jueves, 4 de octubre de 2007

“I can feel it coming in the air tonite….”

Marta tenía las mejores piernas de la división. Y sin dudas las mejores tetas. Yo prefería sus tetas a sus piernas, pero ella mostraba más sus piernas. Las camisas blancas del uniforme, siempre estaban a punto de reventar para dar paso a un acto de exhibicionismo involuntario, sin embargo, aquellos pequeños botones, aunque cansados y abrumados por la presión, nunca fallaron en su tarea contenedora.

Conocimos a Marta cuando, quién sabe porqué motivo, en tercer año la pasaron a nuestro curso, y como era de esperar, inmediatamente todos comenzamos a revolotear a su alrededor. Marta tenía mejor sentido del humor que cualquiera de nuestras “viejas” compañeras, y daba la impresión de no temerle a nada. Ni siquiera al sexo. Y eso, a mediados de los 80 era algo atípico y maravilloso.

Llevaba el pelo corto y a pesar de no ser muy bonita, su aspecto era interesante, inquietante y hasta abrumador. Marta era una mina de contacto. No dudaba en agarrarte la mano, en abrazarte, en darte un masaje o en besarte tiernamente la mejilla por alguna razón que ella considerara valedera. Marta prefería siempre estar rodeada de hombres y los hombres preferían siempre rodear a Marta.

Por aquel entonces yo estaba saliendo con Irene, una petisa fuertona que cursaba primer año, también en el Pellegrini. Irene estaba buenísima. Buen culo y unas tetas hermosas, no muy grandes pero perfectas, producto de alguna matriz divina reservada solo para unas pocas privilegiadas. Irene sabía que yo era hambre para mañana y conocía mi reputación con las mujeres a través de una amiga en común que en su momento nos había presentado, pero igualmente no podía evitar adorarme en forma incondicional. Después de todo, yo era su primer amor y eso me hacía correr con cierta ventaja.

Nos habíamos puesto de novios un nueve de enero en Mar del Plata mientras escuchábamos “In the air tonight” de Phil Collins, que, como no podía ser de otra manera, terminó transformándose en nuestra canción. A los pocos días ella tuvo que volver a Buenos Aires y durante el siguiente mes y medio sólo nos mantuvimos en contacto por cartas. Volvimos a encontrarnos en Marzo y a los pocos días su padre falleció repentinamente en frente suyo en manos de un aneurisma asesino. Atravesar ese episodio juntos siendo tan chicos puso a nuestra relación en un nivel desconocido para la mayoría de las personas de nuestra edad. Irene fue la primera persona que quise, fuera de mi familia, en mi vida.

Marta y yo no tardamos en hacernos amigos y compinches. A los dos nos gustaba reírnos y tomarle el pelo a la gente y podíamos pasar horas hablando de música, cine o teatro. Estaba claro que si alguien tenía alguna posibilidad con ella, ese era yo.

La primera vez que Marta e Irene se cruzaron fue en una fiesta del Pellerock. Yo estaba con Irene pero eso a Marta no le importaba, y cada vez que podía, o quería, se me acercaba para hacerme algún chiste o directamente para hacerme cosquillas...

- ¿Qué le pasa a esta boluda? – me decía Irene

- Nada petisa, quedáte tranquila – le decía yo


- Es una puta

“Dios te oiga”, pensaba yo.

Para pasar mejor la noche, habíamos llevado varias petacas de whisky y con un par de amigos terminamos muy borrachos, vomitando en la vereda. Y mientras Irene lloraba asustada, Marta me sostenía la cabeza, bajo un diluvio sacado de una película de cine catástrofe. La gente corría desesperada escapándole al agua y como pude metí a Irene en un taxi para no escucharla más. Marta se quedó conmigo bajo la lluvia, en silencio, sosteniéndome la cabeza hasta el amanecer.

- Esa hija de puta te quiere coger – fue lo primero que escuché decirle a Irene después de aquella noche.

- Y qué querés que haga?

