jueves, 17 de junio de 2010

VIEJO

El viejo estaba como cada tarde, parado en la esquina de Ramos Mejía y Padre Mujica, sucio y meado de pies a cabeza, moviéndose de atrás para adelante como un péndulo miserable y despojado de toda precisión o belleza. Un muerto en vida, un alma perdida en una ciudad perdida y desalmada. Cada tanto se animaba y se acercaba a la improvisada parrilla callejera repleta de chipas, mientras la vendedora, desconfiada, lo miraba incómoda.

- Dame uno – le rogó él.

- Salí de acá – lo frenó ella.

Intentó hacer memoria pero no pudo recordar exactamente cuánto tiempo hacía que estaba viviendo en ese lugar, donde una esquizofrénica Buenos Aires se tambalea entre la miseria desesperante de la Villa 31 y la indiferente abundancia de Puerto Madero y Catalinas. Escupió un gargajo espeso y se alejó de la parrilla, pero no demasiado. Hacía frío y todos sus trapos estaban húmedos. Sin que lo notara apareció Tino con un tetra en la mano.

- Tomá loco, terminalo.

- Gracias Tinito

- ¡Qué noche de mierda!

- Esta boluda no me da chipa

- ¡Ché negra, jate joder! Largá un chipacito pa´l viejo ¿qué te cuesta?

- Salí de acá vos también.

- Dale

- ¿Pero sos idiota?

- Boluda – murmuró el viejo

- Te escuché, viejo choto

- No te calentés viejo. Al menos tenés el vinito

- Gracias

- ¿Podés creer?, todo el día cuidándole el Mercedes a un choto acá al lado, y viene y me deja un peso. ¡Un peso, viejo! Ocho horas cuidándole el Mercedes y me da un peso. Un peso de mierda.

- Por un peso te doy un chipa

- Por un peso me chupás la pija, negra fea.

- Ja – se rió el viejo.

- Bueno viejo, hasta mañana. No tomés frío.

- Chau Tinito

- Chau puta

- Pelotudo

El viejo terminó el vino y se sintió mejor. El vino siempre lo hacía sentir mejor. Cualquier cosa era mejor que no tener nada en el estómago. Lo peor del hambre no era el dolor, si no la debilidad. El cuerpo se iba alimentando de sus reservas, en una forma de auto preservación, empecinada e inútil, incapaz de eludir lo inevitable. Las fuerzas al final, siempre terminaban agotándose. Costaba mover las piernas, costaba hablar y hasta respirar demandaba un esfuerzo titánico. Sin embargo no era tan fácil lograr que la maquinaria se detuviera totalmente. Su maldito corazón parecía de acero. Un enemigo con una misión abominable: mantenerlo con vida. Volvió a mirar a la negra, sacó un peso de su bolsillo y le dijo:

- Dame un chipa. Ahí tenés un peso.

- Tomá – le dijo la negra sin mirarlo.

El viejo agarró el chipa, lo mordió y empezó a caminar por Padre Mujica para el lado de la estación Saldías. Le pesaban los pies, pero a medida que avanzaba la sensación de entumecimiento fue desapareciendo. Es la sangre circulando, pensó extrañado. Y sonrió, o creyó haber sonreído. Pasó por las cocheras donde los empleados de la estación Belgrano Norte estacionaban sus coches y miró al guardia de seguridad con desprecio. Era un pobre hijo de puta desalmado. En otra época lo hubiera podido cagar bien a trompadas. Cuando trabajaba en el puerto y era joven y tenía una cama caliente y una mujer esperándolo cada noche. La gente cometía siempre el mismo error: suponer que la desgracia era cosa de los demás. Pero la desgracia es como una puta agazapada. Te espera, te sorprende, y una vez que te atrapa, te coge y no te suelta hasta dejarte seco y un poco más pobre. ¿Qué pensaba ese tipo? ¿Qué por tener un uniforme y un machete colgándole de la cintura tenía al destino domesticado? Un hombre nunca sabe cuándo puede cerrar una fábrica. Un hombre nunca sabe cuándo le van a mandar el telegrama de despido. Un hombre nunca sabe cuándo va a dejar de conseguir trabajo. Ningún hombre sabe nada de nada. Ni siquiera aquel sorete que todas las mañanas lo despertaba pateándole los pies que sobresalían de su caja. “Dale, dale, arriba, movete”, le decía, antes de que llegaran los primeros coches. El viejo debía ser invisible ni bien arrancaba el día. Por las noches, cuando las cocheras quedaban vacías, podía volver a ocupar su lugar, pero esta vez siguió de largo, frente a la mirada aguda del guardia que lo vio pasar con una determinación desconocida, nueva, diferente. Cuando dejó atrás el estacionamiento, solo le quedó un paredón de oscuridad por delante. Lo enfrentó sin temor. Conocía cada rincón de aquel lugar a la perfección. Los perros de la Fonda del Ferroviario se le acercaron, lo olieron y salieron disparados cuando les gritó “¡JUIRA PERRO!”. Querían su chipa. Eran como parásitos. Siempre buscando algo que masticar pero incapaces de conseguir su propio alimento. Cuando pasó por debajo de la Autopista Illia vio a dos putitos de no más de catorce años besándose y frotándose escondidos detrás de una columna. Venían de la villa y se dedicaban a chupársela a los degenerados a cambio de cinco pesos. Pero mientras esperaban a los clientes, al menos, sabían cómo entretenerse. Sin dudas el mundo no era el lugar indicado para la gente cuerda. Era demasiado siniestro e insensible. Era una jaula repleta de víboras de cascabel y todos estábamos ahí dentro tratando de evitar ser mordidos. Imposible. Todos resultaban mordidos alguna vez. Y él ya había recibido su cuota de veneno demasiadas veces.
Sabía que no estaba lejos, así que se acercó a la alambrada. Estiró el brazo y siguió caminando. Anduvo casi a ciegas durante unos minutos hasta que dejó de sentir el alambre bajo sus dedos. Era un sistema perverso. El Estado obligaba a los ferroviarios a alambrar todo el trayecto del tren que lindaba con la Padre Mujica para proteger a la gente de la villa, y la gente de la villa terminaba robando el alambre para venderlo y hacer unos mangos. Entonces, sin dudar, puso un pie del lado de las vías. Después, puso el otro. Frente a él, las luces resplandecientes de los edificios paquetes de Avenida del Libertador. A sus espaldas, las casillas apenas iluminadas de la Villa 31. El había quedado atrapado en el medio de aquel laberinto indescifrable por demasiado tiempo. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó tres monedas de un peso. Tres chipa, pensó, y las apoyó con cuidado en el piso. Miró preocupado para todos lados una vez más. Nadie lo había visto. Había vuelto a ser invisible. Por última vez. Se agachó con dificultad, se recostó sobre las vías heladas e intentó rezar. Pero de nuevo la memoria, lo había abandonado.

miércoles, 16 de junio de 2010

EL PRIMERO DE LOS INMORTALES

Se muere un amigo y por un instante te quedás frío, porque los amigos no se mueren y resulta que para colmo eran inmortales, como vos. ¿O acaso vos no fuiste inmortal? Nosotros sí. Hasta la semana pasada, cuando nos enteramos de que ya no lo éramos. Hasta que nos contaron lo que había pasado y la concha de la lora…Uno menos de nosotros, de la barra del Pelle, egresados 1985, el primero de los inmortales en abandonarnos, en irse. Y cuando asumís que ya no vas a ver más a tu amigo, a no saber nunca más nada de él, te sumergís en la tarea casi imposible de recuperar los olvidos, para convertirlos en recuerdos, en hechos, en verdades y anécdotas, en pequeños homenajes extraviados. Pero no es tanto lo que realmente podés rescatar, o sí, no lo sé. Lo único que sé es que no alcanza. Nada de lo que hagas va a alcanzar para traerlo de nuevo, para darle una segunda oportunidad de honrar la eternidad de la vida. Para decirle: te equivocaste gil, ¿no te acordás que éramos inmortales? Dejáte de joder y no vuelvas a hacerlo.
Olvidate.
Se muere un amigo y no hay nada que hacer. Seguir viviendo, ver pasar la cosa, como todos los días, tratar de encontrarle la vuelta a la rutina e ir llenando ese nuevo vacío quién sabe con qué. Jamás con otro amigo. Los amigos no se reemplazan. Por eso, llega un punto en que todos nos quedamos solos.

