lunes, 10 de diciembre de 2012

ENTONCES

Entonces,
Se apagó la luz, como todas las noches
Y el resplandor del celular
Fue capaz de iluminarlo todo.
Las sombras, los insignificantes ruidos
La inquietud de la primera ensoñación,
La lucha por permanecer despierto,
Por no morir otro poco
Rituales insoportables
Cuando en otros lados aún late
La fiesta.
¿Cómo fue que me invadieron
La calma y el reposo?
La naturaleza es cruel,
La naturaleza es el paso del tiempo
Ninguna otra cosa sabe tanto de nosotros
Como aquello que nosotros creemos entender
Aunque pasen un millón de años, seguiremos siendo niños
Pequeños seres tropezando,
Cayendo, llorando, intentando inútilmente,
Tejiendo teorías, creando religiones,
Expiando culpas que no son tales,
Buscando respuestas que nos permitan morir en paz
Esforzándonos por dejar algún legado,
Alguna huella que retenga nuestro último aliento
Tanto esfuerzo no puede ser en vano
¿por qué no?
Edificios, catedrales, autos, discos
bares, escuelas, universidades,
prostíbulos, hospitales, cementerios,
barcos, aviones, satélites
Tanto esfuerzo no puede ser en vano
¿por qué no? ¿por qué no?
¿qué culpa tiene el destino?
Si el destino no tiene corazón
¿quién nos hizo creer que la inquietud
Y la búsqueda nos convierten en seres especiales?
El insomnio y la penumbra son las peores señales
De esta carretera sin sentido
Eso lo sé
Quizás sea, mi única certeza
Todo lo demás es sobrepeso,
Lastre
Y los días así, se hacen eternos
Entonces ¿cuál es el problema?



domingo, 9 de diciembre de 2012

Refresh

No me muerdas más la espalda
no me gusta
prefiero que me rasguñes
La masticación siempre me resultó desagradable
en cambio aferrarse a las cosas
me parece indispensable
Me quedo con tus uñas clavadas
como anclas en mi piel
me quedo con esos surcos
rojos, desgarrados, ardientes
latigazos y carne viva
puñaladas
Empiezo a comprender
que las palabras cada vez
son más inútiles
ya dijimos las que teníamos que decir
y desde hace un tiempo
solo las repetimos en un ritual
No está mal y a veces
las necesitamos
como una confirmación,
como una renovación
Es raro
eso de renovarse con palabras viejas
no importa
siempre es así
la gente demasiado original
nunca llega a conocer el verdadero
amor

lunes, 1 de octubre de 2012

ATOMICO

Cuando todo es demasiado y sin embargo no te alcanza, entonces estás jodido. Alguien te está quebrando los dedos, alguien te está arrancando las uñas. Y probablemente ni siquiera tengas la lucidez necesaria para comprender lo que te está pasando. Pero no hablemos de lucidez. En todo caso hablemos de huevos. De pelotas. Del ánimo y la fortaleza que hay que tener para ver la realidad. La mayor parte de las personas son autómatas y por eso la mayor parte de las personas miente, oculta, engaña, defrauda. Porque esa es la única alternativa. El último refugio frente al abismo de la locura. Es espantoso, pero cierto. Nadie nos educó para ser libres. La libertad en sí misma posee la potencia que poseen todas las ideas perfectas, sin embargo, en la práctica es inconsistente, floja, ridícula. La verdadera libertad, esa que no conoceremos jamás, solo habita en nuestras fantasías, en nuestros secretos. Poner en práctica esa libertad, sería como detonar un millón de bombas atómicas. Nadie podría resistir algo semejante. Tanto daño. Tanta sinceridad. Ese es el problema. Pretender, pretender y pretender. Para mantener el mundo a salvo. Para mantenerte lejos de la camisa de fuerza.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

LA PERITA

Una vez alguien me dijo que si cagás finito durante mucho tiempo, probablemente tengas cáncer. No recuerdo qué cáncer específicamente, pero la cosa estaba entre el de estómago y el de colon. Algo letal de cualquier modo. Pero ese no es mi problema. Yo cago grueso y esponjoso y el tono varía entre el beige y el negro según la carga de cerveza o vino tinto que tenga mi organismo al momento de cagar. Un placer a toda prueba más allá de texturas y colores. Y la verdad es que yo cago al menos una vez por día, y si no lo hago, estoy en problemas. Es eso o el manicomio. Mis tripas y mi psiquis simplemente se revelan ante la posibilidad de que la mierda se acumule indefinidamente en mi cuerpo. Y una vez, estuve cuatro días sin cagar…
Así que estaba todo el día yendo y viniendo del baño ante la menor señal. El culo me picaba constantemente y no podía parar de rascármelo, pero el hijo de puta parecía estar muerto. No funcionaba. Era como una cloaca vieja, en desuso, sin nada que excretar. Me despertaba con ganas de cagar, pero ni bien me sentaba en el inodoro, la sensación desaparecía y entonces me quedaba ahí perdiendo el tiempo y haciendo fuerza sin resultado. De tanto en tanto pegaba un saltito al bidet y encendía el agua caliente a todo trapo intentando romper aquel impenetrable dique de mierda, pero todo era inútil. Al segundo día, tomé coraje y me metí un dedo lo más profundo que pude. Nada. El agujero estaba vacío. Evidentemente la mierda se había apelotonado más arriba y eso me preocupó aún más.

- No estoy cagando – le dije a la flaca

- No es nada – me dijo – yo a veces estoy una semana entera sin ir al baño

- ¿Una semana entera sin cagar? Eso es imposible. Yo TENGO que cagar todos los días…

- ¿Cuánto hace que no cagás?

- Dos días

- Me estás cargando

- No

- Pero eso no es nada

- Son dos días!

- No es nada!

Todas las mujeres son iguales. Pueden estar sin cagar durante semanas como la cosa más natural. Las hembras y sus organismos son un misterio. No cagan, tienen bebés, cuando no los tienen largan sangre por la cajeta. Un asco. Aquel que dijo que las mujeres habían nacido para sufrir, no se equivocó. Ni el más bravo de los hombres podría soportar ni siquiera la mitad de la basura que una mujer tiene que soportar a lo largo de su vida. Lo mío era el colmo del patetismo. Pero así soy yo. Obsesivo y maricón.

Salí del departamento hecho una furia. La gente parecía feliz. Seguramente todos se habían echado un buen cago antes de salir a caminar. Hijos de puta. Los odié. Ninguno andaba rascándose el culo como un linyera o escarbándose el ojete intentando pescar algo de mierda con la uña. Hacía calor y me sentía hinchado. Obeso. Finalmente me había transformado en la famosa Gran Bola de Mierda. ¿Qué le había pasado a mi aparato digestivo, por Dios? Durante los últimos veinte años el mate había sido mi gran aliado en momentos semejantes. Sin embargo esta vez, por más que chupara y chupara el alivio no llegaba. Tenía que intentar otra cosa. Descubrir una nueva manera de abrirme camino en la vida.

