miércoles, 20 de enero de 2010

EROSION

Nos quedamos ahí sentados mirando la tele, cambiando de canal, sin decir demasiado. Comentarios, para pasar el tiempo. Y el tiempo pasa lento cuando no hay mucho que decir. Las ventanas cerradas y el departamento prácticamente a oscuras, repleto de esa ansiedad contenida que suele apoderarse de las personas antes de cada viaje. Un par de valijas y bolsos esperaban pegados a la puerta, como garantía contra un posible olvido. Nunca estoy conforme con lo que llevo en las valijas. Siempre escatimo, creyendo que tal o cual camisa es demasiado nueva o demasiado vieja, o sosteniendo que ese pantalón ya no me queda tan bien, tan cómodo como antes. Ella en cambio se apodera de todo. Ropa, cremas, secador de pelo, planchita, masajeador a pilas, zapatos, zapatillas, sandalias, relojes, aros, pulseras, y qué se yo cuántas otras cosas que jamás llegará a usar en tan solo 15 días. El remis tarda más de la cuenta y voy al baño a echarme una última meada por las dudas, pero no sale casi nada, así que me quedo ahí mirándome al espejo. Veo mis canas y recuerdo que cuado éramos novios ella me decía “cuando te salgan las canas te ato a la cama”. Y ahí estaban mis canas. Y ahí estaba la cama. ¿Y la soga dónde estaba? Como sea, todo comienza a desvanecerse con el correr de los años. Es como un desgaste, una erosión. Quizás de tanto tocarnos, se nos gasta la piel y cuando no hay piel… Y en ese instante recordé a una vieja novia que para dejarme me regaló un libro de Cortazar, con un poema de un francés escrito de puño y letra en una de las solapas, en donde el tipo explicaba que para que un amor fuese perfecto y eterno, dos personas nunca debían permanecer juntas. Dios sabe si será cierto, pero en ese momento, después de 20 años, ahí estaba yo en el baño, a punto de salir de vacaciones con mi mujer, pero pensando en lo que había escrito aquel francés. Tocaron el timbre. “¡Dale ¿te falta mucho? Llegó el remis, apurate!”