sábado, 25 de agosto de 2007

GATITOS

Levantó el cinturón y me pegó justo en la espalda mientras yo trataba de escaparme. Me tenía harto. Estaba loca y lo único que podía hacer era gritar y estar nerviosa todos los días. Cualquier motivo, hasta el más mínimo, era suficiente para llevarla a un estado de alteración incomprensible. Sus ojos siempre estaban bien abiertos como dos luminarias, intentando detectar la falla, el error, la culpa, la excusa para ir por aquel cinturón.

Intenté abrir la puerta pero estaba inflada de humedad y se trabó. Volvió a darme con todo lo que tenía. Era fuerte. Pegué un tirón y la puerta se abrió. Salí al jardín y me quedé parado, enfrentándola como a un toro desbocado. La espalda me dolía y me costaba respirar por la agitación.

- Vení para acá. No te vas a escapar.
- Chupame un huevo hija de puta.
- A mi no me vas a hablar así, soy tu madre.
- Chupame un huevo – volví a decirle y salí corriendo para la calle.

Marcelo estaba sentado en la esquina tratando de sacar un pedazo de brea para masticar. Me miró sabiendo lo que estaba pasando y se rió.

- Qué te reís boludo!
- Qué te pasa gil?

Me senté a su lado y me recosté sobre mis brazos respirando hondo tratando de recuperar la calma.

- Te juro que la voy a matar.
- Te dio con el cinto.
- Sí, es una hija de puta.
- Querés? – me convidó brea
- Salí con eso!

Nos quedamos en silencio bajo el sol abrasador de enero, sin nada que hacer, sin poder hacer nada. Cada tanto pasaba algún auto, pero nada más. La mayoría de los chicos estaban de vacaciones o se habían ido a sus clubes, pero nosotros no teníamos ni vacaciones, ni club. Eramos dos pobres infelices sin opciones, sin alternativas, anclados en el cemento.

- Vamos para el río – le dije.
- No tengo ganas de pescar
- Yo tampoco, pero no puedo ir a mi casa. Si vuelvo ahora me mata
- Qué hiciste?
- Nada
- Decime
- Vamos al río
- Pero decíme qué hiciste
- No hice nada. Me encontró los puchos
- No los trajiste?
- Vos sos boludo? Cómo voy a traerlos si los tiene ella? Vamos.

Nos pusimos a caminar lentamente buscando la sombra. Las cuadras tenían kilómetros y las chicharras parecían ser lo único vivo a nuestro alrededor. Ni siquiera los pájaros se animaban a volar con ese calor.

- ¿Es verdad que te vas a ir del colegio en la secundaria? – preguntó Marcelo
- Sí, me quieren mandar a Buenos Aires
- Y?
- Y nada, voy a dar mal el ingreso y a la mierda. Se la van a tener que aguantar. Yo de acá no me voy. Vení – le dije

Me siguió hasta la medianera de Laurita y nos asomamos. Estaban todos metidos en la Pelopincho que había pedido Laurita para Navidad. Yo también había pedido una. Todos los chicos lo habían hecho, pero se la habían regalado sólo a Laurita. Nos quedamos mirando un rato. Se reían y se salpicaban mientras el perro ladraba queriendo meterse también. La mamá de Laurita estaba en bikini, divina, alta y robusta, con todo lo que una mujer tiene que tener, pero con un poquito más de cada cosa. Era una mujer que había venido con yapa. Nos bajamos y seguimos caminando.

- La viste a la mamá de Laurita? – le pregunté a Marcelo
- Sííííí
- El otro día me hice una paja pensando en ella. Que la besaba y le tocaba las tetas.
- Yo también, yo también! Como mil veces me hice la paja con ella.
- Y Laurita está linda…
- Te gusta?
- Está linda, no dije que me guste.
- Te gusta! Qué boludo! Como si te fuese a dar pelota! Keko y Laurita! – me cargó

Lo empujé y patié una lata de atún. Marcelo corrió y me la volvió a pasar. Estuvimos pateando la latita hasta que nos aburrimos. Qué mierda todo!

- Keko, Marcelo! ¿adónde van?

Era el Tari. El pibe más malo del barrio. Lo habían echado de 3 colegios y había repetido dos veces quinto grado. Todos le tenían pánico porque sabían que el Tari era capaz de cualquier cosa. Petiso y morrudo. Lleno de cicatrices que era imposible no envidiar y con una sonrisa que ni el Diablo. Tenía una paleta partida a la mitad y cada vez que pronunciaba la “s” te escupía como una regadera. Por esas cosas de la vida, a nosotros nos consideraba sus amigos. La verdad era que si nuestras madres se enteraban que andábamos con él, nos liquidaban.

- Al río – le dije
- Voy con ustedes – se entusiasmó y empezó a caminar dando saltitos.
- Qué estabas haciendo? – le preguntó Marcelo
- Nada, comiéndome los mocos. Estoy cagado de calor. Y para colmo el agua del tanque sale caliente. ¿Tienen cigarrillos?
- No – respondimos los dos.

Algunos aseguraban que el Tari era loco. Que había nacido con algún problema. La verdad era que el padre del Tari era estúpido. Tenía un problema mental y lo único que sabía hacer era sentarse en la vereda a tomar mates y tirarle con la gomera a los pajaritos. Tenía buena puntería. Todos los días mataba una o dos torcazas que dejaba ahí tiradas y de vez en cuando también le pegaba a algún gorrión. Nadie sabía quién era la madre del Tari, pero decían que se había ido después del accidente que había dejado estúpido a su marido. Así que el pobre pibe lo único que conocía era la idiotez de su padre estúpido. Al Tari siempre le lloraba el ojo derecho. Constantemente y al cabo de unas horas, de tanto lagrimear se le formaba una costra de lágrimas secas que le llegaba hasta la mitad del cachete.

Cuando pasamos por el viejo almacén abandonado, el Tari paró de caminar.

- Espérenme acá – dijo y fue hasta la puerta desvencijada. En un abrir y cerrar de ojos entró. Con Marcelo nos miramos y miramos a nuestro alrededor. Sabíamos que ninguno de los dos era lo suficientemente valiente como para meterse ahí. Al fin el Tari salió con algo en la mano.
- Miren pedazo de boludos, miren lo que tengo.

Cigarrillos.

- Es mi escondite. Ahí tengo cosas mías guardadas. Cuando quieran los invito a pasar la noche. Tengo velas y unas mantas viejas.

No dijimos nada, pero asentimos para no parecer tan cobardes.

- Tomen – nos alcanzó los cigarrillos.

Seguimos caminando y fumando con tranquilidad. Ya estábamos a unas cuantas cuadras de nuestras casas y nadie “realmente” conocido podía vernos. El Tari nos contó que había pasado varias noches en el almacén, con sus “cosas” y que nunca había sentido miedo. Decía que era un lugar tranquilo, pero que una vez había tenido que matar a dos ratas que intentaron robarle las galletas que había llevado.

- Las hijas de puta eran valientes y venían chillando y mostrando los dientes. Me querían morder! A una le pegué un gomerazo en la cabeza y se quedó dura, pero a la otra la tuve que correr y la cagué a patadas y cuando se quedó quieta le clavé la navaja en un ojo.

Me lo imaginé al Tari como a un Tarzán luchando con sus ratas salvajes en el medio de aquel almacén a oscuras, iluminado sólo por la tenue luz de una vela, navaja en mano. Tari siempre tenía aventuras que contar. Principalmente eran historias violentas, de peleas con otros chicos, y lo mejor de todo era que todas eran ciertas. El Tari nunca mentía. Su cerebro no estaba capacitado para hacerlo, y gracias a su honestidad brutal muchas veces no lograba evadir los problemas. Si cagaba a trompadas a un pibe en el colegio y la maestra preguntaba quién había sido, el Tari levantaba la mano. Si aparecía una ventana rota de un piedrazo, ahí estaba el Tari diciendo fui yo. Nunca le tenía miedo a las consecuencias y por lo tanto cuando un impulso lo obligaba a actuar, él actuaba.

Mientras íbamos caminando el Tari probaba todas las puertas de los coches estacionados. Las de atrás y las de adelante.

- Qué hacés? – le preguntó Marcelo
- Vos no sabés que la gente deja plata en los autos
- Y la vas a robar?
- Y más vale! Si la encuentro me la quedo!

Ahí estaba otra vez su honestidad. Y a las pocas cuadras una puerta se abrió. Sin pensarlo el Tari se metió en el auto y abrió la guantera.

- Mirá! – le dijo a Marcelo – Mirá!
- Es guita? – le pregunté
- No, pero mirá! – me dijo el Tari mostrándome unos anteojos negros.

Se los puso, salió del auto y sonrió.

- No parezco Poncharello?

Nos reímos. Ahora los tres íbamos probando las puertas de los coches en busca de algún tesoro. Pero la suerte se había acabado. Seguimos caminando y fumando. Marcelo, el Tari con sus anteojos y yo.

- Sabés que a Keko le gusta Laurita? – le dijo Marcelo al Tari
- No empecés, pelotudo!
- A mi también me gusta. Me voy a casar con Laurita.
- Porqué no lo cargás a él? – lo apuré a Marcelo
- Porqué no!
- El otro día estuve en la pileta esa que le regalaron – dijo el Tari.
- Mentira – le dijo Marcelo
- Qué mentira! El padre me invitó.
- Y? – le pregunté
- Y nada, estuve en el agua todo el día.
- Y Laurita? – seguí preguntando
- Estaba ahí también.
- Pero qué pasó? - preguntó Marcelo
- Qué va a pasar? Nada! Estuvimos jugando en el agua.
- Y la mamá de Laurita estaba? – preguntó Marcelo
- Sí. Estaba con esa bikini que usa siempre…
- Y qué sabés si la usa siempre? – lo encaré
- Porque sí boludo! La espío todos los días desde el fondo de mi casa.
- Qué hijo de puta! Y te hacés la paja? – quise saber
- Sí, con ella y con Laurita
- Con Laurita? – se horrorizó Marcelo
- Si ya le están creciendo las tetas!
- Porque no vamos para tu casa y nos hacemos unas buenas pajas? – se me ocurrió
- Está mi papá. Si nos llega a ver nos mata. Además él debe estar espiando también.


Llegamos al río y nos quedamos dando vueltas por ahí, aburridos y muertos de calor. El río en realidad era un arroyo maloliente en el que no podías ni siquiera mojarte los pies sin que te saliera un sarpullido, pero era lo único que había para hacer. Empezamos a tirar piedras al agua tratando de ver quién era capaz de hacer el mejor patito, pero el arroyo no ayudaba demasiado. No era lo suficientemente ancho. Así que nos sentamos a fumar.

- Les conté la vez que me caí al río? – preguntó el Tari.
- Sí – le respondimos
- Es un agua de mierda, toda podrida. Y el barro de abajo te chupa como una arena movediza de esas que muestran en Tarzán. Cada vez que me movía me iba chupando los pies. Decí que no me caí muy lejos, porque si no me moría.
- ¿Vos que harías si te caes en arena movediza? – me preguntó Marcelo
- No sé, me muero
- No. Lo que hay que hacer es tirarse todo para un costado hasta sacar los pies del fondo y después arrastrarte hasta la orilla. – dijo
- Cómo sabés? – le preguntó el Tari
- Porque lo leí en un libro de mi abuelo.
- Pero si te chupa ¿cómo hacés para sacar las piernas? – pregunté
- No sé, pero es lo que hay que hacer.
- Tari vamos para tu casa. Capaz tu papá se tiró a dormir un rato. – dije
- Dale, Tari – insistió Marcelo – esto es una mierda.
- Pero si nos ve nos mata!
- Vamos despacito, sin hacer ruido. Debe estar Laurita con la mamá. Vamos! – le dije
- Bueno, pero no hagan quilombo, porque nos mata.