domingo, 13 de junio de 2010

ADOLFO

ADOLFO

Acabo de bajarme toda la colección de CDs de Peter Wolf y eso me hace feliz
Uno a uno los estoy escuchando y eso me hace feliz
Todavía saboreo el vino de la cena y eso me hace feliz
Sé que en un rato voy a estar haciendo el amor y eso, me hace feliz

Ayer solucioné el asunto del amplificador y ahora todo suena como tiene que sonar. Pero no fue tan fácil llegar a la perfección sonora. El tipo que me vendió los equipos tenía algún problema. Supuse que tenía algo que ver con su mujer. Una rubia teñida y culona, desesperada por llamar la atención. Una grasa. Una de esas minas que suponen que todos los hombres del planeta desesperan por pasar una noche con ellas. Te miran fijo a los ojos mostrándote las uñas largas y pintadas de algún color llamativo, mientras mueven ridículamente la boca al hablar. Ja, ja esto, ja, ja aquello. Pero el tipo tenía un problema. La primera vez que lo ví, estuvimos hablando por más de media hora. Él explicándome en detalle los beneficios de cada uno de los artefactos y yo acosándolo con preguntas dignas de un analfabeto. “¿Cuál es el positivo y cuál es el negativo, el negro o el rojo?”. “¿Qué es la impedancia?”, “¿Y los watts del amplificador no serán muchos para mis baffles?”. El tipo respondía y respondía sin quejarse, atento a cada pregunta, como si yo fuera el único cliente con el que se hubiese topado en su vida. Me hizo sentir importante. “Mierda”, dije, “Acá mi plata vale”. Me sentí como debe sentirse Rockefeller o Gates. Un magnate. Un jeque árabe a punto de comprar su nuevo yate, su nuevo helicóptero, su nueva pirámide. En fin, un cliente. Le dije que volvería al otro día y así lo hice. Y mientras iba caminando por Cabildo entre toda esa gente asquerosa que camina por Cabildo, esquivando miles de asquerosos vendedores ambulantes con sus asquerosas alfombras repletas de asquerosas chucherías, pensaba “¡Qué gente de mierda!” “¡Yo sí que soy alguien!”, “Estoy yendo a lo de MI amigo, a cerrar un negocio” “¿De dónde salió toda esta basura decadente?”, “Deberían barrerlos”. De pronto tuve la sensación de flotar sobre ellos, de estar por encima de sus cabezas, de estar más allá de ciertas frustraciones. Era como un futbolista gambeteando a la miseria y a la desesperación. Un animal.

Después de un rato llegué a la Galería Los Andes y subí como un modelo masculino por la rampa que me llevaba al local número 33. Ahí estaba él. Mi asesor. Mi Personal Music Trainer. Empujé la puerta, entré y nos miramos. Los dos sonreímos. Y lo saludé.

- ¿Cómo te va Adolfo? – le dije.

Y él se me quedó mirando, aún con la sonrisa congelada en su cara.

- Sí, ¿qué tal? – me dijo asintiendo, moviendo la cabeza como esos patéticos muñecos de torta que tienen un resorte en el cuello.
- ¿Cómo estás? – insistí
- Bien, bien, pero perdoname ¿nos conocemos?

“Este es boludo o se hace”, pensé.

- Eh, sí. ¿No te acordás de mi? Estuve ayer por lo del ampli y los bafflecitos.
- Ah! Disculpame! Es que con tanta gente que viene por acá…imagináte
- No, sí, me imagino.
- ¿Te decidiste?
- Sí, sí. Quería redondear un poquito los números y ver para cuándo podías tener todo listo.

Agarró la calculadora, un papelito y empezó a sumar, a restar y a dividir mientras yo lo miraba pensando cómo era posible que no me recordara. “¿Tanta gente entra a este local de mierda?”, pensé. Quizás. ¿Qué podía saber yo?

- Mil doscientos, te puedo hacer
- ¿Ultimo precio?
- ¿Sabés lo que pasa? Los precios que publicamos ya tienen descuentos. Mirá.

Entonces abrió una carpeta llena de folios con hojas repletas de precios y anotaciones. El tedio adopta infinitas formas…

- ¿Ves? Precio de lista $490. Y te lo estoy dejando en $460. La mezcladora de $300, te la llevás a $250. Los precios ya están tocados.
- Ok. ¿Y cuándo tenés todo listo?
- Veníte el Viernes.
- Buenísimo.

Nos dimos la mano y salí de ahí con el presupuesto y el placer de haber cerrado el asunto. Mil doscientos no estaba mal. Mi amplificador ya no funcionaba y si no volvía a escuchar música pronto, estaba seguro de que iba a enloquecer. Volví a casa caminando por Ciudad de la Paz para evitar la decadencia del Cabildo y ni bien llegué abrí una cerveza.

- ¿Estás contento? – me preguntó la flaca
- Feliz – le respondí.



El viernes fue un día casi imposible de liquidar. Interminable, difícil, enredado, largo. En lo único que pude pensar fue en mi nuevo amplificador, mi nueva reproductora de cd, mis bafflecitos y mi nueva mezcladora. Necesitaba conectarlo todo. Ver sus lucecitas azules y rojas encendidas. Elegir un primer CD y subir de a poco los volúmenes para impregnarme de música. Hermosa música del demonio. Si había algo dentro de la historia de la humanidad que realmente valía la pena, eso era la música. Cuando salí de la oficina me metí en el auto y aceleré sin parar. Los semáforos no importaron. Los límites de velocidad tampoco. Ninguna vida que se hubiera cruzado en mi camino, hubiera sido lo suficientemente valiosa como para hacerme apretar el freno. Nada podía interponerse entre aquellos objetos y yo. Su dueño. Poseer, poseer y poseer era lo único que me importaba. Los bienes nos hacen bien. No hay dudas. Nadie es infeliz solo por tener. Llegué. Estacioné. Bajé del auto. Subí la rampa. Volví a llegar. Abrí la puerta del local. Entré.

- Adolfo ¿cómo estás?
- Hola buenas tardes – sonrió - ¿qué andás buscando?

“¡Hijo de puta!”, pensé. “¡Hijo de una gran puta!”. “¡Vos y la puta de tu mujer con sus labios de chupapija!”. “¡Hijo de mil putas!”. Pero no le dije nada. No podía. Él (el maldito hijo de una gran puta), tenía lo que yo quería. Entonces sonreí mientras el sudor asomaba por mi espalda en pequeñas dosis húmedas de odio. Profundo y sincero odio.

- Yo estuve el otro día por el ampli y la mezcladorita ¿te acordás?
- Ah, sí disculpame, disculpame. Pero sabés que no tengo nada. Hoy se llevaron todo. Yo pensaba que con lo que me traía el proveedor el Miércoles, tiraba hasta hoy, pero ayer fue como si pasara la langosta. No me quedó nada.
- ¿La langosta? (“la concha de tu madre, me cago en vos y en tus langostas del orto”)
- Sí. Te pido mil disculpas, pero yo pensaba que me iba a quedar lo tuyo, pero se llevaron todo.
- Está bien, no te hagás problema (“la puta que te parió”). Decime cómo querés hacer. ¿Paso mañana?
- No, mañana imposible. De hoy a mañana no me traen nada. Pasáte el lunes a eso de las siete de la tarde.
- ¿Pero vas a tener todo? (“¡el lunes! ¡cornudo hijo de puta!”)
- Todo, quedate tranquilo.
- Acordáte. El ampli, la mezcladorita, y
- Y la reproductora de CD!
- Y los bafflecitos (“¡pelotudo!”)
- ¡Eso mismo! ¡Los bafflecitos! ¡Quedate tranquilo! Pasá el lunes.
- A eso de las siete
- Ahí está