Llegué a Farmacity y recorrí las góndolas hasta dar con los chicles laxantes. Lo impersonal de todo ese sistema de comercialización es ideal para estos casos. Una cosa es agarrar los chicles laxantes como quién agarra un paquete de fideos en el supermercado, y otra muy diferente es tener que enfrentar a un desconocido y “pedírselos”. Aún con mi honor intacto salí de ahí, y me metí tres chicles en la boca. Eran de menta y los mordí con la violencia de un psicópata una y otra vez en el camino de vuelta a casa. Ahora solo restaba esperar a que la magia se produjese. Al cabo de tres horas, ya no me quedaban chicles, ni esperanza. Me sentí estafado por la industria farmacéutica. Tan difícil era hacer cagar a la gente?

- ¿Mirá si termino como Maurice Gibb?

- No seas ridículo. ¿Qué querés cenar?

- No puedo cenar! ¿Estoy repleto de mierda hasta acá y pretendés que cene?

- No podés estar sin comer

- Lo que no puedo es estar sin cagar. Me estoy volviendo loco. Ya no sé qué hacer. Me quiero matar.

Me tiré en el sillón con el aire acondicionado a cuatro mil e intenté calmarme. Esto tenía que pasar. Era simplemente una crisis. ¡Cómo podían vender esos chicles! ¿Acaso nadie controlaba nada en este puto país? Quizás, sin darme cuenta, había terminado siendo víctima de la mafia de los medicamentos. La piedad no existía y las putas eran travestis mal afeitados. Todo se estaba yendo al carajo y yo estaba a punto de rebalsar de mierda, como el Congreso y la Casa Rosada. Mi cuerpo tal vez, estaba asimilando décadas de frustración y estafas, y simplemente ya no daba más. Se le había acabado la capacidad de reciclar, de transformar la mierda en nutrientes. Me estaba pudriendo por dentro.

Esa noche, rebosante de buenas intenciones, la flaca se me acercó y empezó a besarme y a acariciarme como lo hacen las mujeres cuando quieren echarse un polvo, pero me la saqué de encima.

- Mirá que sos desagradable – me dijo

- Me siento desagradable!

- Dejá de pensar en eso. Ya vas a ir al baño.

- Mirá, no hablemos más de “eso”. El tema ya está instalado, pero no lo hablemos. No es algo que me guste hablar con vos. Ni siquiera puedo tirarme un pedo delante tuyo y estar hablando de que si cago o no cago, no me parece. O sea… en la medida de lo posible mantengamos el glamour.

- Estás totalmente loco – me dijo antes de darse vuelta – te pasás todo el día hablando de tus ganas de cagar y ahora me pedís que mantenga el glamour. Andá a cagar!


“Hija de puta”, pensé antes de dormirme.
Me desperté con una sensación rara en los labios. Me ardían. Fui hasta el baño y cuando me miré en el espejo me quedé petrificado. Dos ampollas enormes habían transformado mi boca en una masa deforme e irregular. Tuve que tener cuidado al lavarme los dientes para evitar rozarlas, porque el dolor hubiera sido insoportable. Aquellos herpes eran la manifestación de mi problema. Las toxinas habían comenzado a actuar. No había dudas, mi cuerpo estaba padeciendo su propia tragedia de Chernobyl.

- Analía! – grité

- ¿Qué te pasa?

- Levantate, mirá

- ¿Qué pasó? – la escuché decir quejosa, mientras se acercaba - ¡Dios Santo, qué te pasó en la boca?! – me dijo espantada ni bien me vio.

- No sé, no sé, debe ser el estómago.

- Por Dios, mirá cómo tenés esa boca

- Me duele, me arde, me pica, creo que tengo fiebre

- A ver – me tocó la frente – me parece que sí. Metete en la cama que ahora te llevo el termómetro.

- Traeme algodón y alcohol para los labios

- Está bien. Andá.

Me metí en la cama y la esperé entre escalofríos. Al rato apareció con el termómetro, el algodón y el alcohol. Me puso el termómetro bajo el brazo, mojó un pedazo de algodón con alcohol y me lo pasó. Inmediatamente lo apoyé con suavidad sobre las ampollas. Vi el cielo, lo vi a Dios, lo mandé a la mierda y cerré los ojos.

- ¿Te duele mucho?

- Horripilante

- Mirá cómo tenés… a ver. – miró el termómetro y me dijo – Treintaiocho y medio. Voy a llamar al médico.

- Pará, pará. No llames a nadie.

- ¿Vos estás loco? Ayer te comiste treinta chicles laxantes, hoy amanecés así y no querés que llame a un doctor. Mirá si estás intoxicado.

- ¡No son los chicles! ¡ES LA MIERDA!

- ¡LO QUE SEA! ¡NO MEIM – POR – TA!

Era inútil, así que no dije nada más y me quedé ahí mojándome los labios con alcohol, lleno de mierda y con treintaiocho y medio de fiebre. La escuché hablar con los de la obra social. Solo les dijo que tenía fiebre. “Menos mal”, pensé. Estaba incómodo y me sentía asqueroso. Recordé aquel documental que mostraba a un montón de gente deforme bajo el impostado título de: “Gente Única”, y traté de entender qué les impedía volarse la cabeza. El Hombre Planta por ejemplo, era un tipo al que no paraban de crecerle hongos en la piel. Los hongos le cubrían todo el cuerpo, los brazos, las piernas, la cara, la espalda. ¡Probablemente los huevos también! Y no eran hongos comunes y corrientes. Esas cosas se desarrollaban como enredaderas fibrosas que terminaban en largos colgajos lanudos, inhabilitándolo prácticamente para cualquier cosa que quisiera hacer. El pobre fumaba y fumaba mientras lo filmaban como a un fenómeno. Quizás, al final, con un poco de suerte, una ceniza inquieta terminara liberándolo de aquella tortura. Había otro, un mejicano, que pesaba quinientos kilos y vivía postrado en una cama, que a la vez estaba instalada en la caja de una camioneta, y cada tanto, ahí lo llevaban al gordo a dar vueltas por la ciudad, en su propio “Papamóvil”, como si se tratara de un mesías. Gente Única y un carajo. Pero no hay que asombrarse de nada. Desde hace un tiempo la mentira y el engaño cambiaron de nombre. Ahora nos hablan de “marketing”. Gente Única. ¡Qué hijos de puta! Como sea: ¿Tanto valía la pena mantenerse vivo? Si alguien me hubiera acercado un arma aquel día, con mis herpes, con mi mierda y con mi fiebre, quizás ustedes no estarían leyendo. El sufrimiento es algo muy relativo, evidentemente. Nos quedamos tirados en la cama mirando la tele sin decir más nada. Yo me quejaba, ella me miraba y me acariciaba el pelo. Yo temblaba y ella me tapaba. Como siempre durante los últimos 20 años, yo era el problema y ella la solución. Sonó el timbre. La flaca fue a abrir la puerta a los saltitos y yo me quedé esperando. Escuché la voz de una mujer y cerré los ojos resignado. La vida no me había preparado para esto. Mientras se acercaban a la habitación, también escuche palabras como “herpes”, “constipado”, “incómodo”. La doctora apareció primero. Treinta y pico, rellenita, pelo recogido, interesante par de tetas, en fin, una mujer. Suficiente para que en mi situación, yo me sintiera poco menos que un microbio.

- Hola – le dije con una deforme sonrisa dibujada en mi boca

- Esos labios. Cómo los tenés.