- Vos estás conmigo

- Pero vos no querés que nos acostemos

- No es que no quiera, tengo miedo.

Y era comprensible. Pero gracias al efecto marta, Irene empezó de a poco a desprenderse de sus miedos.
Entonces cada vez que estábamos solos en casa, nos metíamos en mi cama casi en pelotas. Ella en corpiño y bombacha y yo en calzones. ¡Qué piel tenía la petisa! Suave, virgen, jamás tocada, una fantasía hecha realidad. Y ahí nos quedábamos besándonos, acariciándonos, explorándonos con intriga y ansiedad. Disfrutaba levantándole el corpiño y sentir la tibieza de sus perfectas tetitas en mi pecho. Ella entonces empezaba a frotarlos con fuerza sobre mi sabiendo el placer que me causaba. Sus pezones se ponían duros como dos diamantes perfectos y filosos y era imposible no besarlos y morderlos y acariciarlos en éxtasis. Irene gozaba tanto como yo y la idea de estar solos en casa comenzó a obsesionarla. De pronto, cada vez que nos veíamos me preguntaba: “Podemos ir a tu casa?”.

Y generalmente podíamos. Mis viejos casi nunca estaban y cuando andaban por ahí, no demostraban demasiado interés en lo que sucedía en mi habitación. Irene se puso cada vez más atrevida y si bien no entregaba el rosquete, se las arreglaba para generar una previa interminable y extremadamente placentera. A la petisa le encantaba meterse en la cama a franelear por horas y ella solita, un día, llevó mi mano a su conchita reluciente. Mientras la pajeaba ella se deshacía en unos extraños gemidos agudos “uff, uff”. Ni “ay”, ni “ah”, ni un carajo…lo de ella era el “uff, uff”.
Como era de esperar, no tardé en meterle lengua. El flujo de Irene, resultó con los años, ser el más sabroso de todos los que probé. Me gustaría poder describirlo con exactitud. A ver. No era totalmente ácido. Era más bien agrio y su consistencia era absolutamente líquida, no como otros que pueden ser más densos y hasta espumosos. Un líquido transparente y perfecto que podías tragar como un vaso de agua cristalina. Y lo más interesante do todo era su olor, que no era un “olor”, sino un perfecto aroma a Irene. Aquel flujo olía a Irene. Me refiero a su piel. Era como oler su estómago o su espalda. No había nada violento, agresivo o pesado en él. Trabajar por ahí abajo daba verdadero gusto.

Irene aprendió rápido y al cabo de unos cuantos encuentros terminó siendo una obrera dedicada y responsable. Se ponía boca abajo y me pedía que bombeara sobre su culo duro y adolescente. La excitaba sentirme rígido e inquieto como un taladro y hacía que la abrazara tomándola de las tetas y que la ayudara a girar el torso para poder besarme. Y cuando sentía que estaba a punto, en un movimiento rápido se daba vuelta y comenzaba a pajearme con sus pequeñas manos. Siempre me pedía que le acabase sobre el vientre para después abrazarme y revolcarnos en el semen tibio y pegajoso. Me acuerdo y se me para.

Pero hasta ahí llegaba Irene. Y yo me quería matar porque vivía esperando el día que nunca terminaba de llegar. Pero, por otro lado, estaba tranquilo porque estaba seguro de que con Marta todo sería más sencillo. De a poco fui llevando nuestras carcajadas a charlas más serenas e íntimas. Le confesé que mi relación con Irene no estaba pasando por un buen momento…

- Pero si están siempre juntos – me decía ella

- Si, pero andamos mal…- le contestaba yo, sin saber muy bien qué decir

Entonces mis días transcurrían entre los encuentros con Irene y las mentiras que intentaba meterle en la cabeza a Marta. Y cuando no estaba con una, estaba con la otra. Y cuando no me estaba revolcando con la petisa, me estaba pajeando con la tetona. Pocas veces en mi vida me sentí tan débil. Me costaba arrancar el día temprano, estaba flaco y muy ojeroso. Un domingo por la tarde me senté a ver la tele con mi viejo y sin que lo esperara él me sacó el tema:

- ¿Qué vas a hacer con estas dos pibas?