Pero ni bien hicimos unos metros, escuchamos un ruido. Un sonido agudo y espaciado, como un chillido. Nos quedamos parados.

- Shhh! – dijo Tari encorbándose

Marcelo y yo nos miramos y obedecimos. Y ahí nomás, otra vez el chillido. Empezamos a caminar los tres con mucho cuidado, buscando, mirando el pasto crecido, tratando de descubrir la fuente de aquel sonido.

- Mirá si es una víbora... – dijo Marcelo
- Calláte boludo, no ves que son gatitos – le dijo el Tari.

Continuamos dando vueltas, siguiendo el sonido como un rastro incierto hasta que los ví. Eran tres gatitos grises aullando entre los matorrales. Estaban los tres juntos, uno pegado al otro, temblando y asustados.

- Acá están! – dije y nos acercamos

Los gatitos se quedaron en silencio con los ojos bien abiertos mirándonos como a gigantes inesperados.

- Son re chiquitos – dijo Marcelo - ¿porqué no nos llevamos uno cada uno?
- Yo aparezco con un gato y me cagan a trompadas – me sinceré
- Ni loco! Los gatos traen enfermedades y más si son así, de la calle. Dicen que te pasan un bicho que te pone todo débil. Son una mierda! – dijo el Tari entusiasmado.
- Bueno vamos! – les dije
- Pará, pará.... – dijo el Tari, y empezó a dar vueltas alrededor de los gatitos observándolos como un maniático – Son una mierda! Unos gatos de mierda.

Entonces empezó a patear la tierra con el talón, tratando de aflojarla. Después de agachó y siguió con la mano.

- Qué hacés Tari? – le pregunté.
- Ya van a ver. Que no se escapen. Vos ayudame – le dijo a Marcelo
- Qué vas a hacer?
- Ayudame con los pozos. Hacé otro acá al lado.

Marcelo me miró.

- Vos vigilá a los gatitos – le dije, y me puse a cavar al lado de Tari.

Cavamos tres pozos de no más de quince centímetros de profundidad y cuando terminamos el Tari fue hasta donde estaban los gatitos.

- Qué vas a hacer Tari? – le preguntó Marcelo.
- Salí, maricón
- Keko! – me dijo Marcelo
- No hinchés las pelotas Marce. ¿a quién carajo le importan estos gatos?

Tari metió a cada gatito en un pozo diferente y los enterró dejándoles las cabecitas afuera. Yo no pude evitar reírme mientras los gatitos no paraban de aullar en pánico.

- Yo me voy – dijo Marcelo dándose vuelta.
- Pará Marce
- Dejá que se vaya, es un puto – lo condenó el Tari.

Así que nos quedamos los dos solos fumando y mirando cómo se calcinaban los gatitos bajo el sol.

- Bueno, vos a cuál le querés dar? – me preguntó
- A cualquiera – le dije
- Yo voy a arrancar por este hijo de puta.

El Tari caminó hacia atrás unos cuantos pasos. Después tomó carrera y sin parar pateó la cabeza del primer gatito, decapitándolo instantáneamente.

- GOOOOLLLLL!!!!!!. GOOOOLLLLL!!!!!! – gritamos los dos
- Mirá boludo, mirá la zapatilla – me dijo. Y me mostró la puntera regada de manchitas rojas. Nos reímos
- Le volaste la cabeza!
- A donde está? – me preguntó
- Qué se yo, salió volando a la mierda

Los otros dos gatitos seguían aullando. Era mi turno. Mi penal. Caminé más o menos hasta donde se había parado el Tari y lo imité. La cabeza del segundo gatito quedó colgando apenas unida al cuerpo por un hilo de piel.

- Mirá lo que le hiciste! – me dijo el Tari y se agachó para terminar de arrancar la cabecita.
- A ver?

El Tari me mostró la pequeña cabeza en su mano. Tenía los ojos cerrados, como si no hubiese querido ver la patada.

- Qué gato de mierda! – dijo el Tari y tiró la cabeza con tanta fuerza que fue a parar al arroyo. – Bueno, para este último quiero algo especial. Vení.

Sin saber cuál era su idea lo seguí.

- Hay que encontrar una piedra grandota. Lo más grandota posible – me aclaró

Buscamos dando vueltas por el lugar mientras el único gatito con vida aullaba y aullaba inútilmente. De una u otra forma estaba muerto.

- Hijo de puta! – gritó el Tari
- Qué pasa?
- Mirá lo que encontré – dijo mostrándome una botella de vino vacía
- Pero no querías una piedra?
- Sí, pero no hay y estoy cagado de calor.

Fuimos hasta donde estaba nuestra víctima y nos pusimos en cuclillas.

- Correte un poquito – me dijo

Me corrí y el Tari alzó el brazo lo más que pudo.

- A la una, a las dos y a las...TRES!!! – grité

El brazo cayó como una maza mecánica y la botella aplastó la cabeza del gatito en un golpe seco y brutal apagando los aullidos para siempre. Me acerqué otra vez.

- A ver?

La cabeza estaba prácticamente irreconocible, sin forma. Se había convertido en una cosa plana y los ojos habían estallado en sangre. La masacre había terminado.

- Al menos ya están enterrados – dijo el Tari riéndose – vamos para casa.
- Viste cómo le dejaste la cabeza?
- Era un gato de mierda. Eran tres gatos de mierda! Porque vos los ves así, chiquitos, pero después crecen y te contagian esa enfermedad.
- Qué enfermedad es?
- No sé, una que te pone todo débil.

Seguimos caminando y charlando bajo el sol. Cuando pasamos por el viejo almacén, volvimos a detenernos.

- Esperá que voy a dejar los cigarrillos – me dijo el Tari

A las dos cuadras no encontramos con Marcelo, sentado en la puerta de su casa. Nos acercamos.

- Y los gatitos? – preguntó
- Los hicimos mierda – le dijo el Tari
- Qué hijos de puta
- Qué te pasa, boludo?
- Pará Tari – le dije
- Y a vos qué te pasa que lo defendés? – me encaró
- No me pasa nada, pero no quiero que se peleen.
- Van a venir a casa o no?
- Yo no voy – dijo Marcelo
- Y vos?
- Otro día
- Son dos putos.

Me senté al lado de Marcelo pero no había mucho que decir. Estaba enojado y lo sentí incómodo. Miré la cuadra vacía e incandescente y pensé que el verano recién estaba comenzando. Teníamos que hacer algo.

- Qué tenés en la zapatilla? – me preguntó Marcelo.
- Nada – le mentí – después nos vemos. Chau
- Chau

Y me puse a caminar, pensando que no estaría mal llegar a casa, hacer un pozo, enterrar a mi madre dejándole la cabeza afuera, e invitar al Tari a pasar la tarde. Antes de entrar me senté en el cordón y limpié las manchitas de sangre de mis zapatillas con agua de la alcantarilla. ¿En qué momento dejaría uno de temerle a los padres?




FIN

lunes, 13 de agosto de 2007

VECINOS

Estaba borracho, cansado y para colmo el televisor había dejado de funcionar hacía más de una semana. La vida de un ser humano moderno sin un televisor es lo más parecido a una tortura que se me puede ocurrir. Silencio, paredes y tiempo para pensar en el pasado. La combinación perfecta para terminar con un pedazo de plomo en la cabeza. Y yo era un adicto a la vida, entre otras cosas. Así que me abrigué, terminé el vino que quedaba en el vaso y escapé.

Mis vecinos del 2º D, como todos los viernes estaban de fiesta. Ella era una especie de bailarina o algo así, y tenía el mejor culo de la cuadra. No sabía a qué se dedicaba él pero sin dudas era el tipo más afortunado de la cuadra. Sólo pensar que tenía todo eso a su disposición me ponía de mal humor. Como sea, aquel departamento tenía vida. La música no paraba de sonar y la gente desfilaba incesantemente. Gente joven, hermosa, seguramente con buenos trabajos y con esperanzas en el futuro.

La puerta se abrió y ahí estaba ella, con su culo y una bolsa llena de botellas vacías en la mano.

- Qué tal – la saludé
- Hola, hola ¿cómo estás? ¿querés pasar?

Me quedé callado, mirándola como a una aparición. La música estaba a un volumen intolerable, pero a nadie parecía importarle. La gente ya no hablaba. Simplemente se comunicaban diciendo “todo bien?”, “todo bien”.

- Dale, está lleno de gente y además nos va a servir para conocernos. Hace años que somos vecinos y ni siquiera sabemos cómo te llamás. Yo soy Silvia.
- Luis – le dije
- Pasás? – insistió haciendo un movimiento con su brazo.
- Ok – le dije

Aquel departamento era más grande que el mío. Daba a la calle y yo vivía en un contrafrente. Eso sí, “muy luminoso”.

- Chicos, chicos! Él es Luis, nuestro vecino

Sonreí suponiendo que eso sería suficiente, pero no. Uno a uno, los invitados se fueron acercando para saludarme. El primero fue el maldito suertudo esposo de Silvia.

- ¿Cómo estás? Que bueno que viniste! – me dijo como si me hubiera estado esperando - ¿Todo bien?
- Todo bien – le dije – “Es un idiota. Idiota pero suertudo” – pensé

Inmediatamente después comenzó el desfile de nombres, que ni siquiera intenté recordar. Distinguí unos cuantos buenos elementos, pero ninguno como el de Silvia. ¿Cómo había logrado tallarlo de semejante manera? De dar a conocer su fórmula, se haría millonaria. Me la imaginé frente al espejo encremándose el culo y diciendo: “seré pobre, pero soy única”.

- Querés algo de tomar? – me preguntó mi anfitriona.

Quise besarla y salir corriendo pero no pude.

- Hay cerveza?
- Vení.

Pasamos entre la gente y cruzamos el living hasta llegar a la cocina, que por supuesto, era el doble de la mía. ¿Quién había dicho que el dinero no hacía a la felicidad? Obviamente un tarado. La verdad es que no sé si la hará o no, pero no hay dudas de que lo que sí hace son cocinas muy espaciosas. Y eso es bastante parecido a la felicidad. Podías vivir en esa cocina. Digo, dejando la mesa diaria, aún había espacio para una cama de una plaza y un televisor. Muchas veces a lo largo de mi vida había fantaseado con la posibilidad de vivir en una pequeña habitación, tan sólo con lo indispensable. Por un instante volví a mi fantasía. De hecho, ya había encontrado el lugar indicado para poder concretarla. Contaba con las dimensiones y las proporciones necesarias para cortar toda relación con el mundo exterior. A veces la gente era insoportable realmente.

Abrió la heladera y el freezer y me las mostró. Una al lado de la otra. Una encima de la otra. Una verdadera orgía de malta. Otra fantasía hecha realidad. Quizás me había mentido y su verdadero nombre era Alicia y yo había sido invitado a conocer el país de las maravillas. Sólo tenía que desnudarse y ponerse en cuatro para que yo confirmara totalmente mi teoría.

- Te servís las que quieras. No hay problema. En el lavadero hay más.

