miércoles, 5 de septiembre de 2012

ANOCHECE

Me preparé un Bloody Mary y me despatarré en la cama. Hacía frío. Así que después de unos minutos me tapé hasta el cuello. Encajonado en la cama con mi BM. Esto es vida, pensé. El ser humano se complica demasiado las cosas. Yo me complico demasiado las cosas. Estaba frito. Llegué a la mitad de mi vida sin lograr nada extraordinario. Una casa, un auto, un trabajo, una mujer. Todo por unidades y nada en abundancia. Lo único que me sobran, al fin y al cabo, son años. Los años se acumulan quieras o no. Como la mierda en los intestinos. En un momento pensás que tenés toda la vida por delante y un segundo después notás que la vida está atrás tuyo empujándote contra la muerte. Ya no le servís a la vida. Hiciste de la vida una miseria y a ella no le gusta y simplemente quiere deshacerse de vos y de tu puta mediocridad. Ahí estoy yo. En ese punto. En pleno forcejeo. Demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll. Esa frase es buenísima. Obviamente no me pertenece. Mi frase célebre es “se acabó la alegría”. No sé cuándo la dije, pero los dos o tres borrachos que me acompañaban en ese momento, la festejaron. “Se acabó la alegría” dije. Y eso fue todo. En la televisión no daban nada interesante. Noticieros y más noticieros. Pero ya estaba hasta los huevos de los noticieros. Me estaban volviendo loco, como una lenta tortura. Pobres tipos los de los noticieros. Todo el día ahí sentados, mirando de frente a una cámara y pensando “habrá alguien del otro lado de ese agujero negro”. Siempre hay alguien. El televisor es el lugar en donde encuentran consuelo todas las almas desahuciadas. Ahí estamos, nos guste o no lo que nos ofrezcan. Desde chico fui un adicto a la tele. La tele es algo fantástico. Igual que la radio. Son los dos únicos medios que verdaderamente valen la pena. Estoy viejo. Ahora andamos por ahí mirando nuestros teléfonos a toda hora. Cagamos sosteniendo nuestros celulares. Cojemos con los celulares al alcance de la mano. Los celulares se han transformado en nuestros corazones. Perder el celular es lo mismo que morir. Y todos los días salen modelos nuevos, con nuevas funciones y la gente se desespera por conseguirlos, para lucirlos en el subte y en el colectivo. Ridículo. Ahí echado, con mi bebida en la mano todo parecía más sencillo. La casa estaba vacía y silenciosa. Me tiré un lindo pedo y me reí como un idiota. Levanté la sábana y me lo fumé. Un asco, pero volví a reírme. Un hombre solo no sirve para mucho más. Tomar y pedorrearse. Por eso los tipos que están solos la mayor parte de su vida, al final terminan solos. Pierden el sentido de la compañía. El respeto hacia el prójimo. Yo podía ser un montón de cosas, pero no era irrespetuoso. Jamás me tiré un pedo delante de una hembra. Lo juro. No puedo hacerlo. Una vez mi mujer me dijo “quiero que te tires un pedo”. “No puedo”, le dije. Pero insistió. Entonces hice fuerza, pero no logré nada. Silencio y aire puro. Un fracaso. Como siempre digo, las mujeres están locas. Cuando le pregunté por qué quería que me tirase un pedo, me dijo “no sé, para ver cómo es”. Loca. Es ruidoso y huele a mierda. ¿Quién las entiende? Puse el canal Gourmet. Un gordo chino preparaba sushi. Me quedé mirando sus manos regordetas jugueteando con el arroz, el salmón y las paltas. No soy fanático del sushi, pero a la hora de comer, suelo no protestar. Simplemente abro la boca y mastico. Me puse a pensar qué me harían de comer esa noche. No se me ocurrió nada especial. Todavía era temprano. La flaca no llegaría hasta dentro de un rato. Buena mujer. Cocina bien, aunque no le gusta cocinar. Su mejor plato, las milanesas. ¿Cómo es que terminamos juntos? Es un misterio. Como casi todo lo que se refiere a las relaciones humanas. A un viejo amigo, una noche, su mujer intentó acuchillarlo cuando supuso que la engañaba con otra. Llegó a su casa, abrió la puerta y ¡sácate!, ahí estaba el cuchillo bailando frente a él. Forcejearon, cayeron al piso y lucharon hasta que él logró sacarle el cuchillo. Todos supusimos que aquel sería el final para esos dos, pero no. Siguen juntos. Cada uno por separado asegura que odia al otro. Pero ahí están. Como pueden, pero están. Muchos otros se rinden antes de tiempo. La mayoría lo hace. Apenas ven a sus mujeres afilando un cuchillo, desaparecen. Nosotros no nos acuchillamos, nos gritamos. Después hablamos y después nos abrazamos. No podemos acostarnos peleados, en silencio, sin hablar. Somos demasiado flojos para eso. Necesitamos saber que el otro estará ahí a la mañana siguiente. El chino ya no estaba ahí. Tampoco el sushi. Ahora había dos hermanos millonarios que me caían muy bien. Eran simpáticos y no tenían complejos estúpidos por tener dinero. Los Auténticos Petersen. Terminé mi Bloody Mary, apagué la tele y me quedé unos segundos en silencio. El edificio ya se estaba llenando de gente. Vibraba lentamente. Quise estar en otro lugar, no muy lejos de ahí. Pero no me moví. Soy un león que de tanto vivir encerrado, ahora le teme a la selva. Esperé, esperé y esperé. Tenía hambre pero sabía que era incapaz de valerme por mí mismo. Había llegado la hora del día en que debía ser atendido. Lo único que pude hacer fue estirar la mano y encender nuevamente la televisión. Y ahí estaban los dos ricachones tomando champan y cocinando quien sabe qué. Los miré y pensé que aquellos dos, eran verdaderos hombres. fin

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