miércoles, 8 de agosto de 2007

ESA GLADIS

ESA GLADIS

Metieron a la chica en la camioneta, se subieron y arrancaron. Era una noche cerrada y la ruta estaba desierta. La luna asomaba cada tanto entre los nubarrones y la inmensidad del campo sólo era recortada por pequeñas luces que a lo lejos, como las estrellas, parecían ser los únicos testigos de lo que había sucedido.

- Es la Gladis, boludo! – dijo el negro mientras movía el cuerpo desparramado en el asiento de atrás
- Cómo que la Gladis? – preguntó el Polaco
- La Gladis! La hermanita del Peto.
- La concha de la lora!
- Qué vamo a hacer Polaco? Estoy que me cago encima!
- Pará un minuto. Déjame pensar.

El Polaco pensó, o quiso hacerlo al menos.

- Sangra mucho? – le preguntó al negro
- No sangra nada. Ta como dormida.
- Respira?
- No sé boludo, no sé
- Fijáte, dale
- Qué no puedo con todo este ruido que hace esta camioneta de mierda. Frená.
- Qué voy a frenar! Mirá si pasa alguien
- Polaco, ¿quién mierda va a pasar? Son las dos de la mañana. No hay nadie.
- Y qué hacía esta pendeja a esta hora sola en la ruta?
- Qué se yo, Polaco. ¿qué importa?
- Vos la viste?
- Sí, pero recién cuando te pegué el grito. ¿porqué no volanteaste, la puta que te parió?
- No me putiés, boludo eh! No pude, no la ví.
- Tás en pedo, por eso!
- Ah y vos no?

El negro no le respondió. La verdad era que los dos estaban borrachos. Como siempre. Como todos los viernes. Salían de la estancia de Don Carlos, se arreglaban y de ahí al boliche a pasar la noche hasta la madrugada. Pero esta noche había habido pelea y la policía había cerrado el boliche hasta el otro día. “Qué lo parió”, pensó el negro.

- Tendríamos que estar en el boliche...a vos te parece qué mala suerte? – dijo el negro
- Cuando se entere el Peto nos mata – dijo el Polaco
- No se va a enterar – lo paró el negro
- Ah, no?
- No se va a enterar. Frená.
- No voy a frenar, negro
- Frená, la puta que te parió!

El Polaco clavó los frenos y el negro fue a dar contra el parabrisas. Lo miró y le dijo:

- Que sos estúpido eh? Y mirá lo que hiciste pedazo de boludo.

El Polaco giró la cabeza y vió a la Gladis tumbada boca abajo en el piso de la parte de atrás de la camioneta.

- A la mierda – se preocupó
- Ayudame a recostarla de nuevo – le pidió el negro

Encendieron la luz de la camioneta y con cuidado levantaron el cuerpo. Los dos se estremecieron al ver cómo había crecido la Gladis. El negro recorrió sus piernas perfectas y el Polaco se concentró en sus pechos. Cuando la recostaron finalmente, los dos se la quedaron mirandola como a una estatua de cera.

- Mirála a la Gladis – dijo el negro
- Estaba buena – le respondió el Polaco
- No digás así que parece que estuviera muerta
- Y qué sabés! Para mi que está muerta. Está helada.
- Más vale! Si andaba en el medio de la ruta. No viste el frío que hace?
- Estará muerta? – preguntó el Polaco apoyando una de sus manos en el pecho de Gladis.
- Qué hacés Polaco?
- Me fijo si está viva

El negro notó la mirada del Polaco y no quiso ser menos. En seguida comenzó a tocar las piernas de Gladis. El Polaco lo miró sorprendido, pero cómplice.

- Quiero ver si tiene algo fracturado… - se apuró el negro
- Está buena eh? – dijo el Polaco
- Ta buenísima. Ta viva?
- Me parece que sí
- A ver, correte.

