domingo, 27 de diciembre de 2009

Y al final me quedé con todo ese veneno adentro. Incontables litros de cerveza dándome vueltas por el organismo. Latiendo en mi cabeza. Apuñalando mi estómago. Pudriendo mi boca. Acalambrando mis piernas. Siempre era lo mismo. Siempre es lo mismo. Siempre. Y siempre, es una palabra demasiado peligrosa, peligrosamente empedernida. Obstinada. Quizás, romántica. Triste. Siempre, es algo constante, algo imposible de torcer, una cosa inmodificable. En aquel momento, al despertar aturdido, pensé que así debía sentirse un sobreviviente a una explosión o a un accidente, y quise tener la suerte necesaria como para poder dejar de hacer siempre lo mismo.

Lavé mis dientes sabiendo que aquel sabor agrio y espeso permanecería agazapado en mi boca hasta el otro día y me duché lentamente, como queriendo arrancar toda mi piel. Sudorosa, aceitosa y brillante piel borracha. Me colgaba la panza y me costaba respirar. El día después nunca es gratis, pensé. Cuando por fin me miré en el espejo sentí vergüenza. Por un instante me pareció un insulto ser padre y tener dos hijos. Dos seres que confiaban en mi sensatez y que descansaban sobre mi equilibrio. Quise vomitar, pero decidí no hacerlo. No quería que alguien me escuchara. El leproso debía permanecer en su catacumba, oculto y confundido entre las sombras. Antes de salir del baño me perfumé y volví a lavarme los dientes. Inútil.

Me senté en la mesa de la cocina y comencé a familiarizarme con los sonidos del domingo. Todo era más tenue, y lento, si es que los sonidos tienen algún ritmo en particular. Eso era bueno. Escuché los pasos de Analía. Ahora era ella la que estaba encerrada en el baño. Lo último que recordaba de la noche anterior era un gran ataque de hipo, pero no podía recordar en qué momento lo había tenido. ¿Antes, durante o después de la fiesta? Me estiré, abrí la heladera y saqué una botella de agua con gas. La abrí y tomé un largo, profundo y refrescante sorbo. Eruté. ¿Tenía que hacer algo aquel domingo? Llegué a la conclusión de que no. Hubiera sido una torpeza planear algo para el día después de la fiesta. Típico de un principiante o de un abstemio. Tenía hambre. Nunca suelo comer en las fiestas o reuniones. Solo lo mínimo e indispensable. No me gusta comer frente a la gente, y la verdad es que tampoco disfruto viéndolas comer. No sé porqué, pero todo el proceso masticatorio me resulta bastante falto de gracia. Más allá de todo, yo tenía hambre. Entró a la cocina y le pregunté:


- ¿Hay algo para morfar? No comí nada
- ¿Porqué hacés eso? No lo entiendo. Anoche cuando salimos de lo del Tano te querías ir a Mc Donald´s…¡a las seis de la mañana!
- ¿Qué querés que haga?
- ¡Qué comas!
- ¿Qué hay?
- No sé, todavía estoy dormida. Fijáte
- ¿Vos querés algo?
- No. Tengo el estómago revuelto.
- ¿Chupaste mucho?
- Más o menos
- Yo estoy hecho concha…
- Y, tomaste…
- Lo que más estoy es cansado. Resacoso, pero cansado.
- Se bailó mucho – me dijo
- Una locura. No paramos de bailar.
- Vos bailaste solo
- Bailamos todos juntos, era un quilombo
- Pero yo quería bailar con vos
- Y bailamos!
- Pero poquito – me dijo poniendo cara
- No me hinchés las pelotas
- Es cierto
- Me imagino

Me levanté, la besé, y puse a calentar agua para hacer unos mates. Abrí la despensa, saque unas galletitas, un plato, cubiertos y puse todo sobre la mesa. Después abrí la heladera y busqué queso, jamón y dulce de leche. Me senté y la observé llenar el termo con el agua caliente y preparar el mate. Tenía puesto un camisón floreado, cortito y bien ajustado, un viejo conocido que producía en mi siempre el mismo efecto.