Asentí sin responder.

- Pero es típico de estos casos de estreñimiento. ¿Cuánto hace que no vas de cuerpo?

- Tres días…

- Aja. ¿y tu frecuencia regular es….?

- Diaria

- Veo. Estuviste cambiando la dieta últimamente?

- En realidad no.

- Duele la panza?

- No, pero me siento lleno.

- A ver, levantate la remera.

Me la levanté y la tipa empezó a tocarme y a apretarme el abdomen haciendo caras y mirando para los costados. Yo la miraba a la flaca y noté que estaba tentada. Me tenté yo también. La doctora me miró.

- ¿Te hago cosquillas?

- No, estoy tentado.

- Ah. Me dijo tu mujer que tomaste algunos laxantes.

- En realidad mastiqué algunos chicles laxantes.

- La verdad es que se terminó una caja entera en un día.

- ¿En un día? ¿y aún así, nada?

- Nada, estoy harto.

- Bueno, mirá, yo no siento nada raro, pero algo está pasando. Lo más probable es que sea un bolo, que, bueno, esté obstruyendo…

- Sí – le dije

- No tomes más nada. Lo que te voy a recetar son simplemente unos enemas con agua tibia. Con eso creo que va a ser suficiente. En caso de que la cosa no mejore, entonces ahí yo te diría que directamente vayas a una guardia.

- Ok. ¿Y en los labios me pongo algo?

- Nada. Seguí con el alcohol, pero eso lleva un tiempo. Calculá que todo el proceso puede durar hasta una semana. Paciencia.

“Enemas”, “paciencia”, pensé mientras la flaca acompañaba a la rechonchita hasta la puerta. ¿Ocho años en la facultad de medicina para eso? Vergonzoso. ¿Quién controlaba a estos tipos? Quería remedios, drogas, fármacos capaces de solucionar mis dolencias de manera inmediata. ¿Y qué me daban? Enemas y una dosis de paciencia. Mi abuela habría resultado mejor médica que aquella hija de puta.

- Bueno, me voy a la farmacia.

- ¿Podés creer lo de recién?

- ¿Qué pretendías, qué te operara?

- No, pero al menos me tendría que haber recetado algo.

- Seguramente a un ser humano normal, le hubiera recetado laxantes. Pero ¿qué le va a recetar a una persona que se acabó todos los laxantes de Belgrano?

- Cortala con eso.

- ¿Necesitás algo más?

- No

- Ahora vengo

Me quedé tumbado de costado haciendo fuerza, intentando al menos tirarme un buen pedo, pero nada. Me levanté, fui hasta el baño y me eché una meada sentado, para ver si la cosa reaccionaba. Imposible. Agarré una revista y la sostuve sin leerla. No era capaz ni de leer. Lo único que quería hacer era aquello que no podía. ¿Cómo es que llega uno a estos momentos de la vida? ¿Acaso no debería tratarse de transitar el camino del placer? Estaba delirando. La mierda, de a poco iba invadiendo mi cerebro? Me paré y me miré en el espejo. Una cosa horrible. Recordé aquel verano en el que había tenido que permanecer encerrado durante una semana entera por culpa de los herpes que me habían salido en los labios. En aquella época me los reventaba con una toalla y después ponía alcohol sobre las heridas. Entonces las ampollas se convertían en cáscaras sangrantes en continua descomposición, haciéndome sentir como un leproso. La puerta del baño se abrió lentamente.

- ¿Ya fuiste?

- No, qué voy a ir

- ¿Y qué hacés en el baño?

- Me estoy mirando los herpes

- No te los toques. Lo único que falta es que empieces a auto contagiarte esas cosas. Tomá – me alcanzó la perita.

- ¿Me tengo que meter esto en el culo flaca?

- Y, yo no te lo voy a meter…

- Ya lo sé, pero…

- Lo tenés que llenar de agua tibia, te lo metés y apretás bien fuerte.

- Ya sé cómo se hace, pero me da un poco de impresión. ¿Y si espero un día más?

- No podés ser tan c…., cobarde.

- Ok, andáte y poné la tele fuerte

- No seas ridículo

- Te lo pido por favor! Ponela lo más fuerte que puedas.

- Me voy a la cocina

- No sé. Hacé lo que quieras. Pero ándate.

- Qué loco estás.

- Algún día me lo vas a agradecer. Tomatelas.

Cerró la puerta y me quedé ahí encerrado. Al cabo de unos segundos pude escuchar la televisión a todo volumen. “Y además me voy a la cocina, loco”, me gritó al pasar. Miré la perita roja y sonreí por primera vez en varios días. Las cosas que había inventado el hombre. Sin duda aquella perita le había sido mucho más útil a la humanidad que el cohete a la luna. Abrí el agua caliente al máximo y la mezclé con un poco de agua fría. Fui tocando el chorro hasta dar con la temperatura ideal. Sumergí la perita apretándola y cuando la solté, se llenó y tambaleó pesada en mi mano. “Concha de mi madre”, pensé. Tragué saliva y me senté en el inodoro con las piernas bien abiertas. En la tele Tinelli estaba presentando a Floppy Tesouro… seguramente, bajo las mismas circunstancias, ella no dudaría tanto como yo. La experiencia tiene esas ventajas… Cerré los ojos, apreté las muelas y metí la mano ahí abajo buscando el agujero con la punta de la perita. Izquierda, derecha, arriba, abajo, una, dos, tres veces, hasta que la cosa encajó. Me detuve. Empujé con cuidado. La goma y la piel del orto son texturas que evidentemente no se llevan del todo bien. Pensé en encremarme el ojete para facilitar la entrada, pero no quería perder más tiempo. Me aflojé lo más que pude y seguí empujando. Después de romper aquella primera barrera el asunto entró sin mayores problemas. Fui bien adentro. Tomé aire y sin pensarlo dos veces apreté con furia. Cerré los cantos con fuerza y otra vez llené la perita con agua tibia. Esta vez, mientras hurgaba, mi mano se fue mojando con el agua que drenaba desde mi intestino. Asqueroso. Volví a apretar y a cerrar los cantos. Y ahí me quedé. Sentado. Quieto. Expectante. Sentí un ruido grave en mi estómago. Algo así como un gruñido profundo. La bestia estaba viva. Estiré el brazo al máximo y volví a llenar la perita. Por tercera vez me inundé de agua tibia. Por más que lo intenté solo pude contenerme durante un par de segundos antes de relajarme completamente. Primero fue un chorro grueso y constante de agua. Después una sucesión de gases ruidosos e intermitentes. Al final, la masa dura bajó hasta quedar trabada justo en la salida. “Dios”, pensé, “Mi querido Dios bendito”.

- ¿Estás bien?

- Rajá de acá, la reputísima madre que te parió!

- ¿Necesitás algo?

- Nooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Si una mujer estaba dispuesta a compartir semejante momento con un hombre, o bien ya no lo amaba, o estaba buscando una excusa para dejar de amarlo. No me importaba nada. Dejé la perita en el vide, me doblé y me aferré al inodoro desesperado. Hice fuerza. Mucha fuerza. El dolor fue insoportable, punzante, cruel. Pensé que en caso de terminar preso alguna vez, este trance me sería de gran utilidad. ¿Qué podía ser peor? Si Alien era el octavo pasajero, adentro mío estaba el noveno. “Hijo de puta”, grité pujando, “hijo de putaaaaaaa”. Entonces lo sentí salir y lo escuché caer como un bombazo. El agua me salpicó justo antes de que un chorro de mierda, agua y quién sabe qué otra cosa, saliera despedido entre una andanada de pedos espantosos. Tinelli seguía parloteando ahí afuera donde todo era perfección y fantasía. Estaba agitado. Traté de componer mi respiración y me asomé para ver qué había en el ojo de la tormenta. No voy a entrar en detalles, pero créanme si les digo que nunca han visto nada igual. Como pude, me limpié con cuidado. La sangre carmesí en el papel fue quizás la mejor prueba de aquella odisea. Salí del baño, me acosté y bajé el volumen de la televisión. La flaca apareció como un rayo. Blanca.

- ¿Y?

- Ya está

- ¡Ay qué suerte negro! ¿cómo estás?

- Hecho mierda.

- ¿Te duele?

- Me duele

Se acostó al lado mío y me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho. Así nos quedamos un buen rato.

- Estás agitado, me dijo.

- Ya lo sé. Me late todo.

- ¿Quérés que te ponga Hipoglos?

- No

- Ponete vos

- No

- Pero,

- No quiero nada que involucre andar tocando la zona. Vos no sabés lo que fue.

- ¿Querés comer algo?

- Una sopita

Se levantó de un salto y desapareció llevándose toda su energía. En un mundo imperfecto ella se acercaba bastante a la perfección. Me quedé acostado y mientras la gente no paraba de bailar, los ambientes de la casa se inundaban de a poco, de un suave olor a zapallo.

Fin

NO ME PREOCUPES

Cuando sonó el timbre estaba a punto de sacar otra cerveza de la heladera. La volví a guardar. Solo los alcohólicos atienden la puerta con un vaso en la mano. De todos modos era inútil tratar de preservar las apariencias frente a ella. Demasiados años y muy pocos secretos por develar. Caminé tranquilo y con la misma tranquilidad, abrí la puerta.
- Tomá! – me dijo dándome unas bolsas y su cartera – Correte, no aguanto más – y voló hasta el baño.
“Hola mi amor”, pensé y volví a la heladera, dejando las bolsas sobre la mesada de la cocina. Encendí la radio y me quedé sentado, tomando y escuchando las noticias. Las noticias se habían convertido en una sustancia inocua, en un evento etéreo sin ningún tipo de efecto en la sociedad. La gente estaba harta, y desmoralizada, paralizada y anestesiada. Todos puteaban a Cristina, pero nadie hacía nada. ¿Dónde estaban los líderes? ¿Dónde estaba la oposición? Se suponía que la oposición debía “oponerse” al gobierno, sin embargo nadie sabía dónde se habían escondido Alfonsín, Duhalde, Binner, Carrió, De Narvaez. Una manga de putos, cobardes y traidores a la patria. Porque si bien Cristina era una loca hija de puta, lo cierto es que la yegua, aunque te cagara la vida minuto a minuto, al menos hacía algo con el poder que un 54% de imbéciles le había otorgado.
- Ah, no daba más! Ese subte de mierda, me tiene harta. La gente te aprieta, te empuja, unos hijos de puta! Una pendeja me metió la mochila en la nuca ¿podés creer? Le dije: ¡nena no te das cuenta! Y vos pensás que me dijo algo? Nada! Una conchuda. Dios, estoy muerta.

- Querés una cervecita?

- Por favor. ¿Vos qué tal?

- Bien. Llegué hace diez minutos. Estoy cansado. Tomá – le dije alcanzándole la botellita helada.

- Humm, qué rica que está – dijo después de pegarle un buen sorbo.

- Llamó tu hermana.

- Sí, debe ser por los regalos. Ahí compré todo. Después la llamo. Tenés cara…

- Por la radio. La escuchás y te querés matar. Estos turros ahora salen a decir que la gente puede comer con seis pesos! O sea, seis pesos! En qué país viven? Y la gente. La gente no hace nada. Hay que hacer algo.

- Al pedo negro. Qué vas a hacer? Los partidos políticos ya no representan a nadie y la gente tiene tal quilombo en la cabeza que las cosas les resbalan. No se puede hacer nada.

- Qué se yo. A mi me pone del orto todo esto. Está todo el día hablando por cadena nacional, mintiendo, diciendo pelotudeces. Y la aplauden como si fuera Einstein.

- La aplauden porque roban con ella.

- Por lo que sea, pero la aplauden y se nos cagan de risa en la jeta y no pasa nada.

- Qué querés comer?

- Cualquier cosa.

- Puedo hacer unas tartas.

- Una que sea de jamón y queso.


La dejé en la cocina y me fui al living. Sabía que estaba mal. Lo sentía. No era nada físico, más bien un estado general de hastío. Estaba abrumado. Me sentía impotente y estaba harto de ver lo que le estaban haciendo al país. Sabía que no podía hacer nada, como decía la flaca y eso me ponía peor. La democracia era una gran pelotudez. Tenía demasiados vericuetos imposibles de comprender por el común de la gente. La democracia era una trampa diseñada por burócratas y abogados. Mientras cambiaba de canales hipnotizado por el bombardeo de imágenes, recordé el entusiasmo adolescente de aquel 1983 y me pregunté ¿qué había sido de todo aquello? Dónde habían quedado las esperanzas, las ganas de creer que era posible vivir en un país mejor? Había sido un año inolvidable, sin dudas irrepetible. Vivíamos en estado de excitación permanente. Salíamos eyectados del colegio y nos juntábamos en Babieca a tomar cerveza y a discutir de política durante horas, cuando ni siquiera teníamos edad suficiente para votar. Eso no importaba. Podíamos hablar y decir lo que pensábamos en público, aunque fuera una pavada o una utopía. Aunque no comprendiéramos cabalmente sobre qué estábamos discutiendo. Lo verdaderamente importante era la sensación de estar atravesando un momento histórico. Todos estábamos ilusionados con lo que estaba a punto de suceder. Habíamos descubierto una ranura a través de la cuál era posible entrar en contacto con el mundo adulto. Demasiada información: dictadura, desaparecidos, guerrilla, tortura, censura. Hasta no hacía demasiado tiempo atrás, había hombres y mujeres dispuestos a matar y a morir por sus ideales. El nuevo futuro sería nuestro y no queríamos perdernos nada en el camino. Coleccionábamos las boletas electorales de los diferentes partidos y cada vez que podíamos nos íbamos a escuchar algún discurso de Alfonsín. Y cuando el tiempo no nos daba, corríamos a mi casa para sentarnos frente al televisor, mientras mi vieja nos llenaba de Coca Cola y empanadas de carne cortadas a cuchillo. Fumábamos, gritábamos y festejábamos como fanáticos, como presos a punto de recuperar la libertad. Después nos quedábamos escuchando música y siempre terminábamos en silencio mientras Raúl Porcheto, como un gurú cantaba: “Che pibe, vení, votá”.
Pero eso se había esfumado. La Argentina se había convertido en un agujero negro que como una enorme aspiradora trituraba toda posibilidad real de cambio. La burocracia política, la corrupción y la falta de alternativas nos habían transformado en una nación sin rumbo, en un barco a la deriva comandado por una loca sucesión de incapaces. ¿Cómo habíamos sido tan irresponsables? Me sentía viejo, deprimido y seco.

