miércoles, 22 de septiembre de 2010

FELIZ PRIMAVERA

Llegué a casa, encendí la televisión y me metí en el baño. Después me cambié y me tiré en el sillón frente al aparato.

- ¿Vos viste que desastre? – me dijo ella
- Todos los años es lo mismo. Hasta que alguien no ponga las pelotas que hay que poner, siempre va a ser igual. ¿Qué mierda tienen que hacer ahí en pedo, falopeados, con navajas, tirándose botellas? Pero la culpa la tiene el Estado que no hace un carajo para prevenir nada.
- ¿Y qué se puede hacer?
- Tenés que armar zambodromos en cada lugar donde los pibes van a festejar la primavera. Vallás Palermo, Costanera Sur, Parque Lezama, lo que sea, y a cada uno que quiera entrar lo palpás de armas y le revisás el bolsito. El que viene calzado, a la mierda, queda detenido. El que trae alcohol, zácate, lo tiene que dejar.
- Si alguien hace eso le van a decir que es un facho.
- No hay nada más facho que un delincuente, y esos hijos de puta que están ahí tirando botellas y acuchillando a otros pibes que fueron a pasarla bien, son delincuentes.
- No sé. A mi me da mucho miedo por Martina.
- No pienses en eso.
- No puedo no pensar en eso. Esos chicos que están ahí tienen la misma edad que Martina. Y ves que algunos van con bebés, y los llevan ahí como si nada.
- En Cromañón pasó lo mismo. Dejaban a los bebés en el baño, como si fuese una guardería.
- Están locos
- Están quemados flaca. Esa es la función que mejor cumple el Estado Argentino. Quemar a la gente. Le dan paco, merca, chupi, plan jefas de familia, y a otra cosa. Pensá que hay generaciones y generaciones de chicos que no saben lo que es ver salir a trabajar a su papá. No saben lo que significa terminar la primaria. No te hablo de la secundaria. La primaria. Y después en la televisión tenés esos programas de mierda que muestran a los presos como si fuesen modelos, haciendo chistes y hablando como estrellas de Hollywood. Entonces el mensaje es claro: la cárcel es cool. En la cárcel la pasás genial. No laburar está bien. Salir a chorear garpa, porque para colmo después viene algún gil y te hace una nota para la tele que te convierte en un ídolo barrial. Pero insisto, con un Estado sin pelotas, esto no se soluciona. Tenés que educar, generar laburo, hacer cumplir la ley, cuidar a la gente. No podés pretender que estas cosas no pasen por arte de magia.

Me miró y se metió en la cocina. En la televisión seguían mostrando pendejos ensangrentados como boxeadores inexpertos, como soldados mal heridos. Toda la ciudad, todo el país estaba desarticulándose frente a nuestros ojos. Otra vez. Películas repetidas hasta el hartazgo del cine nacional. Cada día era algo distinto, pero igual. Ya no había reacción. Y yo le había tirado dos hijos a esta jauría de hijos de puta para que, probablemente, los fagocitara, los descuartizara. Estaba cansado. Pensé que finalmente me había transformado en mi padre. Quejándome de las mismas cosas, todos los días, infinitamente frustrado frente a una clase política exasperante. Desde que tenía memoria había escuchado palabras como inflación, desocupación, redistribución, plan quinquenal y la concha de sus madres.
Había caminado desde Virrey Loreto y Cabildo, hasta el Congreso aquella noche del 2001 y desde ahí hasta la Rosada, gritando “que se vayan todos”, pero todos seguían ahí abroquelados como una mafia imperturbable, cuidando sus negociados, sus transas, sus malditas fortunas mal habidas. Tan solo si no afanaran. Si fueran realmente honestos. Si se vistieran de patriotas. Este país sería otra cosa. Cambié de canal, pero no cambió nada. Más pibes con las cabezas abiertas. Más botellazos. Más abandono de los abandonados. Apagué y apareció Baltazar con su bolsa repleta de superhéroes.

- ¿Querés jugar pa? Yo soy el Duende Verde y vos sos el Hombre Araña.
- Dale, vení.

Me dio el muñequito del Hombre Araña y el se quedó con el del Duende Verde. El juego siempre era el mismo. El Hombre Araña se rompía el culo tratando de hacer justicia, pero el Duende Verde, de alguna manera siempre lo terminaba cagando, mientras le gritaba “maldito arácnido, te he vencido”. Y ni siquiera ayer pude revertir aquella vieja historia. El mal volvió a ganar.

Después del grito de “a comer”, los cuatro nos sentamos a la mesa. Hablamos con Martina sobre lo que había pasado, tratando de explicarle que aquello que quizás a ella le resultaba ajeno, era grave. Que tenía que cuidarse, que tenía que estar atenta a lo que sucedía alrededor suyo cuando salía, que tenía que mantenerse al margen de ciertas cosas, que tenía que ver cómo se comportaban sus amigas, si tomaban, si se drogaban, le dijimos en definitiva que tenía que permanecer sana, viva. La vida para un adolescente jamás tiene valor, sin embargo, para los padres la cosa es un tanto diferente.

Más tarde, mucho más tarde, nos metimos en la cama la flaca y yo, y nos abrazamos hasta quedarnos dormidos en silencio. Paz. Un bien escaso, si los hay.

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