos de un aneurisma asesino. Atravesar ese episodio juntos siendo tan chicos puso a nuestra relación en un nivel desconocido para la mayoría de las personas de nuestra edad. Irene fue la primera persona que quise, fuera de mi familia, en mi vida.

Marta y yo no tardamos en hacernos amigos y compinches. A los dos nos gustaba reírnos y tomarle el pelo a la gente y podíamos pasar horas hablando de música, cine o teatro. Estaba claro que si alguien tenía alguna posibilidad con ella, ese era yo.

La primera vez que Marta e Irene se cruzaron fue en una fiesta del Pellerock. Yo estaba con Irene pero eso a Marta no le importaba, y cada vez que podía, o quería, se me acercaba para hacerme algún chiste o directamente para hacerme cosquillas...

- ¿Qué le pasa a esta boluda? – me decía Irene

- Nada petisa, quedáte tranquila – le decía yo


- Es una puta

“Dios te oiga”, pensaba yo.

Para pasar mejor la noche, habíamos llevado varias petacas de whisky y con un par de amigos terminamos muy borrachos, vomitando en la vereda. Y mientras Irene lloraba asustada, Marta me sostenía la cabeza, bajo un diluvio sacado de una película de cine catástrofe. La gente corría desesperada escapándole al agua y como pude metí a Irene en un taxi para no escucharla más. Marta se quedó conmigo bajo la lluvia, en silencio, sosteniéndome la cabeza hasta el amanecer.

- Esa hija de puta te quiere coger – fue lo primero que escuché decirle a Irene después de aquella noche.

- Y qué querés que haga?

- Vos estás conmigo

- Pero vos no querés que nos acostemos

- No es que no quiera, tengo miedo.

Y era comprensible. Pero gracias al efecto marta, Irene empezó de a poco a desprenderse de sus miedos.
Entonces cada vez que estábamos solos en casa, nos metíamos en mi cama casi en pelotas. Ella en corpiño y bombacha y yo en calzones. ¡Qué piel tenía la petisa! Suave, virgen, jamás tocada, una fantasía hecha realidad. Y ahí nos quedábamos besándonos, acariciándonos, explorándonos con intriga y ansiedad. Disfrutaba levantándole el corpiño y sentir la tibieza de sus perfectas tetitas en mi pecho. Ella entonces empezaba a frotarlos con fuerza sobre mi sabiendo el placer que me causaba. Sus pezones se ponían duros como dos diamantes perfectos y filosos y era imposible no besarlos y morderlos y acariciarlos en éxtasis. Irene gozaba tanto como yo y la idea de estar solos en casa comenzó a obsesionarla. De pronto, cada vez que nos veíamos me preguntaba: “Podemos ir a tu casa?”.

Y generalmente podíamos. Mis viejos casi nunca estaban y cuando andaban por ahí, no demostraban demasiado interés en lo que sucedía en mi habitación. Irene se puso cada vez más atrevida y si bien no entregaba el rosquete, se las arreglaba para generar una previa interminable y extremadamente placentera. A la petisa le encantaba meterse en la cama a franelear por horas y ella solita, un día, llevó mi mano a su conchita reluciente. Mientras la pajeaba ella se deshacía en unos extraños gemidos agudos “uff, uff”. Ni “ay”, ni “ah”, ni un carajo…lo de ella era el “uff, uff”.
Como era de esperar, no tardé en meterle lengua. El flujo de Irene, resultó con los años, ser el más sabroso de todos los que probé. Me gustaría poder describirlo con exactitud. A ver. No era totalmente ácido. Era más bien agrio y su consistencia era absolutamente líquida, no como otros que pueden ser más densos y hasta espumosos. Un líquido transparente y perfecto que podías tragar como un vaso de agua cristalina. Y lo más interesante do todo era su olor, que no era un “olor”, sino un perfecto aroma a Irene. Aquel flujo olía a Irene. Me refiero a su piel. Era como oler su estómago o su espalda. No había nada violento, agresivo o pesado en él. Trabajar por ahí abajo daba verdadero gusto.

Irene aprendió rápido y al cabo de unos cuantos encuentros terminó siendo una obrera dedicada y responsable. Se ponía boca abajo y me pedía que bombeara sobre su culo duro y adolescente. La excitaba sentirme rígido e inquieto como un taladro y hacía que la abrazara tomándola de las tetas y que la ayudara a girar el torso para poder besarme. Y cuando sentía que estaba a punto, en un movimiento rápido se daba vuelta y comenzaba a pajearme con sus pequeñas manos. Siempre me pedía que le acabase sobre el vientre para después abrazarme y revolcarnos en el semen tibio y pegajoso. Me acuerdo y se me para.

Pero hasta ahí llegaba Irene. Y yo me quería matar porque vivía esperando el día que nunca terminaba de llegar. Pero, por otro lado, estaba tranquilo porque estaba seguro de que con Marta todo sería más sencillo. De a poco fui llevando nuestras carcajadas a charlas más serenas e íntimas. Le confesé que mi relación con Irene no estaba pasando por un buen momento…

- Pero si están siempre juntos – me decía ella

- Si, pero andamos mal…- le contestaba yo, sin saber muy bien qué decir

Entonces mis días transcurrían entre los encuentros con Irene y las mentiras que intentaba meterle en la cabeza a Marta. Y cuando no estaba con una, estaba con la otra. Y cuando no me estaba revolcando con la petisa, me estaba pajeando con la tetona. Pocas veces en mi vida me sentí tan débil. Me costaba arrancar el día temprano, estaba flaco y muy ojeroso. Un domingo por la tarde me senté a ver la tele con mi viejo y sin que lo esperara él me sacó el tema:

- ¿Qué vas a hacer con estas dos pibas?

- Espero que de todo y con las dos.

- Por lo que yo veo vas bien con una y mal con la otra. Tenés que organizarte.

- Pero no puedo. Irene está todo el día encima mío. No me deja en paz.

- Mentile. Decile que el fin de semana que viene tenés algo que hacer con nosotros y listo. Salís con la otra y ves qué pasa.

- Qué se yo!

- Mirá, es ridículo que te estés preocupando. Estas dos pendejas no son nada en tu vida. No te prives de hacer lo que tenés que hacer. Las cosas las tenés que vivir ahora, porque el que no las vive de soltero las quiere vivir de casado, y esos siempre terminan siendo pobres tipos. Haceme caso. El quilombo hacelo ahora que podés, porque después todo se complica demasiado.

Así que tomé coraje y al otro día antes de salir al recreo tomé a Marta del brazo y la invité a salir.

- El sábado Soda presenta Nada Personal en la Esquina del Sol ¿querés venir?

- Estaría buenísimo, pero no vamos a conseguir entradas

- Yo consigo

Soda Stereo no era lo que yo lo prefería escuchar pero sabía que a Marta le fascinaban, y por otro lado, conocía al encargado de La Esquina del Sol, con lo cuál tenía la entrada asegurada. Durante el resto de la semana no pude pensar en otra cosa que no fuera en Marta y para fogonear la idea de mi crisis de pareja, me mantuve lo más distante que pude de Irene.

- Qué te pasa? – me preguntó al fin

- Nada, estoy embolado porque el sábado me tengo que ir a Quilmes a ver a mi tía y tenía ganas de que fuéramos al cine.

- No importa, vamos el domingo ¿dale?

- Ok – qué linda que era Irene. Tan chiquita.

- ¿Hay alguien en tu casa? ¿podemos ir un ratito?

La petisa no me daba tregua. Era como si quisiese mantenerme descargado todo el tiempo.



Fui caminando hasta la casa de Marta y de ahí tomamos un taxi. Marta sabía que yo estaba de trampa y por primera vez la noté impaciente, nerviosa. No importaba, mientras no se le desinflaran las tetas por mí podía morirse. La miré y pensé “grande Martita, te viniste en camisa”. No hay dudas al respecto: no hay nada más excitante que abrirle la camisa a una mujer con buenas gomas. Ir descubriendo de a poco todo lo que Dios nos puso en el camino, es algo divino. Rozar casualmente los pechos que suben y bajan al ritmo acelerado de la respiración equivale a ser testigos de un milagro. Abrazarlas con la camisa abierta y desabrochar el corpiño, bueno, hay que vivirlo para saber a qué me refiero. Todo lo demás que pueda ofrecer una mujer tetona, es la yapa. Realmente me cuesta describir lo inútiles que resultan las mujeres chatas. No hay imaginación en el mundo capaz de suplantar la magia de dos buenas tetas turgentes.

Cuando llegamos al lugar la tomé de la mano con firmeza y encaré al tipo de la puerta que tenía una lista en la mano:

- Luis Sucasas – le dije

El tipo miró la lista y me dijo “pasen”.

Amén hermanos. Las puertas del Cielo se abrieron ante nosotros y aunque lo intentó, María Magdalena, no pudo evitar su sorpresa y admiración ante mí. El resto de los estúpidos mortales agolpados frente a la otra entrada debieron reprimir su instinto asesino, aunque no lograron esconder su envidia y resentimiento.

Por aquel entonces Soda no era taaaannnnn tremendamente cool como lo son ahora, pero ya sabían cómo hacer las cosas. Televisores cono imágenes aleatorias tirados por ahí, música de fondo que ibas a escuchar por la radio meses después, un par de promotoras repartiendo alguna boludez y mucho famoso suelto. Oscar Moro, Calamaro, Nito Mestre, Fito y Fabi, en fin, todos.

Fuimos a la barra, pedimos unas cervezas y nos quedamos por ahí dando vueltas, mirando todo sin poder creer dónde estábamos. Marta estaba entregada y cada vez que podía me agarraba la mano o me hablaba al oído rozándome la oreja con su boca carnosa. Tenerla cerca, tan cerca era algo imposible de tolerar. Y en uno de sus acercamientos la tomé de la cintura y nos besamos. Un beso, beso, ni un pico ni una mierda, un beso. Húmedo, desprolijo, violento, voraz, lenguetero. Teníamos que demostrarnos que sabíamos de qué se trataba.

Cuando empezó el recital me apoyé en la pared y Marta se apoyó sobre mi, obligándome a rodearla con mis brazos por la cintura. Las canciones estaban buenas y todos bailaban y aplaudían, pero nosotros no podíamos desprendernos. Más me excitaba yo, más presión hacía ella. Y a medida que pasaban los temas Marta movía su culito al compás de la música, en un juego sexual, rítmico y primitivo. Después de la última canción se dio vuelta y volvió a besarme. La apreté contra mi para que me sintiera bien duro.

- Vamos – me dijo

Tomamos un taxi hasta su casa y cuando nos bajamos yo pensé que me moría. Estaba que me explotaban las pelotas. Me latían y dolían como si me las hubiera aplastado un elefante. En la puerta del edificio volví a besarla y me quedé esperando que abriera la puerta.

- Luis, no vas a subir

- ¿Cómo?

- Está mi mamá

- Bueno, no importa, vamos a casa. Mis viejos no están, es acá nomás.

