sábado, 5 de junio de 2010

MARIPOSAS Y GUSANOS

Asomé el brazo por la ventanilla del Ford Taunus y arrojé el vaso al aire. Todos los que estaban conmigo hicieron silencio y cuando el vaso reventó sobre el capó del auto de al lado estallaron en gritos y carcajadas. La pobre mina que manejaba ni siquiera nos miró. Quedó petrificada como una estatua con la vista hacia adelante y casi al instante dejamos de prestarle atención. Las botellas, las latas y los paquetes de cigarrillos flotaban en aquel viejo sedán, yendo de mano en mano y de boca en boca. Habíamos empezado a tomar en casa, como todos los viernes. Los viernes en casa eran un ritual. Cada uno salía de su trabajo y después de pegarse una ducha aparecían en mi puerta con alguna botella extraña. Yo siempre tenía cervezas. No recuerdo haber pasado una semana entera de los últimos veinticinco años, sin haber tomado cerveza. Es raro decirlo así, pero la cerveza es lo único a lo que le he sido absolutamente fiel a lo largo de mi vida. La cerveza y la música. Soy bígamo. Ambas cosas significan mucho para mi. No hay demasiados placeres capaces de superar a la sensación de estar sentado escuchando buena música con una cerveza helada en la mano y un paquete de cigarrillos al costado. Y pensándolo bien, me parece una buena forma de morir. ¿Cuál sería la última canción de mi vida? Highway to Hell no estaría mal. Aunque Beast of Burden sería otra excelente opción. Y a eso nos dedicábamos cuando estábamos en casa. A escuchar música, a fumar y a tomar. Si teníamos tiempo también hablábamos (de música) y según quién viniera conectábamos algunos instrumentos para ver qué salía. Éramos jóvenes. Teníamos almas, hígados a estrenar y las resacas se desvanecían bajo la ducha, a la mañana siguiente. No nos interesaba ir a bailar, o conocer mujeres. Si queríamos sexo, llamábamos unas putas y a otra cosa. Nunca me gustaron las putas. Cuando las tengo en frente no puedo evitar pensar en todos los chotazos, wascasos y salivasos que se tragan a diario, y eso me descompone. Me las quedo mirando como si fueran bolsas de residuos patológicos, sin poder cogerlas. Más bien me dan asco, me parecen sucias y, para colmo, ninguna puta que esté a mi alcance puede estar realmente buena. Pero igual las llamábamos cada tanto y principalmente me dedicaba a manosearlas y esas cosas, pero jamás a metérselas. Tengo una sola chota y la cuido con devoción. A lo sumo una pajita y a cobrar, pero jamás pasé de eso. Éramos como una jauría y compartíamos todo, y nos movíamos más bien como un organismo que conectaba con cada una de sus partes a través de descargas eléctricas. No queríamos tener ningún tipo de compromiso con nadie más que con nosotros. Y en aquel momento, aquella amistad parecía estar construida y basada en un vínculo mágico e indestructible. La realidad, con los años, terminó siendo otra y varios de aquellos amigos, hoy son prácticamente extraños. Ni siquiera sé dónde están o en qué andan. En la mayoría de los casos los hombres pierden a sus amigos por las mujeres. Los hombres cada vez son más y más cobardes a la hora de ponerles en claro las cosas a las mujeres. Entonces terminan yendo al supermercado o preparando la cena (como si eso fuese cool), o levantándose a cambiarle los pañales a los pibes (como si los chicos fueran a recordarlo alguna vez), en lugar de juntarse cada tanto a tomar una cerveza. Y cuando lo hacen, proponen que sea un MIERCOLES. No imbécil! Las cervezas se toman o los viernes o los sábados, la concha de tu madre. A no, pero los viernes y los sábados no puedo dejar a mi mujer, te dicen. Como sea, hay amigos que no son capaces de honrar la amistad y es por eso que hay que dejarlos de lado. Un amigo boludo, siempre terminará siendo simplemente un boludo. Hasta la vista baby.