Entonces el negro cruzó su cuerpo hasta la parte de atrás de la camioneta y apoyó su cabeza sobre el pecho de Gladis. Estaba viva. No había dudas. El corazón latía y él podía escucharlo a través de su cuerpo frío y terso. Se quedó ahí unos cuantos segundos, disfrutando la suavidad de aquella piel.

- Dejáme a mi – lo espetó el Polaco corriéndolo de un empujón

El Polaco se inclinó hasta el pecho de Gladis. Olía bien. La besó.

- Polaco!
- Dejáte de joder. Ni se va a dar cuenta. Mirá.

El negro observó cómo el Polaco desabrochaba la blusa de Gladis. Botón por botón. De a poco fueron asomando aquellos dos jóvenes pechos, mientras la respiración de la chica se hacía más evidente.
- Está buena la hija de puta, eh?
- Ta buenísima – dijo el negro - ¿cómo creció? Mirála.
- Le subo el corpiño? – consultó el Polaco.
- Dale, pero después la cortamos. Mirá si salen a buscarla y nos encuentran así. El Peto nos mata.
- No seas cagón, negro.

El Polaco acarició los pechos de Gladis y muy lentamente fue subiendo el corpiño. Pudieron ver la piel blanca, virgen asomar entre las manos fuertes del Polaco. Los pechos de la chica los hipnotizó, eran hermosos, duros, no muy grandes, pero importantes, dos semicírculos perfectos coronados por dos pequeños pezones. Nada que ver con las tetas grasosas y pesadas de las putas viejas del pueblo, con esos pezones gigantes y negros como dos manchas sin gracia. Gladis era diferente. Era una chica de familia, bien criada. Lo que se conocía como una chica para casarse.
El negro se tentó y metió una mano debajo del vestido de Gladis y fue subiéndole la falda. Esas piernas estaban talladas. Se exitó con los finos bellos que las vestían y sintió vergüenza, pero no podía detenerse. Llegó a la bombacha.

- Mirá – le dijo al Polaco que estaba concentradísimo masajeando las tetas de Gladis
- No te puedo creer. Tiene bombacha con tirita
- Y roja!
- Roja
- Estoy re-alpalo!
- Y yo, sabés cómo estoy. Mirá lo que es esta pendeja
- Cortémosla Polaco. Cerrale la camisa y vamo.
- Y a dónde vamos a ir? ¿qué vamos a hacer con la pendeja?
- No sé, la tiramo por ahí, al costado del camino
- Ahora va. – dijo el Polaco antes de retomar su adicción
- Qué hacés Polaco. Dejá de joder!
- Dejá de joder vos negro! Mirá lo que es esto! Yo no me voy a quedar en el molde. Si total no siente nada esta boluda.

Y ahí fue cuando Gladis tosió. El negro, rápido como el demonio, apagó la luz de la camioneta, mientras el Polaco intentaba abotonarle nuevamente la camisa.

- Polaco? – preguntó Gladis

El Polaco no contestó y Gladis se inclinó para ver a la otra persona que estaba ahí adelante.

- Negro? ¿Dónde estoy? ¿Qué están haciendo?
- Calmate Gladis – empezó el negro – lo que pasa es que tuvimo un asidente. Medio que te tocamo con la camioneta, viste?
- Me atropellaron. Con razón me duele todo este costado
- No te atropellamos. Te rozamos un poco – corrigió el Polaco.
- Y porqué no me llevaron al pueblo?
- Eh, no lo que pasa e que fue reciencito… - dijo el negro
- Y estábamos viendo si estabas bien – siguió el Polaco
- Y? Estoy bien? – preguntó Gladis con ese tono con el que no hablan las mujeres cuando quieren decir algo más. Gladis sabía lo que estaba pasando y decidió seguirles el juego a los dos vaqueanos. Los conocía desde siempre. Trabajaban con su hermano en lo de Don Carlos, en la estancia La Linda, a unos pocos kilómetros del pueblo. Seguramente habían ido al boliche, habían tomado de más y se la habían llevado puesta. No recordaba exactamente el momento. Había sido solo un topetazo que la había desmayado. Pero aquellos dos se habían asustado. Y ahora estaban más asustados todavía.