- No, no, pará. No pasa por ahí. Vos y yo podemos vernos, salir, estar como hoy, pero nada más.

- Pero, ¿porqué?

- Porque sos un pendejo que lo único que busca es ponerla. Sos un pendejo divino y me encantás, pero sos muy pendejo. Me hubiera gustado conocerte dentro de algunos años, agarrarte más calmado y no tan alzado… ¿qué se yo? Dejemos que pase el tiempo…veamos qué pasa.

- Marta

Me besó, abrió la puerta y desapareció. Suspiré, encendí un cigarrillo y empecé a caminar. La noche estaba tremenda, viva, una noche de mediados de los ´80 repleta de adrenalina y gente irrepetible. Se había terminado el miedo y todos creíamos que éramos protagonistas de una época especial. La gente había vuelto a creer en la felicidad y el sexo revoloteaba cada esquina. Hombres y mujeres. Mujeres y hombres. Sexo. Sexo sin amor, ni culpas. Sabía que aún era chico para vivir lo mejor que ofrecía ese momento la Argentina pero no quería dejar de intentar conseguir al menos una porción de magia para mi. Tenía que pensar en algo. Y tenía que hacerlo rápido. Caminé y pensé.

Cuando llegué a casa me senté en el videt y me mojé las pelotas endurecidas y frustradas. Después, cuando estuvieron más fresquitas me la agarré con tristeza y empecé a pajearme pensando en Marta y extrañando a Irene. El domingo la llamé y cambié los planes. A la mierda con el cine. “Venite ya mismo a casa”, le dije y ella obviamente aceptó. Y mientras la esperaba busqué el vinilo Face Value de Phil Colins y lo puse en la bandeja. Cuando sonó el timbre dejé caer la púa en el tema uno del lado uno convencido de que aquella tarde, finalmente, iba a ser una tarde muy especial.

“I can feel it coming in the air tonite….”


Fin

domingo, 2 de septiembre de 2007

JUEGOS

JUEGOS

Verónica resultó ser una buena compañera. Venía a casa de vez en cuando, comíamos algo y nos metíamos en la cama. Generalmente fumábamos un poco y recién después nos echábamos un polvo. Verónica sabía hacer las cosas. No me había equivocado al conocerla. Como no tenía tetas se desvivía por dar placer de cualquier manera para subsanar su falta. Era de ese tipo de minas que uno suele calificar como “muy putas”. No le decía que no a nada y lo mejor de todo era que proponía cosas. Tenía una batería de juguetes sorprendentes, que yo ni siquiera conocía, y que siempre traía con ella. Algunos estaban muy usados, gastados y a Verónica, no sé porqué, le gustaba compartir conmigo sus “recuerdos”.

- Este me lo regaló Pablo – me dijo un día mostrándome un artefacto diminuto
- ¿Qué mierda es eso?
- Mirá – me dijo – Esto yo me lo engancho en el clítoris y vos con este control remoto lo activás.
- Me estás jodiendo.
- NO! A Pablo le encantaba y a mi también. Lo usábamos siempre, pobrecito, mirá como está. Una noche fuimos a comer afuera y pedimos vino. Cenamos, tomamos una botella y nada. Yo pensaba, éste se olvidó. Pedimos otra botella de vino y ahí empezó la cosa. Cada vez que me metía la copa en la boca, apretaba el control remoto. Sumale a eso el efecto del vino. Para qué! Me volví loca. Así que cuando salimos yo estaba toda, pero toda mojada, era un charco y de tanto jadeo se ve que me descompuse, me bajó la presión y ni bien llegamos a casa me desmayé.
- Pero qué tiene esa cosita?
- Pará! No lo vas a creer. Cuando me desperté, lo tenía a Pablo encima mío, dale que dale.
- Te la puso cuando estabas desmayada?
- Tal cuál!
- Un enfermito.
- No, fue bárbaro, creo que esa noche entre el pituto este y Pablito habré acabado cien veces.
- Ponételo – le propuse
- Ahora me lo pongo, pero vamos a hacer algo. Un juego, una fantasía que siempre tuve.
- Lo que vos quieras – le dije mientras me ponía en pelotas.
- Me vas a matar
- ¿Cómo?
- Vamos a hacer de cuenta que me matás. Qué me disparás.
- Que te disparo?
- Sí. Vos sos un mafioso que venís a buscar unas fotos que me encargaste y nos ponemos a coger, y mientras cogemos hablamos de las fotos. Me las pedís, yo te pido el dinero, vos me lo das y cuando yo te doy las fotos, vos me matás.
- No entiendo
- Claro, me matás, pero en vez de dispararme, apretás el control remoto
- Ah…
- Dale.
- Dale.

Me metí en la cama y me la quedé mirando mientras se desvestía y se enganchaba el cosifai ese en la concha. Después buscó en el cajón y sacó una de sus bombachitas mínimas.

- No quiero que me saques la bombacha
- Puedo soportarlo, no te hagás problema. ¿fumamos un poquito?
- Hoy no. Quiero disfrutar esto sin nada en la cabeza.

Guardé el porrito y me quedé ahí tirado.

- Andá a lavarte los dientes – me ordenó

Siempre rompía los huevos con eso de los dientes, era una especie de manía que no podía combatir, así que fui hasta el baño y me los lavé mirándome al espejo. No pude evitar reírme de toda la situación. “¿qué me habrá visto esta mina?”, pensé. Podía estar con un millón de tipos mejores que yo, y sin embargo ahí estaba, anclada en un dos ambientes contrafrente con un looser total, profesor de geografía, alcohólico y resignado, a punto de ser “asesinada”. Me tiré un pedo.

- Te escuché! ¿es necesario que hagas eso constantemente?
- No sé si es necesario, pero es natural, y sumamente placentero. Si no me los tiro me hacen doler el pecho y pienso que está por dar un ataque al corazón. Además ¿vos no te tirás pedos?
- Alguna vez me escuchaste?
- Tampoco te ví cagar nunca y estoy seguro que…
- Pará! Estamos a punto de hacer el amor, no podemos estar hablando de esto.

Cerré la boca y aproveché para hacerme unos cuantos buches. Qué mierda me venía con eso de “Hacer el amor”. Coger sonaba mucho mejor. Y hecharse un polvo, ni hablar. Era sublime.
Me pregunté a quién se le había ocurrido semejante sinónimo y llegué a dos conclusiones posibles: a un puto o a una mina.

Nos metimos en la cama y me pasó el control remoto. Lo dejé entre las sábanas y me le tiré encima, besándola y acariciándola. Cuánta falta me hacían un buen par de tetas. Cuando le fui a poner una mano ahí abajo me paró en seco.

- Despacito a ver si se sale
- Qué se va a salir si todavía no te la puse – me reí
- No seas idiota Luis!
- Bueno, perdoná

Con suma delicadeza llegué a destino metiendo la mano por el costado de la bombacha. Algo incómodo, pero efectivo de todas formas. Sentí el pituto y empecé a masajearla con cuidado, para que no se saliera.
Nunca en mi vida había conocido a una mina que se mojara con tanta rapidez. Era increíble. Apenas le metías el dedo, podías sentirla húmeda como una esponja y más le dabas, más se mojaba. En lugar del perro de Pablov, esta era la cotorra de Verónica.
Y mientras la tocaba le gustaba ponerse de costado para refregar su culo contra mi cuerpo. El culo de Verónica señoras y señores, era algo maravilloso. Algo de otro planeta. Grande, redondo, duro. Y al menos una vez por semana me obligaba a visitarlo como una viciosa.

Después de acabar por primera vez se puso boca arriba y se la metí. Y mientras yo bombeaba ella sostenía el pituto con dos dedos. Estuve tentado en agarrar el control remoto y darle una descarga, pero me contuve. Acabó otra vez y me dijo “empecemos”.

Así que me puse en personaje y decidí seguirle el juego. No voy a negar que la idea me calentaba y mucho. ¿Cuántas son las veces que un hombre dice “yo a esta la mato”? Pues bien, en cierta forma yo estaba a punto de pasar del dicho al hecho. Me di cuenta de que Verónica estaba muy compenetrada con el asunto y eso la hacía ver más deseable, era como estar de repente, con otra mujer. Se puso de costado enfrentándome. Los dos estábamos enganchados, casi sentados, apoyados contra el respaldo de la cama.

- Qué rápido viniste – dijo la fotógrafa
- Tenía que verte
- Me imagino, sos un interesado
- Te amo – le dije
- No mientas
- No miento, te amo

La fotógrafa me miró y me besó mordiéndome los labios. Yo sentía que estaba por acabar, así que paré de moverme y ella sonrió.

- Qué me trajiste? – preguntó
- Ya sabés
- Dámelo
- No, primero las fotos
- Ves que sos un interesado
- Vos también, dame las fotos
- Ya sabés adonde están
- Me encanta que seas previsible, te voy a extrañar mucho
- Porqué?
- Porque ya viste demasiado

Y ahí nomás apreté el control remoto. Verónica abrió los ojos y se arqueó como si le hubiesen pegado un tiro en la espalda. Gimió diciendo “no, no, que hiciste”. Así que volví a apretar el botón y ella volvió a gemir tirándose arriba mío, agonizando. El efecto de aquel juego fue grandioso. Nunca en mi vida había eyaculado con tanta fuerza. Fue literalmente como inyectarle un “disparo” de leche tibia, mientras nos retorcíamos de placer. Apreté el botón dos veces más en cortos intervalos y Verónica pegó dos suaves grititos encima de mi pecho. Nos quedamos recostados unos minutos envueltos en sudor, flujo y semen.

- Qué te pareció? – me preguntó
- No sé qué decirte. No creo que pueda volver a coger sin hacer esto.
- Es genial viste?
- Ya lo habías hecho? – le pregunté
- Nunca me había animado a pedírselo a nadie. Mil veces me masturbé pensando en algo así, pero nunca lo había hecho antes.
- Y porqué conmigo?
- Porque vos no tenés escrúpulos. Todo te importa una mierda. Serías un pésimo marido, pero estar con vos me divierte mucho.
- Gracias.
- Qué sentiste?
- Poder – le dije – Fumemos – propuse

Y fumamos.

- Otro día lo quiero hacer con un cuchillo – me dijo
- Ok
- Hay una casa de chascos en una galería sobre Corrientes en donde venden unos cuchillos de plástico con la punta rebatible. Tenemos que ir a comprar un par.
- Ok
- Y tenemos que ir imaginando distintas situaciones. O sea, no siempre tengo que ser una fotógrafa. Tenemos que anotar todo en algún cuaderno.
- Ok

“Lindo diario”, pensé. En lugar de escribir mis memorias iba a dejarle a la humanidad un decálogo de perversiones asesino-pornográficas. Un buen legado. Al fin y al cabo con el correr de los siglos quizás terminara transformándose en una especie de Kamasutra del futuro. No había dudas de que iba a ser algo digno de leer y muy, pero muy divertido.
El tema de los roles nunca me había interesado hasta ese momento, pero sabía que Verónica había despertado algo nuevo en mí. El poder de la imaginación. Yo era más bien del tipo que se subía a la montura y cabalgaba hasta acabar sin muchas vueltas. Un disfrute simplemente fisiológico. Pero ahora había conocido otra clase de placer, otra categoría. Un placer sicológico, más profundo e intenso. Sabía que la cosa no había durado mucho, pero después de todo había sido nuestro bautismo de fuego. Los juegos podían ser más complejos, perversos y largos. El hecho de estar pendientes a un determinado estímulo para recién después acabar, abría un sinfín de posibilidades a la hora de contener y prolongar el orgasmo. Me entusiasme.

