viernes, 19 de octubre de 2007

INCOMPATIBLES

Me preguntó porqué se nos hacía tan difícil la convivencia y no supe que responderle. Supuse que simplemente hay personas capaces de lograrlo y otras que no.

- Somos dos egoístas – le contesté
- Yo no soy egoísta
- Sí, y yo también. Los dos somos egoístas
- Yo no soy egoísta
- Bueno
- Te lo digo en serio. No me contestes como a una loca
- No ves? Eso es ser egoísta. Ser incapaz de permitir que las cosas no sean como vos decís que son. No te considerás egoísta, entonces la mirada del otro no vale nada, por más que vea lo que vos no ves en vos.
- Y vos? ¿Porqué sos egoísta?
- Porque soy incapaz de serte fiel. Quiero cojerme a todas las minas que me cruzo y con la mayoría lo hago. Pienso en mi, en mi deseo y me cago en vos y en hacerte mal. Y no es que no te quiera, porque te amo, pero soy así; primero yo y después yo.
- Yo nunca me cogí a nadie
- Está bien
- Está bien?
- Qué querés que te diga? Gracias!
- No sé, pero “está bien”.
- Cris, yo me tengo que ir. Si querés a la noche la seguimos, no sé, ahora no puedo.

La besé en la mejilla húmeda, me di media vuelta y desaparecí. Estaba harto, de responder preguntas. Todos los días eran lo mismo, en plan de tratar de salvar la pareja y la verdad era que a mi ya no me importaba. Qué sentido tiene salvar algo que ya no tiene salvación. Esas cosas nunca resultan. Cuando una pareja está podrida uno puede maquillarla, pero bajo la superficie siempre prevalecerá la podredumbre. Por otro lado yo ya había comenzado a ser cruel con Cristina y sinceramente no se lo merecía, a pesar de que aquella crueldad me llenaba de placer. Verla llorar y suplicar lejos de conmoverme, me regocijaba. Sabía que le estaba haciendo daño, pero no podía evitarlo. El gran error había sido irnos a vivir juntos. A partir de ese momento todo había cambiado. Empeorado, mejor dicho. Por empezar dejamos de encamarnos todos los días, aniquilando el deseo. Antes, cada vez que nos veíamos nos echábamos un polvo. Un polvo al que habíamos estado esperando durante días y frente al cuál ninguna excusa tenía probabilidades de éxito. Conviviendo la cosa había cambiado. Cualquier pretexto era válido para apiadarse del otro y dejarlo para otro momento. Total ¿qué podía pasar? El problema es que cuando uno puede hacer algo teóricamente en cualquier momento, inmediatamente deja de hacerlo con frecuencia. Y así fue que de a poco fuimos cogiendo cada vez menos. Sin embargo yo, necesitaba mantener el deseo vivo y fue así que comencé a rodearme de amigas, compañeras y amantes capaces de motivarme constantemente. Ahora “esperaba” estar con ellas y no con Cristina. Cristina se había convertido en mi mucama, o más bien en mi esclava.

Subí al auto y marqué el número de Flavia, una pendeja millonaria que vivía en un tres ambientes en plena Recoleta. La mina estaba peleada con toda su familia, pero no se hacía problemas por nada. Tenía guita en el banco y todos los meses su papi, le depositaba una mensualidad que le permitía no tocar su dinero y hasta podía ahorrar unos cuantos mangos. Flavia iba al mismo gimnasio que yo y nos habíamos conocido en una clase de aeróbic. Tenía 28 años y era una máquina de coger.

- Qué estás haciendo?
- Nada, vení – me ordenó
- Estoy yendo
- Pero es tarde
- Se me complicó un poquito
- Otra vez esa boluda no?
- Fla…
- Qué pasa? Si es una boluda. Sabe que te venís para acá cada vez que podés y sigue rompiéndote las pelotas. Es una boluda o no?
- Un poquito – me reí
- Apurate Pablo, me estoy metiendo en la ducha. Te espero.

Aceleré como un condenado. Qué putas son las minas, pensé. Pensar que Cristina había sido igual. Adónde se había ido aquella Cristina? Adónde se había ido aquel Pablo? Ya no existían. Dejé el auto en la cochera de Flavia y subí. Cuando entré al departamento pude escuchar la ducha y la voz de Flavia cantando. Me desnudé. Ví un plato con varias líneas de cocaína servido en la mesita ratona y me metí una raya. Aleluya. Abrí la puerta del baño ahí estaba bajo la ducha, enjabonada, como una diosa escurridiza. La agarré de las tetas y comencé a besarla.

