sábado, 27 de noviembre de 2010

GRANDES EXITOS

Me desperté demasiado tarde como para intentar planificar aquel día perdido. Existen horas tempranas ideales y perfectas para ese tipo de cuestiones. O en todo caso, también existe la noche anterior. Es que los días son pocos y de nada sirve malgastarlos en vivencias estúpidas y sin importancia por el simple hecho de tener algo que contar el lunes, en la oficina. Es preferible verlos desvanecerse, casi sin tener conciencia de ellos. Los días que se esfuman nos evitan recuerdos sin valor, incómodos y patéticos. Si tan pocos son los días, ¿qué mejor entonces, que preservar para la proyección del último suspiro, una exquisita selección? Un “grandes éxitos”, de nuestros días.

Pero por más que uno se lo proponga, es inevitable que la balanza al final haga pie, en la porción habitada por la mediocridad y la locura.

Es que si bien los días son pocos, además estos, son cortos. Muy cortos.
Veinticuatro horas no alcanzan para intentar hacer de cada día un día maravilloso. Ocho horas trabajamos. Ocho horas dormimos. Y así ya sumamos dieciséis horas perdidas. Las ocho horas restantes las pasamos luchando por despertar o intentando dormirnos otra vez. La misión es imposible, o más bien obra del destino.

El destino en esto lleva las de ganar. Es la única posibilidad cierta a mi modo de ver las cosas. Por naturaleza soy cómodo, perezoso, desganado y aburrido. Quizás por eso crea en el destino como generador de vidas resplandecientes o responsable de existencias más bien opacas. No lo sé, pero la construcción de un mísero día diferente al resto de mis días, me cuesta horrores. Y la verdad es que tamaña preparación aborta cualquier posibilidad de improvisar una movida magistral del: destino.

Así que aquel día me quedé ahí, como una perdiz escondida entre los matorrales, mimetizada entre la tacaña maleza de la llanura para evitar ser detectada. No atendí el teléfono, que apenas sonó una vez y no encendí las luces de ninguno de los ambientes. Entre penumbras me moví frente a situaciones de extrema necesidad. Me levanté para cagar. Me levanté para mear. Me levanté para comer. Me levanté para servirme algunos whiskeys y me levanté para tirarme en el sillón.

Ese sillón es mágico. Todo en el es perfecto como el cuerpo de una esclava. Magnético, suave, anatómico, silencioso. No cuestiona mi peso abrumador y parapléjico, ni mis rebotes atormentados. Es mi sillón y me pertenece absolutamente. No me molestaría ser condenado a cadena perpetua en la más trágica de las prisiones si él fuera el único mobiliario en mi celda. A veces pienso que ese sillón y el universo están fuertemente emparentados.

La noche no tardó en llegar y en un momento le dí gracias a Dios por el instinto de supervivencia. Y a esto me refería al principio. ¿Qué sentido tiene el recuerdo de días sin valor, incómodos y patéticos?

¿O habrá sido este uno de mis “grandes éxitos”?

sábado, 20 de noviembre de 2010

DOBLEMENTE UNO

Las sábanas y tu sangre fresca
Roja y hedionda
El sudor en medio de la tarde
Dos hienas al fin viviendo
Un momento de plena calma
Cada tanto enfrentamos a nuestros temores
De la manera que más nos gusta
Y la vida vibra a nuestro alrededor
Encerrada entre las paredes desnudas
De nuestra habitación
Restos del otro en el otro
Recuerdos que se desvanecen de a poco
Ingrata sorpresa la muerte
Que nos persigue implacable
Como un cazador furtivo
Como una bestia siempre hambrienta
Como la noche de cada día
Como el honor frente a una promesa hecha
Nos hicimos pedazos
Entre la luz que atravesaba las persianas
Mientras el resto del mundo
Continuaba girando a nuestro alrededor
Y es que cuando estamos así,
Ya nada más nos importa
Somos únicamente dos
Doblemente uno
Más atroces y sinceros que el resentimiento
Más hábiles que los traidores
Todo resulta tan pequeño
Frente a la inmensidad de nuestros cuerpos