- A mí me gustaría ahorcarte – le dije
- Ya quisiste hacerlo en lo de Silvia... – sonrió
- Eso fue otra cosa. Hablo de ahorcarte mientras cogemos
- Ya lo sé, Luis. Hagámoslo. No tengo ningún problema. Aprovechemos a hacer todo lo que tengamos ganas de hacer, porque un día nos vamos a despertar y ese va a ser el último día de nuestras vidas.
- Qué?
- Nada, Luis. Que hay que coger mucho
- Ah! Estoy de acuerdo.

Así que al otro día me fui a caminar por Corrientes. Verónica me había dicho que la galería quedaba en algún lugar de la mano derecha yendo de la 9 de Julio hacia el bajo. A decir verdad no me costó mucho encontrar el lugar. En la entrada de la galería había un cartel gigante que decía CHASCOS – MAGIA. Me paré frente a la vidriera y me quedé mirando. Había tres clases de cuchillos. Uno chico, otro mediano y uno más grande. Traté de decidir cuál llevar, pero si no los sostenía en la mano iba a ser imposible saber cual era el más cómodo. Entré y me hice el boludo hasta que quedamos solo el vendedor y yo en el local.

- Disculpame, viste esos cuchillos que tenés en la vidriera. Me gustaría probarlos a ver cuál llevo.
Sin decir nada el tipo se dio vuelta, abrió un cajón y sacó tres cuchillos iguales a los del exhibidor.

- Los podés sacar de las bolsitas. Quiero ver cómo se sienten. – toda la situación me resultaba vergonzosa.
- No hay problema.

Abrió las tres bolsas, y me fue pasando los cuchillos. El más chico era incómodo. Tenía el mango demasiado fijo y no era fácil ni práctico para sostener. El mediano calzaba a la perfección. Y el grandote si bien era cómodo, era ridículamente grande, como el cuchillo de Rambo.

- Sos mago? – me preguntó el tipo.
- Qué? No, no, nada que ver
- Ah. Y para qué lo necesitás?
- Eh...no es eh...para eh...estamos filmando un eh...un corto y bueno hay una escena en donde un tipo apuñala a una mina, y bueno eso.
- Mirá si es para eso, este es el cuchillo que tenés que llevar – me dijo señalando el de Rambo.
- Pero es muy grande...
- Sí, pero mirá.

Lo agarró, y abrió una tapita en la base del cuchillo.

- Ves, esto se abre y en este tubito le metés sangre falsa. Y cuando la hoja se rebate, brota la sangre. Es muy realista

Tuve una erección. De mediana intensidad, pero notoria. Compré el cuchillo y diez tubitos de sangre artificial. El tipo me explicó que después de usarlo había que ponerlo en remojo durante al menos media hora y no sé cuantas cosas más, pero no le presté mucha atención.

Cuando Verónica llegó esa noche y vio el cuchillo sobre la mesa, me abrazó y me besó con entusiasmo adolescente. “Sos un genio, sos un genio” repetía. Nos sentamos en la mesita de la cocina y preparamos el arma con extremo cuidado. Antes de meternos en la cama decidimos probarla. Clavé la cosa en mi mano y un chorro de sangre saltó del cuchillo tiñendo instantáneamente mi piel de un rojo pesado y viscoso. Era muy real. Tuve otra erección y Verónica juró haberse mojado.

- A qué jugamos hoy? – le pregunté
- Yo soy tu amante y nos encontramos en tu casa de la playa. Me hacés ir engañada, haciéndome creer que abandonaste a tu mujer, pero en realidad me hacés ir para matarme.
- Sos una hija de puta. ¿Cómo se te ocurren esas cosas?

Nos desvestimos y nos metimos en la cama. La previa fue corta esta vez. Los dos estábamos ansiosos por probar nuestro nuevo juguete. No era para menos, era el primer juguete propio de “la pareja”.
- Cómo fue que le dijiste? – preguntó mi amante
- Hablé, nada más, no importa.
- No me estás mintiendo?
- Shhh. No digas pavadas

Otra vez estábamos enganchados, prácticamente sentados uno frente al otro. Sin dudas era la postura más cómoda y dramática para ese tipo de situaciones.

- Vamos adentro – propuso mi amante
- Acá estamos bien, relajate
- Pero nos pueden ver – dijo preocupada
- De hecho ya nos están viedo
- Qué decís, si no hay nadie.
- Mirá esa lancha – le dije

Mi amante se dio vuelta.

- Ay, está re lejos, no pueden vernos
- Pero están ahí por algo. Vienen a buscarte
- Qué?
- Que vienen a buscarte – le dije mirándola a los ojos con una frialdad que hasta me asustó a mi.

Después le clavé el puñal en el medio del estómago. Un borbotón de sangre la slapicó. El efecto era demasiado real. Verónica me miró en un éxtasis único y gritó “ay Luis por favor, dále, dale, vení, vení”. La apuñalé de nuevo y acabé tibio y violento dentro de ella, que seguía gimiendo en una agonía fantástica tratando de sacar el puñal de su vientre, como una verdadera moribunda.

- Luis, por Dios! No lo puedo creer – me dijo. Nunca me sentí así, nunca, jamás.
- Yo tampoco. Te juro que si pudiera te la metería de nuevo y te apuñalaría hasta mañana.
- Vamos a bañarnos y a dormir un poco.

Nos bañamos jugueteando bajo la ducha, acariciándonos, mientras nos quitábamos la sangre de encima. Salía fácil con agua y jabón. Después metimos el cuchillo en remojo, comimos algo y nos fuimos a dormir.

- A qué hora pongo el despertador – me preguntó
- A las cuatro te parece bien? Así descansamos un poco.
- Está bien, pero nos bañamos de nuevo y nos lavamos los dientes.
- Dormí Vero, quedate tranquila.

Puso el reloj en hora, y apagó la luz.


FIN

sábado, 25 de agosto de 2007

GATITOS

Levantó el cinturón y me pegó justo en la espalda mientras yo trataba de escaparme. Me tenía harto. Estaba loca y lo único que podía hacer era gritar y estar nerviosa todos los días. Cualquier motivo, hasta el más mínimo, era suficiente para llevarla a un estado de alteración incomprensible. Sus ojos siempre estaban bien abiertos como dos luminarias, intentando detectar la falla, el error, la culpa, la excusa para ir por aquel cinturón.

Intenté abrir la puerta pero estaba inflada de humedad y se trabó. Volvió a darme con todo lo que tenía. Era fuerte. Pegué un tirón y la puerta se abrió. Salí al jardín y me quedé parado, enfrentándola como a un toro desbocado. La espalda me dolía y me costaba respirar por la agitación.

- Vení para acá. No te vas a escapar.
- Chupame un huevo hija de puta.
- A mi no me vas a hablar así, soy tu madre.
- Chupame un huevo – volví a decirle y salí corriendo para la calle.

Marcelo estaba sentado en la esquina tratando de sacar un pedazo de brea para masticar. Me miró sabiendo lo que estaba pasando y se rió.

- Qué te reís boludo!
- Qué te pasa gil?

Me senté a su lado y me recosté sobre mis brazos respirando hondo tratando de recuperar la calma.

- Te juro que la voy a matar.
- Te dio con el cinto.
- Sí, es una hija de puta.
- Querés? – me convidó brea
- Salí con eso!

Nos quedamos en silencio bajo el sol abrasador de enero, sin nada que hacer, sin poder hacer nada. Cada tanto pasaba algún auto, pero nada más. La mayoría de los chicos estaban de vacaciones o se habían ido a sus clubes, pero nosotros no teníamos ni vacaciones, ni club. Eramos dos pobres infelices sin opciones, sin alternativas, anclados en el cemento.

- Vamos para el río – le dije.
- No tengo ganas de pescar
- Yo tampoco, pero no puedo ir a mi casa. Si vuelvo ahora me mata
- Qué hiciste?
- Nada
- Decime
- Vamos al río
- Pero decíme qué hiciste
- No hice nada. Me encontró los puchos
- No los trajiste?
- Vos sos boludo? Cómo voy a traerlos si los tiene ella? Vamos.

Nos pusimos a caminar lentamente buscando la sombra. Las cuadras tenían kilómetros y las chicharras parecían ser lo único vivo a nuestro alrededor. Ni siquiera los pájaros se animaban a volar con ese calor.

- ¿Es verdad que te vas a ir del colegio en la secundaria? – preguntó Marcelo
- Sí, me quieren mandar a Buenos Aires
- Y?
- Y nada, voy a dar mal el ingreso y a la mierda. Se la van a tener que aguantar. Yo de acá no me voy. Vení – le dije

Me siguió hasta la medianera de Laurita y nos asomamos. Estaban todos metidos en la Pelopincho que había pedido Laurita para Navidad. Yo también había pedido una. Todos los chicos lo habían hecho, pero se la habían regalado sólo a Laurita. Nos quedamos mirando un rato. Se reían y se salpicaban mientras el perro ladraba queriendo meterse también. La mamá de Laurita estaba en bikini, divina, alta y robusta, con todo lo que una mujer tiene que tener, pero con un poquito más de cada cosa. Era una mujer que había venido con yapa. Nos bajamos y seguimos caminando.

- La viste a la mamá de Laurita? – le pregunté a Marcelo
- Sííííí
- El otro día me hice una paja pensando en ella. Que la besaba y le tocaba las tetas.
- Yo también, yo también! Como mil veces me hice la paja con ella.
- Y Laurita está linda…
- Te gusta?
- Está linda, no dije que me guste.
- Te gusta! Qué boludo! Como si te fuese a dar pelota! Keko y Laurita! – me cargó

Lo empujé y patié una lata de atún. Marcelo corrió y me la volvió a pasar. Estuvimos pateando la latita hasta que nos aburrimos. Qué mierda todo!

- Keko, Marcelo! ¿adónde van?

Era el Tari. El pibe más malo del barrio. Lo habían echado de 3 colegios y había repetido dos veces quinto grado. Todos le tenían pánico porque sabían que el Tari era capaz de cualquier cosa. Petiso y morrudo. Lleno de cicatrices que era imposible no envidiar y con una sonrisa que ni el Diablo. Tenía una paleta partida a la mitad y cada vez que pronunciaba la “s” te escupía como una regadera. Por esas cosas de la vida, a nosotros nos consideraba sus amigos. La verdad era que si nuestras madres se enteraban que andábamos con él, nos liquidaban.