Lo único que puedo decir es que mientras volvía a casa experimenté por primera vez en mi vida algo muy parecido a la depresión. La gente no servía para nada. La palabra no tenía valor. Los compromisos estaban para ser pisoteados, cagados y meados encima. Las cárceles estaban repletas, pero el mundo seguía lleno de delincuentes. Todos eran culpables. ¿Cuál era el verdadero sentido, la lógica de maltratar a un cliente? ¿No entendían los vendedores que en realidad lo que estaban vendiendo al fin de cuentas eran porciones de felicidad? Quise seguir manejando hasta Barrancas y acostarme en las vías del tren con una nota en mi bolsillo que dijera “fue culpa de Adolfo”. Paré en un chino y compré dos cervezas frías y un vino tinto. Podían intentar privarme de la felicidad, pero jamás lo harían en forma total. La evasión alcohólica es a la felicidad lo que la metadona es a la heroína. Por un instante consideré dejarlo todo ahí y seguir buscando. ¿Quién me obligaba, acaso, a sufrir a costa de un nabo desidioso, incapaz de conseguir aquello por lo que yo estaba dispuesto a pagarle? Sin dudas el castigo físico debería estar legalizado para este tipo de casos. Una vez, cuando compré mi primer auto, me tuvieron esperando cuatro meses, y al final me vi obligado a aceptar que me dieran uno de un color diferente al que se habían comprometido a entregarme. Llamaba todos los días. Gritaba todos los días. Mi presión subía todos los días. Y todos los días terminaba sintiéndome menos que un insecto. A nadie le importaban mis llamadas, mis gritos o mi salud. “Lláme la semana que viene”, era todo lo que me decían, sin demostrarme el menor signo de preocupación o temor. Yo no asustaba a nadie. Ni siquiera a Adolfo, un vejete de mierda teñido de rubio. Evidentemente había fracasado consecutivamente durante los últimos 15 años de mi vida. Daba lo mismo que me comprara un auto o un amplificador. No lograba imponer respeto.

Esa noche me emborraché. Llegué a casa y me emborraché. Había estado dilatando el cambio del amplificador por meses y ahora que me había decidido todo daba lo mismo. No podía tener lo que quería. En la vida los obstáculos simplemente aparecen de la nada. Es como un campo minado y cada tanto, las explosiones te van mutilando el espíritu. Al final terminamos desangrados, apoltronados en algún sillón mirando la maravillosa vida de los otros por televisión. Existe gente así. Personas que consiguen lo que quieren. Personas con verdadero sentido del propósito. Personas fuertes, imbatibles. Con una clara visión de lo que anhelan para su existencia. Otros, simplemente somos el plancton que la marea va arrastrando sin dirección específica. A veces bien. Pero solo a veces.

Cuando terminamos de cenar, encendí un cigarrillo y me quedé ahí sentado mientras la flaca lavaba los platos.

- ¿Pero podés creer que este hijo de puta no se acordaba de mi? Explicámelo!
- Calmate. El lunes vas a tener todo. Ya te lo dijo.
- Sí, pero HOY tenía que tener todo. Y acá estoy. En silencio. Necesito escuchar música.
- ¿Querés que ponga la radio?
- No te hagás la boluda. Sabés a que me refiero. Necesito encender un amplificador que no chille, que no tire interferencias. Simplemente quiero que amplifique. No es mucho lo que pido, y no lo tengo. Quiero escuchar mis discos, mis cds. Quiero volumen. Potencia. Y este hijo de puta me hace ir al pedo, como un boludo.
- ¿Querés un café?
- No. Dame el vino. Te juro que si el lunes no tiene lo mío lo cago a trompadas.

Me alcanzó la botella, me besó la frente y se fue a la pieza. Estaba harta de mí y era comprensible. Hasta yo estaba harto de mí. Tomé el vino y fumé hasta que no quedó nada de nada. Estaba cansado. En el trabajo me estaban matando y yo les daba las gracias. Tenía que hacer algo para escapar de ahí. Renunciar, imposible. Buscar otro trabajo, de ninguna manera. Sería más de lo mismo. Llega un punto en el que todos los trabajos son iguales. Siempre salís perdiendo. Se quedan con tus horas, con tus nervios, con tu humor, con tus huesos y a cambio de eso, nunca te dan suficiente. Lo que necesitaba era un Avatar que fuera a la oficina en mi lugar mientras yo me quedaba tirado en la cama mirando el techo y rascándome los huevos. Mis pobres huevos estaban tan amaestrados que ya ni siquiera se animaban a picar. Cuando me metí en la cama, la flaca roncaba suavemente. Estaba tibia y olía bien. Pensé en despertarla, pero mi aliento me detuvo. Ni siquiera tenía fuerzas para volver a levantarme y lavarme los dientes. Me dormí pensando en Adolfo y a mitad de la noche me tuve que encerrar a vomitar en el baño. La frustración se había apoderado de todo mi organismo y el sistema entero había colapsado. Por el bien de Adolfo le rogué a Dios, que el lunes estuviera listo mi pedido.


Cuando abrí la puerta del local me encontré con un pibe de unos 25 años, morocho, alto y con el pelo cortado a lo Dee Dee Ramone. “Empezamos de nuevo”, pensé. Recordé esa película en la que un tipo queda atrapado siempre en el mismo día. Entonces todas las mañanas llegaba a una cafetería y mantenía la misma conversación una y otra vez, sin que nadie pudiera recordarlo. Respiré profundo y arranqué con mi rutina:

- Hola ¿qué tal? – saludé recorriendo el local con la mirada, tratando de ver si “mis equipos” estaban por ahí tirados.
- Buenas tardes – me dijo Dee Dee - ¿qué necesitas?
- Mirá, yo había quedado con Adolfo en que hoy pasaba a retirar unos equipos.
- Ah… - me miró preocupado.
- ¿Adolfo no está?
- Eh…no…mmm….tuvieron que internarlo de urgencia.
- No te puedo creer ¿qué le pasó?
- Tuvo un derrame
- ¡A la mierda!
- Sí, todo mal
- ¿Y pero cómo está? ¿Está grave?
- Parece que sí. Estaba lo más bien en la casa hoy al medio día hablando con un proveedor y cuando cortó, se desmayó, y bueno, ahí lo internaron.
- Che me dejás helado
- ¿Vos lo conocías mucho? – me preguntó hablando en pasado, como si el pobre Adolfo ya no fuese parte de “este” equipo.
- No, para nada, pero con esto de la compra que iba a hacerle, lo estuve viendo bastante estos días. ¿Pero el sufría de presión, o algo?
- Creo que no, pero andaba medio raro. Se olvidaba de todo, y él siempre había tenido una memoria bárbara, pero acá pensamos que debería estar cansado, qué se yo. Uno nunca piensa estas cosas.
- No, más vale. Bueno, no sé qué decirte.
- Pará ¿vos qué venías a buscar?
- No importa, no te hagas problema.
- Decime, porque hoy nos trajeron mercadería. ¿Vos sos Manuel?
- Sí – le dije extrañado - ¿por qué?
- Hoy a la tarde nos trajeron lo tuyo. Justamente fue lo último que habló Adolfo con el proveedor antes de desmayarse.
- No te puedo creer
- Sí. Pidió que trajeran todo listo y rotulado a tu nombre. Mirá.

Entonces desapareció y volvió con tres cajas de cartón marrón con mi nombre escrito en ellas: Manuel. Saqué el dinero, le pagué y mientras me hacía la boleta me puse a pensar en Adolfo. El tipo estaba internado y su futuro valía menos que un fósforo mojado, y yo estaba a punto de volver a escuchar música en sus equipos. Quizás debería esperar al menos un día para enchufarlos. Por respeto o algo así, pero la idea inmediatamente me resultó una estupidez. Antes de irme revisamos el contenido de las cajas y para mi sorpresa, Adolfo había ganado su última batalla contra los olvidos. “Gracias”, pensé.

