sábado, 5 de junio de 2010

AL DEJARLA

Me miré la mano y vi dos cosas: un manchón de sangre y la marca de un diente en uno de mis nudillos. Más adelante, acurrucado en el piso, estaba el hermanastro de mi pareja. El pobre infeliz no dejaba de mirarme y de gritarme, “sos un hijo de puta, sos un hijo de puta”, mientras el verdulero me inmovilizaba como si yo fuera un demente. Probablemente tenía razón. En ese momento la idea del asesinato no me parecía tan extrema, es más, hubiera sido una buena forma de acabar con un problema que desde hacía ya algún tiempo me tenía hinchado las pelotas.

Resulta que el tipo quería ser fotógrafo y se había anotado en algún curso decadente para justificar su paso por la tierra, y hasta ahí todo bien. La cosa se complicó cuando un día ella viene y me dice “Augus me va a sacar unas fotos para un trabajo práctico que tiene que hacer”. Mi respuesta fue terminante.

- Ese boludo te quiere coger
- ¿Cómo decís una cosa así? ¡Es mi hermano!
- ¡Y una mierda! Hace dos años ni siquiera lo conocías, y ahora ¿es tu hermano?
- ¡Es mi hermano!
- No seas pelotuda. Te quiere coger
- Lo que pasa es que vos no querés a nadie, no creés en nadie
- Yo te quiero a vos y sé lo que te digo

La petisa estaba buenísima, aunque era media estúpida. Era ese tipo de persona que inmediatamente después de conocer a alguien ya lo cataloga como “amigo”, como si la amistad fuese una enfermedad ultra-contagiosa. Ella necesitaba tener llena la agenda con números de teléfonos, direcciones, fechas de cumpleaños y recordatorios inútiles sobre aspectos aún más inútiles, de un montón de personas inútiles. En fin, era ese tipo de persona, auque quizás el estúpido fuera yo, siempre a la defensiva, degustando mi soledad y escabulléndome de la muchedumbre. Ahora no recuerdo cómo era que me decía, pero era algo así como una combinación abominable entre ermitaño e intolerante. Tenía razón. Pero yo también la tenía. Sabía lo que el boludo ese se traía entre manos. Siempre mirándole el culo con cara de baboso, sonriéndole y haciéndose el comprensivo. A mi me daba asco. Toda la situación me parecía desagradable, casi enfermiza. El, ella, su supuesta hermandad y yo en el medio corriendo de un lado al otro con el cinturón de castidad. Pero yo, era el loco.

Para colmo las cosas no estaban del todo bien entre nosotros. Hacía años que estábamos juntos y estaba claro que ya no volvería a salir ningún conejo del sombrero. Nos conocíamos demasiado y eso es letal. Para sostener viva una relación es imprescindible que existan sombras, zonas oscuras, secretos, intimidades íntimas, defectos imposibles de compartir, mentiras. De otro modo es lo mismo que estar solo y mirarse al espejo: uno ya sabe lo que va a ver.

Lo cierto es que ella no quiso escucharme e hizo lo que quiso hacer. Jugó a la modelo durante un día entero y la cosa pasó, quedó ahí. Pero no por mucho tiempo. A la semana me llamó desesperada, llorando y gritando como una loca.

- Es un hijo de puta, un degenerado. Todas las fotos que me sacó son primeros planos del culo!
- Decile que me guarde alguna.
- No ves que sos un forro!
- Esperame, ahí voy.

Agarré mi cadena y me subí al 60 sabiendo exactamente lo que estaba a punto de hacer. Esa noche sería la última noche de un montón de cosas, y la idea me fascinó por completo. Iba a hacer daño.

El resultado fue mejor de lo esperado. Ocho puntos en la cabeza. Tres más en el pómulo izquierdo. Fractura de nariz y dos dientes pasados a mejor vida. Knock Out en el primer asalto.

Tanto él como yo le debemos la vida al verdulero que fue lo suficientemente fuerte como para detenerme antes de que yo llegara a tirarlo debajo de un colectivo que pasaba por Virrey del Pino. Gracias.

Después de eso la vida durante un tiempo fue pasando en cuentagotas. Cada día era un martirio, una nueva discusión, una veda. Que no dejaban que me viera, que no podía volver a entrar a su casa, que iban a denunciarme, que me iban a venir a buscar los amigos del hermanastro y así, hasta que un día le pregunté:

- ¿tu viejo sabe lo que pasó acá? ¿vió las fotos?
- Sí
- ¿y no va a hacer nada?
- ¿Y qué querés que haga? Ya me dijo que era una pelotuda, que no tendría que haberme prestado a algo así.
- Tiene razón, sos una pelotuda.

Hace unos meses la volví a ver en una reunión de ex no sé qué y ya no estaba tan buena como había estado, y eso me hizo sentir mejor. Pero en aquel momento, sufrí al dejarla.

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