LA ULTIMA ESTRELLA MORIBUNDA

Te llevé hasta el borde de la cama y empujé caliente adentro tuyo
Una, dos, tres veces y mil veces más, hasta que me miraste y me dijiste:
“ahora, ahora, ahorcame ahora”
Y envolví tu cuello sin temor, mientras la televisión gritaba muda
Clavaste tus uñas en mi espalda y desesperada acabaste en un gemido
Podría matarte hija de puta
Podría matarte sin que te dieras cuenta
Sin que ofrezcas resistencia
En ese momento tan cercano a la locura
Insanos, enfermos, defectuosos, vivaces
Revolcamos lo que queda de nosotros cada vez que nos cruzamos
Como restos juntados al azar intentando ser parte de algo nuevo
Sin embargo, no somos tan astutos, tan inteligentes
Funcionamos en espasmos automáticos que por ahora,
Logran mantenernos vivos.
Latidos, pulsiones, chorros de sangre prisionera
Sos lo que más quiero en este mundo, quizás seas lo único importante
Después, todo puede irse a la mierda y desaparecer
Aunque mi cabeza esté muriendo segundo a segundo, eso lo sé
Solo suplico que seas lo último en desvanecerse
El último interruptor
La última estrella moribunda

BELEN FRANCESE NOS CAGÓ

Últimamente todo el mundo me dice:
“Tenés que escribir más”
“Tenés que mostrar lo que escribís”
“Teneeeés que hacer algo”

Y no se dan cuenta de que uno no puede servir para cualquier cosa, para cualquier “tipo” de cosa. Uno no necesariamente “es” un ser multifacético, multiuso.

En lo que a mi respecta, soy prácticamente inútil para casi todo. Solo puedo hacer bien (o al menos eso creo), ciertas cosas. Escribir, escribo bien. Eso lo sé. Música, hago bastante bien, eso también lo sé. Coger, es lo que mejor hago. Eso no lo sé, pero al menos es lo que más me festejan. Y causar semejante nivel de placer no es poca cosa y por algo debe ser. El problema es que no me ando cogiendo a medio mundo por ahí, entonces no son tantas las voces que me incitan a dedicarme a garchar. Ese es el problema de tener una sola mujer. Ella cree que te la cogés bien y vos terminás creyéndotelo. Como sea, quedémonos entonces con la literatura y la música.

La verdad es que no sé más que producirlas. Puedo sentarme con una guitarra y sacar una canción adelante o empezar a teclear frente a la computadora y llegar a algún lugar mezclando las palabras. Pero más allá de eso no puedo avanzar. Me quedo ahí. Como un mediocre sin las pelotas suficientes para destripar al universo.

El otro día un tipo entró a mi blog y me dijo que después de leer lo que yo había escrito se había dado cuenta de que no podía ni siquiera soñar con seguir escribiendo. “¡Guau!”, pensé yo. Sin dudas soy el escritor con el público más estúpido e ignorante del cyberespacio. No estaría mal esculpirlo en mi tumba, como un legado o simplemente como una agresión: “Idiotas, siéntanse al fin libres para tomar la pluma y la palabra”. Pero más allá de esto, la realidad es que la admiración, ya sea proveniente de un erudito o de un imbécil, siempre es bienvenida. Uno quiere gustar a cualquier precio. A uno no le importa si la peor gorda granosa del boliche se le tira encima. Lo importante es que al menos por un rato, uno se sintió como Brat Pitt, con la pija bien larga y el cuerpo de un adonis. Y llegás a tu casa, y te metés en el baño y te mirás al espejo y le das gracias a Dios por haberte puesto a esa vaca en el camino, y ya no te sentís tan pelotudo. Eso me pasa cuando alguien elogia lo que hago. Dejo de sentirme un pelotudo que publica pelotudeces en la web...a pesar de serlo.