Con otros en cambio seguimos viéndonos, y si bien ya no nos dedicamos a tirar vasos por las ventanas, el germen de la enfermedad sigue ahí, vivo, como esas células terroristas que permanecen dormidas hasta que deciden subirse a un avión y hacer de las suyas… Conozco gente. Me junto con gente. Voy a reuniones con gente. Y siempre llego a la misma conclusión: cuando nosotros nos juntamos nos divertimos más que otra gente de nuestra generación. Y ahí está la cosa. En particular, me quedé con los divertidos y expulsé a los que se marchitaron, a los que se apagaron, a los que decidieron que había llegado el momento de madurar y hacerse viejos. Hombres de bien. Ciudadanos. No sé si está bien o mal. Tampoco me importa. Pero sé que es así. Sé que hay gente que un día se despierta hecha una mariposa. Yo, en cambio, sigo eligiendo a los gusanos, que se arrastran alimentando la eterna esperanza de alcanzar algo que ni siquiera pueden describir. Elijo a los inconcientes, a los inmaduros, a los que muestran el ojete en la Plaza San Marcos, a los que te echan de sus casas totalmente borrachos para encerrarse a vomitar, a los que viven a pleno el sedentarismo y solo lo abandonan para intentar bailar The Trooper como espásticos. Prefiero a los que gritan y te escupen en la cara cuando te cuentan entusiasmados de aquella vez que solo por pura maldad y estupidez, destruyeron un balneario de madrugada, tirando todas las sombrillas al mar. Qué se yo. En aquella época, todos éramos así y todos los viernes nos juntábamos en casa, sin hijos, ni mujeres, ni futuro. Solo para exprimir un presente inútil, genial y vacío.
Ya no tengo más ganas de sentarme a la mesa con nadie que me hable de negocios, de guita, de política, de las crisis de España, Grecia, Portugal y de la posible desaparición del Euro. Que me chupen un huevo. Todo va a desaparecer de todos modos. No quiero que un ambientalista trate de explicarme las consecuencias catastróficas del derrame de petróleo en el Caribe. Todos son ambientalistas, pero todos tienen sus coches a nafta. ¿y qué mierda esperaban? Cada tanto estas cosas pasan. Pero ahora está lleno de papanatas apocalípticos que se cagan en las patas por cualquier cosa. Terremoto en Haitti, se acaba el mundo. Terremoto en China, se acaba el mundo. Terremoto en Chile, se acaba el mundo. Erupción de un volcán en Islandia, se acaba el mundo. Derrame de la British Petroleum, se acaba el mundo. Basta. Quédense tranquilos, cuando se acabe, se va a acabar y no vamos a tener tanto tiempo para filosofar al respecto. Será como el fin de una burbuja: ¡plop! y a otra cosa. Al fin y al cabo, la vida es una atrocidad. Es como una cinta transportadora de botellas de vidrio sin nada que la contenga al final. En un principio todos estamos en la cinta. Vos, tus padres, tus abuelos y así. Si se da la lógica, los primeros en dar contra el piso serán tus abuelos. Después alguno de tus padres (con suerte los dos). Y entonces comienzan los problemas verdaderamente serios. Tomar conciencia de que la próxima caída será la tuya, la de uno. Asumir que uno es el próximo en la lista y que esa puta cinta transportadora no va a detenerse. La vida es impiadosa y Dios se equivocó al darnos conciencia de nuestra muerte. En ese sentido cualquier animal la pasa mejor que cualquier ser humano. Un perro, por ejemplo, no anda por ahí mortificado esperando los resultados de su examen clínico. Agacha la cabeza, comelo que le ponen en el plato y a fumarla. Eso se llama paz. El hombre, en cambio, sabe que al final solo le caben dos opciones: transformarse en gelatina o en ceniza. Una cagada. Y esto lo llevó a sacar una conclusión equivocada: la vida es corta. Y ahí terminó de arruinarlo todo. Con la intención de vivirlavidaalmáximo, se rodeó de urgencias y tecnología y obligaciones inútiles que lo han convertido en un ser inmediato. En los trabajos, todo es urgente. En los momentos de ocio, sale a correr. Y a la hora de comer elije los Fast foods. Teléfonos hasta por el culo, que suenan, vibran, cantan o te retan si no los atendés. Mensajes de texto, Factbook (para recuperar rápidamente el tiempo perdido con seres, en su mayoría intrascendentes), Twitter para “tuittear” (y que por favor alguien me explique esto), autos cada vez más veloces para “volar” en avenidas de circulación cada vez más lenta…y mucha, pero mucha vida sana: no fumar, no tomar, ejercitar, entrenar, jugar al tenis, al fútbol, al paddle, nadar, trotar, caminar, GASTAR ENERGÍAS. Y así llegamos a transformarnos en lo que somos hoy: la primera raza en la historia del universo que muere sana. La humanidad está muriendo de cansancio. El hombre hace tantas cosas que las baterías terminan gastándose cuando el juguete aún es nuevo. Pues bien. Odio a esa gente, cosa que es un problema porque quiere decir que prácticamente detesto a todo ser vivo y pensante. Por mi está bien. Ninguna teoría es capaz de afirmar que las multitudes son necesariamente buenas.