Metí todo en el auto y manejé hasta casa muy despacio. ¿Qué le estaba pasando a la gente? Cerati, Lucía Galán, Adolfo. A todos se les estaba reventando el cerebro, como si se tratara de una plaga incontrolable. Y mientras la noche se cerraba en Buenos Aires me puse a pensar en las fotos con las que Adolfo tenía decorado su local. Ahí estaba él con Jesica Sirio, con Beatriz Salomón, con el Pelado de CQC, con Zeta Bosio, siempre sonriéndole a la cámara como se les sonríe a las cámaras. Probablemente su sonrisa nunca volvería a ser igual.

Cuando llegué a casa, la flaca salió de la cocina, me besó y me preguntó:

- ¿Y? ¿volviste a ser feliz?

Entonces le devolví una sonrisa, pero no fui capaz de responderle.

Fin.

ARGENTINA POTENCIA

Hoy me bajé del 152, y mientras caminaba por la Plaza San Martín pensaba en esas pantallas gigantes que puso Macri para que la gente pueda ver los partidos del mundial. Los políticos no tienen cara. Insisto: son todos una mierda. Del primero al último. Los de izquierda, los de derecha, los del centro, los de Capital, los de Provincia, los de “Las Provincias”. Una basura. Y ahora este hijo de puta se prende en el pan y circo del Mundial con un descaro insoportable. ¿Nadie le dijo, por ejemplo, que llegó el invierno y que todavía hay escuelas sin gas? “Va a estar bueno Buenos Aires”. Pero son así, y no los vamos a poder cambiar. Es un verso todo eso de que con el voto podés castigar a los que hacen las cosas mal. Cuando el 100% de las boletas son pedazos de papel higiénico usado, lo único que podés hacer es cambiar mierda por mierda.
Ayer en la tele mostraban como en José C. Paz, los consejales les repartían casas a sus familiares sin ningún tipo de vergüenza. Y miraban a las cámaras y defendían lo indefendible con esas caras de piedra que habría que romperles a mazasos.
Después tenés a los barras bravas oficialistas yendo a Sudáfrica como si nada. Cuando yo tuve que sacar el pasaporte, una conchuda me volvió loco porque el DNI tenía dos hojas rotas y pegadas con cinta scotch. “Esto es un desastre, así no lo puedo dejar iniciar el trámite”. ¡Qué puta, Dios mío! Al final me rendí y llamé a un amigo, que me pasó un número de teléfono al que también llamé y en dos semanas tuve mi pasaporte sin hacer ni un minuto de cola. Eso sí, garpando lo que el DNI no vale.

Y lo que pasa es que al final te rendís. Tanto los ves y tanto te rompen las pelotas con que ahora sí las cosas van a cambiar, que un día estás mirando la tele después de cenar y sin que te des cuenta decís: ¡qué grande este tipo, yo lo voto! En ese momento acaban de cagarte arriba de la cabeza otra vez. Duhalde ahora es un estadista. El Pingüino tan mal no estuvo, después de ver a esta yegua. La Gorda habla y te convence. El Colorado parece serio y Mauricio es un empresario que no va a robar (y además sacó campeón a Boca).

Pero no importa macho. Ahora el Pro es futbolero y popular y los K reparten decodificadores como si fueran caramelos. El fútbol es pasión de multitudes y las multitudes votan, entonces hay que entrarles por donde más les gusta. Si hace frío en las escuelas no interesa, que los pibes vayan a estudiar con bufanda. Si la gente se queda sin su casa, qué calienta. Siempre hay lugar para dormir en las iglesias. Y los que no quieren que los barras bravas estén en Sudáfrica son todos unos oligarcas fachistoides que no pueden ver disfrutar a la humilde clase trabajadora.

Hoy somos todos ARGENTINOS. Messi es Argentino. El Diego ES Argentino. Hasta la Brujita Verón volvió a SER Argentino. Ya quedó demostrado en el Bicentenario. La Argentinidad cotiza en bolsa. ¿No viste a toda esa gente disfrutando del producto de estos doscientos años de historia? Era otro país. Un país unido!!!!!!!!!!!!!!!
Pero los políticos están más allá de los mensajes que imparten y de las proclamas que pronuncian. Porque seremos muy Argentinos y estaremos muy unidos, pero la Señora dejó la butaca del Colón vacía. (¡qué espetáculo Cristina, qué espetáculo!)

Como sea. Ahora, justo ahora yo me pongo a pensar estas cosas. Justo ahora que estamos por salir campeones del mundo. Justo ahora que estamos por llegar otra vez a ser una potencia. Qué lindo! Argentina Potencia. Suena bárbaro. Ojalá. Andá a saber.

domingo, 6 de junio de 2010

ME CAGO

Estoy que me cago. Siento el calor de la mierda en la puerta del ojete y ya sé cómo va a ser. Chirlo y marrón clarito. Pero no me animo a ir al baño por temor a tirar también la cabeza al inodoro. Y es que después de un punto determinado todo falla. El Falgos, el Taffirol, las Aspirinas, el Migral solo sirven para envalentonarte en el momento y volver a llenar el vaso. Lo juro: si no mantengo el culo cerrado me cago frente a la computadora, pero es lo que tengo que hacer. Cerrar los cantos para acumular la mayor cantidad de mierda posible para intentar ir solamente una vez al baño y deshacerme de todo de la manera más violenta y profunda posible. Mi boca está casi tan espesa y pegajosa como la plasticota y el pecho me duele, y cada vez que respiro siento olor a cigarrillo. Sobraron dos de los que el Tano dejó antes de irse zigzagueando con los brazos en alto. Ayer al menos quedaron muchas cosas en claro: la combinación de pisco con empanadas de carne picante es letal. Muse está bueno y EL cantante de ACDC fue Bon Scott. Parecen conclusiones pelotudas, pero el 99% de las conclusiones a las que llega el hombre son pelotudas. Fue hasta la luna para decir: “no hay vida”. Una pelotudez. Al menos las nuestras son muchísimo más baratas e inofensivas. Y ahora quieren mandar gente a Marte. Otra estupidez. Pasa que el hombre tiene que encontrar un reaseguro en otro lado. Busca la eternidad de la especie y no comprende que eso es imposible. Asúmanlo: esto es una casualidad sin ningún tipo de sentido. Estamos acá de pedo y vamos a dejar de estar acá porque sí. Cero. Ningún mensaje, ningún aprendizaje, ningún momento de gloria, el acabose de la soberbia. Bruno Gelberg corriendo por la Avenida Alvear en pelotas gritando “mi piano, mi piano”. Así será. Siempre digo que me encantaría presenciar el fin del mundo. No pude ver el principio, al menos no me quiero perder el final. Y me encantaría salir a la calle mezclado entre las hordas de saqueadores a romper vidrieras y robar de todo, tan solo por las dudas. Musimundo sería uno de mis objetivos principales. Primero debería chorearme un buen camión. En fin, Musimundo, Frávega, Rodó, Garbarino. Después me afanaría una batería y esperaría a que todo reventara a mi alrededor escuchando Jailbreak siguiendo el ritmo con mi nuevo instrumento. Me echaría un último polvo y sin dudas me sacaría las ganas de cometer algún asesinato. Ninguno en particular. Pero si hay un buen momento para concretar la fantasía del asesinato, ese momento es el día del fin del mundo. De última estarías matando a un muerto, o algo similar a eso. Decididamente me cago y ya no vale la pena seguir resistiéndome a lo inevitable. Es acá o en el baño. Elijo el baño. Adiós.

Complicado.