- ¡Qué buena que estás flaca! Ayer estabas bárbara. Eras la más linda.
- No digas pavadas
- Qué boluda que sos. Si sabés que eras la más linda.
- Evidentemente todavía estás borracho.
- ¿Mi vieja sigue acá?
- No, se levantó a eso de las diez y se fue
- Ni la escuché
- Y yo me pasé a la cama con los chicos
- A vos tampoco te escuché
- Ya me dí cuenta.
- Tengo que dejar de tomar.
- Manu, no empieces
- Pero es verdad
- ¿Ahora qué me vas a decir? Que sos alcohólico
- Ya sé que no soy alcohólico, pero tengo que tomar menos
- Tomá menos entonces
- Sos la peor contenedora del mundo
- Es que no tengo que contenerte de nada. Trabajás como un caballo todos los días, ¿qué querés que haga? ¿Qué te persiga porque te emborrachás una vez cada tanto? Eso lo hacen las minas idiotas y vos no te lo bancarías.
- Tenés razón
- Pero claro
- Ya sé, pero hoy me siento para el culo…¿me pelié con alguien, hice alguna boludez?
- No te peleaste con nadie y boludeces hicieron todos, así que no te hagas problema.

Después de tomar algunos mates tuve que ir al baño. Bendito efecto, pensé. Me senté, agarré mi libro “Los mil y un discos que hay que escuchar antes de morir” y cagué de a chorros. Estaba descompuesto y me ardía el culo cada vez que expulsaba un nuevo sifonazo. La flaca me había regalado aquel libro para el Día del Padre y a partir de ese momento, me propuse no leer más de dos páginas por vez, para hacerlo durar. Lo cierto es que era una promesa casi imposible de cumplir dada mi voracidad hacia todo lo inherente a la música, pero así y todo la cosa venía aguantando bastante bien. Y mientras cagaba leí los comentarios de Murder Ballads de Nick Cave. Lo ponían allá arriba como a todo lo de Cave. Son esas cosas que uno no entiende. Existen músicos inmunes a las malas críticas: los Beatles, Bowie, Radiohead, dioses de un Olimpo extraño que los aparta del desprecio o la indiferencia. Al fin de cuentas uno siempre llega a la misma conclusión: los críticos son una raza de mierda. Logran ganarse la vida publicando las mismas boludeces que uno dice en una mesa de café. Van al cine o al teatro, a ver un recital o una exposición de arte, o se sientan a ver un DVD o a escuchar un CD… y hasta les pagan por mirar televisión. Sentado ahí, rodeado de olor a mierda y con el ojete ardido, tuve una revelación: de haberme dedicado a la crítica, sin dudas sería multimillonario. Y probablemente mucho más feliz, viviendo en una frecuencia totalmente diferente, sin estar a las corridas 12 horas al día encerrado en una oficina planificando y coordinando miles de putos carteles que nadie ve. A veces llegaba tan cansado a casa que ni siquiera tenía ganas de sentarme a escuchar música. La adultez es extraña y si por mi fuera, debería ser abolida. Antes, sin embargo, deberían abolir la escuela secundaria. A lo largo de la vida, las grandes decisiones pasan por la suma, la resta, la multiplicación, la división, saber leer y saber escribir. Todo lo demás, está de más. Excepto por la lógica, que simplemente pasa por ser alguien que no cometa cierto tipo de pelotudeces bastante obvias. La psicología básicamente es un gran camelo, por ejemplo. Viene un tipo triste a contarte que su mujer es una perra que lo cornea con otro y que no sabe qué hacer con ella. Y para dar esa simple respuesta, a uno lo hacen estudiar durante 6 años las teorías de un cocainómano obsesionado con la histeria y los traumas de la niñez. La primer respuesta sería “negro, matála”, pero más allá de ser una respuesta correcta, ninguna mina justifica la prisión perpetua, con lo cuál hay que pasar a la segunda, que sería “cagála a trompadas”, aunque también presenta sus inconvenientes a futuro. Quedar como un golpeador frente a una sociedad tan intolerante, no ayuda demasiado, así que vamos a la tercera y más lógica de las respuestas: “mandála a la mierda”. Esa es la pura y simple verdad del asunto. Nadie, excepto un pelotudo sin personalidad ni autoestima, puede seguir al lado de una pareja que le fue infiel. Te vas a reconciliar y el primer polvo va a ser fantástico, pero ya durante el segundo te vas a entrar a preguntar: “¿el otro la tenía más grande que yo? ¿se la cogía mejor? ¿sabía poses que yo no vi ni en figuritas? ¿estará pensando en el otro mientras acaba conmigo? ¿uy, y esto que me está pidiendo, dónde lo aprendió?”… Con lo cuál estás cagado, y eso no te lo resuelve nadie. Te pusieron las guampas y la cornamenta nunca se supera en la convivencia. La única manera de volver a caminar erguido en dos patas es conseguir una mina que esté diez veces mejor que la anterior y refregársela por la jeta a tu ex, todas las veces que puedas. Onda: “mirá boluda, mirá lo que son estas tetas, ¿y de este culo qué me contás?” Y una vez que hagas eso vas a volver a ser un hombre, o mejor dicho, un ser humano.