Lo que a mi me gusta son otro tipo de personas. Personas que se sientan a la mesa y no te miran raro después de abrir la cuarta botella de vino y el segundo atado de cigarrillos. Gente capaz de cagarse en todo. Así son mis amigos. Seres sin respeto por nada. Sin protocolo. Hombres políticamente incorrectos. Degenerados intelectuales. Basuras que piden más y que viven cada encuentro como si fuese la última noche en la tierra, con la tranquilidad de saber que mañana, en realidad nunca existe. Mañana es una palabra de ciencia ficción, es charlatanería, fantasía, mentira. Y si la cosa llegó hasta acá, está bien que así sea. Gelatina o cenizas. Pero no van a faltar nunca los abrazos infartantes, los bailes guitarreros sin guitarras, los coros de ciertas canciones cantados en voz alta y los chistes de pésimo gusto, la impiedad más sincera y divertida que puedan imaginar. No hay corbatas, no hay camisas de seda, no hay voces afectadas, ni ofendidos, ni miradas por encima del hombro. Hay muchísimo conocimiento cinéfilo, literario y musical, y a decir verdad, no creo que haya mucho más sobre lo que hablar en esta vida. Simplemente hay que mantenerlo simple.

Hace un par de años me invitaron a una fiesta en un barrio cerrado de los más exclusivos de la zona norte y la música se escuchaba desde dos cuadras a la redonda. Nos miramos con la flaca y dijimos, vamos a bailar hasta mañana. Cuando llegamos, vimos que habían montado una enorme carpa con luces, barra, dj, escenario, etcétera. Era como estar en el Cielo, sin embargo los invitados parecían maniquíes de plástico, sin vida. Perfectas estatuas impolutas. Y todos sonreían y te saludaban y la flaca en un momento me preguntó:
- ¿No sabía que conocías a tantos invitados? ¿quiénes son?
- No tengo la más puta idea. Son de esos boludos que saludan a todos por las dudas.
- Ah – me dijo – vamos a la barra.

Y ahí encontramos a la única persona viva y que realmente valdría la pena rescatar de un holocausto nuclear: el barman. Era un negro que te daba lo que le pedías y mientras servía los tragos te dabas cuenta de que conocía muy bien de qué iba la cosa. Después del tercer whisky, fui por una lata de cerveza para bajar un poco.

- Acá no toma nadie, no baila nadie, no coge nadie, son todos una manga de maricones – le dije.
- ¿Sabés lo que pasa con ustedes? Se miran mucho al espejo.

En el momento no supe qué me había querido decir así que agarré mi cerveza y lo dejé hablando solo, pero cuándo salí de la carpa y pude mirar todo con cierta perspectiva, lo comprendí. Todos aquellos cadáveres estaban cuidando su imagen permanentemente. Nadie bailaba porque temían arrugar sus camisas o sus vestidos. Por eso mismo, los que realmente se conocían se saludaban dándose la mano. Y se daban la mano y se observaban en detalle mutuamente, tratando de detectar marcas, precios y antigüedad de las prendas. Y las minas! Hijas de puta, frígidas, falsas de mierda, saludándose con esos besos putos que no son besos, rozándose apenas las mejillas para que no se les corriera el maquillaje. Lo único que me quedó por hacer fue emborracharme hasta el tope y en un momento terminé sentado en una reposera hablando con uno que sí conocía bastante.

- Mirá esa carpa de mierda – le dije – repleta de muñequitos de torta. Si tuviera kerosene los prendería fuego.
- No es para tanto.
- Mirá esas minas. Son todas modelos y nadie se les acerca. Los tipos las miran sosteniendo siempre la misma copa de champán y se quedan petrificados. Deberían chuparse una botella y salir a correrlas en pelotas por el jardín.
- Vamos – me dijo la flaca
- Pará, dejame ver un poco toda esta mierda ¿viste lo que me dijo el barman?
- Sí…
- Tiene razón
- Claro que sí. Ahora vamos.

