viernes, 31 de agosto de 2012

CORRER

Ayer estuve corriendo otra vez. Otra vez de la oficina a casa. Salgo de Corrientes y Alem y voy hasta Cabildo y Virrey Loreto. Sonó Maiden durante todo el trayecto. Increíble banda. Energizante. Correr escuchando el bajo de Harris es algo así como ir cabalgando en un caballo desbocado. Mi Dios. Hace treinta años que los escucho y sigo emocionándome con Hallowed Be Thy Name. Algo así como el Highway Star de Maiden. Y siempre me pasa lo mismo. Algo fantástico. Vuelvo a lugares que había olvidado, a situaciones escondidas en los pliegues del tiempo. Rincones raros de la memoria. La música tiene en mí ese efecto maravilloso. Hace poco vi en la tele a un tipo que hablaba del efecto mágico de la música. Decía que si uno escuchaba un poema por primera vez podía emocionarse. Pero si lo escuchaba varias veces, ya no le producía esa misma emoción. En cambio, uno podía escuchar ciertas canciones a lo largo de los años sin dejar de conmoverse como la primera vez. Eso me pasa con discos como The Number of The Beast, Piece of Mind, Killers o Iron Maiden, entre otros. Así que anduve galopando entre la gente a diez centímetros del suelo, mientras caía la noche en Buenos Aires y pensaba, “cómo mierda puede estar tan descuidada, sucia y abandonada una ciudad como esta”? Nos habían dicho que Buenos Aires iba a estar buena, sin embargo no es así. Las veredas son lo más parecido a un campo minado que un ser humano haya pisado jamás. Las paredes están cubiertas de graffittis espantosos, sin ningún sentido ni criterio. Son simplemente una forma de agresión caligráfica inmunda y despiadada. Los postes de luz, las cabinas telefónicas y las paradas de colectivos hoy solo son el nuevo medio publicitario del rubro 69. Y para qué hablar de los gigantescos tachos de basura que invaden de a miles la ciudad. En su mayoría están abiertos y vandalisados, rodeados de la basura que deberían contener, desprendiendo en forma constante, un olor repulsivo. Los políticos no sirven para nada. Para mí son como la música. Cada vez que los veo o los escucho, siento la misma sensación, los odio. Quieren ser intendentes, gobernadores, presidentes, senadores, diputados y quién sabe cuántas otras cosas, y cuando lo logran, no hacen más que parlotear, sacarse fotos, robar y buscar la manera de perpetuarse en el poder. De esas cosas, de ese malestar permanente al que nos someten, intento olvidarme corriendo. A veces resulta, otras no. Pero estuvo bien de todas maneras. Una vez que conocés el camino sabés dónde poner el pie para esquivar los pozos. Nos van acostumbrando a la desidia, al maltrato, a vivir en guardia. ¿Para qué hacerte la vida más fácil? Si en definitiva somos una manga de forros pasivos que festejamos cuando nos asaltan sin matarnos. Gracias! Imbéciles. Nos merecemos lo que tenemos. Pero hace treinta años nadie se hubiera imaginado algo así. Una Argentina degradada, violada, saqueada, pisoteada, meada desde el poder en forma persistente. Por eso la música y la política me resultan opuestamente similares. Mientras Maiden sigue sonando fresco, la política sigue oliendo a mierda. La política empezó a oler a mierda rápidamente. Con Alfonsín. Ese viejo era un pelotudo. Digan lo que digan. Y no voy a discutir al respecto. Todo aquel que recuerde la hiperinflación sabe bien de lo que estoy hablando. Así que la cosa se pudrió casi de inmediato. Uno era chico y bailaba y correteaba pendejas y se emborrachaba. Hoy uno es viejo, baila, corretea pendejas y se emborracha, pero a diferencia de antes, ahora la realidad le importa. No hay nada que hacerle. La vida siempre termina ganándote. Te podés resistir y podés putear y carajear pero eso no le interesa a nadie. Son otros los que deciden sobre vos y tu existencia. Debe ser que corro para escaparme. Seguramente es eso. Porque lo cierto es que no lo hago para alcanzar nada. Lo mejor ya se me escapó hace tiempo. ¿A quién no le da miedo pensar en esas cosas? En lo que quisimos. En lo que obtuvimos. En lo que pasó. En lo que nos queda. Cuando llegué a los bosques de Palermo, frente a GEBA, me topé con varios travestis medio desnudos, mostrando el ojete y dando pierna para un lado y para el otro y no pude evitar mirarlos. Una aberración. Está todo bien con que cada uno hace lo que quiere, y vive de lo que puede, pero igualmente, “eso” es aberrante. Andar vestido de mina, con tetas puestas y una verga escondida entre las piernas es asqueroso. Nunca me llamaron la atención los travas. Los que me llaman la atención son los que los consumen. Mama! ¿Cómo es posible que un hombre se encame con un travesti? No los entiendo. Pero ahí estaban estacionados, hablándoles, negociandoles el precio. ¿cuánto por un pete, cuánto por romperte el culo, cuánto si me lo rompés vos a mi…? El mundo está repleto de preguntas de las cuáles es mejor nunca saber las respuestas. Ya lo dije varias veces, otras veces, pero tampoco me van las putas. Pagar por sexo sencillamente me resulta inexplicable. Una consistente demostración de incapacidad. Una formidable falta de hombría. O simplemente un innegable apego a la comodidad. Es cierto que pagar, siempre es práctico, pero no siempre es necesario. Salí con la frente en alto, y encará lo que venga. Hay millones de hembras en celo dispuestas a entregar el rosquete. No es tan difícil después de todo. Tampoco es tan especial lo que está en juego. Hablamos de echarse un polvo, no de inventar el sacacorchos. En fin, no puedo decirlo con total certeza, pero aparentemente había más clientes que travestis. Todos son muy abiertos y se llenan la boca hablando de tolerancia, pero lo único cierto es que al final del día los travas terminan tragando leche a oscuras entre los árboles de Palermo. Hipocresía. Otra característica de los políticos. Quieren el voto de los travas, entonces los defienden, pero también quieren el voto de los vecinos, entonces echan a los travas al límite de la ciudad. El día que se legalice el voto infantil, los travas terminaran en el río para evitar que los niños vean los despojos de la noche anterior desparramados en los parques, mientras andan en bicicleta. Cuando llegué a casa me pegué una ducha y me preparé un Bloody Mary sin vodka. Manjar. Rojo. Amargo. Picante. Sabroso como pocas cosas. Cuando entré en internet leí que estos hijos de puta ahora te van a cobrar un 15% de interés sobre los gastos hechos con tarjeta en el exterior y por poco me infarto. ¿Cuánto más se le puede quitar a la gente para financiar la inoperancia y los robos generados desde el Estado? No hay perdón para esta gente. La historia es larga, pero la vida es corta. Me quedé ahí sentado, mirando la pantalla. Incrédulo. Y tuve ganas de salir a correr, de escaparme, de irme bien lejos a escuchar a Maiden para transformarme nuevamente en aquel que ya no era desde hacía tanto tiempo. fin

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