Los dos amigos se miraron.

- Estoy bien? – insistió con “ese tono”.
- Estás…bien. Parece que está bien ¿no Polaco? – preguntó el negro
- Sí, sí, estás bien. – dijo el Polaco
- Cuchame Gladis, si el Peto se entera de esto nos mata, vos sabés cómo se pone – dijo el negro
- Quedáte tranquilo negrito, que mi hermano no se va a enterar. No se tiene que enterar de nada.
- Ta bien – dijo el negro más tranquilo.
- Bueno, vamos que te llevamos a tu casa, que es tarde. – dijo el Polaco dándose vuelta para arrancar la camioneta.
- Porqué tanto apuro? Si estamos lo más bien – dijo Gladis - ¿tienen cigarrillos?
- Sí, yo tengo – dijo el negro – Tomá.
- Fuego?

El negro acercó el encendedor a la boca de Gladis y ella le agarró la mano para sostener la llama. Los ojos de Gladis eran negros como los de una bruja, profundos como la noche, peligrosos. Aspiró segura y la braza del cigarrillo se iluminó de fuego.

- Ustedes me estaban tocando…
- No digás pavadas – dijo el Polaco arrancando la camioneta
- Vos me estabas tocando las tetas
- Qué decís!
- Me duelen
- Debe ser por el golpe – intervino el negro
- Y vos calláte que me estabas acariciando las piernas

El negro se calló y se quedó mirándola. La camioneta arrancó y entonces se dio vuelta y se quedó duro mirando la ruta apenas iluminada por las luces delanteras.

- Si me llevan a mi casa le cuento todo al Peto

El Polaco frenó y apoyó la cabeza contra el volante.

- Qué te pasa Gladis? No fue nada – dijo el Polaco
- Pensábamos que estabas muerta – dijo el negro
- Y por eso se aprovecharon
- Estábamos viendo que no tuvieras nada roto – dijo el negro
- Un carajo! Qué les pasa, me están tomando por boluda?
- Gladis – dijo el negro
- Cuánta guita tienen?
- Qué? – dijeron a coro
- Que cuánta guita tienen?
- Qué se yo… treinta, cuarenta pesos – dijo el Polaco
- Cada uno?
- Entre los dos! Venimos del boliche – la cortó el negro.
- Bueno, venga la guita – los encaró
- Pero qué… - dijo el Polaco
- Venga la guita porque si no le cuento al Peto, y no le va a gustar una mierda.
- Vos te volviste loca? – dijo el Polaco
- La guita!
- La puta madre que te parió – dijo el Polaco

Buscaron en sus bolsillos y juntaron cuarenta y siete pesos entre billetes y algunas monedas. Le entregaron el dinero a Gladis.

- Ahora desvistanse
- Pero vos tas en pedo! – le gritó el negro
- Mirá, si querés contarle al Peto, contále, pero yo no me voy a sacar la ropa – dijo el Polaco
- No seas idiota – dijo Gladis y comenzó a subirse el vestido lentamente - ¿cómo piensan que me gano la guita? Digamos que tomo esto como un pago por adelantado…

El negro y el Polaco se quedaron duros mientras Gladis iba subiéndose el vestido. Volvieron a aparecer las piernas largas y la bombachita roja con esas tiritas imposibles de no querer arrancar con los dientes. Jugó con ellas, amagando, insinuándose en cada movimiento un poco más.

- Me la saco o me la dejo? – les preguntó
- Dejátela! – le gritaron los dos
- Si quieren que siga, se me desvisten. Si no, me llevan ya mismo a casa.

