viernes, 4 de febrero de 2011

GRANOS!

Alejandra se bajó la bombacha, se acostó y abrió las piernas. “Mirá” – me dijo.

- ¿Y qué mierda es eso? – le pregunté
- No sé, por eso quiero que mires.

Así que me arrodillé y fui acercando mi cara lentamente, con cuidado, intriga y preocupación. Tenía algo raro justo en la parte superior de uno de sus labios. Como si le hubiera crecido un segundo clítoris. No hubiese estado mal después de todo. Si con uno gozaba como gozaba, con dos la cosa sería de antología. En fin. Despacio me fui haciendo lugar entre los pendejos para poder ver mejor, sin embargo la tarea era imposible. Simplemente no paraba de moverse y de lloriquear.

- ¿¡Qué hacés, qué hacés, pará, me duele!?
- Pero si apenas te estoy tocando
- Igual me duele
- No te quejes. Está claro que no te bañaste y yo no digo nada
- Boludo
- ¿Te bañaste?
- Boludo! No entendés que no me puedo ni tocar ¡ME DUELE!
- Ok, esperá
- ¿Dónde vas?
- Esperá

Salí de la habitación, fui hasta la cocina y me puse a revolver los cajones hasta encontrar lo que había ido a buscar. Una lupa. Eso debía vastar para observar mejor aquella repentina malformación. “¿Cuánto estaríamos sin coger?”, pensé. Me la había cogido hacía tres días y por lo que había visto me animaba a diagnosticar una veda no menor a los siete días… Diez días sin ponerla… De ninguna manera. Cuando uno empieza a coger con cierta periodicidad, el organismo se revela ante la posibilidad de la abstinencia. El amor y el cariño son cosas distintas que nada pueden hacer frente a la rebelión del orgasmo reprimido. Por eso es imprescindible buscarse mujeres saludables, que siempre estén dispuestas a echarse un polvo sin que ninguna dolencia se los impida. La salud y la fidelidad son dos caras de una misma moneda. No lo habrá dicho Mahoma, pero es verdad.

- ¿Qué estabas haciendo? – espetó
- Estaba buscando esto. Abrí – le ordené
- Me duele mucho Manu
- Abrí, haceme caso
- No me toques
- No te voy a tocar
- Jurámelo
- ¿Porqué en lugar de romperme las pelotas, no te sentás y mirás lo que hago?
- No puedo, me da impresión
- Bueno, entonces calláte y dejame mirar

Acerqué la lupa tratando de hacer foco. Era un lupa vieja, pero confiable. Sonreí. Menos mal que lo que estaba viendo era producto del aumento. De otra manera mi modesto compañero hubiera sido incapaz de llenar aquel pozo gigantesco. Cosa rara la concha. Peluda, olorosa, arrugada, irresistible. Aún herida, la concha de Alejandra me excitaba irremediablemente. Podría decirse que ya no era “su” concha. Era mía. Me gustaba estar ahí adentro bombeando como un caniche, observando sus expresiones, tratando de adivinar el secreto que desencadenaba semejante placer, en aquel cuerpito diminuto.

- La verdad, no sé qué decirte. Un pelo encarnado no es. Un forúnculo tampoco, o sea, no veo punta de pus, ni nada.
- Pero algo tiene que ser.
- Es un bulto, un bultito, como cuando te pica un mosquito. ¿No te habrá picado un mosquito en la cajeta? – me reí
- No seas idiota ¿querés?
- ¿Y qué sabés? Ayer estuviste tomando sol en la terraza.
- ¿Y justo ahí me va a picar un mosquito?
- Si yo fuera mosquito, me tiro de cabeza, no tengas dudas
- ¿Porqué no te tomás nada en serio? Me estoy volviendo loca. Me pica, me duele. No puedo ni caminar. Camino como si me hubieran roto el culo.
- Imposible
- Manu!
- Ale!

Volví a inclinarme con mi lupa en la mano y observé con más cuidado. Acerqué la lupa lo más que pude casi hasta chocarme con la inflamación, e instintivamente largué la lengua como un sapo hambriento.

- ¡Ayyyyyyyyyyyy!
- Perdoname, perdoname, perdoname, por favor, me tenté.
- ¡Estás enfermo! Salí! ¿¡Cómo me vas a hacer una cosa así!?
- ¡Pará, pará, pará! Mirá!
- ¡Salí, te dije!
- Mirá cómo se pone cuando gritás

Ale estiró la cabeza pero no pudo ver nada, entonces muy despacio fue acomodando su cuerpo sobre la cama hasta quedar sentada.

- No veo nada. Está igual.
- Tenés que gritar
- Me tocás y te mato
- No voy a tocarte, pero tenés que gritar. Al menos hace fuerza
- Si hago fuerza me duele
- Y claro, porque se hincha todo
- No me asustes
- No seas cagona, es un grano
- Y qué sabés?
- Y qué va a ser? Un tumor de concha?
- Puede ser cualquier cosa, un, un, un, no sé
- Un grano
- Pero me duele mucho
- Ya lo sé, pero es un grano y para mi hay que apretarlo
- Ni se te ocurra!
- Ale, no podés estar así. Estás histérica. Si haces fuerza y yo aprieto lo más probable es que salga todo.
- Me da miedo
- Prometeme que no me vas a pegar una patada
- No dije que te iba a dejar apretar
- Voy a apretar
- No
- Ok, entonces vamos a una guardia. Primero que nada, te van a toquetear todo el asunto. Los doctores tocan. Y después lo más probable es que aprieten. Pero antes de apretar te van a clavar una aguja en ese coso que tenés ahí para anestesiarte. Así que vos dirás. ¿Aprieto yo o te descuartizan los doctores?
- Vos porque no me querés llevar a esta hora a una guardia.
- Elegí
- No voy a elegir
- Listo

Agarré el control remoto y me tiré en la cama. Encendí la tele y empecé a cambiar de canal.