- Al río – le dije
- Voy con ustedes – se entusiasmó y empezó a caminar dando saltitos.
- Qué estabas haciendo? – le preguntó Marcelo
- Nada, comiéndome los mocos. Estoy cagado de calor. Y para colmo el agua del tanque sale caliente. ¿Tienen cigarrillos?
- No – respondimos los dos.

Algunos aseguraban que el Tari era loco. Que había nacido con algún problema. La verdad era que el padre del Tari era estúpido. Tenía un problema mental y lo único que sabía hacer era sentarse en la vereda a tomar mates y tirarle con la gomera a los pajaritos. Tenía buena puntería. Todos los días mataba una o dos torcazas que dejaba ahí tiradas y de vez en cuando también le pegaba a algún gorrión. Nadie sabía quién era la madre del Tari, pero decían que se había ido después del accidente que había dejado estúpido a su marido. Así que el pobre pibe lo único que conocía era la idiotez de su padre estúpido. Al Tari siempre le lloraba el ojo derecho. Constantemente y al cabo de unas horas, de tanto lagrimear se le formaba una costra de lágrimas secas que le llegaba hasta la mitad del cachete.

Cuando pasamos por el viejo almacén abandonado, el Tari paró de caminar.

- Espérenme acá – dijo y fue hasta la puerta desvencijada. En un abrir y cerrar de ojos entró. Con Marcelo nos miramos y miramos a nuestro alrededor. Sabíamos que ninguno de los dos era lo suficientemente valiente como para meterse ahí. Al fin el Tari salió con algo en la mano.
- Miren pedazo de boludos, miren lo que tengo.

Cigarrillos.

- Es mi escondite. Ahí tengo cosas mías guardadas. Cuando quieran los invito a pasar la noche. Tengo velas y unas mantas viejas.

No dijimos nada, pero asentimos para no parecer tan cobardes.

- Tomen – nos alcanzó los cigarrillos.

Seguimos caminando y fumando con tranquilidad. Ya estábamos a unas cuantas cuadras de nuestras casas y nadie “realmente” conocido podía vernos. El Tari nos contó que había pasado varias noches en el almacén, con sus “cosas” y que nunca había sentido miedo. Decía que era un lugar tranquilo, pero que una vez había tenido que matar a dos ratas que intentaron robarle las galletas que había llevado.

- Las hijas de puta eran valientes y venían chillando y mostrando los dientes. Me querían morder! A una le pegué un gomerazo en la cabeza y se quedó dura, pero a la otra la tuve que correr y la cagué a patadas y cuando se quedó quieta le clavé la navaja en un ojo.

Me lo imaginé al Tari como a un Tarzán luchando con sus ratas salvajes en el medio de aquel almacén a oscuras, iluminado sólo por la tenue luz de una vela, navaja en mano. Tari siempre tenía aventuras que contar. Principalmente eran historias violentas, de peleas con otros chicos, y lo mejor de todo era que todas eran ciertas. El Tari nunca mentía. Su cerebro no estaba capacitado para hacerlo, y gracias a su honestidad brutal muchas veces no lograba evadir los problemas. Si cagaba a trompadas a un pibe en el colegio y la maestra preguntaba quién había sido, el Tari levantaba la mano. Si aparecía una ventana rota de un piedrazo, ahí estaba el Tari diciendo fui yo. Nunca le tenía miedo a las consecuencias y por lo tanto cuando un impulso lo obligaba a actuar, él actuaba.

Mientras íbamos caminando el Tari probaba todas las puertas de los coches estacionados. Las de atrás y las de adelante.

- Qué hacés? – le preguntó Marcelo
- Vos no sabés que la gente deja plata en los autos
- Y la vas a robar?
- Y más vale! Si la encuentro me la quedo!

Ahí estaba otra vez su honestidad. Y a las pocas cuadras una puerta se abrió. Sin pensarlo el Tari se metió en el auto y abrió la guantera.

- Mirá! – le dijo a Marcelo – Mirá!
- Es guita? – le pregunté
- No, pero mirá! – me dijo el Tari mostrándome unos anteojos negros.

Se los puso, salió del auto y sonrió.

- No parezco Poncharello?

Nos reímos. Ahora los tres íbamos probando las puertas de los coches en busca de algún tesoro. Pero la suerte se había acabado. Seguimos caminando y fumando. Marcelo, el Tari con sus anteojos y yo.

- Sabés que a Keko le gusta Laurita? – le dijo Marcelo al Tari
- No empecés, pelotudo!
- A mi también me gusta. Me voy a casar con Laurita.
- Porqué no lo cargás a él? – lo apuré a Marcelo
- Porqué no!
- El otro día estuve en la pileta esa que le regalaron – dijo el Tari.
- Mentira – le dijo Marcelo
- Qué mentira! El padre me invitó.
- Y? – le pregunté
- Y nada, estuve en el agua todo el día.
- Y Laurita? – seguí preguntando
- Estaba ahí también.
- Pero qué pasó? - preguntó Marcelo
- Qué va a pasar? Nada! Estuvimos jugando en el agua.
- Y la mamá de Laurita estaba? – preguntó Marcelo
- Sí. Estaba con esa bikini que usa siempre…
- Y qué sabés si la usa siempre? – lo encaré
- Porque sí boludo! La espío todos los días desde el fondo de mi casa.
- Qué hijo de puta! Y te hacés la paja? – quise saber
- Sí, con ella y con Laurita
- Con Laurita? – se horrorizó Marcelo
- Si ya le están creciendo las tetas!
- Porque no vamos para tu casa y nos hacemos unas buenas pajas? – se me ocurrió
- Está mi papá. Si nos llega a ver nos mata. Además él debe estar espiando también.


Llegamos al río y nos quedamos dando vueltas por ahí, aburridos y muertos de calor. El río en realidad era un arroyo maloliente en el que no podías ni siquiera mojarte los pies sin que te saliera un sarpullido, pero era lo único que había para hacer. Empezamos a tirar piedras al agua tratando de ver quién era capaz de hacer el mejor patito, pero el arroyo no ayudaba demasiado. No era lo suficientemente ancho. Así que nos sentamos a fumar.

- Les conté la vez que me caí al río? – preguntó el Tari.
- Sí – le respondimos
- Es un agua de mierda, toda podrida. Y el barro de abajo te chupa como una arena movediza de esas que muestran en Tarzán. Cada vez que me movía me iba chupando los pies. Decí que no me caí muy lejos, porque si no me moría.
- ¿Vos que harías si te caes en arena movediza? – me preguntó Marcelo
- No sé, me muero
- No. Lo que hay que hacer es tirarse todo para un costado hasta sacar los pies del fondo y después arrastrarte hasta la orilla. – dijo
- Cómo sabés? – le preguntó el Tari
- Porque lo leí en un libro de mi abuelo.
- Pero si te chupa ¿cómo hacés para sacar las piernas? – pregunté
- No sé, pero es lo que hay que hacer.
- Tari vamos para tu casa. Capaz tu papá se tiró a dormir un rato. – dije
- Dale, Tari – insistió Marcelo – esto es una mierda.
- Pero si nos ve nos mata!
- Vamos despacito, sin hacer ruido. Debe estar Laurita con la mamá. Vamos! – le dije
- Bueno, pero no hagan quilombo, porque nos mata.

Pero ni bien hicimos unos metros, escuchamos un ruido. Un sonido agudo y espaciado, como un chillido. Nos quedamos parados.

- Shhh! – dijo Tari encorbándose

Marcelo y yo nos miramos y obedecimos. Y ahí nomás, otra vez el chillido. Empezamos a caminar los tres con mucho cuidado, buscando, mirando el pasto crecido, tratando de descubrir la fuente de aquel sonido.

- Mirá si es una víbora... – dijo Marcelo
- Calláte boludo, no ves que son gatitos – le dijo el Tari.

Continuamos dando vueltas, siguiendo el sonido como un rastro incierto hasta que los ví. Eran tres gatitos grises aullando entre los matorrales. Estaban los tres juntos, uno pegado al otro, temblando y asustados.

- Acá están! – dije y nos acercamos

Los gatitos se quedaron en silencio con los ojos bien abiertos mirándonos como a gigantes inesperados.

- Son re chiquitos – dijo Marcelo - ¿porqué no nos llevamos uno cada uno?
- Yo aparezco con un gato y me cagan a trompadas – me sinceré
- Ni loco! Los gatos traen enfermedades y más si son así, de la calle. Dicen que te pasan un bicho que te pone todo débil. Son una mierda! – dijo el Tari entusiasmado.
- Bueno vamos! – les dije
- Pará, pará.... – dijo el Tari, y empezó a dar vueltas alrededor de los gatitos observándolos como un maniático – Son una mierda! Unos gatos de mierda.

Entonces empezó a patear la tierra con el talón, tratando de aflojarla. Después de agachó y siguió con la mano.

- Qué hacés Tari? – le pregunté.
- Ya van a ver. Que no se escapen. Vos ayudame – le dijo a Marcelo
- Qué vas a hacer?
- Ayudame con los pozos. Hacé otro acá al lado.

Marcelo me miró.

- Vos vigilá a los gatitos – le dije, y me puse a cavar al lado de Tari.

Cavamos tres pozos de no más de quince centímetros de profundidad y cuando terminamos el Tari fue hasta donde estaban los gatitos.

- Qué vas a hacer Tari? – le preguntó Marcelo.
- Salí, maricón
- Keko! – me dijo Marcelo
- No hinchés las pelotas Marce. ¿a quién carajo le importan estos gatos?

Tari metió a cada gatito en un pozo diferente y los enterró dejándoles las cabecitas afuera. Yo no pude evitar reírme mientras los gatitos no paraban de aullar en pánico.

- Yo me voy – dijo Marcelo dándose vuelta.
- Pará Marce
- Dejá que se vaya, es un puto – lo condenó el Tari.

Así que nos quedamos los dos solos fumando y mirando cómo se calcinaban los gatitos bajo el sol.

- Bueno, vos a cuál le querés dar? – me preguntó
- A cualquiera – le dije
- Yo voy a arrancar por este hijo de puta.

El Tari caminó hacia atrás unos cuantos pasos. Después tomó carrera y sin parar pateó la cabeza del primer gatito, decapitándolo instantáneamente.

- GOOOOLLLLL!!!!!!. GOOOOLLLLL!!!!!! – gritamos los dos
- Mirá boludo, mirá la zapatilla – me dijo. Y me mostró la puntera regada de manchitas rojas. Nos reímos
- Le volaste la cabeza!
- A donde está? – me preguntó
- Qué se yo, salió volando a la mierda

Los otros dos gatitos seguían aullando. Era mi turno. Mi penal. Caminé más o menos hasta donde se había parado el Tari y lo imité. La cabeza del segundo gatito quedó colgando apenas unida al cuerpo por un hilo de piel.

