martes, 12 de octubre de 2010

DEMONIOS

Una vez que los demonios penetran en tu cabeza, estás listo. Frito. Acabado. Y es que los demonios no ayudan a hacer más fáciles las cosas. Por el contrario, las complican con malicia, obsesión y terquedad. Lo simple se torna complejo y la luz se convierte en sombra. Tus cejas tienden a unirse y tu mandíbula se cierra, desterrando a la sonrisa. No sé cómo mierda es que logran entrar esos chotos demonios, pero lo hacen sin que te des cuenta y un día, en cualquier momento, estés haciendo lo que estés haciendo, empezás a sentirlos, a tener conciencia de ellos. Llegás a tu casa y no querés que te hablen o que te toquen. Necesitás silencio, calma, tranquilidad, para algo que no sabés bien qué es. Porque cuando te tirás en el sillón sin que nadie te jorobe, tampoco llegás a ninguna conclusión demasiado cierta. Vivís en estado secundario, como si delante tuyo hubiera un filtro imperceptible capaz de separarte del resto del mundo. Te pesan los ojos y cuando te metés en la cama junto a ella, ni siquiera te dan ganas de echarte un buen polvo para relajarte. Los demonios son unos hijos de puta impiadosos. Las manos se te hinchan y los anillos socavan tu piel como taladros afilados. El tiempo. El tiempo. El tiempo, pasa a otra velocidad. A paso lento, y cada minuto es un triunfo porque querés que el día termine para ver si con él, también se esfuman estos diablos del orto. Chupás más, fumás más, pasás más tiempo encerrado en el baño rodeado de olor a mierda como si fueras un cerdo y la piel se te engrasa como si fueras una puta a punto de salir a escena. Agarrás un libro y lo mirás como un analfabeto incapaz de leerlo y la tele te absorbe como un parásito hambriento mientras te repite “no pienses más, no pienses más”. Te acordás de los muertos, de los amigos con los que te peleaste y de alguna novia vieja. Te quedás enquistado en los veranos que fueron y en anécdotas pelotudas sin ningún valor en especial. Te sentís más viejo, más choto. Cansado de estar de pie, harto de estar sentado. Tenés sueño, pero no podés dormir y cuando parece que lo estás logrando siempre llega el amanecer, con el demonio ese ahí otra vez sacándote la lengua, cagándose de risa de vos y de tu desesperación. Te levantás, te mirás en el espejo y te preguntás cómo es posible tener esa cara, ese pelo y ese aliento. ¿Cómo no vas a tener un demonio dando vueltas en el coco si estás hecho un infierno?
Una vez intenté suicidarme con pastillas, pero fallé. Al final terminé siendo adicto a las pastillas. Cuando fui a rehabilitarme un doctor me dijo: “acá vamos a sacarte esos demonios que tenés adentro”. Yo me lo quedé mirando con ganas de chuparle la sangre.
Es inútil. Una vez que están adentro, solo ellos deciden cuándo van a volver a dejarte en paz.