- Al fin llegaste hijo de puta. Viste lo que te preparé?
- Sí…estuviste cocinando….muy rico todo
- Ya le diste?
- Obvio negra
- No me esperaste, sos un choto
- En todo caso vos tampoco me esperaste a mi

Se rió y me metió la lengua hasta la garganta. Nos estuvimos toqueteando un rato, calentándonos pero los dos sabíamos que ni en pedo nos echaríamos un polvo en la bañadera. Demasiado dura e incómoda. Demasiado agresiva. Nos secamos y en pelotas fuimos hasta el living. Flavia se metió un par de líneas y yo terminé lo que quedaba. Pasamos los dedos por el plato, nos llenamos la boca de merca y nos besamos entumecidos lengueteándonos mutuamente, buscando restos de coca uno en la boca del otro. Fui al baño y cagué rápido. Cuando volví, Flavia estaba cocinando de nuevo.

- Ya está Fla…
- Un poquito más y listo
- Sos tremenda
- A vos también te encanta
- Justamente por eso. Aflojemos
- Vení

Y fui y nos quedamos ahí enroscados frente al plato, cortando líneas de distintos largos y grosores, con dedicación adicta y compulsiva. La merca tiene eso. Aunque trates de evitarlo, si la tenés cerca termina enredándote, acaparando toda la atención. Cuando quisimos acordarnos estábamos tan duros que nos costaba hablar. Serví dos whiskys con hielo para bajar un poco y al minuto tuve que servir dos más. Después nos tiramos en el sillón y pusimos la tele. Flavia quería seguir con la merca pero la frené a pijazos. Si había algo que le gustaba más que la cocaína, eso era la pija. La cogí fuerte, casi con bronca y ella gritó también con fuerza. Y mientras la cogía arrodillado sentí ella agarró un hielo y comenzó a pasármelo por el culo. Al principio sentí un poco de vergüenza pero no dije nada. Menos mal. Cuando finalmente logró meterme el hielo en el agujero conocí una nueva dimensión de placer. A los pocos segundos acabamos juntos, fuera de control. Me paré y fui hasta el baño a buscar una toalla goteando agua por el ojete. Me senté en el inodoro, hice fuerza y largué lo que quedaba del hielito. Hija de puta, pensé.

- Tomá, te llegó un mensaje – me dijo Flavia alcanzándome el teléfono - ¿querés un poquito más?
- No, a mi servime un whiskicito

El mensaje era de Cristina. “Me voy” leí en la pantalla. El estomago se me estremeció.

- Qué te pasa?
- Se va Cristina
- Y? Tan mal te hace? Si es una boluda
- Qué sabés vos?
- Tomá – me alcanzó el whisky

Flavia volvió sobre el plato y yo me quedé ahí tirado tomando lentamente tratando de entender algo de lo que estaba sucediendo. En la televisión estaban pasando una vieja película de John Wayne y me acordé de los Sábados de Súper Acción, de mi niñez en Berazategui y supuse que en esa época nadie me hubiera imaginado en pelotas, con el culo congelado y junto a una millonaria adicta a la cocaína a la que, a esta altura, le daba lo mismo estar conmigo o con un osito de peluche de Taiwán. Me paré y comencé a vestirme.

- Qué puto sos, ya te vas
- Me tengo que ir
- Te vas a ir a buscarla a esa forra no? Hija de puta de mierda
- Flavia, pará un poco…mirá cómo estás. Te está sangrando la nariz.

Le dejé mi pañuelo y me fui. Mientras bajaba me miré en el espejo del ascensor. Estaba cansado, ojeroso y con la barba crecida. ¿Qué estaba haciendo? Cristina me estaba liberando y sin embargo… Llegué al subsuelo y volví a tocar el octavo. A la mierda con Cristina. Era el pasado, un mal habito, una costumbre moribunda.
Abrí la puerta y ví a Flavia cortando unas líneas.

- Haceme dos. Gruesas y largas. Y después la cortamos
- Te quiero mucho

Flavia trabajó unos minutos y me dio paso. Me puse en cuclillas y esnifé las dos líneas, una por cada fosa nasal. Después me dejé caer otra vez en el sillón. Quedaba un poco de whisky así que lo tomé. Flavia terminó lo que quedaba en el plato y se vino conmigo. La película seguía ahí, prácticamente donde la había dejado.