- No podés ser tan cruel
- Y vos no podés ser tan cagona. Además no quiero hablar más del tema. Cuando hay un problema se resuelve, y si no, se acabó. Se deja ahí. Así que dejáme en paz con ese grano de mierda.
- Vas a tener cuidado?
- Sabés que sí – apagué la tele, la besé en la mejilla y salté de la cama.
- Qué hacés?
- Voy a buscar alcohol y algodón

Fui hasta el baño y encontré todo sin problemas. Estaba ansioso y quería terminar con el maldito grano de una buena vez. Necesitaba reparar con urgencia a mi orgasmatrón si pretendía que todo volviese a la normalidad. Sin dudas aquello iba a doler como la mierda, pero era eso o pasar la noche en una guardia…
Volví a la habitación y ahí estaba Ale, sentada y con la cara colorada e hinchada, con las mejillas empapadas y un círculo de color amarillo sanguinolento entre las piernas.

- ¿¡Qué hiciste loca de mierda!?
- Ni en pedo te iba a dejar apretar a vos!
- Tomá - le dije estirando el brazo

Ella mojó el algodón en alcohol y sin dudarlo lo apoyó con fuerza. Los ojos parecieron salirse de sus órbitas y las lágrimas eran borbotones incontenibles. Se mordió los labios y respiró hondo. Repitió el procedimiento dos veces más hasta que la cosa dejó de sangrar. Cuando terminó, volví a acercarme y todo había cambiado. Ahora simplemente le quedaba un clítoris, y el otro se había transformado en un pequeño cráter vencido imprevistamente.

- ¿Te duele mucho?
- Me late, pero no me duele – suspiró aliviada
- Porqué no te pegás una ducha? Qué se yo, por las dudas, para que no se te infecte. ¿Podés caminar?
- Sí. Mirá – me dijo abriendo y cerrando las piernas sin problemas.

Después se paró y se encerró en el baño mientras yo me quedé recostado en la cama mirando incrédulo aquel manchón imperfecto de pus y sangre. Abrió la ducha y me la imaginé en pelotas bañándose. Inmediatamente un cosquilleo me invadió los huevos y sonreí embriagado de felicidad. Me empecé a tocar hasta que se me puso bien dura pero me detuve. Estaba cantando bajo la ducha y eso era una buena señal. Me desvestí y entré al baño.

- ¿Qué hacés? – me preguntó cuando me vio
- Vos seguí cantando

Me metí en la bañadera y la abracé. Cuando me sintió, bajó su mano y empezó a acariciarme. La agarré del culo y la traje hacia mi mientras ella no paraba de frotarme.

- No sé qué hacer – le confesé
- Y si no sabías qué hacer ¿para qué te metiste en esto?
- Porque estoy recaliente
- Yo también – me dijo antes de besarme y arrodillarse

La imaginación de las mujeres no para de sorprenderme. Apoyé mis brazos en la pared y puse mi cabeza bajo el agua. Estaba tibia y me sentí en el paraíso. Cerré los ojos y dejé que Ale trabajara a su ritmo, acariciándole la cabeza de vez en cuando. Le gustaba ir hasta el límite de su capacidad y una vez que la tenía bien adentro, hacía girar su lengua en círculos, deteniéndose solo para aplicarme pequeños mordiscones. No soy lo que se dice un “hombre de chupada”, pero dadas las circunstancias, no tenía demasiadas opciones. Al cabo de unos minutos no aguanté más y le llené la boca como a ella le gustaba. Se quedó ahí prendida amamantándose como un pequeño animalito y esperó a que saliera hasta la última gota. Después se incorporó lentamente, me besó y me largó un tibio chorrito de leche mirándome a los ojos. Tragué y seguí besándola. Aquel gusto amargo invadía su boca y su aliento. Traté de no pensar demasiado en eso y dejé que el agua de la ducha se filtrara entre nosotros para barrer con todo. Pronto volvieron los sabores de siempre.

- ¿Y vos? – le pregunté
- Yo estoy bien. Acabé con vos.
- ¡Cómo te gusta!
- Me encanta. Como Mc Donald´s. ¡Me encanta!
- Sigo con ganas de cogerte
- Quizás mañana
- Por favor
- Esperemos a ver cómo amanece la cosa
- Okey
- Ahora me gustaría pedir algo y comer en la cama mirando la tele

Nos secamos besándonos y toqueteándonos como dos chicos y pedimos unas empanadas. La revisé con la lupa una vez más antes de que se vistiera y todo parecía en orden. Esta vez, cuando le besé la herida, no hubo ni pataleos, ni gritos. De a poco todo estaba volviendo a la normalidad. Hermosa y saludable rutina.

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