Me levanté y volví a la cocina.

- Dejá todo. Vamos a comer afuera.

- Qué?

- Vamos a comer afuera.

- Pero ya empecé a hacer los rellenos.

- Necesito que vayamos a comer afuera. Me estoy muriendo acá adentro.

- Estás loco?

- Puede ser, pero necesito salir. Tengo la cabeza partida, los huevos rotos, estoy aburrido. Es viernes y me quiero ir a la mierda un rato. Tomar aire, caminar por ahí.

- Qué te pasa Manu?

- Abrazame – y la abracé – Abrazame!

- Tengo las manos sucias!

- Qué carajo me importa! Abrazame!

- No me grites!

- Abrazame!

Nos miramos sin decir nada durante unos segundos. En ese momento sentí que cualquiera de los dos podía matar al otro. Hacía mucho que no nos reíamos, que no salíamos, que no hacíamos algo diferente a lo que siempre hacíamos. Trabajar, comer, dormir y coger. Puede sonar suficiente y quizás lo sea, pero no parecía tanto en aquel momento.

- Perdoname – le dije

- Qué te pasa?

- Estoy loco.

- Eso ya lo sé, pero qué te pasa?

- No sé, quiero salir, estoy… no me hagas caso. Te amo flaca. Abrazame.

Esta vez me abrazó y le di gracias a Dios por esa mujer. Sin ella seguramente estaría muerto o encerrado. Olí su pelo y la apreté fuerte para sentir su cuerpo aún nervioso.

- Estás bien?

- Estoy mejor, pero no estoy bien, ja…

- Quedémonos en casa. Comamos acá y después nos tiramos a ver Dr House, que nos quedan un par de capítulos. ¿Querés que haga una picadita?

- Yo la preparo.

Mientras cortaba el queso y ponía unas papas fritas en la mesa noté que la radio estaba encendida pero las noticias habían sido reemplazadas por música. La flaca siempre escuchaba música. Todo el día. Como antes lo hacía yo. De hecho estaba cantando y bailando mientras preparaba las tartas. Sonreí. La vida para ella era una experiencia simple y feliz. Cuando estábamos de novios, durante unos meses habíamos sido disc jockeys en fiestas y casamientos. Nos divertíamos aun cuando no ganáramos un centavo. Pasar la noche juntos tomando tragos y haciendo bailar a la gente era suficiente para los dos. Llegar al amanecer, guadar los equipos, acostarnos exhaustos y hacer el amor sin dudarlo un segundo, era nuestra hermosa rutina. Sabía que ella todavía se aferraba a aquella magia día a día, mientras yo divagaba en mis tribulaciones inconformistas e inmaduras. Sería tan fácil volver al lugar del que en algún momento me había alejado. Muchas veces me levantaba en el medio de la noche preguntándome, dónde estaba. Pero a pesar de intentar remontar mis huellas, nunca podía llegar al instante de desprendimiento. Un eterno transcurrir. La flaca en cambio era una experta en disfrutar el presente. Era madura, realista y sabía perfectamente quién era. Yo la admiraba por eso, aunque me sintiera imposibilitado de poder imitarla.

Nos sentamos, brindamos y nos concentramos en la picada mientras las tartas se cocinaban en el horno.

- Mañana podemos ir a San Benito – me dijo – nos vamos caminando, te parece?

- Buenísimo. Compramos un Lemonchelo, unos quesitos…

- Y si tenemos tiempo vamos a misa…

- No me hagas ir a misa. Vamos, nos metemos ahí un rato, pero no me quiero fumar una misa. Toda esa parte que empiezan a besarse, me da un poco de asco.

- Jajaja, qué loco estás!

- Tengo razón.

- Si vos lo decís.

- Después quiero buscar algo para leer. Estoy con ganas de leer algo, pero no sé qué.

- Pero qué querés? Una novela.

- No, una biografía. Quiero ver si aprendo a vivir.

- Jajaja, no te preocupes, no te hagas mala sangre.

- Ya lo sé.

- Entonces?

- Se me hace difícil.

- Al cuete Manu. Mirá todo lo que tenemos. Disfrutá. Sé feliz.

- Soy feliz.

- Sos feliz?

- A veces soy feliz. Vos me hacés feliz. Pero después hay cosas que me invaden. Cosas que no controlo, pero que no puedo dejar de lado. Cosas que me indignan. No quiero empezar. Vos ya sabés cómo es.

- Ya lo sé.

- Me siento inútil, entendés? Me quejo y no hago nada.

- Qué querés hacer? Qué más querés hacer? Trabajás como un burro. Llegás a casa hecho una piltrafa, cansado. A veces te hablo y estás en otro mundo. Vos pensás que tenés energía para “hacer” algo realmente? No te enganches. No vale la pena. Es así. Siempre fue así.

- No sé si tengo energía. Ese no es el tema.

- ¿Y cuál es el tema?

- Que algo hay que hacer. No siempre fue así. Hubo un momento…

- Me agotás – me cortó en seco – Viví el presente. Date cuenta que “ese momento” ya pasó y no va a volver. Y mientras esperás que el otro vuelva, se te está yendo este.

Se paró y fue hasta el horno. Sacó las tartas, las cortó y trajo varias porciones a la mesa. ¿Qué podía decirle? Las verdades de Perogrullo, después de todo no dejan de ser verdades.

- Mirá – me dijo – yo no quiero que hagas nada. No quiero que te metas en nada. No quiero que te metas en política. La política es una mierda y para colmo ésta gente es muy hija de puta. ¿Vos no ves lo que está pasando?

- Pero vos hablás como si yo fuese a postularme a presidente! Hacer algo puede ser otra cosa.

- ¿Qué cosa? ¿Vas a empezar a militar a los 45 años? ¿Vas a salir a pegar carteles? ¿Vas a ir a un comité a discutir de política?

- No sé.

- Entonces despertate. Yo necesito que vivas esta vida, que estés acá. Ya somos grandes. Tenemos una hija que está en la facultad y vos seguís preguntándote el sentido de la vida. Este es el sentido de la vida. Estar juntos, querernos, tener una casa, una familia, tener un trabajo.

- Ser egoístas.

- Sí, obvio! También ser egoístas. Es más, ser egoístas es lo más importante de todo. ¿Qué carajo te importa si Cristina va o no va por la reelección? ¿Si Moreno te deja o no comprar dólares? ¿Si abren o cierran las importaciones? ¿Qué te importa? Para eso están los políticos. Si ellos no hacen nada ¿qué vas a hacer vos? Ellos son los más egoístas de todos. Ahora están desaparecidos. En lugar de salir a defender todo lo que esta mina se lleva por delante, se hacen los desentendidos. ¿Me hablás de egoísmo? Vas a ver el año que viene cómo empiezan a decir estupideces y a rasgarse las vestiduras y a llenarse la boca hablando de la libertad y de la democracia para junar votos. Eso es egoísmo. Y vos te hacés problema? No sé, yo no te puedo ver así. No sé qué hacer.