- Qué buena que está esta merca – me dijo
- No empecés. Está buenísima pero basta. Vine a verte y lo único que hicimos fue tomar.
- No fue lo único que hicimos
- Ya sé, pero casi. A ver si entendés, estoy mal, ando raro y con esta mierda dando vueltas me voy a sentir peor
- Por el bajón
- Por el bajón, ya sé que va a ser terrible, me voy a querer tomar hasta el jabón en polvo
- Hagamos un porrito, para ir bajando. Yo también estoy re zarpada. No puedo quedarme quieta.

Fuimos hasta la habitación, nos tiramos en la cama y armé un fasito gordo, para compartir. Encendimos el aire acondicionado y lo fumamos con calma.

- El mes que viene me voy a Europa ¿querés venir?
- No puedo, yo “tengo” que laburar
- Me voy dos meses. Veníte, no seas tonto
- Fla, la gente normal trabaja. Yo sé que es un concepto que no dominás demasiado, pero te juro que es cierto.
- Qué pelotudo que sos! Yo sé lo que es trabajar. Yo trabajé con papá
- Bueno no te calentés. Te estoy molestando.
- Vení, por favor…vos sabés que yo te puedo bancar todo. Yo con vos la paso bien.
- Yo también la paso bien con vos, pero no puedo.
- Pensálo.

El porro nos ayudó a bajar y descansamos un buen rato metidos en la cama, tapados hasta el cuello. Ese aire acondicionado te ponía los pelos de punta. El teléfono nos conectó ferozmente con la realidad. Era Cristina.

- Te mandé un mensaje ¿lo viste?
- Sí
- Y cómo no me llamaste?
- Cortále – dijo Flavia
- Con quién estás? Con esa pendeja, ¿no?
- Cris
- Cómo no me vas a llamar, después del mensaje que te mandé? Cómo podés ser tan frío?
- Cris, ¿para qué me mandaste el mensaje? ¿para que te llamara o para avisarme que te ibas?
- Por las dos cosas!
- Bueno, ¿dónde estás?
- En casa
- En “tu” casa?
- No. No dije en “mi” casa. Dije en casa.
- Yo no entiendo más nada
- No puedo irme así nomás. Vos sabés que no puedo. Tenemos que hablar…
- Hace meses que venimos hablando..
- Jajajajaja, es una boluda – dijo Flavia
- ¿Qué dijo?
- Nada
- Que soy una boluda
- No dijo nada
- Yo la escuché
- Y si la escuchaste ¿para qué preguntas?
- Boluda! Te dije boluda!
- Pará Flavia!
- Boluda!
- Pará!
- ….
- Cris?....Cris?
- ….
- Sos una estúpida. Cortó
- Qué hacés?
- Me voy Flavia, me voy. La mina está mal y vos la bardeás como un animal. Al pedo
- No tenés que ir
- Tengo que ir, me siento para el orto.

Antes de llegar a casa compré un par de cervezas heladas. A Cris le gustaba la cerveza. A pesar de que el departamento estaba en penumbras, pude verla acurrucada en el sillón del living. Me acerqué y me senté junto a ella. Al lado del sillón había dos bolsos con algunas de sus cosas.

- Cris trae cervecita ¿querés?
- Sí – dijo sin levantar la cabeza
- Mirame Cris
- No. Estoy desfigurada. Estuve llorando desde que te fuiste.
- No vale la pena Cris. Mirá lo que somos. Somos un desastre.
- Yo te quiero
- Yo también te quiero, pero no alcanza
- Tiene que alcanzar
- No. Seguramente nos vamos a querer toda la vida, pero eso no quiere decir que podamos estar juntos.

Levantó la cabeza y me miró. Estaba desfigurada. Hinchada. Colorada. La besé y fui hasta la cocina a buscar un par de vasos y el destapador. Volví, serví la cerveza y le alcancé un vaso a Cristina. Tomó un buen sorbo. Lo necesitaba. Después se dejó caer sobre mi hombro y apoyó su mano en mi pierna.

