Nos sentamos en una de las mesas del bar y pedimos dos cervezas.
Nadie sonrió. Ni ella, ni nosotros. Pero ella estaba mejor que nosotros.
Por empezar tenía un buen par de tetas y una buena cola parada y turgente.
Pero no había dudas. Nadie estaba haciendo uso de todo aquello.
Y es que la cosa es simple. Y ya lo descubrió Freud: la pija sana a las mujeres.
Las hace más felices. Las completa. Las llena. Las mujeres sienten que si nadie se las coje, no pueden ser felices. En realidad no es que “sientan” que no pueden. Simplemente no pueden. Una cosa no va sin la otra. Y esta, era una de esas. Pero al final nos trajo las cervezas y eso es todo lo que al menos nosotros podíamos esperar de ella. Lo que hiciera con sus agujeros no era nuestro problema. Fumamos y seguimos tomando. Dos, tres, cuatro, cinco cervezas en total. Y nos emborrachamos. El decía que había estado toda una noche en el living del departamento de Charly García tomando whisky, merca y cantando No voy en Tren, Voy el Avión con un piano de juguete. Y yo decía que no le creía ni una palabra. Me contó que durante toda esa noche varios vecinos de Charly tocaron el timbre, pero no para quejarse. Simplemente entraban para cantar y tomar merca con ellos. Me dijo que algunos vecinos lo habían confundido con Ale Sergi y le habían pedido autógrafos y que él había firmado. Lo miré y noté el parecido, así que comencé a creerle el cuento. Me entusiasmé y siguió hablando. Pero después dejé de creerle otra vez. Todo lo que contaba ya lo había contado Sergio Marchi en su libro. O Charly hacía siempre las mismas cosas una y otra vez o este hijo de puta se sabía el libro de memoria. Nos quedamos ahí sentados tres o cuatro horas discutiendo, tomando y fumando. Para él la mejor banda de la historia del rock eran los Who y para mí Fleetwood Mac. A decir verdad los Who me parecían excelentes, pero nunca habían sido una banda pareja. Demasiados discos y no tantas buenas canciones. Le conté que a mi mujer los Who le habían dejado de gustar el día que se había enterado que Pete Townshand se calentaba mirando pendejitos en bolas, pero él me juró que aquello no era más que una mentira. Pero cuando le pregunté cómo sabía que era una mentira, no supo qué decir. Me dijo que la música no podía juzgarse en función de las preferencias sexuales de sus creadores o algo así, y le dije que tenía razón. Aunque si es verdad lo de los chicos, creo que definitivamente habría que partirle una de sus guitarras en la cabeza y dejarlo desangrar hasta la muerte. Los dos coincidimos en que la pena de muerte era necesaria más allá de que implicara matar a un par de inocentes cada tanto. Siempre y cuando ese par no fuéramos nosotros. Y en algún momento pedimos la cuenta. La histérica se había ido y otra apareció con el papelito. Esta se reía y te miraba a los ojos haciendo muecas y gestos cómplices, por la cantidad de botellas que había sobre la mesa. A esta seguro la estaban atendiendo. Y no tenía ni tan buenas tetas, ni tan buen culo, pero se la veía feliz, completa y relajada. Alguien se la estaba cogiendo, y bastante seguido. Me la imaginé en la cama y a pesar de estar borracho, algo, aunque muy tímidamente, se movió por ahí abajo. Antes de salir, le pedí el teléfono, pero ella se rió y se fue dándome la espalda.
miércoles, 23 de abril de 2008
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2 comentarios:
mMy buen relato amigo. Divertido y serio, con su dósis de risa y análisis tomados de la mano.
Gracias por tu visita a Voces de Hoy.
Un abrazo
La verdád, se puede decir que tenes mucho de Charles Bukowski, ese es el estilo narrativo que utilizaba. Interesante texto. (Yo le hubiera entrado sin más a la primera mujer, la verdá. Somos caballeros, no podemos dejar a una mujer sufriendo. JE.
Un abrazo
Senén
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