En diez segundos estaban los dos en cuero, solo con los calzoncillos puestos. Gladis los miró y les hizo un gesto. Se quedaron en pelotas. Hacía un frío de locos y los vidrios de la camioneta estaban empañados. El Polaco apagó el motor y dijo:

- Cómo hacemos?
- Primero me van a dar un gustito. Quiero que se besen.
- Andá a la mierda Gladis! – le gritó el negro
- Negro, besame – le dijo el Polaco
- Qué decí?
- Negro, no pasa nada. Besame. Cerrá los ojos y besame.
- No
- Negro!

El Polaco lo tomó por la nuca y lo pegó a su boca. Fue un segundo, apenas un toque.

- Listo! Contenta! – dijo el Polaco
- Hijo de puta!
- Jajajaja! No, no, no, eso no fue un beso. A ver Polaco vení. Besame.

El Polaco cruzó la mitad de su cuerpo hacia la parte de atrás de la camioneta y abrazó a Gladis como quien abraza a la mismísima felicidad. Casi al instante su lengua jugaba agria en la boca de Gladis que tardó unos cuantos segundos en sacárselo de encima.

- Eso es un beso! – dijo Gladis entusiasmada.
- Vení, la concha de tu madre – le dijo el Polaco tratando de agarrarla.
- Pará, pará, pará, pará. Todo llega. Pero ustedes están en deuda conmigo
- Qué en deuda! Si ya te pagamos! – dijo el negro rascándose la cabeza
- No. Ustedes me indemnizaron por atropellarme. El dinero que me dieron es para los medicamentos.
- Pero si estás perfecta – dijo el negro
- Qué sabés. Mirá si estoy toda reventada por dentro
- Yo te voy a reventar por dentro – le dijo el Polaco.
- Todavía no. Primero se besan como se debe. Por lo visto vos sabés muy bien cómo se hace.

El negro lo miró al Polaco.

- Me tocás y te juro que te mato.
- Negro, mirála bien. Vení para acá y dejate de joder.
- Vamo a parecer trolos, boludo. Yo no soy trolo, boludo.
- Ya sé negro, yo tampoco. Vení. No pensés en mi. Pensá en Gladis. Mirá lo que es esa bombachita.

El negro abrazó al Polaco y comenzaron a besarse intensamente.

- Ustedes sigan – les dijo Gladis.

Después se acomodó en el asiento de atrás, abrió las piernas, se corrió la bombacha y empezó a tocarse y a mover la cintura para arriba y para abajo. El Polaco y el negro dejaron de besarse y la miraron.

- Sigan! La puta que los parió!

Obedecieron de inmediato y se arrodillaron uno frente al otro, intentando encontrar una posición que les permitiera observar a Gladis. Gladis, por su parte, estaba poseída. Gemía y respiraba agitada mientras se frotaba con fuerza con la palma de la mano, mirándolos fijamente. Ninguno se animaba a dejar de besar al otro, y mientras lo hacían, disfrutaban del espectáculo que Gladis les había montado a cambio. Comenzaron a exitarse. Gladis lo notó y estiró la mano hacia delante. Primero acarició los huevos del Polaco que inmediatamente abrió las piernas para facilitarle el trámite a Gladis, que después de un rato pasó a los huevos del negro. Ahora los dos estaban atravesando una de las más increíbles erecciones que habían tenido en toda sus vidas.

- Háganse la paja! – les dijo Gladis

Los dos peones se pusieron manos a la obra.

- No, así no! Uno se la hace al otro.

Se miraron de reojo, tratando de decidir qué hacer ante semejante pedido. El Polaco parpadeó una vez en señal de asentimiento, pero el negro abrió los ojos bien grandes intentando detenerlo. Demasiado tarde. Cuando quiso acordarse, el Polaco ya estaba dándole al asunto sin asco. El negro titubeó. Acercó su mano a la poronga de su amigo, pero apenas la agarró, la soltó con asco.