Así que además tenían lavadero... decidí no pensar en eso y fui a mezclarme entre la gente con mi botella de cerveza en la mano. Ni bien puse un pie en el living noté dos cosas: el olor a marihuana y la espantosa música que estaban escuchando. Algún sordo había puesto a sonar un cd que versionaba temas de los Stones a ritmo de bossa nova. ¿Era necesario seguir facturando de semejante manera? ¿Acaso Mick Jagger no tenía suficientes castillos? Supuse que no. Me fui acercando al equipo de música reptando sigilosamente como una serpiente hambrienta. Cuando llegué a destino me encontré con dos putos con cara de culpables leyendo el book del cd.

- Te copan los Stones? – me preguntó uno
- Los Stones sí, pero esta mierda es insoportable
- Está bueno - insistió
- Es una mierda, pero si te “copa” déjalo puesto así termina cuanto antes.

El otro puto quiso agregar algo, pero para entonces ya le había dado la espalda. La cerveza estaba helada, como debe ser. Encendí un cigarrillo y me quedé parado esperando que alguien notara mi presencia. Me acordé de la película Volver Al Futuro, cuando Marty comienza a desaparecer en el escenario mientras cantan Earth Angel. ¿Me estaría sucediendo algo similar? Tomé cerveza y fume. Dos grandes inventos. El alcohol y el tabaco. El otro eran las gotas para la congestión nasal. Nadie sabía cómo lo hacían, pero lograban deshacerse de los mocos. Algo mágico. Por fin me vieron.

- Vos sos el vecino. ¿cómo te llamabas?
- Qué importa! ¿Querés cerveza?
- Bueno

Le pasé la botella. Era rubia, como de unos 29 años. Flaca y fibrosa. No parecía una mujer argentina. Parecía más bien Húngara o Belga. Con rasgos fríos y duros, casi masculinos. No era especialmente hermosa pero te atrapaba de alguna manera. Un gran defecto: era una tabla. Por lo tanto supuse que debería ser un infierno en la cama. Eso siempre sucede. Las mujeres sin tetas tratan de compensar su falta siendo amantes implacables.

- Dale, cómo te llamás?
- Luis. Viste que no importaba
- Yo soy Vero. Verónica – me aclaró y yo pensé “otro cerebro aniquilado por MTV”. (En fin, toda mujer que muestre interés debe ser bienvenida y en lo posible cogida “in several times”)

Nos quedamos sonriendo sin decir nada, uno frente al otro en una situación de lo más incómoda. Traté de recordar cómo debía hablarle a una mujer de menos de 30, pero no llegué a ninguna conclusión. Me sentí viejo y fuera de lugar.
¿Porqué había aceptado aquella invitación? De dónde había salido toda esa gente? A esa altura de la noche debía estar sentado en algún bar. Solo y feliz, sin poder articular palabra. Prácticamente había llegado al mismo resultado...
Para colmo esa música me estaba volviendo loco. Me imaginé a una pobre anoréxica parada frente a un micrófono al borde de la muerte. La frase “I can´t get no, satisfaction” había perdido su urgencia, su peligro, su verdadero filo. Sentí ganas de terminar con la raza humana. El mundo estaba repleto de gerentes de marketing sin una mierda que hacer.

- Disculpame – le dije
- A dónde vas?
- A mi departamento a buscar algo de música. Es indispensable que tu generación conozca el sonido de una guitarra eléctrica. Ya vengo.
- Voy con vos

Salimos. Entramos. Y ni bien cerré la puerta ella me empujó contra la pared y me besó. La abracé, le metí lengua y la agarré de su culo musculoso como un animal. Se apartó.

- ¡Qué haces nene! – me gritó - ¡No te confundas!
- Ah bueno! – le dije – No importa, ya sé que están todas locas. Vení, ayudame.

Le di algunas bolsas de supermercado y las llené con cds de B´52, Kiss, AC/DC, Ramones, Clash, The Who y obviamente algo original de los Stones. También puse cosas de los Eagles, de Fleetwood Mac y de Rod Stewart cuando se dedicaba a hacer algo más que tan solo dinero...
Verónica me miraba como si estuviese poseído por algún tipo de misticismo y en verdad, no estaba tan equivocada. El rock, el verdadero rock algo de eso tenía y lo estaba perdiendo en manos de productores negros y amantes del rap. ¿Qué el rap es el nuevo rock? ¡Que se vayan todos a la mierda!

Volvimos a la fiesta y encaré directamente para el equipo de música como un tanque de guerra. Me acordé del video de “I love it loud”. Los dos putos seguían ahí, embelesados con la anoréxica sin alma que ahora estaba destruyendo Brown Sugar.

- Permiso – los empujé
- Qué hacés? – me dijo uno
- Voy a sacar esta música maricona de una vez por todas. Parece una fiesta de Fashion TV
- Me parece que deberías esperar a que..
- Correte

En menos de quince segundos las paredes comenzaron a vibrar con Back in Black. Todos, absolutamente todos, excepto estos dos putos, aullaron y se pusieron a bailar.

- Ni se les ocurra sacar esto – les dije antes de irme para la cocina. Verónica me siguió. Abrí la heladera, saque una cerveza y la destapé con los dientes.
- Esperá – me dijo Verónica, y volvió a besarme.

La abracé, le metí lengua y la agarré de su culo musculoso como un animal. Se apartó.

- ¡Qué haces nene! – me gritó - ¡No te confundas! – volvió a decirme.

La agarré del cuello y le dije: “te cagaría a trompadas”. Le pegué un buen trago a la cerveza y salí. La gente saltaba y gritaba. Ya había solucionado el asunto de la música. Ahora tenía que resolver lo de la fumata. Empecé a caminar por ahí, tratando de oler algo, pero nada. En eso se me acercó el suertudo y me dijo:

- Todo bien?
- Todo bien

Desapareció moviendo la cabeza como esos muñequitos de torta. “Qué suertudo”! – pensé. Evidentemente en algún lugar de su inmensa idiotez guardaba un secreto que yo todavía no había logrado descifrar. De otra manera, lo suyo con aquel culo, era inexplicable. Otro tipo se me acercó y me palmeó la espalda.

- Muy buena música – me dijo – estuve revisando lo que trajiste. Excelente. Después ponete algo de los Clash.

Y se fue bailando sin esperar a que le contestara. Un gordo mofletudo se puso a tocar la guitarra imaginaria en medio de un círculo de improvisadas grupies que festejaban y aplaudían. Lo hacía bastante bien. Ese gordo sabía quién era Angus Young. Me sentí orgulloso. Dar clases era lo mío y esto era mucho más gratificante que tratar de enseñar las características de los distintos relieves de la Argentina a un grupo de granosos adolescentes sin interés en nada que no fuera hacerse su próxima paja.

Los putos estaban sentados con cara de espanto sin poder comprender cómo era posible que la gente bailara esa música. Seguramente sus culitos rotos preferían moverse con los Pet Shop Boys o Jimmy Somerville... Fui hasta el sillón y me les reí en la cara gritando “Back in Black”!!!!
Entonces uno me gritó:

- Rob Halfod también es puto!
- Sí, pero ustedes no cantan en Judas!

No sé qué intenté decirles con eso, pero algo tenía que contestarles.

Dónde mierda estaba la marihuana, por Dios? Volví a la búsqueda pero nada. Terminé la cerveza y fui a buscar más. Verónica seguía ahí. Estaba hablando con otra mina que estaba mucho mejor que ella. Me gustó de inmediato a pesar de su pelo anaranjado y el priecing que le colgaba de la ceja. Era desafiante y no tardó en demostrármelo.

- Vos la ahorcaste?
- Está loca, no le creas todo lo que dice
- Si te gusta eso, contá conmigo. Me encanta que me ahorquen...
- Ok. Andá a una ferretería, comprá una soga y vemos cómo hacemos. La ciudad está repleta de árboles.

Saqué seis o siete cervezas y las repartí entre la gente. Todos reían y agitaban los brazos. El gordo Young había dejado la guitarra para encargarse de la música. Los invitados le iban gritando sus preferencias y el gordo hacía lo imposible por complacerlos a todos. Recordé al gordo que pasaba música en el sótano del Alvear, en Marcelo T de Alvear y Talcahuano. Era un genio. Se sentaba en su banqueta junto a sus vinilos y no ponía una mala canción en toda la noche. Durante los lentos hacía uno de los mejores enganches que escuché en mi vida. Arrancaba con True de Spandau Ballet y la dejaba correr un buen rato hasta el momento de la frenada, donde quedaba colgada la voz del cantante y ahí nomás hacía entrar el saxo de Careless Whisper de Wham! Y así estuvieras bailando con un escobillón, ese enganche te rompía los huesos. Era como un flechazo certero del mismísimo cupido.

- Mirá la que armaste – me dijo Silvia – Se puso buenísimo
- Parece que se están divirtiendo...Te hago una pregunta. Ando con ganas de fumar...no sabés quién puede tener algo?
- Acompañame.

Me tomó de la mano y fuimos hasta una habitación. Una especie de oficina ocupada por una computadora, una biblioteca y papeles revueltos por todos lados. Abrió un cajón y sacó un porrito, bien armado, finito. Lo encendió, le pegó un par de secas y me lo pasó. Retuvimos la respiración durante unos segundos y volvimos a empezar.

- Este es el estudio de mi marido. Es diseñador gráfico.
- Ah... – volví a pegar una seca
- Y vos a qué te dedicas?
- Soy profesor de geografía.
- Mirá si te ven tus alumnos en este estado?
- Te aseguro que me han visto mucho peor.
- Te gustan los chicos.
- Prefiero a las chicas.

Otra vez sentí ganas de abrazarla, besarla y salir corriendo, pero me acobardé. Sabía que era un cobarde y no me parecía mal. Era la única manera de mantenerme vivo que conocía. Un verdadero evasor. Salimos de ahí. Seguí su culo lo más que pude, pero terminó perdiéndose entre la muchedumbre. Me quedé fumando en un rincón, observando. Así debería ser la vida. Un montón de placer y diversión, sin nada más. El ser humano había hecho un estupendo trabajo complicando las cosas... la inteligencia había demostrado ser la característica más estúpida del hombre. De repente aparecieron los putos.

- Nos convidás? – me preguntó uno.

“Putos y fumones”, pensé. Después de todo tenía que admitir que poseían alguna virtud. Les pasé el porro y volví a concentrarme en la cerveza. Ahora sonaban los Clash y todos cantaban “me entra frío por los ojos”. Pude distinguir a Verónica al otro lado del living. La loca no dejaba de mirarme. Estaba con su amiga que movía las piernas como si estuviesen electrocutándola. Qué dúo!

Uno de los putos me pasó el poro y me preguntó:

- Vos qué preferís, el cielo o el infierno? – un verdadero fumón de cuarta. Pero igual le respondí.
- El cielo. El infierno ya lo conozco. – pegué la última seca, les pasé lo que quedaba y me escapé.

Esos dos eran como una gripe mal curada. Volvían y volvían. Supuse que soñaban con que un verdadero hombre les rompiera el ojete, pero esa noche no estaba de ánimo. Quizás después de unas cuantas cervezas más, no sería tan mala idea...
Me acerqué a la amiga de Verónica y me le quedé mirando como quién mira a un hiena. Era peligrosa. Se paró y la tomé del brazo.

- Vení, bailemos – le dije

Yo nunca había sido un buen bailarín, pero sabía moverme. Tenía ritmo. Así que me moví. El porro me había pegado bien y no podía dejar de reírme y de imaginar todo lo que le haría a mi nueva amiga. Verónica, ahora “me miraba”. Loca de mierda. Decidí no prestarle atención y disfrutar lo que la suerte me había puesto delante. Ella sí que sabía bailar. Cada una de sus articulaciones se contraía en el instante indicado, como si su cuerpo fuese una extensión viva de la música que iba sonando. Con Private Idaho de los B´52 se puso a gritar y a girar en una pata como si fuese una india bailando alrededor del fuego.