Pero no hay dudas de que soy de esos tipos que conocen bien a su organismo. Fue chirlo y marrón clarito. Glorioso. Y por fin mis tripas se aquietaron y me desapareció la fiebre del culo. Cagar es desagradable, pero reconfortante. ¿Les conté de la madrugada que me la pasé vomitando en Brasil a grito pelado, despertando a todos los vecinos de la cuadra? Los tipos pensaban que me estaban descuartizando y al otro día todos me saludaban como si fuese una celebridad. Esto comprueba solo una cosa: cualquier pelotudo puede llegar a ser famoso. Pero no sé si se los conté o no, con lo cuál voy a optar por no contárselos. Porque una cosa es ser un boludo que escribe, y otra muy diferente es ser un boludo con Alzheimer. Sin dudas una gran enfermedad. Morir sin culpa, ni remordimientos. Eso es lo que quiero yo. No tengo ganas de andar pidiéndole perdón a la gente por temor a ir al infierno. El arrepentimiento no tiene un verdadero valor. El otro siempre va a guardar en un cajón una cuota de rencor para mearte la tumba en algún momento. Así que yo estoy a favor de la postura contraria. Cuando esté en mi lecho de muerte voy a llamar a toda esa gente a la alguna vez quise mandar a la mierda, y los voy a sentar frente a mi en un semicírculo para decirles de todo. En una de las sillas hasta voy a poner una foto de mi madre. Y cuando termine, finalmente, voy a sentir que la vida al menos tuvo algún sentido. No hay nada peor a mantenerse callado, a soportar a los insoportables, a someter la propia voluntad a los antojos ajenos, a estar con el culo entre las patas. Pero para eso nos educan, para apocarnos, para convertirnos en hormiguitas obreras y agachar la cabeza y temerle a un Dios que nadie conoció. Te educan para decir muchos sí y pocos no. Por eso tantos mayores violan a tantos menores. Porque los menores están mal educados. No saben decir no y pegarle una patada en los huevos al mayor. Tienen miedo y el miedo no va. Estamos educados para tener miedo. Nos cruzamos con un político en la calle y tenemos miedo de mandarlo a la mierda. Vemos un famoso imbécil y tenemos miedo de decirle que es un mediocre. Tenemos jefes insoportables y tenemos miedo de cagarlos a trompadas. Nos asaltan y tenemos miedo de defendernos. Y así nos va ganando la infelicidad. Porque eso es la infelicidad. La incapacidad de revelarnos frente a lo que nos molesta. Y si no aprendés a revelarte, nunca van a aprender a respetarte.

Yo comencé a revelarme tarde. A los quince años. Debiera haberlo hecho antes. En la primaria. Tendría que haber apuñalado a mi maestra Kika de quinto grado. Esa hija de puta fue la mujer más mala y cruel que conocí en mi vida. Ojalá se haya muerto lentamente, en medio de oleadas interminables de dolor, escupiendo sangre y oliendo a basura. Aunque probablemente aún esté viva, con lo cuál no debo perder las esperanzas. En lo que a mi respecta, cuchillos tengo un montón.

El problema de todo esto, es que la infelicidad es silenciosa. Te va tomando de a poco y no te das cuenta de que toda tu percepción del mundo cambia en función de ella. Te reís menos, salís menos, garchas menos, estás más nervioso, dormís mal, y esas son las manifestaciones de tu cobardía que te atormenta minuto a minuto diciéndote: “sos un cagón, tendrías que haber hecho tal o cuál cosa, boludo”. Hacé la prueba. Mañana, revelate a algo, a cualquier cosa. Emití un NO. Y después contame cómo te sentiste el resto del día. Además, una vez que empezás a ejercitar tus rebeliones te vas a ahorrar un montón de guita porque no vas a necesitar leer más ningún patético libro de autoayuda que te explique cómo ser feliz.

Si yo escribiera un libro de autoayuda solamente diría:
CAPITULO 1: Decí no, sé feliz.

FIN

sábado, 5 de junio de 2010

MARIPOSAS Y GUSANOS

Asomé el brazo por la ventanilla del Ford Taunus y arrojé el vaso al aire. Todos los que estaban conmigo hicieron silencio y cuando el vaso reventó sobre el capó del auto de al lado estallaron en gritos y carcajadas. La pobre mina que manejaba ni siquiera nos miró. Quedó petrificada como una estatua con la vista hacia adelante y casi al instante dejamos de prestarle atención. Las botellas, las latas y los paquetes de cigarrillos flotaban en aquel viejo sedán, yendo de mano en mano y de boca en boca. Habíamos empezado a tomar en casa, como todos los viernes. Los viernes en casa eran un ritual. Cada uno salía de su trabajo y después de pegarse una ducha aparecían en mi puerta con alguna botella extraña. Yo siempre tenía cervezas. No recuerdo haber pasado una semana entera de los últimos veinticinco años, sin haber tomado cerveza. Es raro decirlo así, pero la cerveza es lo único a lo que le he sido absolutamente fiel a lo largo de mi vida. La cerveza y la música. Soy bígamo. Ambas cosas significan mucho para mi. No hay demasiados placeres capaces de superar a la sensación de estar sentado escuchando buena música con una cerveza helada en la mano y un paquete de cigarrillos al costado. Y pensándolo bien, me parece una buena forma de morir. ¿Cuál sería la última canción de mi vida? Highway to Hell no estaría mal. Aunque Beast of Burden sería otra excelente opción. Y a eso nos dedicábamos cuando estábamos en casa. A escuchar música, a fumar y a tomar. Si teníamos tiempo también hablábamos (de música) y según quién viniera conectábamos algunos instrumentos para ver qué salía. Éramos jóvenes. Teníamos almas, hígados a estrenar y las resacas se desvanecían bajo la ducha, a la mañana siguiente. No nos interesaba ir a bailar, o conocer mujeres. Si queríamos sexo, llamábamos unas putas y a otra cosa. Nunca me gustaron las putas. Cuando las tengo en frente no puedo evitar pensar en todos los chotazos, wascasos y salivasos que se tragan a diario, y eso me descompone. Me las quedo mirando como si fueran bolsas de residuos patológicos, sin poder cogerlas. Más bien me dan asco, me parecen sucias y, para colmo, ninguna puta que esté a mi alcance puede estar realmente buena. Pero igual las llamábamos cada tanto y principalmente me dedicaba a manosearlas y esas cosas, pero jamás a metérselas. Tengo una sola chota y la cuido con devoción. A lo sumo una pajita y a cobrar, pero jamás pasé de eso. Éramos como una jauría y compartíamos todo, y nos movíamos más bien como un organismo que conectaba con cada una de sus partes a través de descargas eléctricas. No queríamos tener ningún tipo de compromiso con nadie más que con nosotros. Y en aquel momento, aquella amistad parecía estar construida y basada en un vínculo mágico e indestructible. La realidad, con los años, terminó siendo otra y varios de aquellos amigos, hoy son prácticamente extraños. Ni siquiera sé dónde están o en qué andan. En la mayoría de los casos los hombres pierden a sus amigos por las mujeres. Los hombres cada vez son más y más cobardes a la hora de ponerles en claro las cosas a las mujeres. Entonces terminan yendo al supermercado o preparando la cena (como si eso fuese cool), o levantándose a cambiarle los pañales a los pibes (como si los chicos fueran a recordarlo alguna vez), en lugar de juntarse cada tanto a tomar una cerveza. Y cuando lo hacen, proponen que sea un MIERCOLES. No imbécil! Las cervezas se toman o los viernes o los sábados, la concha de tu madre. A no, pero los viernes y los sábados no puedo dejar a mi mujer, te dicen. Como sea, hay amigos que no son capaces de honrar la amistad y es por eso que hay que dejarlos de lado. Un amigo boludo, siempre terminará siendo simplemente un boludo. Hasta la vista baby.