- Mirá lo que le hiciste! – me dijo el Tari y se agachó para terminar de arrancar la cabecita.
- A ver?

El Tari me mostró la pequeña cabeza en su mano. Tenía los ojos cerrados, como si no hubiese querido ver la patada.

- Qué gato de mierda! – dijo el Tari y tiró la cabeza con tanta fuerza que fue a parar al arroyo. – Bueno, para este último quiero algo especial. Vení.

Sin saber cuál era su idea lo seguí.

- Hay que encontrar una piedra grandota. Lo más grandota posible – me aclaró

Buscamos dando vueltas por el lugar mientras el único gatito con vida aullaba y aullaba inútilmente. De una u otra forma estaba muerto.

- Hijo de puta! – gritó el Tari
- Qué pasa?
- Mirá lo que encontré – dijo mostrándome una botella de vino vacía
- Pero no querías una piedra?
- Sí, pero no hay y estoy cagado de calor.

Fuimos hasta donde estaba nuestra víctima y nos pusimos en cuclillas.

- Correte un poquito – me dijo

Me corrí y el Tari alzó el brazo lo más que pudo.

- A la una, a las dos y a las...TRES!!! – grité

El brazo cayó como una maza mecánica y la botella aplastó la cabeza del gatito en un golpe seco y brutal apagando los aullidos para siempre. Me acerqué otra vez.

- A ver?

La cabeza estaba prácticamente irreconocible, sin forma. Se había convertido en una cosa plana y los ojos habían estallado en sangre. La masacre había terminado.

- Al menos ya están enterrados – dijo el Tari riéndose – vamos para casa.
- Viste cómo le dejaste la cabeza?
- Era un gato de mierda. Eran tres gatos de mierda! Porque vos los ves así, chiquitos, pero después crecen y te contagian esa enfermedad.
- Qué enfermedad es?
- No sé, una que te pone todo débil.

Seguimos caminando y charlando bajo el sol. Cuando pasamos por el viejo almacén, volvimos a detenernos.

- Esperá que voy a dejar los cigarrillos – me dijo el Tari

A las dos cuadras no encontramos con Marcelo, sentado en la puerta de su casa. Nos acercamos.

- Y los gatitos? – preguntó
- Los hicimos mierda – le dijo el Tari
- Qué hijos de puta
- Qué te pasa, boludo?
- Pará Tari – le dije
- Y a vos qué te pasa que lo defendés? – me encaró
- No me pasa nada, pero no quiero que se peleen.
- Van a venir a casa o no?
- Yo no voy – dijo Marcelo
- Y vos?
- Otro día
- Son dos putos.

Me senté al lado de Marcelo pero no había mucho que decir. Estaba enojado y lo sentí incómodo. Miré la cuadra vacía e incandescente y pensé que el verano recién estaba comenzando. Teníamos que hacer algo.

- Qué tenés en la zapatilla? – me preguntó Marcelo.
- Nada – le mentí – después nos vemos. Chau
- Chau

Y me puse a caminar, pensando que no estaría mal llegar a casa, hacer un pozo, enterrar a mi madre dejándole la cabeza afuera, e invitar al Tari a pasar la tarde. Antes de entrar me senté en el cordón y limpié las manchitas de sangre de mis zapatillas con agua de la alcantarilla. ¿En qué momento dejaría uno de temerle a los padres?




FIN

lunes, 13 de agosto de 2007

VECINOS

Estaba borracho, cansado y para colmo el televisor había dejado de funcionar hacía más de una semana. La vida de un ser humano moderno sin un televisor es lo más parecido a una tortura que se me puede ocurrir. Silencio, paredes y tiempo para pensar en el pasado. La combinación perfecta para terminar con un pedazo de plomo en la cabeza. Y yo era un adicto a la vida, entre otras cosas. Así que me abrigué, terminé el vino que quedaba en el vaso y escapé.

Mis vecinos del 2º D, como todos los viernes estaban de fiesta. Ella era una especie de bailarina o algo así, y tenía el mejor culo de la cuadra. No sabía a qué se dedicaba él pero sin dudas era el tipo más afortunado de la cuadra. Sólo pensar que tenía todo eso a su disposición me ponía de mal humor. Como sea, aquel departamento tenía vida. La música no paraba de sonar y la gente desfilaba incesantemente. Gente joven, hermosa, seguramente con buenos trabajos y con esperanzas en el futuro.

La puerta se abrió y ahí estaba ella, con su culo y una bolsa llena de botellas vacías en la mano.

- Qué tal – la saludé
- Hola, hola ¿cómo estás? ¿querés pasar?

Me quedé callado, mirándola como a una aparición. La música estaba a un volumen intolerable, pero a nadie parecía importarle. La gente ya no hablaba. Simplemente se comunicaban diciendo “todo bien?”, “todo bien”.

- Dale, está lleno de gente y además nos va a servir para conocernos. Hace años que somos vecinos y ni siquiera sabemos cómo te llamás. Yo soy Silvia.
- Luis – le dije
- Pasás? – insistió haciendo un movimiento con su brazo.
- Ok – le dije

Aquel departamento era más grande que el mío. Daba a la calle y yo vivía en un contrafrente. Eso sí, “muy luminoso”.

- Chicos, chicos! Él es Luis, nuestro vecino

Sonreí suponiendo que eso sería suficiente, pero no. Uno a uno, los invitados se fueron acercando para saludarme. El primero fue el maldito suertudo esposo de Silvia.

- ¿Cómo estás? Que bueno que viniste! – me dijo como si me hubiera estado esperando - ¿Todo bien?
- Todo bien – le dije – “Es un idiota. Idiota pero suertudo” – pensé

Inmediatamente después comenzó el desfile de nombres, que ni siquiera intenté recordar. Distinguí unos cuantos buenos elementos, pero ninguno como el de Silvia. ¿Cómo había logrado tallarlo de semejante manera? De dar a conocer su fórmula, se haría millonaria. Me la imaginé frente al espejo encremándose el culo y diciendo: “seré pobre, pero soy única”.

- Querés algo de tomar? – me preguntó mi anfitriona.

Quise besarla y salir corriendo pero no pude.

- Hay cerveza?
- Vení.

Pasamos entre la gente y cruzamos el living hasta llegar a la cocina, que por supuesto, era el doble de la mía. ¿Quién había dicho que el dinero no hacía a la felicidad? Obviamente un tarado. La verdad es que no sé si la hará o no, pero no hay dudas de que lo que sí hace son cocinas muy espaciosas. Y eso es bastante parecido a la felicidad. Podías vivir en esa cocina. Digo, dejando la mesa diaria, aún había espacio para una cama de una plaza y un televisor. Muchas veces a lo largo de mi vida había fantaseado con la posibilidad de vivir en una pequeña habitación, tan sólo con lo indispensable. Por un instante volví a mi fantasía. De hecho, ya había encontrado el lugar indicado para poder concretarla. Contaba con las dimensiones y las proporciones necesarias para cortar toda relación con el mundo exterior. A veces la gente era insoportable realmente.

Abrió la heladera y el freezer y me las mostró. Una al lado de la otra. Una encima de la otra. Una verdadera orgía de malta. Otra fantasía hecha realidad. Quizás me había mentido y su verdadero nombre era Alicia y yo había sido invitado a conocer el país de las maravillas. Sólo tenía que desnudarse y ponerse en cuatro para que yo confirmara totalmente mi teoría.

- Te servís las que quieras. No hay problema. En el lavadero hay más.

Así que además tenían lavadero... decidí no pensar en eso y fui a mezclarme entre la gente con mi botella de cerveza en la mano. Ni bien puse un pie en el living noté dos cosas: el olor a marihuana y la espantosa música que estaban escuchando. Algún sordo había puesto a sonar un cd que versionaba temas de los Stones a ritmo de bossa nova. ¿Era necesario seguir facturando de semejante manera? ¿Acaso Mick Jagger no tenía suficientes castillos? Supuse que no. Me fui acercando al equipo de música reptando sigilosamente como una serpiente hambrienta. Cuando llegué a destino me encontré con dos putos con cara de culpables leyendo el book del cd.

- Te copan los Stones? – me preguntó uno
- Los Stones sí, pero esta mierda es insoportable
- Está bueno - insistió
- Es una mierda, pero si te “copa” déjalo puesto así termina cuanto antes.

El otro puto quiso agregar algo, pero para entonces ya le había dado la espalda. La cerveza estaba helada, como debe ser. Encendí un cigarrillo y me quedé parado esperando que alguien notara mi presencia. Me acordé de la película Volver Al Futuro, cuando Marty comienza a desaparecer en el escenario mientras cantan Earth Angel. ¿Me estaría sucediendo algo similar? Tomé cerveza y fume. Dos grandes inventos. El alcohol y el tabaco. El otro eran las gotas para la congestión nasal. Nadie sabía cómo lo hacían, pero lograban deshacerse de los mocos. Algo mágico. Por fin me vieron.

- Vos sos el vecino. ¿cómo te llamabas?
- Qué importa! ¿Querés cerveza?
- Bueno

Le pasé la botella. Era rubia, como de unos 29 años. Flaca y fibrosa. No parecía una mujer argentina. Parecía más bien Húngara o Belga. Con rasgos fríos y duros, casi masculinos. No era especialmente hermosa pero te atrapaba de alguna manera. Un gran defecto: era una tabla. Por lo tanto supuse que debería ser un infierno en la cama. Eso siempre sucede. Las mujeres sin tetas tratan de compensar su falta siendo amantes implacables.

- Dale, cómo te llamás?
- Luis. Viste que no importaba
- Yo soy Vero. Verónica – me aclaró y yo pensé “otro cerebro aniquilado por MTV”. (En fin, toda mujer que muestre interés debe ser bienvenida y en lo posible cogida “in several times”)

Nos quedamos sonriendo sin decir nada, uno frente al otro en una situación de lo más incómoda. Traté de recordar cómo debía hablarle a una mujer de menos de 30, pero no llegué a ninguna conclusión. Me sentí viejo y fuera de lugar.
¿Porqué había aceptado aquella invitación? De dónde había salido toda esa gente? A esa altura de la noche debía estar sentado en algún bar. Solo y feliz, sin poder articular palabra. Prácticamente había llegado al mismo resultado...
Para colmo esa música me estaba volviendo loco. Me imaginé a una pobre anoréxica parada frente a un micrófono al borde de la muerte. La frase “I can´t get no, satisfaction” había perdido su urgencia, su peligro, su verdadero filo. Sentí ganas de terminar con la raza humana. El mundo estaba repleto de gerentes de marketing sin una mierda que hacer.

- Disculpame – le dije
- A dónde vas?
- A mi departamento a buscar algo de música. Es indispensable que tu generación conozca el sonido de una guitarra eléctrica. Ya vengo.
- Voy con vos

Salimos. Entramos. Y ni bien cerré la puerta ella me empujó contra la pared y me besó. La abracé, le metí lengua y la agarré de su culo musculoso como un animal. Se apartó.