Cómo sea, yo debería haber sido crítico de espectáculos.

Terminé con Nick Cave y con mis reflexiones y me tiré en el sillón del living. Encendí la tele y me di cuenta de que acababa de encallar. Difícilmente pudiera volver a moverme de ahí a lo largo del día. Quizás hasta fuera capaz de pasar dos o tres días en aquella misma posición. Embalsamado y embelezado por la televisión, mi única gran adicción, después de otras menores. En la tele siempre pasan cosas. O están por pasar. Ahí es donde la gente le da verdadero sentido a su paso por la tierra. Si no vas a salir en la tele ni una vez en tu vida, entonces ni siquiera te tomes la molestia de nacer. Es un aparato apasionante. Toda esa gente chiquitita llamando tu atención permanentemente. Casi un mes preguntándose dónde mierda estaban los Pomar y yo me pregunto “¿quién carajo son los Pomar?”. Nadie, absolutamente nadie, HASTA que la tele nos empomó la fotito de los Pomar a toda hora durante semanas. Entonces, de un día para el otro, prácticamente estábamos todos queriendo saber adónde mierda se habían metido estos cuatro que nos dejaron con la mesa servida y el vino a medio terminar. Los Pomar pasaron a ser parte de nuestra familia. El gordo depre que no tenía laburo, las nenas que quizás en sus dibujos escondían el secreto de un drama familiar, y la señora que aparentemente era víctima del maltrato de un marido desquiciado, que para colmo se había comprado un revolver no hacía mucho... Algo había pasado o estaba por pasar… aunque al final la película tuvo un final de lo más idiota, como si Lost después de tanta ida y vuelta en el tiempo resultara ser el sueño del gordo Hurley…