- Dale negro! – gritó Gladis
- Ale egro! – le gritó el Polaco sin dejar de besar al negro.- ¡irá lo é e eta uacha!! Ale, Ale!
- La uta e e arió – le contestó el negro.

Entonces fue con su mano hasta la pija del Polaco y empezó a pajearlo. Gladis se entusiasmó más y mientras se tocaba y subía y bajaba, daba pequeños gritos de placer “ay, ay, ay, ay". Adelante los dos peones hacían lo que podían para exteriorizar su frenesí sin separar sus bocas por temor a romper el encantamiento: “mm, mm,mm,mm”.

- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”
- “ay, ay, ay, ay”
- “mm, mm,mm,mm”

Con la mano libre Gladis se pellizcaba los pezones, apretándolos con fuerza, al tiempo que se doblaba como un arco antes de lanzar la flecha. La camioneta se movía como un frágil bote en el oleaje, mientras la noche permanecía ajena a todo. Extraña y excluida de aquel recinto encriptado por el placer.
Los dos hombres acabaron casi al mismo tiempo. Gladis saltó como una gata rabiosa y se tragó lo del Polaco que dejó de besar al negro de inmediato. Entonces el negro la agarró del pelo a Gladis y de un tirón la obligó a tragarse también lo de él.

- Qué hacés boludo! – lo retó el Polaco
- Y qué queré! – le contestó el negro

Gladis terminó con el negro, volvió sobre el Polaco y después se dejó caer exhausta sobre el asiento de atrás. Se quedaron los tres en silencio un buen rato, tratando de recuperar la respiración sin saber qué decir. Gladis se bajó el vestido y le pidió al negro otro cigarrillo. El negro se lo dio encendido y comenzó a vestirse. El Polaco lo imitó sin poder creer lo que había sucedido.

- Sos una hija de puta – le dijo a Gladis
- No te gustó?
- Sí, pero te quiero coger.
- Yo también. – se sumó el negro.
- Cuando quieran. Pero son cien pesitos.

El Polaco arrancó y se puso en marcha. Nadie dijo nada. Estaba claro que las palabras sobraban. Fumaron con las ventanillas bajas tratando de perderse en la espesa noche del campo. Las pequeñas luces a la distancia continuaban desperdigadas en la negrura como faros distantes, como bichitos de luz.

- Déjenme acá – dijo Gladis
- Pero falta bastante para tu casa - dijo el negro
- No importa.

Gladis se bajó y el Polaco pegó la vuelta.


Como todos los días, el Lunes, los dos peones llegaron a eso de las cinco de la mañana a la estancia de Don Carlos. El resto de los hombres estaba sentado en semicírculo tomando unos mates amargos. Cuando entró el Peto, todos se pusieron de pie. El Peto asignó las tareas y de a uno fueron abandonando el galpón. Al final solo quedaron el negro y el Polaco.

- Peto, tené un minutito? – preguntó el negro
- Decíme negro.
- Nada, resulta que queríamo ver si le podés sacar un adelanto al Don Carlo. Andamo medio cortos, viste.
- Cuánto quieren?
- No mucho, digamo unos cien.
- Dejáme que lo veo y les aviso. Y ahora métanle che, que ya es tarde. Va, va.
- Gracias Peto – dijo el Polaco
- Gracia – dijo el negro.

Salieron del galpón, subieron a la camioneta y suspiraron tranquilos.

- Esa Gladis – dijo el negro
- Te juro que la parto en ocho. En ocho!

FIN

1 comentario:

Senén dijo...

Ta bueno, se ve que la Glady tiene mucho mas quilometraje recorrido que lo que aparentaba a los ojos de los peoncitos y además bastante podrido el bocho.
Lo que no veo es que sea realidad la conducta de los peones, conociendo a esa gente dura y sufrida.
Creo que la hubieran dejado por alli y se montaban una oveja si era necesario.
Pero todo puede ser, lo importante es que el cuento se lee de corrido y eso tiene valor.
Saludos
Senén