Con otros en cambio seguimos viéndonos, y si bien ya no nos dedicamos a tirar vasos por las ventanas, el germen de la enfermedad sigue ahí, vivo, como esas células terroristas que permanecen dormidas hasta que deciden subirse a un avión y hacer de las suyas… Conozco gente. Me junto con gente. Voy a reuniones con gente. Y siempre llego a la misma conclusión: cuando nosotros nos juntamos nos divertimos más que otra gente de nuestra generación. Y ahí está la cosa. En particular, me quedé con los divertidos y expulsé a los que se marchitaron, a los que se apagaron, a los que decidieron que había llegado el momento de madurar y hacerse viejos. Hombres de bien. Ciudadanos. No sé si está bien o mal. Tampoco me importa. Pero sé que es así. Sé que hay gente que un día se despierta hecha una mariposa. Yo, en cambio, sigo eligiendo a los gusanos, que se arrastran alimentando la eterna esperanza de alcanzar algo que ni siquiera pueden describir. Elijo a los inconcientes, a los inmaduros, a los que muestran el ojete en la Plaza San Marcos, a los que te echan de sus casas totalmente borrachos para encerrarse a vomitar, a los que viven a pleno el sedentarismo y solo lo abandonan para intentar bailar The Trooper como espásticos. Prefiero a los que gritan y te escupen en la cara cuando te cuentan entusiasmados de aquella vez que solo por pura maldad y estupidez, destruyeron un balneario de madrugada, tirando todas las sombrillas al mar. Qué se yo. En aquella época, todos éramos así y todos los viernes nos juntábamos en casa, sin hijos, ni mujeres, ni futuro. Solo para exprimir un presente inútil, genial y vacío.
Ya no tengo más ganas de sentarme a la mesa con nadie que me hable de negocios, de guita, de política, de las crisis de España, Grecia, Portugal y de la posible desaparición del Euro. Que me chupen un huevo. Todo va a desaparecer de todos modos. No quiero que un ambientalista trate de explicarme las consecuencias catastróficas del derrame de petróleo en el Caribe. Todos son ambientalistas, pero todos tienen sus coches a nafta. ¿y qué mierda esperaban? Cada tanto estas cosas pasan. Pero ahora está lleno de papanatas apocalípticos que se cagan en las patas por cualquier cosa. Terremoto en Haitti, se acaba el mundo. Terremoto en China, se acaba el mundo. Terremoto en Chile, se acaba el mundo. Erupción de un volcán en Islandia, se acaba el mundo. Derrame de la British Petroleum, se acaba el mundo. Basta. Quédense tranquilos, cuando se acabe, se va a acabar y no vamos a tener tanto tiempo para filosofar al respecto. Será como el fin de una burbuja: ¡plop! y a otra cosa. Al fin y al cabo, la vida es una atrocidad. Es como una cinta transportadora de botellas de vidrio sin nada que la contenga al final. En un principio todos estamos en la cinta. Vos, tus padres, tus abuelos y así. Si se da la lógica, los primeros en dar contra el piso serán tus abuelos. Después alguno de tus padres (con suerte los dos). Y entonces comienzan los problemas verdaderamente serios. Tomar conciencia de que la próxima caída será la tuya, la de uno. Asumir que uno es el próximo en la lista y que esa puta cinta transportadora no va a detenerse. La vida es impiadosa y Dios se equivocó al darnos conciencia de nuestra muerte. En ese sentido cualquier animal la pasa mejor que cualquier ser humano. Un perro, por ejemplo, no anda por ahí mortificado esperando los resultados de su examen clínico. Agacha la cabeza, comelo que le ponen en el plato y a fumarla. Eso se llama paz. El hombre, en cambio, sabe que al final solo le caben dos opciones: transformarse en gelatina o en ceniza. Una cagada. Y esto lo llevó a sacar una conclusión equivocada: la vida es corta. Y ahí terminó de arruinarlo todo. Con la intención de vivirlavidaalmáximo, se rodeó de urgencias y tecnología y obligaciones inútiles que lo han convertido en un ser inmediato. En los trabajos, todo es urgente. En los momentos de ocio, sale a correr. Y a la hora de comer elije los Fast foods. Teléfonos hasta por el culo, que suenan, vibran, cantan o te retan si no los atendés. Mensajes de texto, Factbook (para recuperar rápidamente el tiempo perdido con seres, en su mayoría intrascendentes), Twitter para “tuittear” (y que por favor alguien me explique esto), autos cada vez más veloces para “volar” en avenidas de circulación cada vez más lenta…y mucha, pero mucha vida sana: no fumar, no tomar, ejercitar, entrenar, jugar al tenis, al fútbol, al paddle, nadar, trotar, caminar, GASTAR ENERGÍAS. Y así llegamos a transformarnos en lo que somos hoy: la primera raza en la historia del universo que muere sana. La humanidad está muriendo de cansancio. El hombre hace tantas cosas que las baterías terminan gastándose cuando el juguete aún es nuevo. Pues bien. Odio a esa gente, cosa que es un problema porque quiere decir que prácticamente detesto a todo ser vivo y pensante. Por mi está bien. Ninguna teoría es capaz de afirmar que las multitudes son necesariamente buenas.

Lo que a mi me gusta son otro tipo de personas. Personas que se sientan a la mesa y no te miran raro después de abrir la cuarta botella de vino y el segundo atado de cigarrillos. Gente capaz de cagarse en todo. Así son mis amigos. Seres sin respeto por nada. Sin protocolo. Hombres políticamente incorrectos. Degenerados intelectuales. Basuras que piden más y que viven cada encuentro como si fuese la última noche en la tierra, con la tranquilidad de saber que mañana, en realidad nunca existe. Mañana es una palabra de ciencia ficción, es charlatanería, fantasía, mentira. Y si la cosa llegó hasta acá, está bien que así sea. Gelatina o cenizas. Pero no van a faltar nunca los abrazos infartantes, los bailes guitarreros sin guitarras, los coros de ciertas canciones cantados en voz alta y los chistes de pésimo gusto, la impiedad más sincera y divertida que puedan imaginar. No hay corbatas, no hay camisas de seda, no hay voces afectadas, ni ofendidos, ni miradas por encima del hombro. Hay muchísimo conocimiento cinéfilo, literario y musical, y a decir verdad, no creo que haya mucho más sobre lo que hablar en esta vida. Simplemente hay que mantenerlo simple.

Hace un par de años me invitaron a una fiesta en un barrio cerrado de los más exclusivos de la zona norte y la música se escuchaba desde dos cuadras a la redonda. Nos miramos con la flaca y dijimos, vamos a bailar hasta mañana. Cuando llegamos, vimos que habían montado una enorme carpa con luces, barra, dj, escenario, etcétera. Era como estar en el Cielo, sin embargo los invitados parecían maniquíes de plástico, sin vida. Perfectas estatuas impolutas. Y todos sonreían y te saludaban y la flaca en un momento me preguntó:
- ¿No sabía que conocías a tantos invitados? ¿quiénes son?
- No tengo la más puta idea. Son de esos boludos que saludan a todos por las dudas.
- Ah – me dijo – vamos a la barra.

Y ahí encontramos a la única persona viva y que realmente valdría la pena rescatar de un holocausto nuclear: el barman. Era un negro que te daba lo que le pedías y mientras servía los tragos te dabas cuenta de que conocía muy bien de qué iba la cosa. Después del tercer whisky, fui por una lata de cerveza para bajar un poco.

- Acá no toma nadie, no baila nadie, no coge nadie, son todos una manga de maricones – le dije.
- ¿Sabés lo que pasa con ustedes? Se miran mucho al espejo.

En el momento no supe qué me había querido decir así que agarré mi cerveza y lo dejé hablando solo, pero cuándo salí de la carpa y pude mirar todo con cierta perspectiva, lo comprendí. Todos aquellos cadáveres estaban cuidando su imagen permanentemente. Nadie bailaba porque temían arrugar sus camisas o sus vestidos. Por eso mismo, los que realmente se conocían se saludaban dándose la mano. Y se daban la mano y se observaban en detalle mutuamente, tratando de detectar marcas, precios y antigüedad de las prendas. Y las minas! Hijas de puta, frígidas, falsas de mierda, saludándose con esos besos putos que no son besos, rozándose apenas las mejillas para que no se les corriera el maquillaje. Lo único que me quedó por hacer fue emborracharme hasta el tope y en un momento terminé sentado en una reposera hablando con uno que sí conocía bastante.

- Mirá esa carpa de mierda – le dije – repleta de muñequitos de torta. Si tuviera kerosene los prendería fuego.
- No es para tanto.
- Mirá esas minas. Son todas modelos y nadie se les acerca. Los tipos las miran sosteniendo siempre la misma copa de champán y se quedan petrificados. Deberían chuparse una botella y salir a correrlas en pelotas por el jardín.
- Vamos – me dijo la flaca
- Pará, dejame ver un poco toda esta mierda ¿viste lo que me dijo el barman?
- Sí…
- Tiene razón
- Claro que sí. Ahora vamos.