O por ejemplo el caso de Sandro. ¿Estaba por zafar o estaba por zarpar? Y ahí tenían a un pobre diablo muerto de calor en la puerta del Hospital Italiano de Mendoza, micrófono en mano repitiendo como un mantra el último parte médico del “Gitano”. Ahora lo habían vuelto a operar por una bacteria que le estaba comiendo sus relucientes pulmones. Era lógico. Después de todo ¿quién se le iba a animar a los anteriores? Podridos, repletos de tabaco, nicotina y alquitrán, un asco. Como siempre en estos casos, al final te decían que estaba “estable, pero en estado crítico”, que traducido sería algo así como decir “si sale de esta, es por nosotros los doctores que no somos otra cosa que la encarnación de Dios en la tierra, pero dada nuestra experiencia, capacidad y conocimiento, también les avisamos que puede palmar en cualquier momento”. Por este tipo de cosas es que la secundaria no sirve para una mierda. Porque te habilita para ir a la facultad, que principalmente se ocupa en darte las herramientas para buscar excusas y justificativos a todo aquello que te supera: “Hicimos todo lo posible, pero el paciente estaba muy comprometido y desde un comienzo su estado fue de riesgo permanente”. ¡Y una mierda! Son los doctores los que te dicen “tenemos que operarlo urgente”.Y después sale todo para el culo y aparecen diciendo “y el señor era muy mayor”. ¡Hijo de puta! ¿y para eso fuiste a la facultad de medicina? ¿no era más fácil pedirle el documento al tipo? “Carajo, 85 pirulos, a este mejor ni tocarlo”. Pero no. Los tipos van y meten mano, porque después de todo son cirujanos y ¿qué otra mierda van a hacer durante el día si no operan a alguien? ¿van a leer la Pronto para ver a quién se la chupó esta semana el último gato de moda que fue a mover el orto a lo de Tinelli? No señor. Ellos son cirujanos y operan. Porque la verdad es que nadie llega a la guardia del Fernández diciendo “necesito un quirófano y un cirujano para que me extirpen el apéndice”. Vas porque te duele la panza, pensando que tenés unos pedos atravesados, pero no, resulta que después de que un montón de residentes te toquetean haciéndote ver las estrellas, viene un cirujano y te dice “flaco, tenés apendicitis aguda y tenemos que operarte cuánto antes”. Te entregás confiado, te afeitan las pelotas y a dormir un par de horas. Cuando te despertás lo tenés al mismo cirujano en frente tuyo pero ya con otra cara, como que lo ves un poco preocupado. “Cagué”, pensás, “tengo cáncer y me quedan seis meses de vida”, y ahí le preguntás “¿qué pasa doctor”? El boludo este se muerde los labios, imposta una sonrisa y te larga “sabés que al final eran gases nomás”, y vos lo mirás queriéndolo matar, pero cuándo intentás incorporarte para meterle el estetoscopio por el culo te das cuenta de que los puntos te tiran como si te hubiesen pegado un balazo, así que te hundís en la almohada para escuchar antes de desmayarte, “pero de todas maneras te hicimos un favor, el apéndice no cumple ninguna función útil en el organismo, y de paso si algún día decidís irte a vivir a la Antártida ya no tenés que operarte. Un gusto y que sigas bien”. Y todo eso porque en la Facultad de Medicina no existe la materia “Gases”.

Igualmente y para que conste, quiero dejar por escrito un mensaje para mi hija: “Martina, si algún día llegás a leer esto, tené en cuenta que lo escribió un borracho en pleno estado de delirium tremens, así que no te hagás la boluda y cazá los libros, ¡pendeja!”.

Estuve ahí durante un ratazo, hasta que apareció Analía con una bandeja. Traía tostados, papas fritas Lays y Coca Cola Light. La amé profundamente. No hay imagen más hermosa que la de una mujer con una bandeja llena de alimentos en la mano. Se sentó al lado mío y comimos escuchando el parte médico de Sandro.

- ¿Para vos palma? - me preguntó
- Hoy te digo que sí, pero no sé. Espero que no.
- Si a vos no te gusta Sandro
- ¿Y qué tiene que ver? Una cosa es que no me guste y otra cosa es que le desee la muerte. Lo mejor que puede pasar es que zafe pero que no cante más.
- Cuando recién lo operaron un doctor dijo que pensaba que iba a volver a cantar.
- Los doctores no entienden un sorete.
- ¿Cuándo te vas a ir a hacer los análisis?
- No sé
- Negro, tenés que hacértelos. Ya te venció la orden que te dio el doctor. Tenés que conseguir otra orden y hacértelos.
- Ya me los voy a hacer
- ¿Cuándo?
- Después de las fiestas
- Todo el mundo se los hace antes de las fiestas. Pero vos no. Vos tenés que hacértelos “después” de las fiestas.
- ¿Y?
- ¿Y qué?
- ¿Y qué? Justamente, ¿y qué? ¿dónde está escrito que hay una fecha para hacerse los análisis?
- Hace 3 años que no te los haces
- Porque estoy bárbaro
- ¿Qué sabés?
- Yo tengo una gran comunicación con mi organismo
- Sos un boludo
- Conozco sus necesidades
- …..
- Cerveza, Big Tasty y sexo con vos
- Sos un estúpido
- Vení