- Yo ya no sé vivir sin vos Pablo. No puedo irme
- Cris, si no te vas vos me voy a tener que ir yo
- Pablo por favor, no me dejes. Todas las parejas pasan por este tipo de cosas. Todo el mundo tiene crisis.
- Es que yo no quiero crisis, negra. Quiero pasarla bien. Hacer lo que se me dé la gana sin dar explicaciones
- No podés vivir así
- Sí que puedo. Y no solo puedo. Quiero vivir así. No me interesa que puedan pensar que soy un desastre o un inmaduro. Me chupa un huevo. No quiero casarme, no quiero hijos, no quiero demasiadas responsabilidades en el laburo, no quiero estar todo el tiempo con una misma persona. No quiero nada de todo eso que seguramente querés vos.
- Pero qué tiene de malo amar a alguien y querer formar una familia? Tener un proyecto en común
- No tiene nada de malo y probablemente el anormal sea yo. Pero esta anormalidad me encanta. Me da libertad.
- No te entiendo
- Ya lo sé. Somos incompatibles.
- Hoy me dijiste que éramos egoístas. Acá el egoísta sos vos.
- No tengas dudas. Yo soy egoísta porque quiero todo para mí. Pero vos también sos egoísta porque me querés todo para vos. Y eso no puede ser.
- Vos la querés a esa pendeja?
- Me la paso por el culo Cristina. Por el medio del culo.

Después no dijimos nada más. Los dos estábamos cansados. Ella de llorar y de pedir explicaciones y yo de verla llorar y de dar explicaciones. Se lavó la cara y la ayudé con los bolsos. Quedamos en que durante la semana volvería a buscar el resto de sus cosas. Paramos un taxi y se fue. Antes de volver a mi departamento me quedé mirando como se alejaba el auto durante unos segundos. Cristina finalmente se había ido. Me duché y me tiré en la cama. No quería saber más nada de nadie. El teléfono sonó un par de veces pero no atendí. Era Flavia. Seguramente seguía enroscada en el plato, caminando de un lado al otro y hablando sola, construyendo cada vez líneas más finas y cortas, raspando con más fuerza el papel, pasándose los dedos por la encía y tratando de detener la hemorragia de su nariz inútilmente.

De alguna manera tenía que encontrarle la vuelta a ese viaje a Europa. Decidí dormir, descansar y volver sobre el tema al otro día. Pero en ese momento puse mi cerebro en off.

jueves, 4 de octubre de 2007

“I can feel it coming in the air tonite….”

Marta tenía las mejores piernas de la división. Y sin dudas las mejores tetas. Yo prefería sus tetas a sus piernas, pero ella mostraba más sus piernas. Las camisas blancas del uniforme, siempre estaban a punto de reventar para dar paso a un acto de exhibicionismo involuntario, sin embargo, aquellos pequeños botones, aunque cansados y abrumados por la presión, nunca fallaron en su tarea contenedora.

Conocimos a Marta cuando, quién sabe porqué motivo, en tercer año la pasaron a nuestro curso, y como era de esperar, inmediatamente todos comenzamos a revolotear a su alrededor. Marta tenía mejor sentido del humor que cualquiera de nuestras “viejas” compañeras, y daba la impresión de no temerle a nada. Ni siquiera al sexo. Y eso, a mediados de los 80 era algo atípico y maravilloso.

Llevaba el pelo corto y a pesar de no ser muy bonita, su aspecto era interesante, inquietante y hasta abrumador. Marta era una mina de contacto. No dudaba en agarrarte la mano, en abrazarte, en darte un masaje o en besarte tiernamente la mejilla por alguna razón que ella considerara valedera. Marta prefería siempre estar rodeada de hombres y los hombres preferían siempre rodear a Marta.

Por aquel entonces yo estaba saliendo con Irene, una petisa fuertona que cursaba primer año, también en el Pellegrini. Irene estaba buenísima. Buen culo y unas tetas hermosas, no muy grandes pero perfectas, producto de alguna matriz divina reservada solo para unas pocas privilegiadas. Irene sabía que yo era hambre para mañana y conocía mi reputación con las mujeres a través de una amiga en común que en su momento nos había presentado, pero igualmente no podía evitar adorarme en forma incondicional. Después de todo, yo era su primer amor y eso me hacía correr con cierta ventaja.