- No te preocupes.

- No me preocupes.

Comimos sin decir mucho más. Después lavamos los platos y después del después nos metimos en la cama. Ahí siempre las cosas parecían más sencillas. Las soluciones parecían estar más a mano y el mundo resultaba un poco menos cruel. Los dos últimos capítulos de Dr House no me parecieron tan buenos, pero en realidad estaba enojado por el final de la serie. Últimamente parecía que todo lo bueno se estaba terminando. Tomé una pastilla para dormir, y mientras me desvanecía sonreí pensando que en unas horas estaría frente a la pantalla de la computadora leyendo los diarios.

fin

martes, 11 de septiembre de 2012

HIJOS

Hace un tiempo, un amigo me preguntó porque nunca escribía sobre mis hijos. “No sé”, le dije, pero después me quedé pensando en el asunto. Uno no tiene que escribir sobre TODAS las cosas. Uno, básicamente debe entretener. Y quién dice que las ocurrencias de mis hijos les van a resultar entretenidas al resto del mundo? Tampoco creo que la obra de una persona tenga que estar emparentada en un ciento por ciento, con su vida. Escribir, escribe cualquiera, sin embargo son pocos aquellos que lo hacen decentemente. Los que escriben sobre sus hijos, generalmente no pertenecen a ese grupo. Así que si se te da por jugar con las palabras, evitá incluir a tus hijos en tus relatos. A los hijos hay que tenerlos y hay que criarlos y hay que educarlos lo mejor que uno puede. No hay que escribir sobre ellos. Algún día, no dentro de mucho tiempo, crecerán y te odiarán por tu incontinencia. Por contar alguna estupidez que los avergüence. Y al día siguiente te internarán en un geriátrico hasta el fin de tus días. Nunca lo olvides: el único objetivo de un hijo es encontrar una buena excusa que le permita odiar a sus padres sin sentir culpa.

SISTEMA

Estamos jugados. Nos guste o no, esa es la verdad. Vivimos escapando hacia delante, sin embargo ella, la muerte, siempre está ahí sentada, agazapada, jugando al tatetí con cada uno de nosotros. Aquí no hay nada planeado, todo es una gran casualidad, un gran capricho. Random, por decirlo de alguna manera. Cada mañana me despierto pensando que ese será mi último día de vida. Es algo espantoso. Lo segundo que pienso es cuándo me eché el último polvo. A veces, este pensamiento es aún más espantoso que el otro. El problema es que esto es demasiado bueno. Demasiados buenos polvos, demasiadas buenas bebidas, demasiados buenos cigarrillos. No es justo que nos ofrezcan tanto para finalmente dejarnos sin nada. Quiero una prórroga. Necesito seguir dando vueltas por este laberinto de locura y desesperación. No puedo imaginarme en otro lugar que no sea este manicomio. Más allá de todo es lo único que realmente me preocupa. ¿Cuándo llegará la guadaña a mi cuello? Ni siquiera me pongo a pensar en el valor específico de mi vida. Quiero más risa, más música, más buenas películas, más diversión. También quiero menos trabajo. Eso es una mierda. Y la muerte es la única salida que presenta ese callejón. Hagas lo que hagas, siempre terminarás trabajando más para recibir menos de lo que te merecés. No hay truco posible. No hay atajo. Solo partirte la espalda día tras día para lograr que te depositen un poco de dinero en el banco. Solo el necesario para que puedas continuar en la rueda, pero no el suficiente como para que puedas abandonarla. Esclavos. Alguna vez soñé con ser millonario. A veces lo hago de vez en cuando, pero es inútil. Nunca tuve tanta suerte. El otro día, después de 20 años volví a encontrarme con varios compañeros de la secundaria. Y uno de ellos se había convertido en millonario. Y se pasó la noche hablando de sus autos y sus viajes y sus amantes y sus ex esposas, pero no dijo ni una palabra sobre cómo había hecho para tener tanto dinero. Nada. Ni una pista. Pero en un momento admitió que muchas veces, mientras manejaba, sentía que le iba a dar un ataque al corazón, y eso lo angustiaba porque creía que al final, nadie lo iba a extrañar lo suficiente. Pobre tipo. Solo un idiota puede tener semejante preocupación frente a la muerte. Mi preocupación es cómo hacer para no morirme, que también es una preocupación estúpida. Pero la idea de la muerte me resulta enloquecedora. No puedo evitarlo. Hace poco, bailando borracho en la cocina con la flaca, la abracé y le dije: “yo te sigo viendo como a la nena que eras cuando te conocí”. - A mi me pasa lo mismo con vos – me dijo. Y después me quedé pensando si alguna vez seríamos capaces de vernos y asumirnos como viejos. Ni siquiera me atreví a imaginar una respuesta. Es que más allá de mis deseos de inmortalidad está el deseo de no envejecer. La vejez me parece aún más cruel que la muerte. ¿Quién quiere ser viejo? Ver menos, escuchar menos, moverte menos, coger menos. Una miseria de vida. Después de trabajar durante 50 años a uno no le queda tiempo para el disfrute. Cuando dejás de serle productivo a la sociedad, cagáte encima y que te limpien el culo con una manguera. El ser humano ya no viene al mundo con el objetivo de preservar a la especie. Su único fin desde hace siglos, es preservar el sistema económico reinante. No está del todo mal, pero es bastante triste. No hay mucho más que decir al respecto, al menos por ahora. Estoy en la oficina y tengo que seguir trabajando. fin

