sábado, 16 de enero de 2010

0.80

Nos miramos sin decir una sola palabra. El ahí en la cama impersonal del Hospital Británico y yo parado a su lado. No puede abrazarlo, ni siquiera tocarlo. Solo me quedé mirándolo, como un observador imparcial, involuntario. Cables, agujas y sondas entraban y salían de su cuerpo mientras el respirador le inflaba y desinflaba el pecho en precisos intervalos. Su piel ya no era la que había conocido. Era apenas una fina lámina ajada y agredida, marrón y brillante como un surco dibujado por los huesos que amenazaban con asomar a cada momento. Y todos sabíamos que no le quedaba mucho tiempo. Inclusive lo sabía él, sin embargo, nadie se animaba a decir nada. A veces la muerte tiene eso. Es tan enorme, y se hace tan presente que no deja espacio para nada más. Lo abarca todo. El sol apenas asomaba entre las cortinas y las sombras avanzaban a cada segundo. Después de un rato me fui. Tomé el colectivo y me fui. Sabía que me estaba escapando, pero no podía evitarlo, y cuanto más me alejaba de aquel último lugar, se avivaban los colores y el aire resultaba menos espeso. ¿Qué podría haberle dicho? ¿Qué se dice en esos momentos? Llegué a casa y estuve dando vueltas sin saber qué hacer en realidad. Tan solo dejé pasar el tiempo en forma irreverente, hasta que decidí acostarme. No comida, no música, no radio, no tele. Silencio. Mucho silencio. Y traté de recordar cuáles habían sido las últimas palabras que había pronunciado además del “0.80” y no pude recordarlas claramente. Esa muerte de mierda sabe bien cómo enmudecernos. En algún momento me dormí. A la mañana, bien temprano, a eso de las 7, sonó el teléfono como un grito, como una alarma. Caminé adormecido hasta el living y atendí. Era mi madrina. “Hola”.

- Hola Manu
- ¿Qué hacés Edit?
- Estoy con tu mamá. Falleció tu papá
- Ya voy.

Y corté, y me bañé, y me vestí, y no encendí ni la radio, ni la tele, ni el equipo de música y salí de casa sin desayunar. “0.80” y allá fui otra vez al Hospital Británico, y cuanto más me acercaba a aquel último lugar, se apagaban los colores y el aire se hacía más espeso. ¿Qué podría haberle dicho?, fue lo único que pude pensar durante todo el viaje.

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