Nos habíamos puesto de novios un nueve de enero en Mar del Plata mientras escuchábamos “In the air tonight” de Phil Collins, que, como no podía ser de otra manera, terminó transformándose en nuestra canción. A los pocos días ella tuvo que volver a Buenos Aires y durante el siguiente mes y medio sólo nos mantuvimos en contacto por cartas. Volvimos a encontrarnos en Marzo y a los pocos días su padre falleció repentinamente en frente suyo en manos de un aneurisma asesino. Atravesar ese episodio juntos siendo tan chicos puso a nuestra relación en un nivel desconocido para la mayoría de las personas de nuestra edad. Irene fue la primera persona que quise, fuera de mi familia, en mi vida.

Marta y yo no tardamos en hacernos amigos y compinches. A los dos nos gustaba reírnos y tomarle el pelo a la gente y podíamos pasar horas hablando de música, cine o teatro. Estaba claro que si alguien tenía alguna posibilidad con ella, ese era yo.

La primera vez que Marta e Irene se cruzaron fue en una fiesta del Pellerock. Yo estaba con Irene pero eso a Marta no le importaba, y cada vez que podía, o quería, se me acercaba para hacerme algún chiste o directamente para hacerme cosquillas...

- ¿Qué le pasa a esta boluda? – me decía Irene

- Nada petisa, quedáte tranquila – le decía yo


- Es una puta

“Dios te oiga”, pensaba yo.

Para pasar mejor la noche, habíamos llevado varias petacas de whisky y con un par de amigos terminamos muy borrachos, vomitando en la vereda. Y mientras Irene lloraba asustada, Marta me sostenía la cabeza, bajo un diluvio sacado de una película de cine catástrofe. La gente corría desesperada escapándole al agua y como pude metí a Irene en un taxi para no escucharla más. Marta se quedó conmigo bajo la lluvia, en silencio, sosteniéndome la cabeza hasta el amanecer.

- Esa hija de puta te quiere coger – fue lo primero que escuché decirle a Irene después de aquella noche.

- Y qué querés que haga?

- Vos estás conmigo

- Pero vos no querés que nos acostemos

- No es que no quiera, tengo miedo.

Y era comprensible. Pero gracias al efecto marta, Irene empezó de a poco a desprenderse de sus miedos.
Entonces cada vez que estábamos solos en casa, nos metíamos en mi cama casi en pelotas. Ella en corpiño y bombacha y yo en calzones. ¡Qué piel tenía la petisa! Suave, virgen, jamás tocada, una fantasía hecha realidad. Y ahí nos quedábamos besándonos, acariciándonos, explorándonos con intriga y ansiedad. Disfrutaba levantándole el corpiño y sentir la tibieza de sus perfectas tetitas en mi pecho. Ella entonces empezaba a frotarlos con fuerza sobre mi sabiendo el placer que me causaba. Sus pezones se ponían duros como dos diamantes perfectos y filosos y era imposible no besarlos y morderlos y acariciarlos en éxtasis. Irene gozaba tanto como yo y la idea de estar solos en casa comenzó a obsesionarla. De pronto, cada vez que nos veíamos me preguntaba: “Podemos ir a tu casa?”.

Y generalmente podíamos. Mis viejos casi nunca estaban y cuando andaban por ahí, no demostraban demasiado interés en lo que sucedía en mi habitación. Irene se puso cada vez más atrevida y si bien no entregaba el rosquete, se las arreglaba para generar una previa interminable y extremadamente placentera. A la petisa le encantaba meterse en la cama a franelear por horas y ella solita, un día, llevó mi mano a su conchita reluciente. Mientras la pajeaba ella se deshacía en unos extraños gemidos agudos “uff, uff”. Ni “ay”, ni “ah”, ni un carajo…lo de ella era el “uff, uff”.
Como era de esperar, no tardé en meterle lengua. El flujo de Irene, resultó con los años, ser el más sabroso de todos los que probé. Me gustaría poder describirlo con exactitud. A ver. No era totalmente ácido. Era más bien agrio y su consistencia era absolutamente líquida, no como otros que pueden ser más densos y hasta espumosos. Un líquido transparente y perfecto que podías tragar como un vaso de agua cristalina. Y lo más interesante do todo era su olor, que no era un “olor”, sino un perfecto aroma a Irene. Aquel flujo olía a Irene. Me refiero a su piel. Era como oler su estómago o su espalda. No había nada violento, agresivo o pesado en él. Trabajar por ahí abajo daba verdadero gusto.