miércoles, 5 de septiembre de 2012

ANOCHECE

Me preparé un Bloody Mary y me despatarré en la cama. Hacía frío. Así que después de unos minutos me tapé hasta el cuello. Encajonado en la cama con mi BM. Esto es vida, pensé. El ser humano se complica demasiado las cosas. Yo me complico demasiado las cosas. Estaba frito. Llegué a la mitad de mi vida sin lograr nada extraordinario. Una casa, un auto, un trabajo, una mujer. Todo por unidades y nada en abundancia. Lo único que me sobran, al fin y al cabo, son años. Los años se acumulan quieras o no. Como la mierda en los intestinos. En un momento pensás que tenés toda la vida por delante y un segundo después notás que la vida está atrás tuyo empujándote contra la muerte. Ya no le servís a la vida. Hiciste de la vida una miseria y a ella no le gusta y simplemente quiere deshacerse de vos y de tu puta mediocridad. Ahí estoy yo. En ese punto. En pleno forcejeo. Demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll. Esa frase es buenísima. Obviamente no me pertenece. Mi frase célebre es “se acabó la alegría”. No sé cuándo la dije, pero los dos o tres borrachos que me acompañaban en ese momento, la festejaron. “Se acabó la alegría” dije. Y eso fue todo. En la televisión no daban nada interesante. Noticieros y más noticieros. Pero ya estaba hasta los huevos de los noticieros. Me estaban volviendo loco, como una lenta tortura. Pobres tipos los de los noticieros. Todo el día ahí sentados, mirando de frente a una cámara y pensando “habrá alguien del otro lado de ese agujero negro”. Siempre hay alguien. El televisor es el lugar en donde encuentran consuelo todas las almas desahuciadas. Ahí estamos, nos guste o no lo que nos ofrezcan. Desde chico fui un adicto a la tele. La tele es algo fantástico. Igual que la radio. Son los dos únicos medios que verdaderamente valen la pena. Estoy viejo. Ahora andamos por ahí mirando nuestros teléfonos a toda hora. Cagamos sosteniendo nuestros celulares. Cojemos con los celulares al alcance de la mano. Los celulares se han transformado en nuestros corazones. Perder el celular es lo mismo que morir. Y todos los días salen modelos nuevos, con nuevas funciones y la gente se desespera por conseguirlos, para lucirlos en el subte y en el colectivo. Ridículo. Ahí echado, con mi bebida en la mano todo parecía más sencillo. La casa estaba vacía y silenciosa. Me tiré un lindo pedo y me reí como un idiota. Levanté la sábana y me lo fumé. Un asco, pero volví a reírme. Un hombre solo no sirve para mucho más. Tomar y pedorrearse. Por eso los tipos que están solos la mayor parte de su vida, al final terminan solos. Pierden el sentido de la compañía. El respeto hacia el prójimo. Yo podía ser un montón de cosas, pero no era irrespetuoso. Jamás me tiré un pedo delante de una hembra. Lo juro. No puedo hacerlo. Una vez mi mujer me dijo “quiero que te tires un pedo”. “No puedo”, le dije. Pero insistió. Entonces hice fuerza, pero no logré nada. Silencio y aire puro. Un fracaso. Como siempre digo, las mujeres están locas. Cuando le pregunté por qué quería que me tirase un pedo, me dijo “no sé, para ver cómo es”. Loca. Es ruidoso y huele a mierda. ¿Quién las entiende? Puse el canal Gourmet. Un gordo chino preparaba sushi. Me quedé mirando sus manos regordetas jugueteando con el arroz, el salmón y las paltas. No soy fanático del sushi, pero a la hora de comer, suelo no protestar. Simplemente abro la boca y mastico. Me puse a pensar qué me harían de comer esa noche. No se me ocurrió nada especial. Todavía era temprano. La flaca no llegaría hasta dentro de un rato. Buena mujer. Cocina bien, aunque no le gusta cocinar. Su mejor plato, las milanesas. ¿Cómo es que terminamos juntos? Es un misterio. Como casi todo lo que se refiere a las relaciones humanas. A un viejo amigo, una noche, su mujer intentó acuchillarlo cuando supuso que la engañaba con otra. Llegó a su casa, abrió la puerta y ¡sácate!, ahí estaba el cuchillo bailando frente a él. Forcejearon, cayeron al piso y lucharon hasta que él logró sacarle el cuchillo. Todos supusimos que aquel sería el final para esos dos, pero no. Siguen juntos. Cada uno por separado asegura que odia al otro. Pero ahí están. Como pueden, pero están. Muchos otros se rinden antes de tiempo. La mayoría lo hace. Apenas ven a sus mujeres afilando un cuchillo, desaparecen. Nosotros no nos acuchillamos, nos gritamos. Después hablamos y después nos abrazamos. No podemos acostarnos peleados, en silencio, sin hablar. Somos demasiado flojos para eso. Necesitamos saber que el otro estará ahí a la mañana siguiente. El chino ya no estaba ahí. Tampoco el sushi. Ahora había dos hermanos millonarios que me caían muy bien. Eran simpáticos y no tenían complejos estúpidos por tener dinero. Los Auténticos Petersen. Terminé mi Bloody Mary, apagué la tele y me quedé unos segundos en silencio. El edificio ya se estaba llenando de gente. Vibraba lentamente. Quise estar en otro lugar, no muy lejos de ahí. Pero no me moví. Soy un león que de tanto vivir encerrado, ahora le teme a la selva. Esperé, esperé y esperé. Tenía hambre pero sabía que era incapaz de valerme por mí mismo. Había llegado la hora del día en que debía ser atendido. Lo único que pude hacer fue estirar la mano y encender nuevamente la televisión. Y ahí estaban los dos ricachones tomando champan y cocinando quien sabe qué. Los miré y pensé que aquellos dos, eran verdaderos hombres. fin

Tarde o Temprano

Estamos todos resignados. Hablamos y hablamos como viejas fofas de pelo corto, pero no hacemos nada. Mientras tanto, ellos hacen con nuestras vidas lo que quieren. Pero es así, y parece que por ahora la cosa no va a cambiar. Todos los días es algo nuevo. Estamos atados a una cama y nos dejamos violar una y otra vez. Como si nos gustara. Como si disfrutáramos cada embate. Tenemos el culo bien lleno de leche, y aun así, no reaccionamos. La pasividad es un terreno fértil y el desánimo una oportunidad. Ellos lo saben. Lo tienen claro. El victimario siempre tiene en claro cosas que la víctima ignora. En el trabajo, en el taxi, en la calle, en todos lados te cruzás con víctimas amargadas, asustadas y acostumbradas. Y no está bueno vivir así. Transitar una existencia con este peso colgando de nuestros cuellos y con esta opresión clavada en el pecho, nos va a llevar a cometer actos de supervivencia. Eso es seguro. Tarde o temprano. El otro día un amigo me comentó que estaba teniendo reuniones con un movimiento político liberal. Me contó que se estaban juntando para definir diez puntos clave para mostrarle a la sociedad. Algo así como una plataforma política. Le dije que estaba equivocado. Le dije que estaban perdiendo el tiempo. Que estaban haciendo política a la antigua. La gente ya no quiere más políticos repletos de promesas. Quieren un líder que los lleve más allá de las palabras. La gente ya no cree en los discursos. Al menos por ahora. Primero, antes de volver a creer en ellas, la gente necesita acción. Necesita revelarse frente al orden establecido en forma potente. Él se enojó, me dijo que era un utópico y un anarquista y me cortó el teléfono. Cuando le conté a la flaca, ella estuvo de acuerdo, y además me dijo que estaba borracho y me aseguró que no se puede hablar de política estando borracho. Soy un anarquista, le dije. Dormí, me respondió. Anarquista o no, creo que esto termina yéndose al carajo. De lo contrario, lo que nos espera es mucho peor de lo que cualquiera pueda imaginarse. Cuando gobierna el resentimiento y la locura solo puede imponerse la maldad, la injusticia y la arbitrariedad. La obligación de un pueblo, no es respetar a la democracia a cualquier precio, sino defender la libertad. Y está visto que democracia y libertad, no son lo mismo. Pueden decirme facho, y en todo caso está bien. No le tengo miedo a las etiquetas. El ser humano necesita darle nombre a las cosas. Yo también lo hago. Y soy bastante cruel con la gente. O más bien distante. Y apático. En realidad, me cuesta conectar, generar vínculos. En una época fui muy bueno para eso. Para estar con y entre gente. Pero a medida que pasaron los años, fui perdiendo esa capacidad. Generalmente no me interesan la mayoría de los asuntos sobre los que habla la gente. O tal vez la edad me fue convirtiendo en un viejo estúpido incapaz de comprender lo que el resto de las personas dicen. Y no es para menos. Hace tiempo me di cuenta de que algo funciona mal en mi cabeza. Nada me alcanza para ser feliz y nunca alcanzo la felicidad. Para colmo esta realidad implacable es como un cuchillo afilado arrancándome la piel. Arde y duele demasiado como para permanecer indiferente.