Y me paré y salí de ahí sin saludar a nadie. Les di la espalda y cuando llegué al auto, me agaché y estuve cinco minutos vomitando todo ese whisky y toda esa cerveza helada y divina. Y cuando volvíamos a la Capital le decía a la flaca: “yo hago mejores fiestas que esta bosta, mucho mejores fiestas. Mañana empiezo a organizar una con los chicos y el sábado que viene nos vamos a cagar de risa”. Y ella me decía “bueno” mientras manejaba, y yo, cada tanto, estiraba el brazo para tocarle una teta.

En general la gente no sabe divertirse y eso es imperdonable. Es como haber perdido una porción fundamental del instinto. Dejar de ser humanos para convertirnos en porcelanas a punto de quebrarse. Van a “fiestas” y no comprenden que la verdadera fiesta está en ellos, entonces se quedan ahí, todos juntitos sin hacer nada, como un puñado de judíos a punto de ser exterminados en una cámara de gas, preguntándose “¿y la fiesta?”, y después cuándo se van, lo hacen echando putas y diciendo “¡qué fiesta de mierda!”. Nadie va a reírse por uno, nadie va bailar por uno, nadie va a hacer nada por uno. Las noches que nos íbamos a ver a Sumo a Cemento eran una fiesta. Pero la fiesta comenzaba mucho antes, cuando nos juntábamos en casa, probablemente un viernes o un sábado a la noche. Sumo, en todo caso, era la culminación de una noche de fiesta, era el acto de cierre, pero todo lo previo también entraba dentro del mismo paquete. Ir en contramano por Avenida Pueyrredón tirando botellas de cervezas vacías por la ventana, parar a mear en cualquier esquina, meternos a la policía en el bolsillo a costa de chistes y unos mangos para que nos dejara seguir adelante, cagarnos a trompadas con los punks o los skin heads antes de entrar al recital, esperar a que saliera el pelado dando vueltas por ese lugar magníficamente decadente (como casi todo en los ´80), ver a Chabán con su postura eternamente estúpida entre la gente, cruzarte con algún famoso y bailar con aquella música única que rebotaba sin parar sobre las paredes como un martillo mecánico. Todo era parte de un estado festivo en el que no había tiempo para las posturas o mejor dicho, para las imposturas. Eras o no eras. Y hoy es lo mismo. Sos o no sos. Lamentablemente no hay solución para esto. Está en uno, y si ayer no fuiste es imposible que lo seas hoy. Cagaste, estás en otro lugar, en otro espacio. En un espacio al que puedo simularle respeto, pero que en realidad me causa gracia. Eso también está bueno. Saber que sabés cosas que otros jamás sabrán. Alguno podrá decir que ellos saben cosas que uno no sabe, y está bien, no digo que no. Pero si no estuviste en ciertos lugares, en ciertos momentos, porque preferías ir a Pachá, qué se yo, estás en el horno. Y ese no es mi problema.

Una noche mi mejor amigo me pidió que le enseñara a manejar, así que nos fuimos a la madrugada a Ciudad Universitaria con el Renault 12 de mi vieja. Estábamos los dos bien en pedo. Me bajé. Me senté del lado del acompañante y le dije, arrancá con cuidado. Me hizo caso y fue con cuidado. Metéle, le dije. Y le metió. Ahora metete en el pasto y subí a esa lomada. Y sin discutir me obedeció. Terminamos patas para arriba con el Renault dado vuelta sobre el techo. Y mientras no parábamos de reírnos los chorros de cerveza caían desde arriba, regándonos en una lluvia celestial, soñada y perfecta. Después salimos, nos sentamos en el pasto, terminamos la última botella y aprovechando la pendiente logramos dar vuelta el auto y volver a casa pensando qué mentira podíamos inventarle a mi vieja para que no nos matara. Nada es tan grave. Acá sigo. Reíte.

ES TAN LINDO SER FELIZ

Se sentó y me dijo:
¿Boludo, ¿para qué escribís?
¿No ves que con “eso” te vas a morir de hambre?
La gente ya no lee, mira la tele,
O sea, compra libros, pero nunca los termina
Los deja juntando humedad al lado del inodoro,
Y a veces ni siquiera así los lee.
¿y a eso te querés dedicar? ¡dejáte de hinchar las pelotas!
Por eso los escritores terminan todos locos y sucios,
Con esas barbas y los dedos marrones de tanto fumar
Porque se frustran,
Porque todos los días se ponen a leer lo que escribieron la noche anterior,
Corrigiendo al pedo lo que nadie más va a leer
Mandando cuentos, ensayos, poemas y novelas a editoriales,
A concursos, a revistas, a foros de Internet
Y revisando los mails como chicos ilusionados
Con la esperanza a flor de piel, con la sensación de que quizás,
Alguien pisó el palito.
Te lo digo por tu bien, porque te quiero y no te quiero ver sufrir:
Dedicate a otra cosa.
Sí, ya sé que trabajas y todo eso, pero a mi no me vas a engañar.
Te conozco y sé leerte.
Mirá que paradoja.
Nunca leí una mierda de lo que escribis, sin embargo, sé leerte.
Estás esperando……………………………………………….
Y tenés esa mirada medio extraviada, medio ¿loca? a veces
No pierdas más el tiempo.
Escribí, pero aprendé a disfrutar
Por ejemplo, a mi me hubiera gustado ser doctor,
Y me veo todo: desde Dr House hasta ER, pero no me frustro,
Lo dis-fru-to.
Y mirá que yo hubiera sido un buen médico
Pero viste como son las cosas
Qué se yo, pensalo
Es tan lindo ser feliz

LA ESPERA

Hay días en los que siento que estoy a punto de morir
Todo mi cuerpo se estremece en medio de señales desesperadas
Y agoniza,
Sin embargo, después de un tiempo, todo pasa y vuelve a la calma
Hasta el próximo arrebato, hasta la siguiente condena
Como si todo se tratase de una ilógica tortura cíclica
Un martillo que se eleva y cae en antojadizos golpes intermitentes
Supongo que al final, el final, no será muy diferente
Las señales se harán presentes por última vez
Y el golpe será certero, preciso y frío
Áspero como la piedra
Filoso como el cuchillo

AL DEJARLA

Me miré la mano y vi dos cosas: un manchón de sangre y la marca de un diente en uno de mis nudillos. Más adelante, acurrucado en el piso, estaba el hermanastro de mi pareja. El pobre infeliz no dejaba de mirarme y de gritarme, “sos un hijo de puta, sos un hijo de puta”, mientras el verdulero me inmovilizaba como si yo fuera un demente. Probablemente tenía razón. En ese momento la idea del asesinato no me parecía tan extrema, es más, hubiera sido una buena forma de acabar con un problema que desde hacía ya algún tiempo me tenía hinchado las pelotas.

Resulta que el tipo quería ser fotógrafo y se había anotado en algún curso decadente para justificar su paso por la tierra, y hasta ahí todo bien. La cosa se complicó cuando un día ella viene y me dice “Augus me va a sacar unas fotos para un trabajo práctico que tiene que hacer”. Mi respuesta fue terminante.

- Ese boludo te quiere coger
- ¿Cómo decís una cosa así? ¡Es mi hermano!
- ¡Y una mierda! Hace dos años ni siquiera lo conocías, y ahora ¿es tu hermano?
- ¡Es mi hermano!
- No seas pelotuda. Te quiere coger
- Lo que pasa es que vos no querés a nadie, no creés en nadie
- Yo te quiero a vos y sé lo que te digo

La petisa estaba buenísima, aunque era media estúpida. Era ese tipo de persona que inmediatamente después de conocer a alguien ya lo cataloga como “amigo”, como si la amistad fuese una enfermedad ultra-contagiosa. Ella necesitaba tener llena la agenda con números de teléfonos, direcciones, fechas de cumpleaños y recordatorios inútiles sobre aspectos aún más inútiles, de un montón de personas inútiles. En fin, era ese tipo de persona, auque quizás el estúpido fuera yo, siempre a la defensiva, degustando mi soledad y escabulléndome de la muchedumbre. Ahora no recuerdo cómo era que me decía, pero era algo así como una combinación abominable entre ermitaño e intolerante. Tenía razón. Pero yo también la tenía. Sabía lo que el boludo ese se traía entre manos. Siempre mirándole el culo con cara de baboso, sonriéndole y haciéndose el comprensivo. A mi me daba asco. Toda la situación me parecía desagradable, casi enfermiza. El, ella, su supuesta hermandad y yo en el medio corriendo de un lado al otro con el cinturón de castidad. Pero yo, era el loco.