- A mi papá le encantaba esta canción. Siempre que la escuchaba se ponía a cantar. ¿Cómo se llamaba este grupo?
- B´52
- B´52! Eso, eso!!! Lo voy a llamar, le va a encantar.

Y siguió con su ritual mientras hablaba con su viejo, feliz. Yo estaba mareado y cansado. Tanta energía juvenil me había agotado. Estaba harto de la juventud. ¿cómo era posible que hubiera tanta desparramada por ahí, y que ni un poquito fuese para mi? A lo largo de mi vida había convivido con la juventud. Al principio con la mía y la de mis amigos. Después con la mía y la de mis alumnos. Pero ahora todo era diferente. Era un viejo en un mundo de jóvenes. Cada vez que les pedía atención o silencio en el aula, sentía asco y pena por mi. El paso del tiempo es peor que la muerte misma, y en una escuela secundaria a los únicos que les pasa el tiempo, es a los profesores. Los alumnas llegan y se van eternamente jóvenes.

La chiquita cortó, sonrió, abrió la boca y sacó la lengua para mostrarme su otro priecing. Era plano y redondo. Se acercó y me dijo:

- Y tengo otro más, pero “ese” no puedo mostrártelo acá.
- Querés cerveza?
- Ok.

Entré a la cocina y ahí estaba Silvia, agachada, vaciando algunos ceniceros. Esa era la Silvia que todos queríamos ver. Pensé que deberían obligarla a andar así por toda la eternidad. Agachada, mostrando ese culo con la misma solemnidad con la que se exhiben las obras de arte en un museo. ¿Cómo hice para no violarla en ese preciso momento? todavía es un misterio. Pero se los juro: hubiera valido la pena. Abrí la heladera y saqué dos cervezas.

- ¿La estás pasando bien? – me preguntó
- Genial
- Rico faso ¿viste?
- Todavía lo siento
- Otro día te toco el timbre y hacemos uno. A Claudio mucho no le va, pero no hay drama.
- Cuando quieras

Salí como un cohete para no terminar preso. Así que el suertudo se llamaba Claudio. Ahora me cerraban muchas cosas. Nadie puede ser piola llevando el mismo nombre que un gallo gigante, torpe y tartamudo, incapaz de someter a un pichón de gavilán. En ese momento recordé que Claudio, también era el nombre de un emperador romano, e inmediatamente deseché mi nueva teoría. En definitiva a este Claudio también había que reconocerle su poder de conquista. Maldito!

Busqué a mi chica y ahí estaba, bailando con un pibito. Me hizo señas apurándome y aceleré el paso hacia mi trofeo.

- Ay dame un poco de cerveza, me muero de calor.

Le pasé una botella.

- Los presento – dijo después – El es mi novio Esteban y él es Luis, el vecino de Sil.
- Qué hacés, todo bien? – me saludó el pibe.
- Todo bien – le dije
- Buenísima la música, te felicito. ¿Vas a tomar esa birra?
- No, no, tomá – le dije y le alcance mi otra botella.

Sin mujer y sin bebida en menos de un minuto. ¡Mucho menos! Me sentí despojado, triste, solo y aún más viejo. Necesitaba Kiss. Fui hasta el equipo y puse “Rock and Roll All Nite”, la versión en vivo, de Alive I. La evolución genética demostró ser fantástica: todos conocían la canción...¡sin conocerla! Eso mismo pasa con los Beatles. El ser humano ya nace con los Beatles como parte de su carga genética, como parte de su instinto.
Algún día iba a comprobar esa teoría y me iban a dar el Premio Novel y con el millón de dólares del premio, iba a organizar la fiesta más reventada en la historia del Río de la Plata. Alcohol, drogas, putas y un pelotón de fusilamiento. Y al final de la noche me haría atar a un poste con los ojos vendados y gritaría ¡Fuego!

Volví a la cocina y me encontré con Verónica. Tenía una cerveza helada en la mano y me la ofreció. Empezó bien.

- Gracias – le dije
- Te estaba esperando. Nadie toma tan rápido como vos. Vamos a bailar.

Fuimos y bailamos. Bailamos hasta que la gente comenzó a irse. Todos me saludaban como si fuésemos viejos amigos. De alguna forma estaban en deuda conmigo. Los dos putos se acercaron e intentaron besarme. Solo les di la mano, mirándolos con desconfianza. Nunca confíes en un hombre incapaz de sentir dolor al cagar.

Antes de desaparecer, el gordo Young, me hizo un favor de despedida y puso “One More Night” de Phil Collins. Después agarró a su chica y se fue.
Verónica, Silvia, el suertudo y yo nos quedamos bailando, en penumbras. Vi las manos del suertudo clavadas como garras en aquel culazo y me reí.

- Qué te pasa? – me preguntó Verónica
- Nada
- Le estás mirando el culo a Silvia.
- No
- Vamos

Sin decir nada desaparecimos dejándoles toda la escena a ellos. Por la ventana del palier vi que estaba amaneciendo.

- Te acompaño a tu casa – le dije

Pero Verónica no me contestó y otra vez me tiró contra la pared y me besó.

- Qué hacés loca de mierda!?
- Calláte

Así que otra vez metí lengua y le agarré el culo como un animal. Pero esta vez no dijo nada. Nos quedamos ahí franeleando hasta que el sonido del ascensor nos sobresaltó. Ya era de día y la gente comenzaba a despertar para cumplir con sus pequeñas rutinas domingueras. Comprar el diario, comprar las facturas, comprar la pasta y sacar a cagar al perro.

Pero yo, ese domingo, al menos “ese domingo” tenía otros planes.

Abrí la puerta de mi departamento y antes de dar diez pasos ya estábamos desnudos. Aquella primera vez con Verónica lo hicimos en el sillón del living.


FIN

miércoles, 8 de agosto de 2007

ESA GLADIS

ESA GLADIS

Metieron a la chica en la camioneta, se subieron y arrancaron. Era una noche cerrada y la ruta estaba desierta. La luna asomaba cada tanto entre los nubarrones y la inmensidad del campo sólo era recortada por pequeñas luces que a lo lejos, como las estrellas, parecían ser los únicos testigos de lo que había sucedido.

- Es la Gladis, boludo! – dijo el negro mientras movía el cuerpo desparramado en el asiento de atrás
- Cómo que la Gladis? – preguntó el Polaco
- La Gladis! La hermanita del Peto.
- La concha de la lora!
- Qué vamo a hacer Polaco? Estoy que me cago encima!
- Pará un minuto. Déjame pensar.

El Polaco pensó, o quiso hacerlo al menos.

- Sangra mucho? – le preguntó al negro
- No sangra nada. Ta como dormida.
- Respira?
- No sé boludo, no sé
- Fijáte, dale
- Qué no puedo con todo este ruido que hace esta camioneta de mierda. Frená.
- Qué voy a frenar! Mirá si pasa alguien
- Polaco, ¿quién mierda va a pasar? Son las dos de la mañana. No hay nadie.
- Y qué hacía esta pendeja a esta hora sola en la ruta?
- Qué se yo, Polaco. ¿qué importa?
- Vos la viste?
- Sí, pero recién cuando te pegué el grito. ¿porqué no volanteaste, la puta que te parió?
- No me putiés, boludo eh! No pude, no la ví.
- Tás en pedo, por eso!
- Ah y vos no?

El negro no le respondió. La verdad era que los dos estaban borrachos. Como siempre. Como todos los viernes. Salían de la estancia de Don Carlos, se arreglaban y de ahí al boliche a pasar la noche hasta la madrugada. Pero esta noche había habido pelea y la policía había cerrado el boliche hasta el otro día. “Qué lo parió”, pensó el negro.

- Tendríamos que estar en el boliche...a vos te parece qué mala suerte? – dijo el negro
- Cuando se entere el Peto nos mata – dijo el Polaco
- No se va a enterar – lo paró el negro
- Ah, no?
- No se va a enterar. Frená.
- No voy a frenar, negro
- Frená, la puta que te parió!

El Polaco clavó los frenos y el negro fue a dar contra el parabrisas. Lo miró y le dijo:

- Que sos estúpido eh? Y mirá lo que hiciste pedazo de boludo.

El Polaco giró la cabeza y vió a la Gladis tumbada boca abajo en el piso de la parte de atrás de la camioneta.

- A la mierda – se preocupó
- Ayudame a recostarla de nuevo – le pidió el negro

Encendieron la luz de la camioneta y con cuidado levantaron el cuerpo. Los dos se estremecieron al ver cómo había crecido la Gladis. El negro recorrió sus piernas perfectas y el Polaco se concentró en sus pechos. Cuando la recostaron finalmente, los dos se la quedaron mirandola como a una estatua de cera.

- Mirála a la Gladis – dijo el negro
- Estaba buena – le respondió el Polaco
- No digás así que parece que estuviera muerta
- Y qué sabés! Para mi que está muerta. Está helada.
- Más vale! Si andaba en el medio de la ruta. No viste el frío que hace?
- Estará muerta? – preguntó el Polaco apoyando una de sus manos en el pecho de Gladis.
- Qué hacés Polaco?
- Me fijo si está viva

El negro notó la mirada del Polaco y no quiso ser menos. En seguida comenzó a tocar las piernas de Gladis. El Polaco lo miró sorprendido, pero cómplice.

- Quiero ver si tiene algo fracturado… - se apuró el negro
- Está buena eh? – dijo el Polaco
- Ta buenísima. Ta viva?
- Me parece que sí
- A ver, correte.

Entonces el negro cruzó su cuerpo hasta la parte de atrás de la camioneta y apoyó su cabeza sobre el pecho de Gladis. Estaba viva. No había dudas. El corazón latía y él podía escucharlo a través de su cuerpo frío y terso. Se quedó ahí unos cuantos segundos, disfrutando la suavidad de aquella piel.

- Dejáme a mi – lo espetó el Polaco corriéndolo de un empujón

El Polaco se inclinó hasta el pecho de Gladis. Olía bien. La besó.

- Polaco!
- Dejáte de joder. Ni se va a dar cuenta. Mirá.

El negro observó cómo el Polaco desabrochaba la blusa de Gladis. Botón por botón. De a poco fueron asomando aquellos dos jóvenes pechos, mientras la respiración de la chica se hacía más evidente.
- Está buena la hija de puta, eh?
- Ta buenísima – dijo el negro - ¿cómo creció? Mirála.
- Le subo el corpiño? – consultó el Polaco.
- Dale, pero después la cortamos. Mirá si salen a buscarla y nos encuentran así. El Peto nos mata.
- No seas cagón, negro.

El Polaco acarició los pechos de Gladis y muy lentamente fue subiendo el corpiño. Pudieron ver la piel blanca, virgen asomar entre las manos fuertes del Polaco. Los pechos de la chica los hipnotizó, eran hermosos, duros, no muy grandes, pero importantes, dos semicírculos perfectos coronados por dos pequeños pezones. Nada que ver con las tetas grasosas y pesadas de las putas viejas del pueblo, con esos pezones gigantes y negros como dos manchas sin gracia. Gladis era diferente. Era una chica de familia, bien criada. Lo que se conocía como una chica para casarse.
El negro se tentó y metió una mano debajo del vestido de Gladis y fue subiéndole la falda. Esas piernas estaban talladas. Se exitó con los finos bellos que las vestían y sintió vergüenza, pero no podía detenerse. Llegó a la bombacha.