- Espero que de todo y con las dos.

- Por lo que yo veo vas bien con una y mal con la otra. Tenés que organizarte.

- Pero no puedo. Irene está todo el día encima mío. No me deja en paz.

- Mentile. Decile que el fin de semana que viene tenés algo que hacer con nosotros y listo. Salís con la otra y ves qué pasa.

- Qué se yo!

- Mirá, es ridículo que te estés preocupando. Estas dos pendejas no son nada en tu vida. No te prives de hacer lo que tenés que hacer. Las cosas las tenés que vivir ahora, porque el que no las vive de soltero las quiere vivir de casado, y esos siempre terminan siendo pobres tipos. Haceme caso. El quilombo hacelo ahora que podés, porque después todo se complica demasiado.

Así que tomé coraje y al otro día antes de salir al recreo tomé a Marta del brazo y la invité a salir.

- El sábado Soda presenta Nada Personal en la Esquina del Sol ¿querés venir?

- Estaría buenísimo, pero no vamos a conseguir entradas

- Yo consigo

Soda Stereo no era lo que yo lo prefería escuchar pero sabía que a Marta le fascinaban, y por otro lado, conocía al encargado de La Esquina del Sol, con lo cuál tenía la entrada asegurada. Durante el resto de la semana no pude pensar en otra cosa que no fuera en Marta y para fogonear la idea de mi crisis de pareja, me mantuve lo más distante que pude de Irene.

- Qué te pasa? – me preguntó al fin

- Nada, estoy embolado porque el sábado me tengo que ir a Quilmes a ver a mi tía y tenía ganas de que fuéramos al cine.

- No importa, vamos el domingo ¿dale?

- Ok – qué linda que era Irene. Tan chiquita.

- ¿Hay alguien en tu casa? ¿podemos ir un ratito?

La petisa no me daba tregua. Era como si quisiese mantenerme descargado todo el tiempo.



Fui caminando hasta la casa de Marta y de ahí tomamos un taxi. Marta sabía que yo estaba de trampa y por primera vez la noté impaciente, nerviosa. No importaba, mientras no se le desinflaran las tetas por mí podía morirse. La miré y pensé “grande Martita, te viniste en camisa”. No hay dudas al respecto: no hay nada más excitante que abrirle la camisa a una mujer con buenas gomas. Ir descubriendo de a poco todo lo que Dios nos puso en el camino, es algo divino. Rozar casualmente los pechos que suben y bajan al ritmo acelerado de la respiración equivale a ser testigos de un milagro. Abrazarlas con la camisa abierta y desabrochar el corpiño, bueno, hay que vivirlo para saber a qué me refiero. Todo lo demás que pueda ofrecer una mujer tetona, es la yapa. Realmente me cuesta describir lo inútiles que resultan las mujeres chatas. No hay imaginación en el mundo capaz de suplantar la magia de dos buenas tetas turgentes.

Cuando llegamos al lugar la tomé de la mano con firmeza y encaré al tipo de la puerta que tenía una lista en la mano:

- Luis Sucasas – le dije

El tipo miró la lista y me dijo “pasen”.

Amén hermanos. Las puertas del Cielo se abrieron ante nosotros y aunque lo intentó, María Magdalena, no pudo evitar su sorpresa y admiración ante mí. El resto de los estúpidos mortales agolpados frente a la otra entrada debieron reprimir su instinto asesino, aunque no lograron esconder su envidia y resentimiento.

Por aquel entonces Soda no era taaaannnnn tremendamente cool como lo son ahora, pero ya sabían cómo hacer las cosas. Televisores cono imágenes aleatorias tirados por ahí, música de fondo que ibas a escuchar por la radio meses después, un par de promotoras repartiendo alguna boludez y mucho famoso suelto. Oscar Moro, Calamaro, Nito Mestre, Fito y Fabi, en fin, todos.

