lunes, 10 de octubre de 2011

INCOMPLETO

Ok. Algo está pasando en el mundo. No sé muy bien qué está pasando, pero es algo preocupante. Parece que ya nada es como solía ser hasta hace un tiempo atrás. Ha comenzado la rebelión de la pequeña gente. Y cuando la pequeña gente cree que puede cambiar el mundo, estamos en problemas. Digo, entre una oveja o mil ovejas, solo se junta más lana. Pero para que el invierno no sea tan duro, esas ovejas, quieran o no, tienen que ser esquilmadas. Como sea, hasta que las pequeñas ovejitas del mundo no vuelvan a ocupar su lugar esto seguirá siendo un caos. Y yo necesito que alguien vuelva a encausar este desborde. No es chiste.
Por alguna razón que desconozco, desde hace tres semanas no recibo el diario de los domingos en la puerta de mi casa. Y parece que a nadie, más que a mi le importa. El problema de Buenos Aires, es su tamaño. Nadie es capaz de saber quién es quién. Y yo, no sé quién es mi diariero, ni porque me está haciendo lo que me está haciendo. Maldita oveja descarriada! ¿¡Cómo voy a hacer que todo vuelva a la normalidad si ni siquiera soy capaz de ir y apretarle bien los huevos a este hijo de puta!? Parte del problema es internet. Me suscribí al servicio de entrega domiciliaria a través de la web de La Nación y ahora NADIE, responde mis mails, aunque sea para decirme quién es el responsable de esta situación. No puedo ir por los kioskos de mi barrio puteando a cada uno de los diarieros con los que me cruzo. Sería de agotador y la verdad es que mi estado físico apenas podría soportar un round y no siete u ocho. Ahí tenemos otra maravillosa consecuencia de la desregulación de la década del 90. Mil diarieros en una cuadra! Sean felices! Ahora son todos cuentapropistas, dueños de sus destinos, sus propios jefes! Un carajo! Alguien tiene que hacerse cargo, dar la cara, pagar los platos rotos, y está claro ningún “jefe” es capaz de hacer semejante cosa. En fin, la tecnología y el anonimato son como dos viejos violadores que andan por ahí haciendo de las suyas, y en estas tres semanas, al menos a mí, me dejaron el culo bien roto. No tengo mi diario los domingos, y no sé a quién mierda hacerle el reclamo. Las máquinas se apoderaron de los últimos restos de humanidad que le quedaban al ser humano. Hasta no hace mucho levantabas el teléfono y al menos había “alguien” del otro lado. Alguien que se había levantado temprano para cumplir con su tarea, quizás después de haber pasado una noche espantosa sentada en el inodoro maldiciendo por haber tomado demasiadas cervezas en alguna estúpida fiesta de cumpleaños. Pero ahí estaba esa oveja! Cumpliendo con su trabajo a pesar de tener el estómago dado vuelta. Dándome una explicación, inventando excusas, pidiéndome perdón. Rompiéndome el culo también, pero con amor, dedicación y delicadeza. En cambio ahora, las páginas web diseñadas gráficamente a la perfección, solo tienen para ofrecerte la infinita y cruel frialdad del link de “contacto”. Ni lo intenten. Ya nadie hace contacto. Estamos solos. Nos han abandonado. Somos parias en un universo sin más vacantes.
Pero lo peor del caso es que además de otras innumerables virtudes, soy una persona rutinaria y obsesiva. No es bueno para mí que ciertos “ritos” se desvanezcan así como así. El domingo TIENE que incluirme a mi tomando mate y ojeando el diario. En caso contrario, mi cerebro no comprende que ESE DÍA sea domingo. Entonces aquí hay un problema que va mucho más allá de recibir el puto diario. Desde hace tres semanas, estoy viviendo semanas incompletas, de seis días y algo más que no encaja en ninguna categoría conocida. Me deben mis diarios y mis setenta y dos horas. Mis tres domingos…
La verdad es que esto comenzó hace cuatro domingos atrás cuando me encontré con el diario desordenado y sin su revista, ahí tirado en la pequeña alfombrita gris de la puerta de entrada. Alguien se había tomado el trabajo de descuartizar mi diario a plena luz del día, sin que le importara ser descubierto! La decadencia nos rodea. Alguno de mis vecinos, con los que convivo desde hace años era el culpable. Alguien a quién saludo cotidianamente era capaz de robarme sin sufrir ninguna consecuencia. Vecinos! A quién estoy engañando? No existe tal cosa en esta ciudad. Solo gente extraña capaz de degollarte por subir el volumen de la radio.
Es un mundo loco, que se ha vuelto loco. No me importa. Como no me importan el trabajo infantil, la matanza de ballenas, el cuidado del medio ambiente o la soberanía sobre las Islas Malvinas. No me conmueven las grandes causas perdidas, que en caso de ser ganadas, no serán ganadas por 40.000 tipos cantando Imagine. Por Dios. Solo quiero que algunas pequeñas cosas no se muevan de su lugar. Después de eso, cuando todo se acomode nuevamente, veremos cómo sigue la fiesta. Pero para empezar, necesito volver a tener a mi diario prolijamente doblado sobre la alfombrita gris de la puerta de entrada, todos los domingos. El mate y este loco, lo estarán esperando.

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