- Mirá – le dijo al Polaco que estaba concentradísimo masajeando las tetas de Gladis
- No te puedo creer. Tiene bombacha con tirita
- Y roja!
- Roja
- Estoy re-alpalo!
- Y yo, sabés cómo estoy. Mirá lo que es esta pendeja
- Cortémosla Polaco. Cerrale la camisa y vamo.
- Y a dónde vamos a ir? ¿qué vamos a hacer con la pendeja?
- No sé, la tiramo por ahí, al costado del camino
- Ahora va. – dijo el Polaco antes de retomar su adicción
- Qué hacés Polaco. Dejá de joder!
- Dejá de joder vos negro! Mirá lo que es esto! Yo no me voy a quedar en el molde. Si total no siente nada esta boluda.

Y ahí fue cuando Gladis tosió. El negro, rápido como el demonio, apagó la luz de la camioneta, mientras el Polaco intentaba abotonarle nuevamente la camisa.

- Polaco? – preguntó Gladis

El Polaco no contestó y Gladis se inclinó para ver a la otra persona que estaba ahí adelante.

- Negro? ¿Dónde estoy? ¿Qué están haciendo?
- Calmate Gladis – empezó el negro – lo que pasa es que tuvimo un asidente. Medio que te tocamo con la camioneta, viste?
- Me atropellaron. Con razón me duele todo este costado
- No te atropellamos. Te rozamos un poco – corrigió el Polaco.
- Y porqué no me llevaron al pueblo?
- Eh, no lo que pasa e que fue reciencito… - dijo el negro
- Y estábamos viendo si estabas bien – siguió el Polaco
- Y? Estoy bien? – preguntó Gladis con ese tono con el que no hablan las mujeres cuando quieren decir algo más. Gladis sabía lo que estaba pasando y decidió seguirles el juego a los dos vaqueanos. Los conocía desde siempre. Trabajaban con su hermano en lo de Don Carlos, en la estancia La Linda, a unos pocos kilómetros del pueblo. Seguramente habían ido al boliche, habían tomado de más y se la habían llevado puesta. No recordaba exactamente el momento. Había sido solo un topetazo que la había desmayado. Pero aquellos dos se habían asustado. Y ahora estaban más asustados todavía.

Los dos amigos se miraron.

- Estoy bien? – insistió con “ese tono”.
- Estás…bien. Parece que está bien ¿no Polaco? – preguntó el negro
- Sí, sí, estás bien. – dijo el Polaco
- Cuchame Gladis, si el Peto se entera de esto nos mata, vos sabés cómo se pone – dijo el negro
- Quedáte tranquilo negrito, que mi hermano no se va a enterar. No se tiene que enterar de nada.
- Ta bien – dijo el negro más tranquilo.
- Bueno, vamos que te llevamos a tu casa, que es tarde. – dijo el Polaco dándose vuelta para arrancar la camioneta.
- Porqué tanto apuro? Si estamos lo más bien – dijo Gladis - ¿tienen cigarrillos?
- Sí, yo tengo – dijo el negro – Tomá.
- Fuego?

El negro acercó el encendedor a la boca de Gladis y ella le agarró la mano para sostener la llama. Los ojos de Gladis eran negros como los de una bruja, profundos como la noche, peligrosos. Aspiró segura y la braza del cigarrillo se iluminó de fuego.

- Ustedes me estaban tocando…
- No digás pavadas – dijo el Polaco arrancando la camioneta
- Vos me estabas tocando las tetas
- Qué decís!
- Me duelen
- Debe ser por el golpe – intervino el negro
- Y vos calláte que me estabas acariciando las piernas

El negro se calló y se quedó mirándola. La camioneta arrancó y entonces se dio vuelta y se quedó duro mirando la ruta apenas iluminada por las luces delanteras.

- Si me llevan a mi casa le cuento todo al Peto

El Polaco frenó y apoyó la cabeza contra el volante.

- Qué te pasa Gladis? No fue nada – dijo el Polaco
- Pensábamos que estabas muerta – dijo el negro
- Y por eso se aprovecharon
- Estábamos viendo que no tuvieras nada roto – dijo el negro
- Un carajo! Qué les pasa, me están tomando por boluda?
- Gladis – dijo el negro
- Cuánta guita tienen?
- Qué? – dijeron a coro
- Que cuánta guita tienen?
- Qué se yo… treinta, cuarenta pesos – dijo el Polaco
- Cada uno?
- Entre los dos! Venimos del boliche – la cortó el negro.
- Bueno, venga la guita – los encaró
- Pero qué… - dijo el Polaco
- Venga la guita porque si no le cuento al Peto, y no le va a gustar una mierda.
- Vos te volviste loca? – dijo el Polaco
- La guita!
- La puta madre que te parió – dijo el Polaco

Buscaron en sus bolsillos y juntaron cuarenta y siete pesos entre billetes y algunas monedas. Le entregaron el dinero a Gladis.

- Ahora desvistanse
- Pero vos tas en pedo! – le gritó el negro
- Mirá, si querés contarle al Peto, contále, pero yo no me voy a sacar la ropa – dijo el Polaco
- No seas idiota – dijo Gladis y comenzó a subirse el vestido lentamente - ¿cómo piensan que me gano la guita? Digamos que tomo esto como un pago por adelantado…

El negro y el Polaco se quedaron duros mientras Gladis iba subiéndose el vestido. Volvieron a aparecer las piernas largas y la bombachita roja con esas tiritas imposibles de no querer arrancar con los dientes. Jugó con ellas, amagando, insinuándose en cada movimiento un poco más.

- Me la saco o me la dejo? – les preguntó
- Dejátela! – le gritaron los dos
- Si quieren que siga, se me desvisten. Si no, me llevan ya mismo a casa.

En diez segundos estaban los dos en cuero, solo con los calzoncillos puestos. Gladis los miró y les hizo un gesto. Se quedaron en pelotas. Hacía un frío de locos y los vidrios de la camioneta estaban empañados. El Polaco apagó el motor y dijo:

- Cómo hacemos?
- Primero me van a dar un gustito. Quiero que se besen.
- Andá a la mierda Gladis! – le gritó el negro
- Negro, besame – le dijo el Polaco
- Qué decí?
- Negro, no pasa nada. Besame. Cerrá los ojos y besame.
- No
- Negro!

El Polaco lo tomó por la nuca y lo pegó a su boca. Fue un segundo, apenas un toque.

- Listo! Contenta! – dijo el Polaco
- Hijo de puta!
- Jajajaja! No, no, no, eso no fue un beso. A ver Polaco vení. Besame.

El Polaco cruzó la mitad de su cuerpo hacia la parte de atrás de la camioneta y abrazó a Gladis como quien abraza a la mismísima felicidad. Casi al instante su lengua jugaba agria en la boca de Gladis que tardó unos cuantos segundos en sacárselo de encima.

- Eso es un beso! – dijo Gladis entusiasmada.
- Vení, la concha de tu madre – le dijo el Polaco tratando de agarrarla.
- Pará, pará, pará, pará. Todo llega. Pero ustedes están en deuda conmigo
- Qué en deuda! Si ya te pagamos! – dijo el negro rascándose la cabeza
- No. Ustedes me indemnizaron por atropellarme. El dinero que me dieron es para los medicamentos.
- Pero si estás perfecta – dijo el negro
- Qué sabés. Mirá si estoy toda reventada por dentro
- Yo te voy a reventar por dentro – le dijo el Polaco.
- Todavía no. Primero se besan como se debe. Por lo visto vos sabés muy bien cómo se hace.

El negro lo miró al Polaco.

- Me tocás y te juro que te mato.
- Negro, mirála bien. Vení para acá y dejate de joder.
- Vamo a parecer trolos, boludo. Yo no soy trolo, boludo.
- Ya sé negro, yo tampoco. Vení. No pensés en mi. Pensá en Gladis. Mirá lo que es esa bombachita.

El negro abrazó al Polaco y comenzaron a besarse intensamente.

- Ustedes sigan – les dijo Gladis.

Después se acomodó en el asiento de atrás, abrió las piernas, se corrió la bombacha y empezó a tocarse y a mover la cintura para arriba y para abajo. El Polaco y el negro dejaron de besarse y la miraron.

- Sigan! La puta que los parió!

Obedecieron de inmediato y se arrodillaron uno frente al otro, intentando encontrar una posición que les permitiera observar a Gladis. Gladis, por su parte, estaba poseída. Gemía y respiraba agitada mientras se frotaba con fuerza con la palma de la mano, mirándolos fijamente. Ninguno se animaba a dejar de besar al otro, y mientras lo hacían, disfrutaban del espectáculo que Gladis les había montado a cambio. Comenzaron a exitarse. Gladis lo notó y estiró la mano hacia delante. Primero acarició los huevos del Polaco que inmediatamente abrió las piernas para facilitarle el trámite a Gladis, que después de un rato pasó a los huevos del negro. Ahora los dos estaban atravesando una de las más increíbles erecciones que habían tenido en toda sus vidas.

- Háganse la paja! – les dijo Gladis

Los dos peones se pusieron manos a la obra.

- No, así no! Uno se la hace al otro.

Se miraron de reojo, tratando de decidir qué hacer ante semejante pedido. El Polaco parpadeó una vez en señal de asentimiento, pero el negro abrió los ojos bien grandes intentando detenerlo. Demasiado tarde. Cuando quiso acordarse, el Polaco ya estaba dándole al asunto sin asco. El negro titubeó. Acercó su mano a la poronga de su amigo, pero apenas la agarró, la soltó con asco.

- Dale negro! – gritó Gladis
- Ale egro! – le gritó el Polaco sin dejar de besar al negro.- ¡irá lo é e eta uacha!! Ale, Ale!
- La uta e e arió – le contestó el negro.

Entonces fue con su mano hasta la pija del Polaco y empezó a pajearlo. Gladis se entusiasmó más y mientras se tocaba y subía y bajaba, daba pequeños gritos de placer “ay, ay, ay, ay". Adelante los dos peones hacían lo que podían para exteriorizar su frenesí sin separar sus bocas por temor a romper el encantamiento: “mm, mm,mm,mm”.

- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”
- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”

Con la mano libre Gladis se pellizcaba los pezones, apretándolos con fuerza, al tiempo que se doblaba como un arco antes de lanzar la flecha. La camioneta se movía como un frágil bote en el oleaje, mientras la noche permanecía ajena a todo. Extraña y excluida de aquel recinto encriptado por el placer.
Los dos hombres acabaron casi al mismo tiempo. Gladis saltó como una gata rabiosa y se tragó lo del Polaco que dejó de besar al negro de inmediato. Entonces el negro la agarró del pelo a Gladis y de un tirón la obligó a tragarse también lo de él.

- Qué hacés boludo! – lo retó el Polaco
- Y qué queré! – le contestó el negro

Gladis terminó con el negro, volvió sobre el Polaco y después se dejó caer exhausta sobre el asiento de atrás. Se quedaron los tres en silencio un buen rato, tratando de recuperar la respiración sin saber qué decir. Gladis se bajó el vestido y le pidió al negro otro cigarrillo. El negro se lo dio encendido y comenzó a vestirse. El Polaco lo imitó sin poder creer lo que había sucedido.

- Sos una hija de puta – le dijo a Gladis
- No te gustó?
- Sí, pero te quiero coger.
- Yo también. – se sumó el negro.
- Cuando quieran. Pero son cien pesitos.