Porque digamos cómo son las cosas sin pelos en la lengua: Para ser escritor hay que publicar un libro en PAPEL. Esta boludez de Internet no sirve para un carajo, más allá que para el “make belive”. Escribís, lo subís y entonces “crees” que sos un escritor. Una mierda. Es lo mismo que los forros que publican libros “cooperativos”. Esos no son escritores. Son un puñado de fracasados que juntan la guita que no tienen para compilarse en una gran letrina comunitaria. Un asco. Y para colmo después pretenden recuperar el dinero vendiéndoles esa basura a familiares y amigos. Por una cuestión de principio un “amigo” frente a semejante circunstancia está obligado a responder sin titubear: “metételo en el culo”. Porque para que un boludo deje de ser boludo, lo primero que hay que hacerle notar es que ES un boludo. De otra forma se va a pasar la vida publicando sus cagadas cooperativas creyéndose Cortazar.

Pero a pesar de que últimamente todos me dicen lo que me dicen, yo solo puedo seguir adelante con esta boludez sin que me queden muchas más energías que para intentar “algo más”. Y ahí está la diferencia esencial entre el éxito y el fracaso. A decir verdad creo que es más importante el “algo más” que el “qué se haga”. El mundo está lleno de mediocres testarudos y empecinados que a base de romperlaspelotas y de moverse incansablemente logran finalmente concretar su sueño y llegar adonde otros ni siquiera nos acercamos. Y uno los ve y dice “quehijodeputa”, mientras sigue hojeando el diario apoltronado como un cerdo en la cama con aliento a mierda y el pelo revuelto a las dos de la tarde. Esa gente, a las dos de la tarde, ya hizo de todo. Malo o bueno, pero de todo al fin. Y vos ni siquiera te levantaste para ir a mear porque te da paja. Ellos en cambio se levantaron temprano, se bañaron, cagaron, mearon, desayunaron, fueron a correr, volvieron, se volvieron a bañar, leyeron el diario en la compu, llamaron a uno, a otro y después a otro, y a otro, y a otro más y así hasta lograr “algo”, que seguramente se habían propuesto la noche anterior. Laburan su red de contactos en forma constante y obsesiva. Van y vienen. Conocen gente, se muestran, se hacen notar y los notan. Y llega un punto en que a nadie le importa la calidad de la obra o el nivel de talento de semejante perejil trepanador de cerebros. Pero el tipo o la tipa está ahí y vive de lo que vos quisieras vivir, a pesar de hacerlo peor que vos. Pero te cagó. Me cagó. Nos cagó.

Se me acaba de ocurrir el título de esto que estoy escribiendo: “Belén Francese nos cagó”.

Y los puristas que lean esto no salgan a romperme las pelotas con que no puedo poner a “esa mina al nivel de no sé que poronga”. Como dijo el Diego: “la tenemos adentro” y hay que fumarsela. Como también hay que fumarse a Bucay o a Rolón, o al boludo de De La Puente o a tantos otros que están ahí, en esas vidrieras sacándonos la lengua y diciéndonos: “Giles, yo tengo ese algo más que a vos te falta”.

Me río solo. Cuando empiezo a divagar sobre estas cosas, me río solo. Porque el mundo es una gran pelota de pelos enredados y uno al final del día nunca es capaz de entender ciertas realidades. Ni siquiera la propia.

Hace un par de días el médico me recetó nuevas pastillas para dormir porque las anteriores eran buenas, pero me producían conjuntivitis farmacológica. Cuando se lo comenté me dijo que era la primera vez que escuchaba algo así. Entonces le dije que en el prospecto hacían referencia a esa contraindicación. El tipo me miró, se rascó la cabeza y tirándose para atrás sobre la silla me contestó: “sabés lo que pasa, los laboratorios están obligados a poner en los prospectos hasta las contraindicaciones que tienen el 0.1% de posibilidades de producir, así que por lo general, ponen todo, escriben boludeces”. Pero lo que más lo asombró fue que me hubiera tomado la molestia de leer el prospecto. “La gente sabe que no sirven para nada y no les da bola, no los leen”. Me tenté y casi le confesé mi adicción a la palabra escrita, pero me quedé callado, porque después de todo quizás él había dado en la tecla, sin siquiera darse cuenta.

¿No será que se están escribiendo demasiadas boludeces y la gente ya se dio cuenta?

Por suerte ya no paso noches enteras tratando de responder preguntas semejantes. Las nuevas pastillas funcionan de maravilla.