La agarré de un tirón y la besé. No sé que tiene esta hija de puta que me pone como me pone aún después de 20 años. Los días después de una buena curda y los días que me sube la fiebre, siempre ando alzado. Le metí la mano debajo del camisón y le acaricié el culo. Sonrió, me dio lengua y después se apartó.

- Los chicos – me dijo
- ¿Estamos a tiempo de darlos en adopción?
- Jajaja. No sé.
- Jajaja, estoy hecho mierda
- ¿Te sentís muy mal?
- Estoy cansado

Casi de inmediato apareció Baltazar como todos los días, rascándose la panza y la cabeza. Nos miró y se rió. En sus poco más de tres años de vida, jamás lo había visto levantarse de mal humor.

- ¡Hola Coco! – le gritamos los dos
- Hoda ma, hoda pa, quiedo yogur

Y se fue caminando hacia la cocina a buscar su yogur como todas las mañanas.

- ¿Y Martu? – le pregunté a la flaca
- Duerme
- ¿Cómo puede dormir tanto una persona?
- Es adolescente, vos también dormías así cuando tenías quince años
- ¿Qué sabés?
- Lo sé, todos duermen así a esa edad
- Yo no sé si duermen o si en realidad están en medio de una metamorfosis que de a poco los va transformando en otra cosa.
- Ahí vamos con alguna demencia
- Es verdad, uno va durmiendo horas y horas y horas, y cada vez que uno se duerme va mutando un poco más, hasta que un día te despertás convertido en un verdadero adolescente.
- Martina “ya es” adolescente.
- No, todavía le falta un cacho. El día que abra los ojos con ganas de asesinarnos, ese día va a ser una adolescente.
- ¿Qué decís? Yo nunca quise matar a mis viejos
- Sí quisiste. Lo negás porque ya creciste y te parece una locura.
- No. Lo niego porque no me pasó.
- Nunca deseaste que se murieran tus viejos
- Jamás!
- Mirá vos. Pensar que yo, entre los quince y los diecinueve lo deseé todos los días. Hasta que se murió mi viejo.
- ¿Y después no te sentiste para el culo? – me preguntó
- No. Para colmo en el caso de mi papá te diría que la muerte fue lo mejor que pudo haberle pasado. Estaba hecho mierda, sufriendo como un animal, una cagada. Pero cuando se murió, lo quería tener vivo.
- Viste

Volvió Balta, le dimos el yogur y ahí nos quedamos abrazados viéndolo jugar con sus Power Rangers mientras que en la tele se fueron sucediendo Yo Gaba Gaba, La Casa de Mickey Mouse y Rollie Pollie Ollie. ¿Aquella personita desearía mi muerte algún día? Supuse que sí y no se me movió un pelo. Las manadas siempre se renuevan. Pero mientras tanto, como decía He-man, “yo tengo el poder”…

…Y llovió. Así que a la tarde no tuvimos ninguna culpa cuando nos metimos en la cama, sin tener que pensar qué íbamos a hacer con los chicos para entretenerlos. Los fines de semana, en casa, cuando llueve, mamá y papá se van a dormir…

Brindo por el diluvio universal y el ruido de las gotas de lluvia pegando contra la pared de nuestra habitación.

Fin

jueves, 10 de diciembre de 2009

SOMOS

Los seres humanos, al final del día, no somos más que un puñado de recicladores defectuosos, capaces de transformar los más exquisitos manjares, en la más espantosa y repugnante mierda.