El Polaco arrancó y se puso en marcha. Nadie dijo nada. Estaba claro que las palabras sobraban. Fumaron con las ventanillas bajas tratando de perderse en la espesa noche del campo. Las pequeñas luces a la distancia continuaban desperdigadas en la negrura como faros distantes, como bichitos de luz.

- Déjenme acá – dijo Gladis
- Pero falta bastante para tu casa - dijo el negro
- No importa.

Gladis se bajó y el Polaco pegó la vuelta.


Como todos los días, el Lunes, los dos peones llegaron a eso de las cinco de la mañana a la estancia de Don Carlos. El resto de los hombres estaba sentado en semicírculo tomando unos mates amargos. Cuando entró el Peto, todos se pusieron de pie. El Peto asignó las tareas y de a uno fueron abandonando el galpón. Al final solo quedaron el negro y el Polaco.

- Peto, tené un minutito? – preguntó el negro
- Decíme negro.
- Nada, resulta que queríamo ver si le podés sacar un adelanto al Don Carlo. Andamo medio cortos, viste.
- Cuánto quieren?
- No mucho, digamo unos cien.
- Dejáme que lo veo y les aviso. Y ahora métanle che, que ya es tarde. Va, va.
- Gracias Peto – dijo el Polaco
- Gracia – dijo el negro.

Salieron del galpón, subieron a la camioneta y suspiraron tranquilos.

- Esa Gladis – dijo el negro
- Te juro que la parto en ocho. En ocho!

FIN

lunes, 6 de agosto de 2007

UNA MALA NOCHE

Llené el bolso con la poca ropa que pude juntar mientras ella no paraba de gritar histérica entre llantos y reproches, y me escapé del frente de batalla casi ileso. Solo un par de bofetadas y algunos escupitajos. Nada que un buen hombre no pudiese superar.
Algunos vecinos se asomaron al palier para saborear mi derrota. Todos me odiaban y yo los odiaba a todos. Eramos una manga de patéticos fracasados resentidos sin los huevos suficientes como para armar una buena revolución en contra del sistema, con lo cuál terminábamos en la de siempre, pobres contra pobres, idiotas contra idiotas.

Era una noche cálida y la ciudad estaba a pleno. Los travestis ya estaban mostrando lo que tenían y los cartoneros andaban por todos lados como hormigas hambrientas, revolviendo la basura del resto de los insectos. Los vagabundos y los linyeras estaban pegando un último trago al tetra y los insomnes continuaban caminando quién sabe hacia dónde.

La verdad era que no tenía adonde ir. Así que caminé hasta Zeus, el prostíbulo más cercano y entré. Ahí todos me conocían bien. Fui hasta la barra, pedí un whisky y me quedé mirando mi cara en el espejo. Detrás de mí dos chicas se la estaban chupando una a la otra en una posición desconocida para el resto de la humanidad. Contorsionándose como dos víboras calientes, lamiendo y succionando. Dos bestias hermosas. Antes de darme vuelta continué observándome durante algunos segundos. La vida me estaba ganando por goleada, pensé. Cómo es que uno va llegando a lo que va llegando? Cómo es que uno no tiene la capacidad de tomar las decisiones correctas? Sequé el vaso y pedí otro whisky antes de decidirme a disfrutar el show.

De pronto se subió al escenario aquel presentador…un verdadero hijo de puta insoportable para cualquiera ser vivo que se preciara de tener al menos una mínima porción de cerebro activa. Era un tipo despreciable. Gordo, con el pelo por los hombros, sudado, sucio, grasoso y siempre con un habano barato en la boca. Una rata.

- Laura y Marcia! – Gritó. Gritar era lo único que podía hacer. – Dos leonas con lenguas de oro! Laura y Marcia! Las chicas más viciosas de Zeus! Incansables a la hora de lamer…y de tragar todo lo que les pongan en frente! Miren, miren, miren esas bocas! A ver Marcia, querida, date vuelta – Marcia obedeció – y ahora vos, Laurita tomá este cinturón.

El Gordo asqueroso le arrojó un cinturón con una enorme pija negra que sobresalía como un sable. Laura se lo ajustó y se puso detrás de Marcia. Marcia tomó sus nalgas y las abrió de par en par como si fueran dos puertas bien aceitadas. Laura se acercó sosteniendo aquella cosa monstruosa y apoyó la punta sobre el culo de Marcia. Marcia empujó su cuerpo hacia atrás e hizo desaparecer la punta como en un truco de magia. Laura comenzó a bombear, lentamente.

- Yo se los avisé, estas chicas no le hacen asco a nada! Vamos Laura! Dale con más fuerza, con más fuerza! Qué coma, que coma, que no se quede con hambre! – gritó el Gordo.

Entonces Laura empujó con más fuerza metiéndole todo adentro. “La desgarró toda”, pensé. Marcia ni siquiera parpadeó. No podía ser cierto. ¿Las conchas tendrían límite?


- Qué par de putas – le dije al barman
- De eso se trata – me respondió - ¿otro?
- Otro
- Así, así, así! Todo bien adentro como el gusta Marcia! Pero después de esto hay que ser muy macho para animársele a semejante morcilla!
- ¿Cómo tienen a este tipo acá adentro? – le pregunté al barman – Hace años que vengo acá y siempre me pregunto lo mismo. ¿Cómo es posible que un pelotudo como ese trabaje en este lugar? Es un impresentable.

El barman me llenó el vaso y me miró sin decir nada. Después de todo ¿qué pretendía yo? Hablaba y me quejaba como si estuviera en el mejor puterío de París. Probablemente el Gordo trabajaba a cambio de un polvo con la puta más vieja y gastada del lugar. No era tan mala opción. ¿A quién no le gustaría trabajar una temporada en un prostíbulo? No en cualquier trabajo las empleadas andan chupandose la concha entre ellas y echándose polvos por todos los rincones. Aunque pensándolo bien, no es algo tan poco usual…

- ¿Me invitás algo para tomar? – me preguntó una mulata que respondía al nombre de Bambú.
- Ni loco. En todo caso después veo si subimos juntos. ¿Cómo está hoy?
- Muerto. Los martes son los peores días. Es el día de los pajeros. Vienen, se sientan, miran un rato y se van. Vienen todos los secos.
- Invitame algo, no seas malo – apoyó su mano en mi pierna
- Rajá de acá.
- Boludo
- Puta!

La negra estaba buena, pero no andaba de ánimo para relaciones interraciales. Además las negras siempre me habían inhibido. No sé porqué, quizás por suponer que genéticamente están predispuestas a tener mayores expectativas a la hora de tener sexo.

Ahora Marcia tenía puesto el cinturón y Laura estaba sentada sobre ella. Las dos enfrentaban al público. Laura subía y bajaba mientras Marcia le masajeaba las tetas y le chupaba el cuello. Qué bien que estaban las dos! Mujeres así no podían ser otra cosa que putas. Era imposible imaginarlas en una oficina, o dando clases en una escuela. Eran verdaderas profesionales.
Entonces apareció el Gordo con una botella de champán y la vació sobre las chicas. Marcia se encargó de frotar la bebida sobre todo el torso de Laura que, con los ojos cerrados y la lengua afuera simulaba placer y sed.

- Motívense muchachos, pidan champán, pidan una chica y hagan este sueño realidad! Y si no les alcanza para el champán…ya saben qué hacer, jejeje!!! Vamos Laurita, seguí, seguí! Ahí va, muy bien, muy bien! Un aplauso, un aplauso a las chicas, por favor!

Algunos pocos aplaudieron. Los más idiotas gritaron y chiflaron con borracho entusiasmo. Yo estaba dentro de ese último grupo.

Laura y Marcia saludaron y desaparecieron.

- Esas dos trabajan? – le pregunté al barman
- Más vale
- Servime otro

Lo sirvió, le pagué y me quedé sentado. Esperando a Marcia. O a Laura. Me daba igual.

- Subimos? – era Bambú otra vez
- Salí de acá negra
- Boludo!
- Puta!

Un tipo que estaba en la mesa de al lado me miró y me dijo:

- Está buena la negra. Porqué no subís? No tenés plata o no venís mortadela?
- No sé. Debo ser trolo
- Yo ya me la cogí. Es un infierno. Tiene el culo más duro de todas las minas de acá.
- Cómo sabés?
- Estuve con todas. Una noche subí con cinco, pero la negra es de lo mejor que hay. Se mueve mucho, es inquieta. Es muy trabajadora. Ella solita cambia de pose. Es bien gauchita.
- Es buena – le dije
- Alguna vez te metió un hielo en el culo?

Lo miré sin decirle nada.

- Pedíselo, haceme caso. Tenés quince mangos? Me quiero tomar un whisky.
- No

El mundo estaba lleno de mangueros. Todos querían el dinero ajeno. Eran como una peste. Ese había sido el problema con Viviana. Se la pasaba todo el día frente al televisor esperando a que yo llegara para pedirme unos billetes. Y cuando se los daba lo único que se le ocurría hacer era meterse en el bingo. Ella creía tener método, y probablemente lo tuviera, sin embargo se trataba de uno que estaba destinado a fracasar incansablemente. Así que después de un tiempo dejé de pasarle dinero y entonces ella dejó de tener sexo conmigo, y eso había terminado con nosotros.

- Bueno, dame diez y listo.
- Si seguís rompiendo los huevos el hielo en el culo te lo voy a meter yo.

El tipo no molestó más. Estaba impaciente. Quería ver a las chicas para decidir con cuál quedarme. Pensé que tal vez podría subir con las dos. Hacía semanas que no estaba con una mujer y no daba más de hacerme la paja. Necesitaba un buen pedazo de carne. Sentir un cuerpo tibio junto al mío. Sí, probablemente me llevaría a las dos “y” a la botella de champán. Quería divertirme, pasarla bien, olvidarme de todo lo que no podía olvidarme, dejar de lado la tristeza y la desesperación al menos por un rato. De todos modos era mi dinero y me lo había ganado honestamente. Tenía derecho a hacer lo que quisiera con él. Estaba cansado de mantener a una perdedora vaga, asexuada y jugadora compulsiva. Terminé el whisky y fui hasta el baño. Un asco. Un verdadero pozo infernal con olores increíbles y el con piso cubierto por una capa de agua y orín. Estaba oscuro y tenías que andar adivinando por dónde moverte. Fui hasta un reservado y me puse a mear. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Para qué había hecho la escuela secundaria? ¿y la facultad? Dios, pensé, qué buena meada.
De pronto alguien me tomó del cogote y me dio un golpe en el hígado. Las piernas se me vencieron al instante y caí arrodillado, con la pija afuera. Me agarraron del pelo, me tiraron la cabeza para atrás y me pusieron un cuchillo en la garganta.

- Agarrá los quince pesos! Lleváte todo. Agarrá la tarjeta de crédito si querés. Te prometo que no la denuncio hasta mañana a la tarde!
- Qué decís estúpido? Quién mierda te pensás que sos? Así que soy un pelotudo?

Era el Gordo. Juré que si lograba sobrevivir, mataría al barman. Inmediatamente supe que jamás cumpliría aquel juramento, así que me resigné.

- Calmate un poco. No ves que estoy borracho? Ni sé lo que digo.
- No te quiero ver más por acá. La próxima vez que aparezcas te mato.
- Ta bien, pero calmate.
- ¿Dónde tenés la billetera?
- Qué?
- La billetera, la puta que te parió!
- Acá, tomá, tomá.
- Y como hagas la denuncia de la tarjeta antes de mañana a la tarde sos boleta.