- ¡Qué haces nene! – me gritó - ¡No te confundas!
- Ah bueno! – le dije – No importa, ya sé que están todas locas. Vení, ayudame.

Le di algunas bolsas de supermercado y las llené con cds de B´52, Kiss, AC/DC, Ramones, Clash, The Who y obviamente algo original de los Stones. También puse cosas de los Eagles, de Fleetwood Mac y de Rod Stewart cuando se dedicaba a hacer algo más que tan solo dinero...
Verónica me miraba como si estuviese poseído por algún tipo de misticismo y en verdad, no estaba tan equivocada. El rock, el verdadero rock algo de eso tenía y lo estaba perdiendo en manos de productores negros y amantes del rap. ¿Qué el rap es el nuevo rock? ¡Que se vayan todos a la mierda!

Volvimos a la fiesta y encaré directamente para el equipo de música como un tanque de guerra. Me acordé del video de “I love it loud”. Los dos putos seguían ahí, embelesados con la anoréxica sin alma que ahora estaba destruyendo Brown Sugar.

- Permiso – los empujé
- Qué hacés? – me dijo uno
- Voy a sacar esta música maricona de una vez por todas. Parece una fiesta de Fashion TV
- Me parece que deberías esperar a que..
- Correte

En menos de quince segundos las paredes comenzaron a vibrar con Back in Black. Todos, absolutamente todos, excepto estos dos putos, aullaron y se pusieron a bailar.

- Ni se les ocurra sacar esto – les dije antes de irme para la cocina. Verónica me siguió. Abrí la heladera, saque una cerveza y la destapé con los dientes.
- Esperá – me dijo Verónica, y volvió a besarme.

La abracé, le metí lengua y la agarré de su culo musculoso como un animal. Se apartó.

- ¡Qué haces nene! – me gritó - ¡No te confundas! – volvió a decirme.

La agarré del cuello y le dije: “te cagaría a trompadas”. Le pegué un buen trago a la cerveza y salí. La gente saltaba y gritaba. Ya había solucionado el asunto de la música. Ahora tenía que resolver lo de la fumata. Empecé a caminar por ahí, tratando de oler algo, pero nada. En eso se me acercó el suertudo y me dijo:

- Todo bien?
- Todo bien

Desapareció moviendo la cabeza como esos muñequitos de torta. “Qué suertudo”! – pensé. Evidentemente en algún lugar de su inmensa idiotez guardaba un secreto que yo todavía no había logrado descifrar. De otra manera, lo suyo con aquel culo, era inexplicable. Otro tipo se me acercó y me palmeó la espalda.

- Muy buena música – me dijo – estuve revisando lo que trajiste. Excelente. Después ponete algo de los Clash.

Y se fue bailando sin esperar a que le contestara. Un gordo mofletudo se puso a tocar la guitarra imaginaria en medio de un círculo de improvisadas grupies que festejaban y aplaudían. Lo hacía bastante bien. Ese gordo sabía quién era Angus Young. Me sentí orgulloso. Dar clases era lo mío y esto era mucho más gratificante que tratar de enseñar las características de los distintos relieves de la Argentina a un grupo de granosos adolescentes sin interés en nada que no fuera hacerse su próxima paja.

Los putos estaban sentados con cara de espanto sin poder comprender cómo era posible que la gente bailara esa música. Seguramente sus culitos rotos preferían moverse con los Pet Shop Boys o Jimmy Somerville... Fui hasta el sillón y me les reí en la cara gritando “Back in Black”!!!!
Entonces uno me gritó:

- Rob Halfod también es puto!
- Sí, pero ustedes no cantan en Judas!

No sé qué intenté decirles con eso, pero algo tenía que contestarles.

Dónde mierda estaba la marihuana, por Dios? Volví a la búsqueda pero nada. Terminé la cerveza y fui a buscar más. Verónica seguía ahí. Estaba hablando con otra mina que estaba mucho mejor que ella. Me gustó de inmediato a pesar de su pelo anaranjado y el priecing que le colgaba de la ceja. Era desafiante y no tardó en demostrármelo.

- Vos la ahorcaste?
- Está loca, no le creas todo lo que dice
- Si te gusta eso, contá conmigo. Me encanta que me ahorquen...
- Ok. Andá a una ferretería, comprá una soga y vemos cómo hacemos. La ciudad está repleta de árboles.

Saqué seis o siete cervezas y las repartí entre la gente. Todos reían y agitaban los brazos. El gordo Young había dejado la guitarra para encargarse de la música. Los invitados le iban gritando sus preferencias y el gordo hacía lo imposible por complacerlos a todos. Recordé al gordo que pasaba música en el sótano del Alvear, en Marcelo T de Alvear y Talcahuano. Era un genio. Se sentaba en su banqueta junto a sus vinilos y no ponía una mala canción en toda la noche. Durante los lentos hacía uno de los mejores enganches que escuché en mi vida. Arrancaba con True de Spandau Ballet y la dejaba correr un buen rato hasta el momento de la frenada, donde quedaba colgada la voz del cantante y ahí nomás hacía entrar el saxo de Careless Whisper de Wham! Y así estuvieras bailando con un escobillón, ese enganche te rompía los huesos. Era como un flechazo certero del mismísimo cupido.

- Mirá la que armaste – me dijo Silvia – Se puso buenísimo
- Parece que se están divirtiendo...Te hago una pregunta. Ando con ganas de fumar...no sabés quién puede tener algo?
- Acompañame.

Me tomó de la mano y fuimos hasta una habitación. Una especie de oficina ocupada por una computadora, una biblioteca y papeles revueltos por todos lados. Abrió un cajón y sacó un porrito, bien armado, finito. Lo encendió, le pegó un par de secas y me lo pasó. Retuvimos la respiración durante unos segundos y volvimos a empezar.

- Este es el estudio de mi marido. Es diseñador gráfico.
- Ah... – volví a pegar una seca
- Y vos a qué te dedicas?
- Soy profesor de geografía.
- Mirá si te ven tus alumnos en este estado?
- Te aseguro que me han visto mucho peor.
- Te gustan los chicos.
- Prefiero a las chicas.

Otra vez sentí ganas de abrazarla, besarla y salir corriendo, pero me acobardé. Sabía que era un cobarde y no me parecía mal. Era la única manera de mantenerme vivo que conocía. Un verdadero evasor. Salimos de ahí. Seguí su culo lo más que pude, pero terminó perdiéndose entre la muchedumbre. Me quedé fumando en un rincón, observando. Así debería ser la vida. Un montón de placer y diversión, sin nada más. El ser humano había hecho un estupendo trabajo complicando las cosas... la inteligencia había demostrado ser la característica más estúpida del hombre. De repente aparecieron los putos.

- Nos convidás? – me preguntó uno.

“Putos y fumones”, pensé. Después de todo tenía que admitir que poseían alguna virtud. Les pasé el porro y volví a concentrarme en la cerveza. Ahora sonaban los Clash y todos cantaban “me entra frío por los ojos”. Pude distinguir a Verónica al otro lado del living. La loca no dejaba de mirarme. Estaba con su amiga que movía las piernas como si estuviesen electrocutándola. Qué dúo!

Uno de los putos me pasó el poro y me preguntó:

- Vos qué preferís, el cielo o el infierno? – un verdadero fumón de cuarta. Pero igual le respondí.
- El cielo. El infierno ya lo conozco. – pegué la última seca, les pasé lo que quedaba y me escapé.

Esos dos eran como una gripe mal curada. Volvían y volvían. Supuse que soñaban con que un verdadero hombre les rompiera el ojete, pero esa noche no estaba de ánimo. Quizás después de unas cuantas cervezas más, no sería tan mala idea...
Me acerqué a la amiga de Verónica y me le quedé mirando como quién mira a un hiena. Era peligrosa. Se paró y la tomé del brazo.

- Vení, bailemos – le dije

Yo nunca había sido un buen bailarín, pero sabía moverme. Tenía ritmo. Así que me moví. El porro me había pegado bien y no podía dejar de reírme y de imaginar todo lo que le haría a mi nueva amiga. Verónica, ahora “me miraba”. Loca de mierda. Decidí no prestarle atención y disfrutar lo que la suerte me había puesto delante. Ella sí que sabía bailar. Cada una de sus articulaciones se contraía en el instante indicado, como si su cuerpo fuese una extensión viva de la música que iba sonando. Con Private Idaho de los B´52 se puso a gritar y a girar en una pata como si fuese una india bailando alrededor del fuego.

- A mi papá le encantaba esta canción. Siempre que la escuchaba se ponía a cantar. ¿Cómo se llamaba este grupo?
- B´52
- B´52! Eso, eso!!! Lo voy a llamar, le va a encantar.

Y siguió con su ritual mientras hablaba con su viejo, feliz. Yo estaba mareado y cansado. Tanta energía juvenil me había agotado. Estaba harto de la juventud. ¿cómo era posible que hubiera tanta desparramada por ahí, y que ni un poquito fuese para mi? A lo largo de mi vida había convivido con la juventud. Al principio con la mía y la de mis amigos. Después con la mía y la de mis alumnos. Pero ahora todo era diferente. Era un viejo en un mundo de jóvenes. Cada vez que les pedía atención o silencio en el aula, sentía asco y pena por mi. El paso del tiempo es peor que la muerte misma, y en una escuela secundaria a los únicos que les pasa el tiempo, es a los profesores. Los alumnas llegan y se van eternamente jóvenes.

La chiquita cortó, sonrió, abrió la boca y sacó la lengua para mostrarme su otro priecing. Era plano y redondo. Se acercó y me dijo:

- Y tengo otro más, pero “ese” no puedo mostrártelo acá.
- Querés cerveza?
- Ok.

Entré a la cocina y ahí estaba Silvia, agachada, vaciando algunos ceniceros. Esa era la Silvia que todos queríamos ver. Pensé que deberían obligarla a andar así por toda la eternidad. Agachada, mostrando ese culo con la misma solemnidad con la que se exhiben las obras de arte en un museo. ¿Cómo hice para no violarla en ese preciso momento? todavía es un misterio. Pero se los juro: hubiera valido la pena. Abrí la heladera y saqué dos cervezas.

- ¿La estás pasando bien? – me preguntó
- Genial
- Rico faso ¿viste?
- Todavía lo siento
- Otro día te toco el timbre y hacemos uno. A Claudio mucho no le va, pero no hay drama.
- Cuando quieras

Salí como un cohete para no terminar preso. Así que el suertudo se llamaba Claudio. Ahora me cerraban muchas cosas. Nadie puede ser piola llevando el mismo nombre que un gallo gigante, torpe y tartamudo, incapaz de someter a un pichón de gavilán. En ese momento recordé que Claudio, también era el nombre de un emperador romano, e inmediatamente deseché mi nueva teoría. En definitiva a este Claudio también había que reconocerle su poder de conquista. Maldito!