viernes, 31 de agosto de 2012

CORRER

Ayer estuve corriendo otra vez. Otra vez de la oficina a casa. Salgo de Corrientes y Alem y voy hasta Cabildo y Virrey Loreto. Sonó Maiden durante todo el trayecto. Increíble banda. Energizante. Correr escuchando el bajo de Harris es algo así como ir cabalgando en un caballo desbocado. Mi Dios. Hace treinta años que los escucho y sigo emocionándome con Hallowed Be Thy Name. Algo así como el Highway Star de Maiden. Y siempre me pasa lo mismo. Algo fantástico. Vuelvo a lugares que había olvidado, a situaciones escondidas en los pliegues del tiempo. Rincones raros de la memoria. La música tiene en mí ese efecto maravilloso. Hace poco vi en la tele a un tipo que hablaba del efecto mágico de la música. Decía que si uno escuchaba un poema por primera vez podía emocionarse. Pero si lo escuchaba varias veces, ya no le producía esa misma emoción. En cambio, uno podía escuchar ciertas canciones a lo largo de los años sin dejar de conmoverse como la primera vez. Eso me pasa con discos como The Number of The Beast, Piece of Mind, Killers o Iron Maiden, entre otros. Así que anduve galopando entre la gente a diez centímetros del suelo, mientras caía la noche en Buenos Aires y pensaba, “cómo mierda puede estar tan descuidada, sucia y abandonada una ciudad como esta”? Nos habían dicho que Buenos Aires iba a estar buena, sin embargo no es así. Las veredas son lo más parecido a un campo minado que un ser humano haya pisado jamás. Las paredes están cubiertas de graffittis espantosos, sin ningún sentido ni criterio. Son simplemente una forma de agresión caligráfica inmunda y despiadada. Los postes de luz, las cabinas telefónicas y las paradas de colectivos hoy solo son el nuevo medio publicitario del rubro 69. Y para qué hablar de los gigantescos tachos de basura que invaden de a miles la ciudad. En su mayoría están abiertos y vandalisados, rodeados de la basura que deberían contener, desprendiendo en forma constante, un olor repulsivo. Los políticos no sirven para nada. Para mí son como la música. Cada vez que los veo o los escucho, siento la misma sensación, los odio. Quieren ser intendentes, gobernadores, presidentes, senadores, diputados y quién sabe cuántas otras cosas, y cuando lo logran, no hacen más que parlotear, sacarse fotos, robar y buscar la manera de perpetuarse en el poder. De esas cosas, de ese malestar permanente al que nos someten, intento olvidarme corriendo. A veces resulta, otras no. Pero estuvo bien de todas maneras. Una vez que conocés el camino sabés dónde poner el pie para esquivar los pozos. Nos van acostumbrando a la desidia, al maltrato, a vivir en guardia. ¿Para qué hacerte la vida más fácil? Si en definitiva somos una manga de forros pasivos que festejamos cuando nos asaltan sin matarnos. Gracias! Imbéciles. Nos merecemos lo que tenemos. Pero hace treinta años nadie se hubiera imaginado algo así. Una Argentina degradada, violada, saqueada, pisoteada, meada desde el poder en forma persistente. Por eso la música y la política me resultan opuestamente similares. Mientras Maiden sigue sonando fresco, la política sigue oliendo a mierda. La política empezó a oler a mierda rápidamente. Con Alfonsín. Ese viejo era un pelotudo. Digan lo que digan. Y no voy a discutir al respecto. Todo aquel que recuerde la hiperinflación sabe bien de lo que estoy hablando. Así que la cosa se pudrió casi de inmediato. Uno era chico y bailaba y correteaba pendejas y se emborrachaba. Hoy uno es viejo, baila, corretea pendejas y se emborracha, pero a diferencia de antes, ahora la realidad le importa. No hay nada que hacerle. La vida siempre termina ganándote. Te podés resistir y podés putear y carajear pero eso no le interesa a nadie. Son otros los que deciden sobre vos y tu existencia. Debe ser que corro para escaparme. Seguramente es eso. Porque lo cierto es que no lo hago para alcanzar nada. Lo mejor ya se me escapó hace tiempo. ¿A quién no le da miedo pensar en esas cosas? En lo que quisimos. En lo que obtuvimos. En lo que pasó. En lo que nos queda. Cuando llegué a los bosques de Palermo, frente a GEBA, me topé con varios travestis medio desnudos, mostrando el ojete y dando pierna para un lado y para el otro y no pude evitar mirarlos. Una aberración. Está todo bien con que cada uno hace lo que quiere, y vive de lo que puede, pero igualmente, “eso” es aberrante. Andar vestido de mina, con tetas puestas y una verga escondida entre las piernas es asqueroso. Nunca me llamaron la atención los travas. Los que me llaman la atención son los que los consumen. Mama! ¿Cómo es posible que un hombre se encame con un travesti? No los entiendo. Pero ahí estaban estacionados, hablándoles, negociandoles el precio. ¿cuánto por un pete, cuánto por romperte el culo, cuánto si me lo rompés vos a mi…? El mundo está repleto de preguntas de las cuáles es mejor nunca saber las respuestas. Ya lo dije varias veces, otras veces, pero tampoco me van las putas. Pagar por sexo sencillamente me resulta inexplicable. Una consistente demostración de incapacidad. Una formidable falta de hombría. O simplemente un innegable apego a la comodidad. Es cierto que pagar, siempre es práctico, pero no siempre es necesario. Salí con la frente en alto, y encará lo que venga. Hay millones de hembras en celo dispuestas a entregar el rosquete. No es tan difícil después de todo. Tampoco es tan especial lo que está en juego. Hablamos de echarse un polvo, no de inventar el sacacorchos. En fin, no puedo decirlo con total certeza, pero aparentemente había más clientes que travestis. Todos son muy abiertos y se llenan la boca hablando de tolerancia, pero lo único cierto es que al final del día los travas terminan tragando leche a oscuras entre los árboles de Palermo. Hipocresía. Otra característica de los políticos. Quieren el voto de los travas, entonces los defienden, pero también quieren el voto de los vecinos, entonces echan a los travas al límite de la ciudad. El día que se legalice el voto infantil, los travas terminaran en el río para evitar que los niños vean los despojos de la noche anterior desparramados en los parques, mientras andan en bicicleta. Cuando llegué a casa me pegué una ducha y me preparé un Bloody Mary sin vodka. Manjar. Rojo. Amargo. Picante. Sabroso como pocas cosas. Cuando entré en internet leí que estos hijos de puta ahora te van a cobrar un 15% de interés sobre los gastos hechos con tarjeta en el exterior y por poco me infarto. ¿Cuánto más se le puede quitar a la gente para financiar la inoperancia y los robos generados desde el Estado? No hay perdón para esta gente. La historia es larga, pero la vida es corta. Me quedé ahí sentado, mirando la pantalla. Incrédulo. Y tuve ganas de salir a correr, de escaparme, de irme bien lejos a escuchar a Maiden para transformarme nuevamente en aquel que ya no era desde hacía tanto tiempo. fin