Y me paré y salí de ahí sin saludar a nadie. Les di la espalda y cuando llegué al auto, me agaché y estuve cinco minutos vomitando todo ese whisky y toda esa cerveza helada y divina. Y cuando volvíamos a la Capital le decía a la flaca: “yo hago mejores fiestas que esta bosta, mucho mejores fiestas. Mañana empiezo a organizar una con los chicos y el sábado que viene nos vamos a cagar de risa”. Y ella me decía “bueno” mientras manejaba, y yo, cada tanto, estiraba el brazo para tocarle una teta.

En general la gente no sabe divertirse y eso es imperdonable. Es como haber perdido una porción fundamental del instinto. Dejar de ser humanos para convertirnos en porcelanas a punto de quebrarse. Van a “fiestas” y no comprenden que la verdadera fiesta está en ellos, entonces se quedan ahí, todos juntitos sin hacer nada, como un puñado de judíos a punto de ser exterminados en una cámara de gas, preguntándose “¿y la fiesta?”, y después cuándo se van, lo hacen echando putas y diciendo “¡qué fiesta de mierda!”. Nadie va a reírse por uno, nadie va bailar por uno, nadie va a hacer nada por uno. Las noches que nos íbamos a ver a Sumo a Cemento eran una fiesta. Pero la fiesta comenzaba mucho antes, cuando nos juntábamos en casa, probablemente un viernes o un sábado a la noche. Sumo, en todo caso, era la culminación de una noche de fiesta, era el acto de cierre, pero todo lo previo también entraba dentro del mismo paquete. Ir en contramano por Avenida Pueyrredón tirando botellas de cervezas vacías por la ventana, parar a mear en cualquier esquina, meternos a la policía en el bolsillo a costa de chistes y unos mangos para que nos dejara seguir adelante, cagarnos a trompadas con los punks o los skin heads antes de entrar al recital, esperar a que saliera el pelado dando vueltas por ese lugar magníficamente decadente (como casi todo en los ´80), ver a Chabán con su postura eternamente estúpida entre la gente, cruzarte con algún famoso y bailar con aquella música única que rebotaba sin parar sobre las paredes como un martillo mecánico. Todo era parte de un estado festivo en el que no había tiempo para las posturas o mejor dicho, para las imposturas. Eras o no eras. Y hoy es lo mismo. Sos o no sos. Lamentablemente no hay solución para esto. Está en uno, y si ayer no fuiste es imposible que lo seas hoy. Cagaste, estás en otro lugar, en otro espacio. En un espacio al que puedo simularle respeto, pero que en realidad me causa gracia. Eso también está bueno. Saber que sabés cosas que otros jamás sabrán. Alguno podrá decir que ellos saben cosas que uno no sabe, y está bien, no digo que no. Pero si no estuviste en ciertos lugares, en ciertos momentos, porque preferías ir a Pachá, qué se yo, estás en el horno. Y ese no es mi problema.

Una noche mi mejor amigo me pidió que le enseñara a manejar, así que nos fuimos a la madrugada a Ciudad Universitaria con el Renault 12 de mi vieja. Estábamos los dos bien en pedo. Me bajé. Me senté del lado del acompañante y le dije, arrancá con cuidado. Me hizo caso y fue con cuidado. Metéle, le dije. Y le metió. Ahora metete en el pasto y subí a esa lomada. Y sin discutir me obedeció. Terminamos patas para arriba con el Renault dado vuelta sobre el techo. Y mientras no parábamos de reírnos los chorros de cerveza caían desde arriba, regándonos en una lluvia celestial, soñada y perfecta. Después salimos, nos sentamos en el pasto, terminamos la última botella y aprovechando la pendiente logramos dar vuelta el auto y volver a casa pensando qué mentira podíamos inventarle a mi vieja para que no nos matara. Nada es tan grave. Acá sigo. Reíte.

1 comentario:

Craken dijo...

escribes fantasticamente. me encanta. estoy aprendiendo mucho. soy de usa pero voy a ir a vivir a tu pais, porque me gusta mucho. me gusta mucho su gente..y los conozco mejor a travez de tus escritos, que otra vez, son fantasticos..