Busqué a mi chica y ahí estaba, bailando con un pibito. Me hizo señas apurándome y aceleré el paso hacia mi trofeo.

- Ay dame un poco de cerveza, me muero de calor.

Le pasé una botella.

- Los presento – dijo después – El es mi novio Esteban y él es Luis, el vecino de Sil.
- Qué hacés, todo bien? – me saludó el pibe.
- Todo bien – le dije
- Buenísima la música, te felicito. ¿Vas a tomar esa birra?
- No, no, tomá – le dije y le alcance mi otra botella.

Sin mujer y sin bebida en menos de un minuto. ¡Mucho menos! Me sentí despojado, triste, solo y aún más viejo. Necesitaba Kiss. Fui hasta el equipo y puse “Rock and Roll All Nite”, la versión en vivo, de Alive I. La evolución genética demostró ser fantástica: todos conocían la canción...¡sin conocerla! Eso mismo pasa con los Beatles. El ser humano ya nace con los Beatles como parte de su carga genética, como parte de su instinto.
Algún día iba a comprobar esa teoría y me iban a dar el Premio Novel y con el millón de dólares del premio, iba a organizar la fiesta más reventada en la historia del Río de la Plata. Alcohol, drogas, putas y un pelotón de fusilamiento. Y al final de la noche me haría atar a un poste con los ojos vendados y gritaría ¡Fuego!

Volví a la cocina y me encontré con Verónica. Tenía una cerveza helada en la mano y me la ofreció. Empezó bien.

- Gracias – le dije
- Te estaba esperando. Nadie toma tan rápido como vos. Vamos a bailar.

Fuimos y bailamos. Bailamos hasta que la gente comenzó a irse. Todos me saludaban como si fuésemos viejos amigos. De alguna forma estaban en deuda conmigo. Los dos putos se acercaron e intentaron besarme. Solo les di la mano, mirándolos con desconfianza. Nunca confíes en un hombre incapaz de sentir dolor al cagar.

Antes de desaparecer, el gordo Young, me hizo un favor de despedida y puso “One More Night” de Phil Collins. Después agarró a su chica y se fue.
Verónica, Silvia, el suertudo y yo nos quedamos bailando, en penumbras. Vi las manos del suertudo clavadas como garras en aquel culazo y me reí.

- Qué te pasa? – me preguntó Verónica
- Nada
- Le estás mirando el culo a Silvia.
- No
- Vamos

Sin decir nada desaparecimos dejándoles toda la escena a ellos. Por la ventana del palier vi que estaba amaneciendo.

- Te acompaño a tu casa – le dije

Pero Verónica no me contestó y otra vez me tiró contra la pared y me besó.

- Qué hacés loca de mierda!?
- Calláte

Así que otra vez metí lengua y le agarré el culo como un animal. Pero esta vez no dijo nada. Nos quedamos ahí franeleando hasta que el sonido del ascensor nos sobresaltó. Ya era de día y la gente comenzaba a despertar para cumplir con sus pequeñas rutinas domingueras. Comprar el diario, comprar las facturas, comprar la pasta y sacar a cagar al perro.

Pero yo, ese domingo, al menos “ese domingo” tenía otros planes.

Abrí la puerta de mi departamento y antes de dar diez pasos ya estábamos desnudos. Aquella primera vez con Verónica lo hicimos en el sillón del living.


FIN

miércoles, 8 de agosto de 2007

ESA GLADIS

ESA GLADIS

Metieron a la chica en la camioneta, se subieron y arrancaron. Era una noche cerrada y la ruta estaba desierta. La luna asomaba cada tanto entre los nubarrones y la inmensidad del campo sólo era recortada por pequeñas luces que a lo lejos, como las estrellas, parecían ser los únicos testigos de lo que había sucedido.

- Es la Gladis, boludo! – dijo el negro mientras movía el cuerpo desparramado en el asiento de atrás
- Cómo que la Gladis? – preguntó el Polaco
- La Gladis! La hermanita del Peto.
- La concha de la lora!
- Qué vamo a hacer Polaco? Estoy que me cago encima!
- Pará un minuto. Déjame pensar.

El Polaco pensó, o quiso hacerlo al menos.

- Sangra mucho? – le preguntó al negro
- No sangra nada. Ta como dormida.
- Respira?
- No sé boludo, no sé
- Fijáte, dale
- Qué no puedo con todo este ruido que hace esta camioneta de mierda. Frená.
- Qué voy a frenar! Mirá si pasa alguien
- Polaco, ¿quién mierda va a pasar? Son las dos de la mañana. No hay nadie.
- Y qué hacía esta pendeja a esta hora sola en la ruta?
- Qué se yo, Polaco. ¿qué importa?
- Vos la viste?
- Sí, pero recién cuando te pegué el grito. ¿porqué no volanteaste, la puta que te parió?
- No me putiés, boludo eh! No pude, no la ví.
- Tás en pedo, por eso!
- Ah y vos no?

El negro no le respondió. La verdad era que los dos estaban borrachos. Como siempre. Como todos los viernes. Salían de la estancia de Don Carlos, se arreglaban y de ahí al boliche a pasar la noche hasta la madrugada. Pero esta noche había habido pelea y la policía había cerrado el boliche hasta el otro día. “Qué lo parió”, pensó el negro.

- Tendríamos que estar en el boliche...a vos te parece qué mala suerte? – dijo el negro
- Cuando se entere el Peto nos mata – dijo el Polaco
- No se va a enterar – lo paró el negro
- Ah, no?
- No se va a enterar. Frená.
- No voy a frenar, negro
- Frená, la puta que te parió!

El Polaco clavó los frenos y el negro fue a dar contra el parabrisas. Lo miró y le dijo:

- Que sos estúpido eh? Y mirá lo que hiciste pedazo de boludo.

El Polaco giró la cabeza y vió a la Gladis tumbada boca abajo en el piso de la parte de atrás de la camioneta.

- A la mierda – se preocupó
- Ayudame a recostarla de nuevo – le pidió el negro

Encendieron la luz de la camioneta y con cuidado levantaron el cuerpo. Los dos se estremecieron al ver cómo había crecido la Gladis. El negro recorrió sus piernas perfectas y el Polaco se concentró en sus pechos. Cuando la recostaron finalmente, los dos se la quedaron mirandola como a una estatua de cera.

- Mirála a la Gladis – dijo el negro
- Estaba buena – le respondió el Polaco
- No digás así que parece que estuviera muerta
- Y qué sabés! Para mi que está muerta. Está helada.
- Más vale! Si andaba en el medio de la ruta. No viste el frío que hace?
- Estará muerta? – preguntó el Polaco apoyando una de sus manos en el pecho de Gladis.
- Qué hacés Polaco?
- Me fijo si está viva

El negro notó la mirada del Polaco y no quiso ser menos. En seguida comenzó a tocar las piernas de Gladis. El Polaco lo miró sorprendido, pero cómplice.

- Quiero ver si tiene algo fracturado… - se apuró el negro
- Está buena eh? – dijo el Polaco
- Ta buenísima. Ta viva?
- Me parece que sí
- A ver, correte.

Entonces el negro cruzó su cuerpo hasta la parte de atrás de la camioneta y apoyó su cabeza sobre el pecho de Gladis. Estaba viva. No había dudas. El corazón latía y él podía escucharlo a través de su cuerpo frío y terso. Se quedó ahí unos cuantos segundos, disfrutando la suavidad de aquella piel.

- Dejáme a mi – lo espetó el Polaco corriéndolo de un empujón

El Polaco se inclinó hasta el pecho de Gladis. Olía bien. La besó.

- Polaco!
- Dejáte de joder. Ni se va a dar cuenta. Mirá.

El negro observó cómo el Polaco desabrochaba la blusa de Gladis. Botón por botón. De a poco fueron asomando aquellos dos jóvenes pechos, mientras la respiración de la chica se hacía más evidente.
- Está buena la hija de puta, eh?
- Ta buenísima – dijo el negro - ¿cómo creció? Mirála.
- Le subo el corpiño? – consultó el Polaco.
- Dale, pero después la cortamos. Mirá si salen a buscarla y nos encuentran así. El Peto nos mata.
- No seas cagón, negro.

El Polaco acarició los pechos de Gladis y muy lentamente fue subiendo el corpiño. Pudieron ver la piel blanca, virgen asomar entre las manos fuertes del Polaco. Los pechos de la chica los hipnotizó, eran hermosos, duros, no muy grandes, pero importantes, dos semicírculos perfectos coronados por dos pequeños pezones. Nada que ver con las tetas grasosas y pesadas de las putas viejas del pueblo, con esos pezones gigantes y negros como dos manchas sin gracia. Gladis era diferente. Era una chica de familia, bien criada. Lo que se conocía como una chica para casarse.
El negro se tentó y metió una mano debajo del vestido de Gladis y fue subiéndole la falda. Esas piernas estaban talladas. Se exitó con los finos bellos que las vestían y sintió vergüenza, pero no podía detenerse. Llegó a la bombacha.

- Mirá – le dijo al Polaco que estaba concentradísimo masajeando las tetas de Gladis
- No te puedo creer. Tiene bombacha con tirita
- Y roja!
- Roja
- Estoy re-alpalo!
- Y yo, sabés cómo estoy. Mirá lo que es esta pendeja
- Cortémosla Polaco. Cerrale la camisa y vamo.
- Y a dónde vamos a ir? ¿qué vamos a hacer con la pendeja?
- No sé, la tiramo por ahí, al costado del camino
- Ahora va. – dijo el Polaco antes de retomar su adicción
- Qué hacés Polaco. Dejá de joder!
- Dejá de joder vos negro! Mirá lo que es esto! Yo no me voy a quedar en el molde. Si total no siente nada esta boluda.

Y ahí fue cuando Gladis tosió. El negro, rápido como el demonio, apagó la luz de la camioneta, mientras el Polaco intentaba abotonarle nuevamente la camisa.

- Polaco? – preguntó Gladis

El Polaco no contestó y Gladis se inclinó para ver a la otra persona que estaba ahí adelante.

- Negro? ¿Dónde estoy? ¿Qué están haciendo?
- Calmate Gladis – empezó el negro – lo que pasa es que tuvimo un asidente. Medio que te tocamo con la camioneta, viste?
- Me atropellaron. Con razón me duele todo este costado
- No te atropellamos. Te rozamos un poco – corrigió el Polaco.
- Y porqué no me llevaron al pueblo?
- Eh, no lo que pasa e que fue reciencito… - dijo el negro
- Y estábamos viendo si estabas bien – siguió el Polaco
- Y? Estoy bien? – preguntó Gladis con ese tono con el que no hablan las mujeres cuando quieren decir algo más. Gladis sabía lo que estaba pasando y decidió seguirles el juego a los dos vaqueanos. Los conocía desde siempre. Trabajaban con su hermano en lo de Don Carlos, en la estancia La Linda, a unos pocos kilómetros del pueblo. Seguramente habían ido al boliche, habían tomado de más y se la habían llevado puesta. No recordaba exactamente el momento. Había sido solo un topetazo que la había desmayado. Pero aquellos dos se habían asustado. Y ahora estaban más asustados todavía.