Irene aprendió rápido y al cabo de unos cuantos encuentros terminó siendo una obrera dedicada y responsable. Se ponía boca abajo y me pedía que bombeara sobre su culo duro y adolescente. La excitaba sentirme rígido e inquieto como un taladro y hacía que la abrazara tomándola de las tetas y que la ayudara a girar el torso para poder besarme. Y cuando sentía que estaba a punto, en un movimiento rápido se daba vuelta y comenzaba a pajearme con sus pequeñas manos. Siempre me pedía que le acabase sobre el vientre para después abrazarme y revolcarnos en el semen tibio y pegajoso. Me acuerdo y se me para.

Pero hasta ahí llegaba Irene. Y yo me quería matar porque vivía esperando el día que nunca terminaba de llegar. Pero, por otro lado, estaba tranquilo porque estaba seguro de que con Marta todo sería más sencillo. De a poco fui llevando nuestras carcajadas a charlas más serenas e íntimas. Le confesé que mi relación con Irene no estaba pasando por un buen momento…

- Pero si están siempre juntos – me decía ella

- Si, pero andamos mal…- le contestaba yo, sin saber muy bien qué decir

Entonces mis días transcurrían entre los encuentros con Irene y las mentiras que intentaba meterle en la cabeza a Marta. Y cuando no estaba con una, estaba con la otra. Y cuando no me estaba revolcando con la petisa, me estaba pajeando con la tetona. Pocas veces en mi vida me sentí tan débil. Me costaba arrancar el día temprano, estaba flaco y muy ojeroso. Un domingo por la tarde me senté a ver la tele con mi viejo y sin que lo esperara él me sacó el tema:

- ¿Qué vas a hacer con estas dos pibas?

- Espero que de todo y con las dos.

- Por lo que yo veo vas bien con una y mal con la otra. Tenés que organizarte.

- Pero no puedo. Irene está todo el día encima mío. No me deja en paz.

- Mentile. Decile que el fin de semana que viene tenés algo que hacer con nosotros y listo. Salís con la otra y ves qué pasa.

- Qué se yo!

- Mirá, es ridículo que te estés preocupando. Estas dos pendejas no son nada en tu vida. No te prives de hacer lo que tenés que hacer. Las cosas las tenés que vivir ahora, porque el que no las vive de soltero las quiere vivir de casado, y esos siempre terminan siendo pobres tipos. Haceme caso. El quilombo hacelo ahora que podés, porque después todo se complica demasiado.

Así que tomé coraje y al otro día antes de salir al recreo tomé a Marta del brazo y la invité a salir.

- El sábado Soda presenta Nada Personal en la Esquina del Sol ¿querés venir?

- Estaría buenísimo, pero no vamos a conseguir entradas

- Yo consigo

Soda Stereo no era lo que yo lo prefería escuchar pero sabía que a Marta le fascinaban, y por otro lado, conocía al encargado de La Esquina del Sol, con lo cuál tenía la entrada asegurada. Durante el resto de la semana no pude pensar en otra cosa que no fuera en Marta y para fogonear la idea de mi crisis de pareja, me mantuve lo más distante que pude de Irene.

- Qué te pasa? – me preguntó al fin

- Nada, estoy embolado porque el sábado me tengo que ir a Quilmes a ver a mi tía y tenía ganas de que fuéramos al cine.

- No importa, vamos el domingo ¿dale?

- Ok – qué linda que era Irene. Tan chiquita.

- ¿Hay alguien en tu casa? ¿podemos ir un ratito?

La petisa no me daba tregua. Era como si quisiese mantenerme descargado todo el tiempo.



Fui caminando hasta la casa de Marta y de ahí tomamos un taxi. Marta sabía que yo estaba de trampa y por primera vez la noté impaciente, nerviosa. No importaba, mientras no se le desinflaran las tetas por mí podía morirse. La miré y pensé “grande Martita, te viniste en camisa”. No hay dudas al respecto: no hay nada más excitante que abrirle la camisa a una mujer con buenas gomas. Ir descubriendo de a poco todo lo que Dios nos puso en el camino, es algo divino. Rozar casualmente los pechos que suben y bajan al ritmo acelerado de la respiración equivale a ser testigos de un milagro. Abrazarlas con la camisa abierta y desabrochar el corpiño, bueno, hay que vivirlo para saber a qué me refiero. Todo lo demás que pueda ofrecer una mujer tetona, es la yapa. Realmente me cuesta describir lo inútiles que resultan las mujeres chatas. No hay imaginación en el mundo capaz de suplantar la magia de dos buenas tetas turgentes.