Me pegó un rodillazo en la espalda y desapareció. Cuando logré recomponerme me mojé la cara y salí del baño. Sentí que todos sabían lo que había sucedido ahí adentro. Marcia y Laura estaban en la barra con el Gordo y otro tipo. Los cuatro me miraron y sonrieron. Casi llegando a la salida me crucé con Bambú.

- Me invitás algo para tomar? – le pregunté
- Boludo!
- Puta!

Salí de ahí con mi bolso y sin un peso. Seguía siendo una noche cálida y los travestis, los cartoneros y los vagabundos continuaban desperdigados por ahí. Al menos ellos sabían qué esperar de la vida. Me senté en Plaza Italia y comencé a tocarme pensando en Viviana mientras observaba como pasaba la noche a través de los árboles.

FIN

MILAGROS

Le tapé la cara con la almohada y apreté. Empezó a patalear y a golpearme. Sus dos buenas tetas vibraban como olas permanentes. Apreté más fuerte. Se arqueó y comenzó a rasguñarme tratando de zafar su cabeza de la presión. Sonreí, y cuando una de sus uñas se clavó en mi costado la liberé. Estaba colorada. Abrió su boca como un remolino y tomó aire.

- Hijo de puta! – fue lo primero que dijo
- Hijo de puta! Hijo de puta! – fue lo segundo y lo tercero.

Y como un acto reflejo continuó pegándome.

- Pará loca de mierda! ¿qué te pasa?
- Me podrías haber matado, puto!
- Dejáte de joder, si acabaste como una loba. Te encanta…
- Así no! No tan fuerte! Te fuiste a la mierda!

Saltó de la cama y comenzó a vestirse. Agarré la toalla, me limpié y se la alcancé estirando el brazo.

- Metétela en el culo.
- Vení no seas boluda. Pasame un pucho

Me lo alcanzó. Lo encendí y la habitación se iluminó por un segundo. Estábamos prácticamente a oscuras. Encendí la luz y la observé. El cielo. Su culo, sus tetas, su pelo.

- No te vistas, vení. Fumemos.
- Me tengo que ir
- Yo también, pero no me voy. Ves que te quiero más – le dije sonriendo.
- Sos un estúpido
- Un estúpido que te quiere
- Vos no querés a nadie. Sos el tipo más egoísta que conocí en mi vida.
- Dejame

No contestó. Por un momento me quedé callado, sin animarme a decir nada. La había conocido por casualidad, en el hall del Hilton en Puerto Madero. Estaba trabajando como promotora y en seguida fui por su teléfono. En menos de 10 minutos lo tenía y en menos de 3 días ya nos habíamos encamado. Era rápida y divina y me cogía como nunca me habían cogido antes. De eso hacía ya un año y medio. Ella estaba casada y tenía un hijito de 3 años. Estaba, con el que era su marido, desde los 15 años y llevaban una vida de mierda. Igual a la mía pero peor. Eran 3 desgraciados bajo un mismo techo. Yo podía volarme la cabeza y no despertar a nadie.

- Esto no da para más – me dijo
- Aflojá, vení a fumar
- No quiero fumar! No quiero coger! No quiero nada con vos! Ya fue! Mirá lo que es esto. Es deprimente.
- Si querés cambiamos de hotel, pero
- No pasa por ahí…mirame. No doy más.
- Pero justamente, acá venimos porque no damos más.
Me paré y la abracé. Hacía meses que no la abrazaba y me gustó. A ella también, pero se apartó como una gata. Se sentó en la cama y yo me senté junto a ella. Apagó la luz y me besó. Un beso suave, distinto.

- No quiero verte más.
- Sí querés.
- No. Esto no sirve. No me sirve a mí y tampoco te sirve a vos.
- Calmate, con todo lo que pasamos
- Qué decís!?
- Qué querés que te diga. Vos me encantás. La pasamos bien.
- Lo que vos no entendés es que yo ya no la paso bien. Tengo un hijo y cada vez que entro acá es como si lo estuviera traicionando.

Apagué el cigarrillo y busqué otro.

- No te hagas tanta historia. Tu hijo va a crecer y se va a transformar en esto, en lo que somos todos. No es tan grave. Va a tener su mujer y su familia y su fato por ahí. Así es la vida. No te compliques tanto.
- Es que ahora estoy complicada y justamente lo que quiero es no complicarme más.
- Y llegar a tu casa y hacerle de morfar a tu marido y limpiarle el culo al nene y cenar mirando la tele y dormir al nene y terminar el día echándote un polvo lamentable. Un bijou
- Porque esto una maravilla…
- Esto es lo que es y está bien así.

Encendió la luz y tomó su cartera.

- Me voy

Y se fue sin besarme. Apagué la luz y me quedé ahí tirado, fumando y pensando. ¿qué podía hacer? Era temprano y estaba solo en una habitación de mal a muerte, abandonado por la suerte, dejado de lado como un trapo viejo. Traté de conmoverme pero fue inútil. No era tan grave después de todo. Cada día millones de personas eran abandonadas y el mundo seguía dando vueltas. Nunca había llorado por una mujer y esta no iba a ser la primera vez.

Terminé el cigarrillo y salí de ahí. Anochecía y la gente escapaba del centro como si Buenos Aires estuviese maldita. De hecho lo estaba. La única ciudad del mundo con yupies pobres. Cero glamour. Como mínimo necesitaba una buena concha para pasar la noche. No había muchas disponibles pero todavía me quedaban un par de buenos recursos. En realidad me quedaba solo uno. La llamé desde un teléfono público que estaba a una cuadra de su departamento. Tanta fe me tenía.

Cuando escuchó mi voz me dijo:

- Apareciste?
- Voy para tu casa
- Trae algo para tomar

Entré a un supermercado chino y fui hasta la góndola de los vinos. Agarré dos botellas de tinto y una de whisky. Un whisky barato, para tomar con hielo y soda. El super estaba repleto. Todo el mundo vivía puteando a los chinos e inventando historias asquerosas sobre ellos pero al final del día les dejaban su dinero sin chistar. Que apagan las heladeras por las noches, que venden mercadería robada, que los lácteos los tienen vencidos, que son sucios, que no hablan castellano, que son parte de una mafia y una mierda. Los chinos se estaban quedando con nuestro dinero y les importaba un carajo lo que pensáramos de ellos. La cajera era una chinita hermosa. Como todas las chinas no tenía tetas, pero el pelo le caía sobre la cara como un telón de seda. Le sonreí mientras pasaba las botellas por el sensor y me miró extrañada. No debería tener más de 23 años. O sea que ya era mayor de edad. Podía hacerle lo que quisiera. Pensé que nunca me había cogido a una china y me exité.

- Tleintaicuatlo con tetenta
- Eh?
- Tleintaicuatlo con tetenta
- Treinta…
- Tleintaicuatlo con tetenta
- Treinta y cuatro con sesenta
- No! Con tetenta
- Setenta – me soplaron desde atrás
- Ah! Con setenta! Treinta y cuatro con setenta. Ok

Le di uno de 50, me dio el vuelto y me fui. La china de mierda no sabía ni hablar pero estaba buenísima. Al final de cuentas ¿quién la quería para hablar?

Apuré el paso y llegué a mi dulce hogar. Traté de arreglarme el pelo en el ascensor pero no había caso, me estaba quedando pelado y se notaba. Tenía la cara grasosa y estaba sucio. Ni hablar de mi aliento. La soledad era un verdadero milagro.

Se abrió la puerta y ahí estaba ella, mi Susana. Alta, buenas tetas, buen culo, cara 6 puntos y unas piernas del cielo. Dejé las botellas por ahí, me le abalancé y le metí una buena mano entre las gambas. Se corrió.

- No empecés, estoy indispuesta y me duele todo.
- Me estás jodiendo?
- No te jodo y no te pongas pesado.

Me le quedé mirando. Sacó las botellas de la bolsa y fue hasta la cocina.

- Este whisky es una porquería
- Eh…no había otro. Vos viste cómo son estos chinos. Te venden lo que tienen. Te gusta bien y si no también.
- Sos una rata. ¿tenés hambre? Puedo calentar unos fideos.

Deprimente.

- No. Estoy bien. Me voy a pegar una ducha.
- Ok. Ahí te llevo una toalla y unos calzones limpios.

Me metí en el baño y pensé que el matrimonio debería ser algo muy parecido al infierno. ¿Cómo era posible que la pendeja quisiera dejar de verme, para sumergirse totalmente en semejante mierda? Las mujeres estaban locas. Todas. Les gusta sufrir, ser desgraciadas, llorar, vivir desesperadas, sintiendo culpa.
El agua caliente me llenó de energía. Se abrió la puerta.

- Acá te dejo todo
- Vení, metete en la ducha, está bárbara
- Te dije que estoy indispuesta
- Dale! Te dejás la bombachita puesta y listo
- Luis…
- Dale! Te hago unos mimitos ¿cuánto hace que no nos vemos? Tenés una cara
- No me siento bien – dijo acercándose.

“Listo” pensé. Estiré el brazo y le acaricié una teta. La hija de puta no tenía corpiño y enseguida se le marcó el pezón. La tomé de la remera y la arrastré. Nos besamos.

- Pará – me dijo, y comenzó a desvestirse

Se metió en la ducha con la bombachita puesta y empezó a besarme y a acariciarme los huevos. En menos de cinco segundos estaba duro como pedazo de hierro caliente. Empezó a pajearme y yo empecé a pajearla a ella. Pude ver la sangre caer por sus piernas tiñendo de rojo la bañadera. Me exité más todavía y la hice arrodillar para que la chupara un rato. Lo hizo como una maestra, con sabiduría y ternura. Después me arrodillé yo y la hice recostar poniendo sus piernas sobre mis hombros. Le corrí la bombacha y se la metí. La sangre seguía saliendo roja y caliente. Los dos estábamos incómodos, ella a punto de desnucarse y yo con las rodillas destruidas, pero no nos importó nada. Hacía meses que no nos veíamos y lo disfrutamos como dos adolescentes. Cuando acabamos ella volvió a arrodillarse y nos abrazamos bajo el agua caliente.
Nos bañamos con tranquilidad y sin decir una sola palabra. Ella se secó primero y salió del baño dejándome solo entre el vapor. Era la segunda mujer que me abandonaba en el día.

- Te calenté los fideos – me dijo cuando salí del baño
- Vos vas a comer?
- No, no me siento bien

La ayudé a poner la mesa y abrí una botella de vino. Tenía sed. Serví dos copas y me senté. La cocina era chica e incómoda y hubiera sido mejor comer en el living, pero no dije nada. No debía romperse el hechizo. Se sentó en frente mío, alzamos las copas, las chocamos y sonreímos sin alegría. Los fideos estaban bien. De fondo sonaba el televisor y se escuchaban los pasos de la gente del departamento de arriba. La gente se empecinaba por dar signos de vida.