Para colmo las cosas no estaban del todo bien entre nosotros. Hacía años que estábamos juntos y estaba claro que ya no volvería a salir ningún conejo del sombrero. Nos conocíamos demasiado y eso es letal. Para sostener viva una relación es imprescindible que existan sombras, zonas oscuras, secretos, intimidades íntimas, defectos imposibles de compartir, mentiras. De otro modo es lo mismo que estar solo y mirarse al espejo: uno ya sabe lo que va a ver.

Lo cierto es que ella no quiso escucharme e hizo lo que quiso hacer. Jugó a la modelo durante un día entero y la cosa pasó, quedó ahí. Pero no por mucho tiempo. A la semana me llamó desesperada, llorando y gritando como una loca.

- Es un hijo de puta, un degenerado. Todas las fotos que me sacó son primeros planos del culo!
- Decile que me guarde alguna.
- No ves que sos un forro!
- Esperame, ahí voy.

Agarré mi cadena y me subí al 60 sabiendo exactamente lo que estaba a punto de hacer. Esa noche sería la última noche de un montón de cosas, y la idea me fascinó por completo. Iba a hacer daño.

El resultado fue mejor de lo esperado. Ocho puntos en la cabeza. Tres más en el pómulo izquierdo. Fractura de nariz y dos dientes pasados a mejor vida. Knock Out en el primer asalto.

Tanto él como yo le debemos la vida al verdulero que fue lo suficientemente fuerte como para detenerme antes de que yo llegara a tirarlo debajo de un colectivo que pasaba por Virrey del Pino. Gracias.

Después de eso la vida durante un tiempo fue pasando en cuentagotas. Cada día era un martirio, una nueva discusión, una veda. Que no dejaban que me viera, que no podía volver a entrar a su casa, que iban a denunciarme, que me iban a venir a buscar los amigos del hermanastro y así, hasta que un día le pregunté:

- ¿tu viejo sabe lo que pasó acá? ¿vió las fotos?
- Sí
- ¿y no va a hacer nada?
- ¿Y qué querés que haga? Ya me dijo que era una pelotuda, que no tendría que haberme prestado a algo así.
- Tiene razón, sos una pelotuda.

Hace unos meses la volví a ver en una reunión de ex no sé qué y ya no estaba tan buena como había estado, y eso me hizo sentir mejor. Pero en aquel momento, sufrí al dejarla.

NO DISFRUTO EL SEXO

No te dije nada, pero vos sabés que ayer,
Mientras lo hacíamos, me clavaste la mirada
De una manera diferente
Como si estuvieras tratando de leerme la mente,
O lo que es peor,
Como si acabaras de leérmela
Y te noté triste y me quedé callado
Tratando de concentrarme en lo que estaba haciendo
Intentando borrarte esa expresión a fuerza de sexo
Corrompiéndote de la manera más fácil
Después me olvidé del asunto
Y ahora me vuelvo a acordar y no sé que voy a hacer
¿quedarme en silencio, o animarme a saber?
Tal vez, solo haya sido mi imaginación
Pero quién sabe
Hace algunos años tuve una mujer
Que sufría cada vez que hacíamos el amor
Y se pasaba todo el tiempo mirándome como si yo fuera un monstruo
torciendo la boca como una hemipléjica
y yo le preguntaba qué le pasaba
y ella me decía que nada
Hasta que un día me lo dijo:
No disfruto el sexo
Anoche, antes de dormirme, pensé en ella
Y me pregunté si no empezarías vos a torcer la boca después de un tiempo…
Espero que no, porque cojés tan bien
Que sería una pena

miércoles, 2 de junio de 2010

ASES

Al final no fue tan difícil sobrevivir al día de ayer. Sigo en pie, tengo trabajo y la resaca es historia. Creo que eso no poco. Después de todo no tenía muchas expectativas en cuanto a llegar al día de hoy, más o menos como ayer. Pero lo mejor fue que puede pasar casi toda la tarde navegando en Internet en busca de lencería erótica y equipos de música. Esas son mis dos grandes cuestiones hoy en día: Encontrar buenos corpiños para explotar al máximo las nuevas tetas de la flaca, y resolver el problema de mi puto amplificador que no para de distorsionar y toser como un motor viejo y destartalado. Cuando me lo vendieron, hace unos 4 años funcionaba perfectamente bien, pero después ya no hubo vuelta atrás. Hay ciertas cosas que simplemente dejan de funcionar. Mueren. El sábado me decidí, busqué las herramientas y en la mesa de la cocina lo abrí como si fuese capaz de comprender lo que sucede ahí adentro. Revolví los cables y de alguna manera llegué a la conclusión de que era necesario deshacerme de un par de ellos, así que sin dudar los corté. Al volver a enchufarlo sentí un pequeño placer muy parecido a la victoria. Ningún chispazo, nada de olor a quemado, ninguna vibración fuera de lo común. Entonces conecté la compactera, puse play y la realidad me metió una buena patada en las pelotas. Ningún sonido. Pero el tema está casi resuelto. Entre hoy y mañana el círculo de la vida volverá a concretarse. Algo muere, mientras otra cosa nace.

El asunto de la lencería es más complicado. Hay demasiadas ofertas, demasiadas posibilidades. No hay dudas de que las mujeres son un instrumento del demonio. Todo en ellas es maravilloso y tentador y si buscás un corpiño, estás acabado amigo mío. El corpiño es solo el primer eslabón de una cadena infinita. Sería el equivalente al porro en el mundo de las adicciones. Arrancás por ahí, pero nunca sabés dónde podés terminar. Pasé horas frente a la pantalla hipnotizado por disfraces, fetiches sado, dildos, vibradores a control remoto, catsuits y algún que otro corpiño. Pero la verdad es que todavía no llegué a ninguna conclusión. Cuando creo saber lo que quiero, veo algo nuevo y entonces tengo que empezar de cero. Ayer a la noche, cuando estábamos en la cama se lo comenté y me dijo que no me preocupara por los corpiños, que lo que estábamos necesitando era un nuevo cuchillo rebatible. ¡Hija de puta!, pensé. Tenía razón. El anterior se nos había roto hacía ya algún tiempo y yo siempre me olvidaba de comprarlo. Andábamos como dos boludos jugando con el mango, y la verdad es que no es lo mismo que tener el artefacto completo, con la hoja plateada y puntiaguda. Las mujeres son así. Saben cuáles son las prioridades. No pierden el tiempo. Son ases.

martes, 1 de junio de 2010

UOT A MORNIN!

HOY fallaron todos los sistemas de despertación. El reloj digital, el encendido automático de la televisión y la alarma de la radio. El progreso ha llegado a su fin. La tecnología nos ha traicionado y ahora se ríe de nosotros. Gallos, perdonen nuestra indiferencia y reclamen sus lugares en nuestros amaneceres, ensálcennos nuevamente con sus cantos certeros. Despiértennos.

Pero más allá de esta perorata, el asunto es grave. Pasé una mala noche. Dándole vueltas a una resaca para no terminar vomitando como un linyera, conciente de que así, no se puede arrancar la semana. Una cosa es estar enfermo, otra muy diferente es demostrarlo. Como dice Mirtha: si te ven bien, no se qué y si ven mal, no sé cuánto. Como dice Diego: que la chupe!

En fin, va a ser un día muy largo, muy tedioso, y fundamentalmente, muy errático. Quizás al fin se den cuenta, y me peguen una buena patada en el culo. No lo sé. Espero que no. De otro modo ¿dónde más encontraría una computadora gratis para escribir todas estas boludeces?

Que Dios se apiade de mi.
Y si no, que la chupe El también.