Fuimos a la barra, pedimos unas cervezas y nos quedamos por ahí dando vueltas, mirando todo sin poder creer dónde estábamos. Marta estaba entregada y cada vez que podía me agarraba la mano o me hablaba al oído rozándome la oreja con su boca carnosa. Tenerla cerca, tan cerca era algo imposible de tolerar. Y en uno de sus acercamientos la tomé de la cintura y nos besamos. Un beso, beso, ni un pico ni una mierda, un beso. Húmedo, desprolijo, violento, voraz, lenguetero. Teníamos que demostrarnos que sabíamos de qué se trataba.

Cuando empezó el recital me apoyé en la pared y Marta se apoyó sobre mi, obligándome a rodearla con mis brazos por la cintura. Las canciones estaban buenas y todos bailaban y aplaudían, pero nosotros no podíamos desprendernos. Más me excitaba yo, más presión hacía ella. Y a medida que pasaban los temas Marta movía su culito al compás de la música, en un juego sexual, rítmico y primitivo. Después de la última canción se dio vuelta y volvió a besarme. La apreté contra mi para que me sintiera bien duro.

- Vamos – me dijo

Tomamos un taxi hasta su casa y cuando nos bajamos yo pensé que me moría. Estaba que me explotaban las pelotas. Me latían y dolían como si me las hubiera aplastado un elefante. En la puerta del edificio volví a besarla y me quedé esperando que abriera la puerta.

- Luis, no vas a subir

- ¿Cómo?

- Está mi mamá

- Bueno, no importa, vamos a casa. Mis viejos no están, es acá nomás.

- No, no, pará. No pasa por ahí. Vos y yo podemos vernos, salir, estar como hoy, pero nada más.

- Pero, ¿porqué?

- Porque sos un pendejo que lo único que busca es ponerla. Sos un pendejo divino y me encantás, pero sos muy pendejo. Me hubiera gustado conocerte dentro de algunos años, agarrarte más calmado y no tan alzado… ¿qué se yo? Dejemos que pase el tiempo…veamos qué pasa.

- Marta

Me besó, abrió la puerta y desapareció. Suspiré, encendí un cigarrillo y empecé a caminar. La noche estaba tremenda, viva, una noche de mediados de los ´80 repleta de adrenalina y gente irrepetible. Se había terminado el miedo y todos creíamos que éramos protagonistas de una época especial. La gente había vuelto a creer en la felicidad y el sexo revoloteaba cada esquina. Hombres y mujeres. Mujeres y hombres. Sexo. Sexo sin amor, ni culpas. Sabía que aún era chico para vivir lo mejor que ofrecía ese momento la Argentina pero no quería dejar de intentar conseguir al menos una porción de magia para mi. Tenía que pensar en algo. Y tenía que hacerlo rápido. Caminé y pensé.

Cuando llegué a casa me senté en el videt y me mojé las pelotas endurecidas y frustradas. Después, cuando estuvieron más fresquitas me la agarré con tristeza y empecé a pajearme pensando en Marta y extrañando a Irene. El domingo la llamé y cambié los planes. A la mierda con el cine. “Venite ya mismo a casa”, le dije y ella obviamente aceptó. Y mientras la esperaba busqué el vinilo Face Value de Phil Colins y lo puse en la bandeja. Cuando sonó el timbre dejé caer la púa en el tema uno del lado uno convencido de que aquella tarde, finalmente, iba a ser una tarde muy especial.

“I can feel it coming in the air tonite….”


Fin

2 comentarios:

AnaRKistaS aL PodER dijo...

Hace cuestión de minutos que caí en el blog, y ya leí los últimos 5 cuentos, unpo tras otro.

Me gusta el estilo crudo, casí torpe de realismo que tienen tus relatos. Ese desentendimiento de las formas, esa sensación de "si no te gusta, no lo leas", le da una autenticidad característica a los cuentos.

En fin, me encantó.

Probablemente pasaré seguido.


saludoS.......

Alejo dijo...

lindos relatitos...bien reales...

yo tambien me voy a dar unas vueltas