- Están buenísimos – mentí. Solo estaban buenos. Me serví más vino.
- Qué hacés acá Luis?
- Quería verte. No puedo tener ganas de verte?
- Me vas a contar o me vas a tratar como a una boluda?
- Qué querés que te cuente Su? Estoy acá, quería verte…nada.
- Te dejó.
- Para el caso nunca estuvimos juntos
- O sea que no te quiere ver más. – sonrió.
- Qué sabés? Sos adivina ahora?
- Sos terrible. Hasta cuando vas a andar así? No querés llegar a algo?
- Llegar a qué? Con llegar a fin de mes me conformo. Su, vos ya me conocés. No me hinchés las pelotas. ¿Qué mierda les pasa a las minas? ¿Son todas sicólogas ahora? Primero te curten con el verso del no compromiso y de la libertad y de la cosa moderna, y después quieren ver adonde va uno con su vida? ¿Qué les picó?
- No seas estúpido Luis! Hacé lo que quieras. Imaginate que a esta altura de mi vida no me voy a poner a domarte. No me interesa. Te pregunto porque te aprecio. Para charlar un rato.
- ¿Quérés vino?
- No. ¿Te vas a quedar a dormir?
- Puedo?
- Podés
- Querés?
- Quiero
- Te das cuenta. Yo te quiero así, cuando podemos estar juntos sin demasiada historia, sin rollo. Dejá que los otros se compliquen la vida. Yo quiero estar tranquilo. Mañana no voy una mierda al colegio y nos vamos al cine y a comer afuera.
- Te vas a hacer la rata. Muy adulto
- Te parece?
- No sé. Después vemos. Nos podemos quedar acá todo el día. Mirando la tele, metidos en la cama.
- Me encantó. Traé el whisky.

Nos servimos dos buenos faroles llenos de hielo y con un poco de soda y nos tiramos en el sofá, frente al televisor. Estaban dando Gran Hermano Famosos. Una mierda, pero era eso o caminar hacia el aparato para cambiar de canal, porque el control remoto no funcionaba.

A Su le gustaba el whisky. Siempre le había gustado y también le gustaba fumar sus Virginia Slims. Yo no los toleraba. Largos, eternamente suaves, sin sabor ni picor, sin personalidad. Un típico pucho de mina. Así que tomamos y fumamos en silencio tratando de descular qué entendía por “famosos” la gente de Telefe… En definitiva los únicos famosos eran el conductor y sus panelistas, pero los pobres presos eran poco menos que desconocidos.

- Mirá la panza del Roña Castro – me dijo Su
- Yo lo cago a trompadas
- Me imagino
- Pero mirá lo que es! Un gordito. Lo mato

Su se rió por primera vez en la noche. Cuando Su reía el mundo se detenía por 3 segundos. Y en esos 3 segundos ella era capaz de olvidar el accidente en el que había perdido a su marido y a sus dos hijos. Al poco tiempo se había cruzado conmigo después de 20 años. Habíamos hecho la secundaria juntos y nos reencontramos en la reunión que había organizado el Carlos Pellegrini para conmemorar los 20 años de egresados de nuestra camada. El encuentro había sido espantoso y denigrante. Un pobre grupo de vejetes escudriñándose minuciosamente para ver quién había alcanzado acumular más a lo largo de dos décadas. Yo no podía dejar de verlos como “los chicos” y todo aquello me pareció innecesario y patético. Yo era ¡profesor de geografía! Sin dudas era el escalón más bajo en aquella cadena alimentaria. Era la presa y ellos los predadores. Al cabo de un rato me sentí de más. No representaba ningún desafío para nadie así que pronto me dejaron de lado, charlando con las mujeres. Y no es que entre ellas mi posición hubiese mejorado, pero al menos fueron más amables. En especial Su.
Ella también era profesora y me contó que una de sus clases la daba justamente en el Pelle, pero que estaba de licencia por lo del accidente y a medida que pasaba la noche todo lo demás dejó de importarnos. Intercambiamos teléfonos y a los pocos días volvimos a vernos.

- Me querés decir qué hace esa gente ahí encerrada? – preguntó
- Trabaja. Si son todos unos muertos de hambre. Les pagan un sueldo y se meten ahí a rascarse la chota. Vos y yo tenemos que laburar como giles todos los días.
- Vos te meterías ahí?
- A full! Es genial. Te garpan por hacer nada y si tenés ojete salís y pegás algún curro piola.
- A vos te usarían para vender peluquines – volvió a detenerse el mundo por otros 3 segundos.
- Viste cómo se nota? Recién cuando subía para acá, me miré en el espejo y me quería matar.
- Tenés que pelarte.
- Ni en pedo – serví más whisky.
- Este whisky que trajiste es una mierda
- Bueno ché!
- Mañana no vamos a poder ni movernos de la resaca.
- Vení

La besé y sentí su aliento agrio mezcla de alcohol y tabaco. Me gustó.

- Sacate todo
- Luis
- Sacate todo. Tirémonos a ver la tele en pelotas, como hacíamos antes
- Estoy indispuesta Luis
- Aguantá – me paré, fui hasta el baño y volví al living con una toalla. – Levantáte – le dije
- Sos un chico
- Dale, dale – le dije sacándome los zapatos.
- Me dejo la bombacha
- Ta bien, dale! Metele!

Las tetas de Su siempre me habían vuelto loco. Me refiero desde la secundaria. Nunca había sido muy linda, pero esas tetas lo compensaban todo, y aún las tenía bien plantadas.

- Te conté que yo me pajeaba con vos?
- Qué decís?
- Cuando éramos chicos, me pajeaba con vos
- Me estás jodiendo
- Te lo juro por Dios!
- En serio? – se sonrojó.
- Sip!

Me abrazó y me besó metiéndome la lengua bien hasta el fondo. Estaba motivada.

- Y qué pensabas?
- Que estaba con vos. Que cojíamos. En realidad pensaba que te violaba. Que te agarraba en el colegio, te encerraba en un aula y ahí nomás te violaba.
- Me violabas? Qué degenerado!
- Absolutamente. Te la metía por atrás agarrándote de las tetas. Mirá, me acuerdo y mirá como me pongo. Siempre me calentaste.

Se inclinó y empezó a chupar con fuerza y mientras chupaba yo le manoseaba las tetas tibias en un frenesí inmediato, incontenible. Cada tanto me miraba como hacen las putas en las películas porno, desafiándome a que aguantara “un poco más”, pero invitándome al mismo tiempo a que le acabara en la boca. Aguanté y aguanté durante un buen rato hasta que le agarré la cabeza inmovilizándola para obligarla a tragar todo lo mío. Sabía que no había necesidad de obligarla a nada, pero hacerlo me daba más placer.

- Quiero que me violes
- Su, no puedo más
- No me importa. No tiene que ser hoy, pero quiero que me violes. Pensá cómo querés hacerlo, pero mañana me violás
- Dame más whisky
- Todavía no terminaste ese vaso
- Dame más

Nos quedamos ahí, acurrucados como dos fugitivos en medio de un bombardeo hasta que terminó Gran Hermano y nos fuimos a la cama. No daba más, pero al menos tenía una cama caliente y una mujer a mi lado. Más de lo que merecía y más de lo que mucha gente logra tener en toda una vida. Me dormí.


A la mañana siguiente esperé a que se metiera en el baño y fui hasta la cocina por un cuchillo. Me quedé parado con la espalda apoyada en la pared y en absoluto silencio. Escuché como se secaba y como se peinaba. Sentí cada uno de sus movimientos hasta que por fin se abrió la puerta. Tenía puesta una bata y una toalla en la cabeza. Le tapé la boca, le apoyé el cuchillo en el cuello y la di vuelta. La tomé por atrás y la llevé caminando hasta la pieza apoyándole la punta del cuchillo en la espalda. Lastimándola.

- Vení hija de puta! Gritás y te mato! Te juro que te mato.

Agarré una media y se la metí en la boca lo más profundo que pude. Le arranqué la toalla del pelo y le abrí la bata. Esas tetas Dios! Le pasé el filo del cuchillo por los pezones mientras la sostenía del cuello contra la pared. Se exitó. Respiraba rápido, agitada. Bajé el cuchillo por su abdomen y la punteé un par de veces. Se quejó.

- No te quejés! No te quejes! Puta!

Apreté el cuchillo más fuerte y no dijo nada. Pude ver lágrimas en sus ojos pero no me detuve. En un movimiento rápido le corté la tirita de la bombacha. Quedó colgando desprolija dejando caer un tampón apenas manchado al piso. Saqué el cinturón de la bata, la tiré boca abajo sobre la cama y le até las manos. La hice arrodillar en el piso con el abdomen sobre la cama siempre sosteniéndole la cabeza con fuerza, tirándole del pelo.
Entonces me bajé los calzones prestados y comencé a frotarle la pija en el agujero del culo. Escupí en mi mano y se lo mojé. Entonces fue más fácil entrar. Y a medida que bombeaba le masajeaba los tetas con una mano mientras que con la otra apoyaba el cuchillo en su costado.
En un momento ella empezó a mover el culo con ganas, para arriba y para abajo, una y otra vez sin parar, gimiendo casi hasta atragantarse. Movió la cabeza y me hizo un gesto con los ojos. Le saqué las medias de la boca.

- Ah, Ah, AH!!! Sí, dale, ASÍ, ASÍ. MÁS, MÁS!!!
- Uy, Uy, cómo me calentás, como me calentás. Puta. Sos una puta.
- Sí, dale. Apoyame más fuerte el cuchillo. Dale.

Obedecí

- Ay! – gritó
- Perdoname – me disculpé retirando el arma
- NO, NO LO SAQUES. NO TENGAS MIEDO. ME ENCANTA!!! DALE!!!

Obedecí otra vez

- Ay! – gritó de nuevo

“Jodete”, pensé y apoyé un poco más fuerte y seguí dándole hasta que los dos acabamos. Después el silencio fue sepulcral con excepción de nuestra respiración. Estábamos sudados como dos maratonistas al borde del infarto. Me tiré sobre su espalda y la besé en la mejilla.

- Sos un genio – me dijo – desatame, quiero abrazarte.

Obedecí una vez más y me abrazó.

- Nunca me habían hecho sentir así. Nunca en mi vida. Prometeme que lo vamos a seguir haciendo.
- Te lo prometo – le dije incrédulo.
- Cuando me clavaste el cuchillo pensé que me moría. Ahí nomás acabé. Me hiciste tener miedo.

Sonreí como un boludo, sin saber qué decir.

- Te puedo preguntar algo?
- Sí - le dije
- Alguna vez violaste a alguien?
- Pero vos sos loca!
- No me voy a enojar.
- Pero cómo pensás una cosa así! ¿sos boluda? Me conocés de toda la vida.
- Durante veinte años no te vi…quién sabe?
- Tanto te gusto?
- Me volví loca. Creo que después de mucho tiempo sentí algo muy parecido a la felicidad. Me voy a bañar otra vez.

Se metió en el baño y prendió la ducha. Me miré en el espejo y no pude evitar reírme. Panzón, pelado, fracasado, con cuarenta años encima. No estaba tan mal. Y en eso me sonó el celular. Era Flavia, la pendeja.

- Qué querés? – le dije
- Seguís enojado?
- Y cuándo me enojé yo?
- Bueno, no sé. ¿cómo estás?
- Bien
- Donde estás?
- En la casa de una amiga
- En serio, decime
- Estoy en la casa de una amiga y me la acabo de coger
- No me digas eso, me hacés mal
- Flavia no me rompás las pelotas ¿para qué me llamás?
- Te extraño. Quiero verte
- Ahora querés verme? Hace doce horas me dejaste y ahora querés verme ¿a qué estás jugando?
- No soporto más todo esto. Esta casa, este matrimonio, es todo una mierda.
- Y qué querés que haga?
- Encontrémonos hoy a las 6 de la tarde en el hotelito.
- Ok

Corté y volví a mirarme en el espejo. Las minas estaban todas locas. No tenía la menor duda, pero ese no era mi problema. Empecé a vestirme y a pensar una escusa para sacarme de encima a Su a eso de las 6 de la tarde.

- Desayunamos – me preguntó al salir del baño otra vez con la bata y la toalla en el pelo
- Dale, pero algo livianito, tengo medio revuelto el estomago. Si sigo así esta tarde me voy al doctor…


FIN