Cuando llegamos al lugar la tomé de la mano con firmeza y encaré al tipo de la puerta que tenía una lista en la mano:

- Luis Sucasas – le dije

El tipo miró la lista y me dijo “pasen”.

Amén hermanos. Las puertas del Cielo se abrieron ante nosotros y aunque lo intentó, María Magdalena, no pudo evitar su sorpresa y admiración ante mí. El resto de los estúpidos mortales agolpados frente a la otra entrada debieron reprimir su instinto asesino, aunque no lograron esconder su envidia y resentimiento.

Por aquel entonces Soda no era taaaannnnn tremendamente cool como lo son ahora, pero ya sabían cómo hacer las cosas. Televisores cono imágenes aleatorias tirados por ahí, música de fondo que ibas a escuchar por la radio meses después, un par de promotoras repartiendo alguna boludez y mucho famoso suelto. Oscar Moro, Calamaro, Nito Mestre, Fito y Fabi, en fin, todos.

Fuimos a la barra, pedimos unas cervezas y nos quedamos por ahí dando vueltas, mirando todo sin poder creer dónde estábamos. Marta estaba entregada y cada vez que podía me agarraba la mano o me hablaba al oído rozándome la oreja con su boca carnosa. Tenerla cerca, tan cerca era algo imposible de tolerar. Y en uno de sus acercamientos la tomé de la cintura y nos besamos. Un beso, beso, ni un pico ni una mierda, un beso. Húmedo, desprolijo, violento, voraz, lenguetero. Teníamos que demostrarnos que sabíamos de qué se trataba.

Cuando empezó el recital me apoyé en la pared y Marta se apoyó sobre mi, obligándome a rodearla con mis brazos por la cintura. Las canciones estaban buenas y todos bailaban y aplaudían, pero nosotros no podíamos desprendernos. Más me excitaba yo, más presión hacía ella. Y a medida que pasaban los temas Marta movía su culito al compás de la música, en un juego sexual, rítmico y primitivo. Después de la última canción se dio vuelta y volvió a besarme. La apreté contra mi para que me sintiera bien duro.

- Vamos – me dijo

Tomamos un taxi hasta su casa y cuando nos bajamos yo pensé que me moría. Estaba que me explotaban las pelotas. Me latían y dolían como si me las hubiera aplastado un elefante. En la puerta del edificio volví a besarla y me quedé esperando que abriera la puerta.

- Luis, no vas a subir

- ¿Cómo?

- Está mi mamá

- Bueno, no importa, vamos a casa. Mis viejos no están, es acá nomás.

- No, no, pará. No pasa por ahí. Vos y yo podemos vernos, salir, estar como hoy, pero nada más.

- Pero, ¿porqué?

- Porque sos un pendejo que lo único que busca es ponerla. Sos un pendejo divino y me encantás, pero sos muy pendejo. Me hubiera gustado conocerte dentro de algunos años, agarrarte más calmado y no tan alzado… ¿qué se yo? Dejemos que pase el tiempo…veamos qué pasa.

- Marta

Me besó, abrió la puerta y desapareció. Suspiré, encendí un cigarrillo y empecé a caminar. La noche estaba tremenda, viva, una noche de mediados de los ´80 repleta de adrenalina y gente irrepetible. Se había terminado el miedo y todos creíamos que éramos protagonistas de una época especial. La gente había vuelto a creer en la felicidad y el sexo revoloteaba cada esquina. Hombres y mujeres. Mujeres y hombres. Sexo. Sexo sin amor, ni culpas. Sabía que aún era chico para vivir lo mejor que ofrecía ese momento la Argentina pero no quería dejar de intentar conseguir al menos una porción de magia para mi. Tenía que pensar en algo. Y tenía que hacerlo rápido. Caminé y pensé.

Cuando llegué a casa me senté en el videt y me mojé las pelotas endurecidas y frustradas. Después, cuando estuvieron más fresquitas me la agarré con tristeza y empecé a pajearme pensando en Marta y extrañando a Irene. El domingo la llamé y cambié los planes. A la mierda con el cine. “Venite ya mismo a casa”, le dije y ella obviamente aceptó. Y mientras la esperaba busqué el vinilo Face Value de Phil Colins y lo puse en la bandeja. Cuando sonó el timbre dejé caer la púa en el tema uno del lado uno convencido de que aquella tarde, finalmente, iba a ser una tarde muy especial.

“I can feel it coming in the air tonite….”


Fin