Los dos amigos se miraron.

- Estoy bien? – insistió con “ese tono”.
- Estás…bien. Parece que está bien ¿no Polaco? – preguntó el negro
- Sí, sí, estás bien. – dijo el Polaco
- Cuchame Gladis, si el Peto se entera de esto nos mata, vos sabés cómo se pone – dijo el negro
- Quedáte tranquilo negrito, que mi hermano no se va a enterar. No se tiene que enterar de nada.
- Ta bien – dijo el negro más tranquilo.
- Bueno, vamos que te llevamos a tu casa, que es tarde. – dijo el Polaco dándose vuelta para arrancar la camioneta.
- Porqué tanto apuro? Si estamos lo más bien – dijo Gladis - ¿tienen cigarrillos?
- Sí, yo tengo – dijo el negro – Tomá.
- Fuego?

El negro acercó el encendedor a la boca de Gladis y ella le agarró la mano para sostener la llama. Los ojos de Gladis eran negros como los de una bruja, profundos como la noche, peligrosos. Aspiró segura y la braza del cigarrillo se iluminó de fuego.

- Ustedes me estaban tocando…
- No digás pavadas – dijo el Polaco arrancando la camioneta
- Vos me estabas tocando las tetas
- Qué decís!
- Me duelen
- Debe ser por el golpe – intervino el negro
- Y vos calláte que me estabas acariciando las piernas

El negro se calló y se quedó mirándola. La camioneta arrancó y entonces se dio vuelta y se quedó duro mirando la ruta apenas iluminada por las luces delanteras.

- Si me llevan a mi casa le cuento todo al Peto

El Polaco frenó y apoyó la cabeza contra el volante.

- Qué te pasa Gladis? No fue nada – dijo el Polaco
- Pensábamos que estabas muerta – dijo el negro
- Y por eso se aprovecharon
- Estábamos viendo que no tuvieras nada roto – dijo el negro
- Un carajo! Qué les pasa, me están tomando por boluda?
- Gladis – dijo el negro
- Cuánta guita tienen?
- Qué? – dijeron a coro
- Que cuánta guita tienen?
- Qué se yo… treinta, cuarenta pesos – dijo el Polaco
- Cada uno?
- Entre los dos! Venimos del boliche – la cortó el negro.
- Bueno, venga la guita – los encaró
- Pero qué… - dijo el Polaco
- Venga la guita porque si no le cuento al Peto, y no le va a gustar una mierda.
- Vos te volviste loca? – dijo el Polaco
- La guita!
- La puta madre que te parió – dijo el Polaco

Buscaron en sus bolsillos y juntaron cuarenta y siete pesos entre billetes y algunas monedas. Le entregaron el dinero a Gladis.

- Ahora desvistanse
- Pero vos tas en pedo! – le gritó el negro
- Mirá, si querés contarle al Peto, contále, pero yo no me voy a sacar la ropa – dijo el Polaco
- No seas idiota – dijo Gladis y comenzó a subirse el vestido lentamente - ¿cómo piensan que me gano la guita? Digamos que tomo esto como un pago por adelantado…

El negro y el Polaco se quedaron duros mientras Gladis iba subiéndose el vestido. Volvieron a aparecer las piernas largas y la bombachita roja con esas tiritas imposibles de no querer arrancar con los dientes. Jugó con ellas, amagando, insinuándose en cada movimiento un poco más.

- Me la saco o me la dejo? – les preguntó
- Dejátela! – le gritaron los dos
- Si quieren que siga, se me desvisten. Si no, me llevan ya mismo a casa.

En diez segundos estaban los dos en cuero, solo con los calzoncillos puestos. Gladis los miró y les hizo un gesto. Se quedaron en pelotas. Hacía un frío de locos y los vidrios de la camioneta estaban empañados. El Polaco apagó el motor y dijo:

- Cómo hacemos?
- Primero me van a dar un gustito. Quiero que se besen.
- Andá a la mierda Gladis! – le gritó el negro
- Negro, besame – le dijo el Polaco
- Qué decí?
- Negro, no pasa nada. Besame. Cerrá los ojos y besame.
- No
- Negro!

El Polaco lo tomó por la nuca y lo pegó a su boca. Fue un segundo, apenas un toque.

- Listo! Contenta! – dijo el Polaco
- Hijo de puta!
- Jajajaja! No, no, no, eso no fue un beso. A ver Polaco vení. Besame.

El Polaco cruzó la mitad de su cuerpo hacia la parte de atrás de la camioneta y abrazó a Gladis como quien abraza a la mismísima felicidad. Casi al instante su lengua jugaba agria en la boca de Gladis que tardó unos cuantos segundos en sacárselo de encima.

- Eso es un beso! – dijo Gladis entusiasmada.
- Vení, la concha de tu madre – le dijo el Polaco tratando de agarrarla.
- Pará, pará, pará, pará. Todo llega. Pero ustedes están en deuda conmigo
- Qué en deuda! Si ya te pagamos! – dijo el negro rascándose la cabeza
- No. Ustedes me indemnizaron por atropellarme. El dinero que me dieron es para los medicamentos.
- Pero si estás perfecta – dijo el negro
- Qué sabés. Mirá si estoy toda reventada por dentro
- Yo te voy a reventar por dentro – le dijo el Polaco.
- Todavía no. Primero se besan como se debe. Por lo visto vos sabés muy bien cómo se hace.

El negro lo miró al Polaco.

- Me tocás y te juro que te mato.
- Negro, mirála bien. Vení para acá y dejate de joder.
- Vamo a parecer trolos, boludo. Yo no soy trolo, boludo.
- Ya sé negro, yo tampoco. Vení. No pensés en mi. Pensá en Gladis. Mirá lo que es esa bombachita.

El negro abrazó al Polaco y comenzaron a besarse intensamente.

- Ustedes sigan – les dijo Gladis.

Después se acomodó en el asiento de atrás, abrió las piernas, se corrió la bombacha y empezó a tocarse y a mover la cintura para arriba y para abajo. El Polaco y el negro dejaron de besarse y la miraron.

- Sigan! La puta que los parió!

Obedecieron de inmediato y se arrodillaron uno frente al otro, intentando encontrar una posición que les permitiera observar a Gladis. Gladis, por su parte, estaba poseída. Gemía y respiraba agitada mientras se frotaba con fuerza con la palma de la mano, mirándolos fijamente. Ninguno se animaba a dejar de besar al otro, y mientras lo hacían, disfrutaban del espectáculo que Gladis les había montado a cambio. Comenzaron a exitarse. Gladis lo notó y estiró la mano hacia delante. Primero acarició los huevos del Polaco que inmediatamente abrió las piernas para facilitarle el trámite a Gladis, que después de un rato pasó a los huevos del negro. Ahora los dos estaban atravesando una de las más increíbles erecciones que habían tenido en toda sus vidas.

- Háganse la paja! – les dijo Gladis

Los dos peones se pusieron manos a la obra.

- No, así no! Uno se la hace al otro.

Se miraron de reojo, tratando de decidir qué hacer ante semejante pedido. El Polaco parpadeó una vez en señal de asentimiento, pero el negro abrió los ojos bien grandes intentando detenerlo. Demasiado tarde. Cuando quiso acordarse, el Polaco ya estaba dándole al asunto sin asco. El negro titubeó. Acercó su mano a la poronga de su amigo, pero apenas la agarró, la soltó con asco.

- Dale negro! – gritó Gladis
- Ale egro! – le gritó el Polaco sin dejar de besar al negro.- ¡irá lo é e eta uacha!! Ale, Ale!
- La uta e e arió – le contestó el negro.

Entonces fue con su mano hasta la pija del Polaco y empezó a pajearlo. Gladis se entusiasmó más y mientras se tocaba y subía y bajaba, daba pequeños gritos de placer “ay, ay, ay, ay". Adelante los dos peones hacían lo que podían para exteriorizar su frenesí sin separar sus bocas por temor a romper el encantamiento: “mm, mm,mm,mm”.

- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”
- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”

Con la mano libre Gladis se pellizcaba los pezones, apretándolos con fuerza, al tiempo que se doblaba como un arco antes de lanzar la flecha. La camioneta se movía como un frágil bote en el oleaje, mientras la noche permanecía ajena a todo. Extraña y excluida de aquel recinto encriptado por el placer.
Los dos hombres acabaron casi al mismo tiempo. Gladis saltó como una gata rabiosa y se tragó lo del Polaco que dejó de besar al negro de inmediato. Entonces el negro la agarró del pelo a Gladis y de un tirón la obligó a tragarse también lo de él.

- Qué hacés boludo! – lo retó el Polaco
- Y qué queré! – le contestó el negro

Gladis terminó con el negro, volvió sobre el Polaco y después se dejó caer exhausta sobre el asiento de atrás. Se quedaron los tres en silencio un buen rato, tratando de recuperar la respiración sin saber qué decir. Gladis se bajó el vestido y le pidió al negro otro cigarrillo. El negro se lo dio encendido y comenzó a vestirse. El Polaco lo imitó sin poder creer lo que había sucedido.

- Sos una hija de puta – le dijo a Gladis
- No te gustó?
- Sí, pero te quiero coger.
- Yo también. – se sumó el negro.
- Cuando quieran. Pero son cien pesitos.

El Polaco arrancó y se puso en marcha. Nadie dijo nada. Estaba claro que las palabras sobraban. Fumaron con las ventanillas bajas tratando de perderse en la espesa noche del campo. Las pequeñas luces a la distancia continuaban desperdigadas en la negrura como faros distantes, como bichitos de luz.

- Déjenme acá – dijo Gladis
- Pero falta bastante para tu casa - dijo el negro
- No importa.

Gladis se bajó y el Polaco pegó la vuelta.


Como todos los días, el Lunes, los dos peones llegaron a eso de las cinco de la mañana a la estancia de Don Carlos. El resto de los hombres estaba sentado en semicírculo tomando unos mates amargos. Cuando entró el Peto, todos se pusieron de pie. El Peto asignó las tareas y de a uno fueron abandonando el galpón. Al final solo quedaron el negro y el Polaco.

- Peto, tené un minutito? – preguntó el negro
- Decíme negro.
- Nada, resulta que queríamo ver si le podés sacar un adelanto al Don Carlo. Andamo medio cortos, viste.
- Cuánto quieren?
- No mucho, digamo unos cien.
- Dejáme que lo veo y les aviso. Y ahora métanle che, que ya es tarde. Va, va.
- Gracias Peto – dijo el Polaco
- Gracia – dijo el negro.

Salieron del galpón, subieron a la camioneta y suspiraron tranquilos.

- Esa Gladis – dijo el negro
- Te juro que la parto en ocho. En ocho!

FIN